La Batalla por Averland

Marlene desmontó y a punto estuvo de caer al suelo embarrado a causa del ímpetu del salto; un soldado se apresuró a tenderle la mano la cual fue rechazada con violencia.

¿A cuánto están? – La condesa dirigía su vista al horizonte pero no podía ver mucho debido al ajetreo. Nadie le contestó. – ¡Maldita sea, he preguntado que a cuánto están esos malditos pielesverdes!

Un joven de cara sucia y dientes torcidos se atrevió a dar la respuesta que nadie quería oír.

A unas dos horas, mi señora.

Von Alptraum hizo una fiera mueca con la boca y maldijo entre dientes. Era muy poco tiempo, demasiado poco. Y ellos eran muchos pielesverdes, muchos. Hizo una seña al muchacho y mientras comprobaba sus pistolas comenzó a ladrarle órdenes.

Dile a los pilotos que esperen en lo más alto del cielo y aprovechen el sol para que los orcos no los divisen; que aguarden mi señal para el bombardeo. Tras despacharlo eligió a otro mensajero. – Que preparen la batería de cañones y la sitúen en esa loma.

Condesa, nos superan ampliamente en número y estamos a tiempo de retirarnos – dijo alguien con galones suficientes como para atreverse a llevarle la contraria a la noble. – No debemos plantar cara.

Apenas con dos zancadas la veterana mujer cruzó el espacio que le separaba del soldado que hablaba de huir, el cual se encogió de hombros ante la certidumbre de que la condesa iba a golpearle. Sin embargo, no fue así.

No volváis a hablar de derrota antes de que esta se haya producido u os arrojaré yo misma a los pies de los orcos – rugió escupiendo saliva. – Vamos a luchar hoy porque no podemos esperar un mañana mejor. Estamos solos, somos lo que separa Averland de la barbarie de esas bestias. No huiré de nuevo.

Pero si morís aquí …

Lo sé – interrumpió Marlene. Los dos sabían de qué hablaban, de las elecciones y de dejar Averland en manos de Leitdorf. – Lo sé y lo acepto.

El soldado asintió y se marchó para prepararse junto a sus hombres. La Condesa ajustó dos pistolas más a su bandolera y montó sobre su corcel. Espoleó el caballo y recorrió el campamento dando órdenes aquí y allá para asegurarse de que aquella última defensa caería a alto precio.

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