La Carga del Puente de Atranta

En Atranta corría un viento frío desde esa mañana que hacía aún más ingrata la labor de los centinelas de la Casa Lannister que seguían con desconfianza, desde la ribera este, los movimientos de las tropas dornienses al oeste. Tras días de largas negociaciones en medio del puente entre Tywin y Oberyn, que no parecían haber dado fruto, Tywin se había marchado apresuradamente rumbo al este con la mayoría de las tropas, al encuentro del Príncipe Rhaegar y la Compañía Dorada, y Oberyn estaba levantando el campamento para, según decían los entendidos, poner rumbo de vuelta a Dorne; aunque otros aseguraban que Tywin le había convencido finalmente para atacar la retaguardia del príncipe.

En cualquier caso, se retiraba, y los cinco mil hombres que habían quedado atrás para defender el paso empezaban a bajar la guardia. Al menos cuando no pasaba cerca de ellos Gerion Lannister. Se le veía más serio que de costumbre; había estado reunido un buen rato con su hermano antes de la marcha de este y era consciente de que, si bien era probable que no hubiera incidente alguno, en caso de darse un ataque dorniense que tomara el puente, las consecuencias podrían ser gravísimas. Su hermano quedaría atrapado entre dos fuerzas hostiles, sin lugar al que escapar.

El sol teñía ya de rojo oscuro el Aguasnegras cuando uno de los centinelas hizo una mueca.

-¿No oyes algo? -le preguntó a su compañero.

Este aguzó el oído y le miró con cinismo.

-¿Algo? ¿El qué, el río? Sí, lleva sonando todo el día. Y toda la noche. Es un río. Los ríos suenan, imbécil.

-No, no -negó con la cabeza-. ¡Ahí! ¿No lo oyes? Es como… ¡Escucha!

Un rumor de fondo, paralelo al ruido que hacía el río, parecía estar en aumento. El otro guardia, que ahora sí parecía haber escuchado algo, puso cara primero de alarma, y a los pocos segundos, de pánico, cuando distinguió a lo lejos a la caballería dorniense entrando al galope en el puente.

-Es… ¡Nos atacan! ¡A LAS ARMAS! ¡A LAS ARMAS! -aulló corriendo hacia las posiciones defensivas.


-¡DORNEEEEE! -gritó Oberyn con la lanza alzada al sol, al frente de la hilera de caballeros que como una tromba de agua se derramaban por el estrecho puente de piedra. Delante de él, miles de soldados Lannister dispuestos a vender cara cada pulgada del puente. Detrás, un par de miles de caballeros dornienses al galope, y la infantería intentando encontrar sitio para seguirles. Oberyn sabía que nada motivaba más a un soldado que la certeza de que, si dejaba de avanzar, moriría arrollado por sus propios compañeros. Solo había un camino posible: hacia delante a través del enemigo.

Habían tenido tiempo, si no de prepararse para este ataque en concreto, sí al menos de preparar las defensas, y para cuando llegaron al otro extremo había una hilera de lanceros esperándoles. El choque fue violentísimo. Muchos hombres de ambos bandos salieron despedidos por el impacto y cayeron a las aguas que rugían bajo sus pies. Oberyn esquivó la muerte por poco; su caballo no tuvo tanta suerte, y se vio obligado a desmontar.

-¡AVANZAD! ¡AVANZAD! ¡AVANZAD! -se desgañitaba mientras teñía su lanza de rojo.

Oberyn sabía que, si los enemigos repelían el primer asalto, era probable que el ataque fracasara. Si las tropas Lannister se rehacían en el puente y les quitaban la iniciativa, se convertiría en una larga batalla de desgaste, y eso a él no le servía para nada; pero si conseguían empujarles y hacerse aunque fuera con un palmo de tierra, su superioridad numérica les daría una victoria rápida.

A su izquierda y a su derecha veía a hombres y caballos caer a las frías aguas del río. Muchos hogares dornienses se quedarían sin un padre hoy. Pero poco a poco, pulgada a pulgada, estaban avanzando. Oberyn veía cómo el terror empezaba a adueñarse de ellos. Y entonces escuchó una voz. Y las tornas cambiaron.


-¡Ni un paso atrás! ¡Roca Casterly! ¡Roca Casterly! -vociferaba el menor de los Lannister, que se había abierto paso hasta la primera línea y había detenido en seco el avance de los dornienses, que ya estaban a escasos metros de llegar al otro extremo.

El cuerpo sin vida de Lord Edmynd Wyl yacía frente a él, y con su aparición los hombres de Occidente parecieron adquirir un nuevo vigor, una nueva determinación. El avance había parado en seco.

Oberyn supo que mientras Gerion siguiera en pie las tropas Lannister no flaquearían, e intentó ir hacia él, pero frente a él un par de caballeros parecían obstinados en hacerse con su cabeza y no le daban opción a hacer mucho más que defenderse.

Vio por el rabillo del ojo a Lord Quentyn Qorgyle enzarzarse en combate singular con Gerion. Era un buen espadachín y sus tajos parecían estar haciendo mella en el Lannister, que sangraba de un par de heridas, pero en un visto y no visto Gerion le hundió la espada en el pecho hasta la empuñadura y el señor de Asperón cayó junto a Lord Edmynd.

Oberyn negó con la cabeza y, tras librarse de sus oponentes, que ya se habían cansado y habían bajado la guardia, con un par de lanzazos bien dirigidos, se abrió paso hasta el Lannister. Este lo vio venir y con un cruce de miradas bastó para que los hombres de alrededor de ambos se apartaran y el combate, por unos segundos, se redujera en intensidad. Aquí se decidía la batalla.

-¿Sigues siendo leal al asesino de tu hermano? Qué bajo has caído, Oberyn -le dijo mientras se movía en semicírculo frente a él, poniéndolo a prueba con tentativas estocadas.

-Nunca lo he sido. Mataré a ese perro rabioso yo mismo -dijo lanzándole una estocada que pasó a milímetros de su cara-. Igual que a ti. Y a tu hermano. Y a todo el que se ponga en el camino de mi sobrino hacia el trono -lanzó otra estocada, rápida como un relámpago, que en esta ocasión le arañó el costado.

-¿Pretendes instalar a un bebé en el trono y reinar por él? Vaya, vaya. Apuntas alto.

-Es el único sitio al que sé apuntar -le dijo Oberyn, y para reforzar sus palabras le lanzó una estocada a la cabeza que hizo que su yelmo saliera volando y le arañó la mejilla.

Gerion, lejos de echarse atrás, aprovechó para darle un tajo a la altura del vientre, donde las piezas de la armadura se unían, que Oberyn solo pudo esquivar en parte. Sintió la sangre correr, pero esperaba que fuera una herida superficial.

Intercambiaron un par de golpes más, pero las reacciones de Gerion parecían estar volviéndose más lentas. Y en la cara de Oberyn se estaba ampliando una sonrisa. Lanzó una ráfaga de estocadas que le hirieron de nuevo y le obligaron a dar un paso atrás. Entonces titubeó, dio otro paso atrás y de súbito pareció entender algo.

-Perro dorniense… Víbora del desierto -le dijo con esfuerzo-. Tu lanza está empozoñada.

-Siempre, Gerion. Siempre lo está -admitió Oberyn sonriente.

La sonrisa se le borró cuando el menor de los hermanos Lannister se lanzó con un rugido y su última reserva de fuerzas hacia él, que pudo esquivar su salvaje ataque por los pelos y con la ayuda de su armadura, que quedó abollada; ese golpe le iba a doler un tiempo. Antes de que Gerion pudiera recuperar la posición y alzar la guardia, echó mano al cuchillo y se lo clavó en la garganta, en la rendija que la gorguera no cubría. Tras intentar entre estertores levantar una última vez su espada, el cuerpo de Gerion quedó inánime y cayó al suelo.

Pareció que el mundo se detuviera por un segundo. Oberyn alzó la lanza hacia los cielos y gritó.

-¡A POR ELLOS! ¡DORNE! ¡DORNEEE!

El resto de la batalla fue una carnicería. Las tropas Lannister apenas aguantaron unos asaltos más antes de darse a la fuga, pero la caballería dorniense, que había sido la primera en cruzar, dio buena cuenta de las tropas en retirada.

Oberyn se sentó a retomar el aliento, haciendo una mueca de dolor. Lo habían hecho. Habían cruzado. Pero la auténtica batalla no había hecho más que empezar.

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