Antes de la construcción de los Jardines del Agua, Campoestrella fácilmente podría haber sido la edificación más hermosa de todo Dorne. Situada en una isla fluvial en la desembocadura del río Torrentine, la fortaleza se alzaba fuerte desafiante frente a un mar de cristalinas aguas. Era grande y antigua, evocando así el antiguo pasado en el que los Dayne habían sido reyes independientes de un gran territorio, ostentado riqueza y poder. Esos días habían pasado, pero los Dayne seguían contándose entre las casas más influentes de Dorne. Las torres de la fortaleza contaban con trabajados tejados que estaban coronados por una estrella. La fachada de la fortaleza y de los edificios adyacentes era blanca, con numerosas estatuas de animales y personas, así como grabados y mosaicos en piedra. Un observador señalaría con razón que el castillo, a pesar de su bello acabado, no estaba preparado para una adecuada defensa. Y ciertamente, no había mucha necesidad para ello, pues hacía varios siglos que la guerra no había llegado hasta ahí.
Campoestrella lucía aquel día en todo su esplendor, pues se celebraba una boda bajo sus muros. El matrimonio inesperado de Ashara Dayne con Eddard Stark había levantado mucho revuelo. Eran muchos los curiosos que querían ver al señor norteño, pues no habían visto a ninguno en su vida; y eran muchos otros los que querían ver las reacciones de los presentes. Estos últimos hubieron de volverse a cara decepcionados, pues en la ceremonia no hubo ningún rostro ofendido ni malas palabras. En el Patio de la Estrella lord Dayne había preparado las mesas para los invitados, así como un pequeño tablado en el centro donde se oficiaría el matrimonio y posteriormente se colocarían los músicos. Era este un gran recinto a cielo abierto, ajardinado con un gusto exquisito y con albercas en sus extremos, que palidecía ante los Jardines del Agua en tamaño pero no en belleza.
Ser Arthur Dayne había contemplado con gran dicha como su hermana y Eddard Stark se juraban amor eterno frente a todos los invitados. Había pocos señores, pero Arthur vio a hombres de Fowler, Uller, Qorgyle y Ladybright, y también a los Dayne de Ermita Alta. También había norteños del séquito de Eddard que no conocía, y eran estos los más ruidosos y alborotadores. Ahora se encontraba sentado, meditabundo y solitario en uno de los asientos. Ya habían dejado de servir viandas hacía tiempo y muchos de los invitados bailaban a su alrededor. Dayne observó con desagrado la pésima posición de los guardias de su hermano así como su relajada situación. Muchos habían dejado su labor de lado y se habían unido a la música y la fiesta. Si alguien hubiese querido atentar contra su hermana, lo habría tenido muy fácil. Por fortuna, los Dayne no tenían enemigos poderosos. Una brusca palmada en la espalda lo sacó de sus meditaciones. El caballero blanco no tenía la necesidad de girarse para saber de quién se trataba.
— ¡Espabila, hombre! Llevas ahí sentado un cuarto de hora, mirando a quién sabe donde.
— Es la costumbre, me temo. Demasiados días cumpliendo con diligencia mi labor.
— Deja de decir tonterías. Incluso un Guardia Real tiene derecho a descansar. Hoy estás aquí como Arthur Dayne, hermano de una feliz casada; no como Ser Arthur el Caballero Impoluto. Toma —lord Vorian Dayne le tendió su copa de vino. Ser Arthur la rechazó con un gesto, pero su hermano se la acercó aún más —. No voy a aceptar una negativa por respuesta.
Ser Arthur se rindió ante la avasalladora confianza de su hermano y terminó consintiendo. Lord Vorian Dayne, con veinticuatro días del nombre y ni uno más había salido a la familia de su padre. Era alto, fuerte, de ojos y cabellos morenos y de facciones duras; de verbo fluido y rápido ingenio, pero también pronto para el gesto de reto, si un desconocido se tomaba demasiadas confianzas con él. Ser Arthur observó que había ganado algo de peso desde su último encuentro, así lo delataban sus rellenos mofletes. Tomó un trago del vino que le acababan de servir al tiempo que su hermano se acercaba otra copa para sí.
— Bueno, ¿eh? El mejor de las viñas del Torrentine, de mi reserva personal. Dudo que en la capital encuentres algo mejor.
— Dudas bien. Pero no se come ni se bebe tan mal como piensas.
— ¡Ja! Eso habría que verlo… Hablando de comer, creo que la última comida se le ha indigestado al rey.
— No te entiendo.
— ¿El maestre Yorick no te ha comentado nada? Voy a tener que darle un buen capón. A pesar de esa capa, sigues siendo de la Casa, no debería desconfiar de ti. Hoy ha llegado un mensajero de Lanza del Sol. Lord Hoster Tully ha sido desposeído de sus feudos y su hermano el Pez Negro está en busca y captura. Todo a raíz del asunto de la lady norteña desaparecida, que por cierto, ya ha sido encontrada. Estaba en las mazmorras de Aguasdulces, pero dudo que Tully tenga nada que ver. No ganaba nada con aquello.
«De mal en peor». El semblante de Arthur se ensombreció. Las noticias ya habrían llegado a Lanza del Sol, donde había llegado ya el príncipe Rhaegar. Se preguntó que opinaría al respecto.
— En absoluto. Entonces, es la guerra.
— Sin duda. El Tridente no consentirá ver a su señor preso. ¿Nadie protestó ante ese atropello?
— El príncipe Rhaegar no estaba presente. Si no, lo habría hecho —Arthur lo conocía lo suficiente para poder afirmarlo con rotundidad—. En Desembarco pocos tienen valor para oponerse al Rey.
— Pues no debió de protestar mucho el príncipe cuando quemaron al príncipe Lewyn.
La ironía no había pasado desapercibida a los oídos del caballero blanco.
— El príncipe Rhaegar suplicó clemencia. Incluso la Mano pidió que al menos no se le quemase vivo —A Arthur Dayne le costaba imaginar a un hombre tan despiadado como Tywin Lannister pedir una pena más moderada—. No podíamos sacarlo de ahí, Vorian —anadió ante la mirada acusadora de su hermano—. Estaba a las puertas de la muerte, el viaje lo habría matado. Rhaegar sabía que seguramente sería ejecutado, pero hizo lo posible por evitarlo. Y pedir su absolución era una locura: Lewyn quebrantó sus votos, aunque tuviera excelentes motivos para hacerlo. Pero el rey fue implacable.
«Pobre Lewyn». Arthur había apreciado mucho a su difunto compañero. Compartían patria y muchas costumbres ajenas al resto de sus compañeros sureños, y ello les había unido desde el día que se conocieron. Recordaba con rabia el momento en que las llamas lo habían consumido. Un hombre como él no merecía tan funesto destino. «Debería haber muerto en combate, los Capas Doradas deberían haberlo matado». Se ve que hasta para eso eran incompetentes.
— Entiendo. El Rey Loco… Al principio creía que eran rumores para desprestigiarlo, el poder siempre levanta envidias, pero ahora… La paz no va a durar mucho. No en el Tridente, si no en todo el reino. Pronto intentarán darle la vuelta a la tortilla.
Arthur no dijo nada. ¿Qué podía decir? Odiaba admitirlo, pero era así. Su hermano prosiguió.
— Doran Martell puede parecer un pusilánime, pero te aseguro que nunca olvidará ni perdonará. Esperará el momento adecuado para cobrarse su venganza. Y Tully tiene amigos. No creo que Brandon Stark se quede de brazos cruzados ante el repetido ataque a la Casa de su prometida.
— No lo creo, no. Rhaegar quería evitar este escenario a toda costa, pero ha fracasado. Es consciente de la lacra de su padre y de su incapacidad para el gobierno. Quería apartarlo del poder manera pacífica y con el apoyo de los grandes señores…
— Será mejor que le digas al príncipe que es hora de actuar. No encontrará a los Siete Reinos más dispuestos que ahora a entregarle su corona. No a todos, claro, pero si a una buena parte. Nadie quiere estar expuesto a los caprichos de un monarca demente. En fin —suspiró, al tiempo que bebía el vino que le quedaba de un trago—, dejemos el politiqueo a un lado. Hoy no es día para hablar de desgracias. ¿Qué opinas del lobo? ¿Te parece un buen marido para nuestra Ashara?
— No he podido hablar mucho con él, pero parece honrado y leal. Aunque confieso que no es el esposo que habría imaginado para ella.
— Lo imaginabas más guapo, ¿verdad? —los dos hermanos rieron. Aunque Eddard no era feo, distaba mucho de tener el inhumano atractivo de su ahora ya mujer—. Sí, parece un hombre de principios. Muchos seguro que se han decepcionado al verlo, ¿eh? Esperaban encontrarse con un gigantón barbudo, y se han encontrado con un muchacho de poco más o menos, bien aseado y con un aspecto con el que podría pasar por un sureño más. Creo que será feliz a su lado. Lo deseo. Madre seguro que también se alegraría mucho por ella.
La difunta Lady Daenora Dayne había sido la única hija de su abuelo que había llegado a la edad adulta, y por derecho había sido la señora legítima de Campoestrella, pero el matrimonio por compromiso que había acordado con su padre, Manfred Uller, distaba mucho de haber sido feliz. Ella hizo todo lo posible por evitar ese destino a sus hijos.
— Espero que el Norte no se le haga demasiado duro. El clima, y por supuesto la gastronomía, distan mucho de ser benévolas.
Ser Arthur aún tenía pesadillas con la comida que había compartido con los Hermanos Juramentados de la Guardia de la Noche en Guardiaoriente del Mar. Ya habían pasado seis años de aquel viaje. El príncipe Rhaegar se había empeñado en visitar el Muro y su padre no había podido hacer nada para disuadirlo. Consintió, pero le encargó a Arthur el cometido de acompañarle y velar por su seguridad. El recién nombrado Capa Blanca obedeció la orden con dicha, pues era la primera tarea de importancia que se le encomendaba. Fue allí donde empezó su larga y provechosa amistad.
— El amor todo lo puede, ¿no? Supongo que se acostumbrará. Brindemos por el amor —comentó al tiempo que levantaba su copa de vino. Ser Arthur hizo lo propio con la suya—, y por los dichosos novios.
Mientras el vino corría a través de su garganta, el caballero blanco aprovechó para echar una ojeada a su alrededor. Los recién casados bailaban frente al tablado, rodeados por la mayoría de los comensales. Eddard le comentaba algo al oído a su mujer, y Ashara reía, feliz. Lord Harmen Uller había subido al tablado con los músicos y cantaba una canción tradicional con sorprendente buena voz, mientras su hija bastarda Ellaria y otros nobles invitados lo animaban. En una mesa, un caballero con los colores de Qorgyle bebía de un cuerno una cerveza de trago, mientras un coro de norteños a su alrededor daban palmas y golpeaban con los puños la mesa.
— ¿Y qué hay de ti? Esperaba encontrarme con una lady Dayne a mi regreso al hogar, pero veo tu lecho vacío.
— Déjame disfrutar de la soltería un poco más. Los hijos acostumbran a traer preocupaciones.
— Puedes casarte y dejar los hijos para más adelante. La mayor de las Ladybright no ha dejado de mirarte, deberías darle una oportunidad.
— Pues yo creo que no ha parado de mirarte a ti, como la mitad de señoritas jóvenes de este banquete. ¡El famoso ser Arthur! —exclamó su hermano con exagerada reverencia. No pudo evitar sonreír ante su teatralidad— ¡La Espada del Alba! La delicia de los juglares del reino.
— Te equivocas. Esa era la pequeña. Pero te lo paso, se parecen mucho. Bueno, ha llegado el momento de conocer a posibles pretendientas, ¿no?
— Estás de broma —más cuando lord Vorian vio como su hermano se levantaba con una mirada traviesa y se dirigía con paso firme hacia las aludidas, no tuvo más remedio que levantarse para seguirlo— ¡Espera, espera!
Las hermanas habrían podido pasar por gemelas. Estaban sentadas en uno de los bancos de piedra del porche del patio. No pasarían la veintena, pero estaban cerca de ella. Eran las dos altas y espigadas, de lisos cabellos morenos, muy limpios y muy brillantes, y de piel de color oliváceo bronceado por el sol. No eran de pechos abundantes, pero tenían generosas caderas y su sonrisa era muy blanca y hermosa. Cuando los dos Dayne se aproximaron, dejaron la conversación que llevaban para esperarles, expectantes. Ser Arthur se dirigió a la mayor.
— Mi señora, mi hermano a veces es muy tímido, pero estoy seguro de que si le proponéis un baile no os rechazará. Y le vendrá bien algo de movimiento, está ganando algo de peso.
Las hermanas rieron ante la chanza. Su hermano le pegó un suave codazo.
— Os tomo la palabra, ser caballero —la mayor sonrió a lord Vorian con picardía—. ¿Queréis concederme el honor de un baile, mi señor?
Lord Vorian esbozó una sonrisa nerviosa y no tuvo más remedio que aceptar la mano que la mujer le tendía, ante la escrutadora mirada de su hermano. Ser Arthur se quedó a solas con la joven mujer, que la miraba con una media sonrisa y cierto descaro en sus orbes marrones.
— ¿Puedo saber vuestro nombre, mi señora?
— Sylva, Sylva Ladybright. Aunque podéis llamarme Syl, buen caballero. Cualquier cosa antes que “mi señora”. No estáis tratando con una anciana.
— Tenéis razón. Es un tratamiento más adecuado para nuestros hermanos mayores.
Sylva rió. Tenía una risa jovial y hermosa.
— He escuchado tantas historias de vos, Ser Arthur… pero seguro que no os hacen verdadera justicia. Preferiría oírlas de vuestros labios. Vamos, sentaos a mi lado, ocupad el puesto de mi hermana. Aún queda mucho para la noche.
Ser Arthur había visto lo suficiente como para saber que las intenciones de la joven señora iban más allá de una simple charla. Ya se había visto en esa situación otras veces, en la corte. ¿Debía hacerlo? Había hecho votos. Eso, sin embargo, no había impedido tener al príncipe Lewyn una amante, aunque quizás era aquello lo que le había llevado a romper sus votos con mayor facilidad. Sylva esperaba, expectante. Decidió sentarse junto a ella y apoyar uno de sus codos en el banco de piedra, cómodo.
— ¿Cuál de todas queréis escuchar?