La Fe restaurada

Desembarco del Rey, la ciudad de los reyes y la capital de los Siete Reinos, se encontraba sumida en el caos y la agitación. Las calles, antaño llenas de comerciantes y nobles, ahora estaban ocupadas por una muchedumbre enfurecida y fanática, impulsada por un fervor religioso que no había visto igual desde los días de Maegor el Cruel. Las Estrellas de los Siete, símbolo de la Fe, ondeaban por todas partes, sustituyendo los estandartes de las casas nobiliarias que habían jurado lealtad a la Corona.

En el corazón de esta rebelión, al frente de la Fe de los Siete, no estaba el Septón Supremo, sino Cersei Lannister. Vestida con ropajes dorados y blancos, el manto de líder de la Fe caía sobre sus hombros con un aire de autoridad que había recuperado tras su caída en desgracia. Cersei, siempre astuta, había visto en la fe un medio para recuperar el poder perdido, y con la ayuda de los septones y septas más fanáticos, había tomado el control de la ciudad.

Desde el Gran Septo de Baelor, Cersei se dirigió a la multitud reunida en la plaza. “¡Hermanos y hermanas en la Fe! ¡Los Siete Reinos han sido corrompidos por herejes y brujos! ¡Por sacerdotes rojos que adoran a falsos dioses y por una Reina Bruja que monta dragones y trae consigo la oscuridad y la destrucción!”

La multitud rugió en aprobación, levantando los puños y las antorchas al aire. “¡Esos impostores han traído la guerra, la pobreza y ahora los muertos vivientes a nuestras tierras! ¡Pero los Siete nos protegerán, siempre y cuando purifiquemos esta ciudad de su vil influencia!”

Caballeros que habían abandonado sus estandartes por las Estrellas de los Siete se unieron a la rebelión. En las calles, el conflicto entre los seguidores de la Fe y los defensores de la Corona y los sacerdotes rojos se tornó sangriento.

Los rumores corrían como el fuego. Se decía que Cersei había hecho un pacto con los dioses para eliminar a todos los herejes y que no se detendría hasta que cada sacerdote rojo, cada practicante de la magia, y cualquier leal a Stannis Baratheon o Daenerys Targaryen, fueran erradicados. Las calles se llenaron de hogueras donde los herejes eran quemados, y el aire se impregnó del olor a carne quemada y el grito de los condenados.

En el norte, Stannis Baratheon, rey proclamado de los Siete Reinos, escuchó con preocupación los informes que llegaban desde Desembarco del Rey. Sus consejeros discutían sobre el curso de acción a seguir, pero la situación era desesperada. Con los Caminantes Blancos avanzando, los muertos vivientes asolando el Norte y la Fe de los Siete rebelándose, la estabilidad de Poniente pendía de un hilo.

El conflicto estaba lejos de terminar. Con la Fe de los Siete controlando Desembarco del Rey bajo el mando de Cersei Lannister, el destino de los Siete Reinos se volvía aún más incierto. La guerra, la fe y la magia chocaban en una tormenta que amenazaba con devorar a todos. Y mientras tanto, los verdaderos enemigos, los Caminantes Blancos y su ejército de muertos, esperaban el momento perfecto para atacar y sumir a Poniente en una noche eterna.

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