La Gran Guerra contra el Caos

La Domplatz no había estado nunca tan llena desde los tiempos de Magnus el Piadoso. El Gran Teogonista había citado a todos los sigmaritas del ejército de Karl Franz frente a las escalinatas de la Gran Catedral de Sigmar para oficiar una última misa y dar su bendición y salvación eterna “a todos los que participasen en la Gran Guerra contra el Caos”. El propio Volkmar presidía el acto, pero el Emperador también estaba presente en primera línea, junto a otros grandes hombres del Imperio, como el Conde Elector de Talabheim y el gran mago Balthasar Gelt. Durante una hora Volkmar habló sobre los designios de Sigmar, sus visiones y las amenazas que se cernían sobre el mundo, así como lo que restaba hacer para evitar que el Viejo Mundo pereciera ante las Fuerzas del Mal. Dedicó las últimas palabras de su discurso al Emperador.

… ¡Karl Franz es el campeón de Sigmar! ¡Incluso iré más lejos! ¡Es Sigmar redivivo, que ha venido a auxiliar a nuestro Imperio en sus horas más bajas! —el Gran Teogonista señaló con su índice izquierdo al Emperador sumo dramatismo para terminar su potente discurso y excitar a las masas— ¡Los signos son claros! ¡Es él quien empuña a Ghal Maraz, y bajo su mando, ningún ejército que ha enarbolado la bandera del martillo y el grifo ha sido derrotado! ¡Solo él puede guiarnos en esta nueva Gran Guerra contra el Caos y salvar al mundo de los Hombres de su destrucción absoluta!

Volkmar tomó unos instantes para tomar aire. Dos obispos de la Orden del Martillo Plateado se adelantaron portando a Ghal Maraz, el mítico martillo que había empuñado el mismo Sigmar en batalla. Concluyó su prédica con tres potentes frases, enunciadas con toda la fuerza que pudo.

¡Sigmar, Sigmar por encima de todo! ¡Gloria a Sigmar! ¡Sigmar o muerte!

El Gran Teogonista tomó uno de los brazos de Karl Franz y lo alzó en el aire. Gritos de «¡Hail,Kaiser! ¡Hail, Kaiser!» y «¡Sigmar! ¡Sigmar!» llenaron la Domplatz. El Emperador entonces tomó a Ghal Marazentre sus manos, aprovechó para adelantarse varios pasos y alzar con los dos brazos al gigantesco martillo frente a la multitud, que rugió, extasiada. Franz entonces alzó el brazo, pidiendo silencio, y esperó hasta que las aclamaciones y vítores se apagaron. Había preferido optar por un discurso breve y conciso, a diferencia del Gran Teogonista; un discurso que sencillo y memorable para sus oyentes.

¡Condes, sacerdotes, soldados y hombres libres! ¡Habéis acudido desde Nuln, Talabheim, Carroburgo y otros muchos lugares que me llevarían toda la mañana citar! No tenéis las mismas costumbres ni celebráis los mismos festivos… pero a todos os une vuestro juramento de lealtad para con el trono Imperial y vuestra fe inquebrantable en Sigmar.

» Durante todos estos siglos, el Imperio ha sido la piedra angular sobre la que se ha asentado la paz y el orden del Viejo Mundo. No solo nosotros, si no también nuestros antepasados, han derramado mucha sangre por mantener a las sempiternas fuerzas del Caos a raya. Debemos esforzarnos por preservar su legado, y nunca olvidar su noble sacrificio.

» Nuestras recientes victorias sobre Grimgor Piel’Hierro y Skarsnik han quedado marchitas por la caída de Nuln. Nadie podía prever que las fuerzas del Caos serían capaces de golpear en el corazón de nuestro Imperio, pero así ha sucedido. Ahora estos mismos Poderes se ciernen sobre la ciudad de Marienburgo; que a pesar de su rebeldía, sigue siendo hogar de muchos viejos compatriotas. Recordad a vuestros antepasados, que también hicieron frente a tan aciagas circunstancias, sumad su fuerza a la vuestra, y tened presente que si fracasamos el Caos inundará el continente; y la llama que ha iluminado al mundo desde hace más de dos mil años desaparecerá en la tierra. A partir de aquí, solo resta la victoria o la muerte. ¡Y habrá victoria, victoria, yo os digo! ¡Nuestra inquebrantable fe en Sigmar así lo procurará, como siempre ha sucedido desde que el mundo es! ¡Sigmar y la victoria!

Altdorf se estremeció por unos instante ante el chorro de voces que coreaban las palabras del Emperador. La suerte estaba ya sellada. Los ejércitos del Emperador marchaban hacia Marienburgo.

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