La Guardia Real del rey Aegon II

Frente a la gran cristalera se alzaban tres figuras cegadas por una luz blanquecina, a juego con el color de sus capas y gambesones. Frente a ellos estaban cuatro figuras de igual apariencia, apostadas al pie del Trono de Hierro. El salón del trono estaba a rebosar, nada le gustaba más a los ilustres habitantes que un buen nombramiento de nuevos Capas Blancas. Nada tenía que ver el ambiente irrespirable de la ciudad, ni que toda excusa era buena si se trataba de pasar un tiempo tras la seguridad de la Fortaleza Roja, alejados del hedor y el ruido de un pueblo hambriento.

Aún así, la solemnidad del acto era de agrado de todo el mundo, incluida en aquella ocasión los tres nuevos caballeros, que a sus dispares maneras parecían estar disfrutando del momento. Quien no lo hacía era el hombre que se situaba por encima de todos ellos, Aegon parecía aburrido, las formalidades no eran su fuerte a pesar de que aquella tarde se esforzó por cumplir el protocolo estrictamente. Al final y al cabo muchos de esos hombres acabarían comandando sus huestes y de forma urgente, los primeros envites de la guerra no se habían saldado a su favor. El Lord Comandante Cole rompió la formación y se separó de sus compañeros, dispuesto a exigir el juramente de sus nuevos hermanos. Las tres figuras hincaron la rodilla.

Primero presentó a Ser Robert Caron, bajo una media melena oscura se ocultaba el rostro de un hombre maduro, con ciertas arrugas que todavía reflejaban cierta fuerza de juventud. Era un hombre severo, al que se le veía con evidente orgullo tras ser reconsiderado de nuevo para la Guardia Real, unos veintes años después de ser rechazado en pos del hombre que en aquel momento le exigía un juramento que lo uniría de por vida al rey.

Después del primer juramento llegó el turno de Ser Ollyvar Bolling, grande y de proporciones generosas, habían hecho su coraza a medida. Parecía el más feliz de los tres, con una sonrisa que le cruzaba el rostro, aunque luego muchos dirían que Ser Ollyvar nunca dejaba de sonreír. Había sido elegido para el puesto tras vencer a una decena de rivales en la melé del Torneo de Villallorosa.

Por último, se alzaba el hombre más conocido en el salón del trono. Ser Marston Mares, un hombre joven pero canoso, de barba cerrada. Todo el mundo había escuchado ya su nombre después de vencer día tras día en las pruebas que Lord Caron había organizado en la ciudad para elegir una nueva espada blanca. Pronunció el juramento de una forma más relajada, aunque ninguno se habría atrevido a dudar de su fervor. Con sus últimas palabras un estruendo se apoderó del Salón del Trono, la Guardia Real volvía a reunirse al completo.

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