La llama que fue prendida

Año 561 desde la coronación de Cyndaral el Yleo. Santuario de Lumina, en Jelena.

Un grupo numeroso se había congregado alrededor de la estatua de Cyndaral el Yleo, la más grande y lustrosa de las que se erguían bajo la gran bóveda del Santurio de Lumina, también conocido como el Santuario de los Ancestros, pues allí enterraban los emperadores y los patricios más ilustres a los suyos. A una jornada de marcha de la capital imperial, se decía que los cimientos de Lumina eran más viejos que los primeros registros que se tenían escritos del Imperio. Se les consideraba restos de la era en que Loric aún caminaba por el mundo, y sobre ellos habían alzado el templo actual.

El emperador Cayo Lor contemplaba en silencio y pensativo la estatua de su antepasado. Nadie entendía en el fondo por qué había abandonado a los restos del gran ejército confederado de elfos, enanos y hombres que se había retirado hacia Sol, la capital imperial, en vísperas de la batalla definitiva que decidiría el destino del mundo. Muchos pensaban que era el fin, que la victoria de las fuerzas de Kaos era ineludible. Cayo Lor se había limitado a decir que Maertise buscaba descabezar a sus líderes antes del choque definitivo y que acudiría a reclamar su vida antes de atacar Sol. Y si iba a luchar, quería hacerlo con ventaja. Los loritais, la guardia imperial, los más fieles devotos y guerreros de Loric, no discutieron. Sus votos eran para con Loric y con el Emperador, y le debían ciega obediencia.

Por orden del emperador, los loritais también habían apilado madera y combustible frente a la estatua de Cyndaral. Era evidente que se iba a prender un fuego en honor a Loric, pero dudaban. Otros durante la invasión lo habían intentado y Loric no había respondido. Los loritais ya empezaban a dudar de que todos los anteriores intentos hubieran fracasado por la impiedad de quiénes habían llamado al dios. Algunos creían que, en efecto, Loric les había abandonado.

Las horas pasaron, largas y pesadas, hasta que las grandes puertas que guardaban la gran cúpula de Lumina se abrieron de golpe. Una presencia negra, alta y terrible entró en la sala. Un velo de sombras cubría por entero su cuerpo, a excepción de su rostro, en apariencia humano, marfileño y atemporal, con unas rendijas rojas por ojos. Allá por donde sus pies hollaban el suelo, hilos y volutas negras de una sustancia que se asemejaba al humo emergían. Los fieles a Loric podían notar como las fuerzas de Kaos emanaban poderosamente de aquella figura, e instintivamente se encogían, sobrepasados por tal poder. Sabían que a quién tenían delante no era otro que Maertise, su peor y más letal enemigo. Una procesión de Terrores y seres de diversa índole iban tras él. Les superaban ampliamente en número. No obstante, Maertise y los suyos se detuvieron en el centro de la sala. Y entonces Maertise habló.

Nos volvemos a encontrar, Cayo Lor −su sobrehumana voz sobrecogió a los presentes. No mostraba emoción alguna, y reverberaba levemente en sus cabezas, con un eco que estaba totalmente fuera de lugar−. Esta vez será la última. No tenéis donde huir ya, lo sabemos ambos. Por eso os habéis escondido en Lumina, el Santuario de los Ancestros, para daros digna sepultura con los vuestros, imagino.

Maertise. Sabía que vendrías. Escapar a tu vista es imposible. Esperaba, sin embargo, recibir a más invitados tuyos.

Tienen otros quehaceres. En estos momentos, el Demonio Soberano Gitaxias y una innumerable horda de Terrores marchan hacia Sol, a eliminar definitivamente los restos de vuestros ejércitos y vuestros aliados elfos y enanos. Los elfos del invierno están en retaguardia, rematando y limpiando a los supervivientes que quedan tras su paso. Para compensar, he traído conmigo a viejos amigos y conocidos tuyos.

Maertise hizo un gesto con la mano y doce figuras se adelantaron, perfectamente coordinadas. Todos iban pesadamente armados. Cayo Lor reconocía los rostros, ¿cómo no iba a hacerlo? Algunos eran amigos, otros, enconados enemigos, pero a todos había recibido en algún momento en los salones imperiales de Sol. A pesar de sus faltas, y de haber olvidado sus obligaciones, ninguno merecía terminar así. Aquellos patricios de Lorelan mostraban un aspecto similar al que habían mostrado en vida, pero sus ojos brillaban con un color rojo intenso antinatural. Se podía notar el Kaos que emitían sus cuerpos.

Portaban consigo las reverencias Reliquias de sus respectivos linajes. Decía la leyenda que eran armas que el mismo Loric había concedido a los hombres en los albores de los tiempos para defenderse de los servidores de Kaos. Pero los hombres habían olvidado su uso original, y en los últimos siglos las habían empleado para amasar poder y en sus propias luchas intestinas. El uso de las Reliquias estaba limitado, solo los descendientes de sangre de los linajes que las guardaban podían emplearlas. Y se decía que sus usuarios más hábiles tenían poder para acabar por sí solos con ejércitos enteros.

Aquí están, la última incorporación a mis filas: los Doce Heraldos de Kaos −proclamó Maertise−. Seleccionados entre los descendientes de los Ancestros a los que aquí honráis, y llevando consigo sus reverenciadas Reliquias.

Una jactanciosa burla de nuestros mitos fundadores. Qué predecibles sois los seguidores de Kaos: siempre confiados, creyéndoos en posesión de la verdad absoluta y que la victoria está asegurada. Pero hoy has cometido un error acudiendo aquí, Maertise. Sé que fallé a mi pueblo. Millones han muerto, media Jelena ha sido arrasada, y fui incapaz de arrancar de raíz la corrupción que anidaba en nuestros patricios, que olvidaron los mandatos que los Fundadores impusieron a sus respectivos linajes. Pero esto último lo haré bien.

Cayo Lor extendió sus brazos con solemnidad y miró desafiante a los servidores de Kaos que se alzaban frente a él.

Veo que has tenido la amabilidad de traer todas las Reliquias contigo. Eso hace las cosas mucho más fáciles. Los descendientes de los Yleos no hemos olvidado. En tiempos de crisis, los Ancestros deben de acudir a la llamada de su Emperador. ¡Con el poder del Santuario de Lumina, reclamo las Reliquias que habéis mancillado! Este Santuario está amenazado por las fuerzas de los seguidores de Kaos. ¡Nobles padres fundadores, yo os reclamo! ¡Defendedlo con todo vuestro poder!

La voz de Cayo empezó a resonar con una fuerza antinatural. Un ligero temblor empezó a sacudir los cimientos del Santuario, los presentes notaban como un poder, que había permanecido sellado por siglos, se liberaba. Y uno a uno, Cayo fue llamando a los Ancestros.

Los Siete Fieles Compañeros de Cyndaral. Tito Flavio. Marco Severo. Tarquinio Ulpio. Julia Quincia. Servia Valeria. Quinto Scevola. Sergio Corvus.

» Los Cinco Grandes Líderes de Jelena. Gaella de los Gelios, Gran Matriarca de Sabinia. Mars de los Porsenna, rey de Clustium. Janus de los Tenebrus, caudillo de la Confederación Umbra. Edea de los Sanctios, reina santa de Illia. Tulia de loa Colatinos, Arconte de las Seis Ciudades de Sabelia.

» Y por último, Cyndaral de los Yleos, el Unificador, primer Emperador de Lorelan.

Conforme los nombres iban siendo mentados, las Reliquias empezaban a brillar con la más blanca y pura de las luces e iban siendo arrancadas con una fuerza inusitada de las manos de los Heraldos. Las Reliquias flotaban, guiadas por una fuerza ancestral, alrededor del emperador lorelano. Y poco a poco, las esencias contenidas en las mismas empezaron a materializarse, esencias con un aspecto sospechosamente similar al que podía observarse en las estatuas de los altares del Santuario.

Los loritais y otros fieles de Loric no daban crédito a lo que veían. Veían como historias y leyendas que habían escuchado cobraban vida frente a sus ojos. También, sin embargo, una década antes habían creído lo mismo de Maertise y sus seguidores. Si los Terrores eran seres de carne, hueso y magia, ¿por qué no iban a serlo también sus Ancestros Fundadores? Maertise no parecía impresionada en absoluto. Se limitó a reírse, con la confianza del que ve a una presa ya cazada haciendo un último y desesperado intento por salvarse.

Ya acabé con los descendientes de tus honrados Ancestros, Cayo. Sus poderosas Reliquias no les salvaron, ni tampoco lo harán a ellos. He absorbido el poder de cientos de miles de almas que he segado en este plano terrenal. Soy Maertise, señora de vida y dadora de muerte. He roto los límites de la magia conocida. Da igual a que fuerzas llames, Emperador. Nadie puede ahora detenerme.

Es posible −respondió el emperador, calmado−. Pero aún no he terminado.

Cayo Lor subió decidido al montón de madera que se había apilado frente a la estatua de Cyndaral, y tomó consigo la antorcha que portaba consigo el jefe de los loritais, que se la cedió sin resistencia, aún sobrepasado por los acontecimientos que acababa de contemplar.

¡Escúchame, oh, Loric! Este pecador y fiel servidor tuyo os entrega todo lo que tiene, hasta su misma esencia. Prendo fuego a mi carne impura con la esperanza de que me deis la fuerza y el poder necesarios para acabar con estos infieles y servidores de Kaos.

El emperador dejó caer la antorcha de sus manos. Los loritais vieron como la hoguera empezó a prender con extraordinaria rapidez. En un momento, todo Lumina comenzó a temblar con una fuerza inusitada, parecía que iba a derrumbarse encima de todos los presentes. Se escuchó al emperador gritar, mezcla de dolor y éxtasis. Maertise y sus seguidores empezaron a moverse, inquietos. Un destelló cegador de luz inundó a los presentes y por un momento el mundo se detuvo.

Nadie pudo decir cuánto tiempo había pasado hasta que volvieron a recuperar sus sentidos. Allí donde había estado la hoguera se erguía solemne el emperador Cayo Lor. Sus ojos brillaban con la más pura de las luces de Heggon, y los loritais percibían como emanaba de su cuerpo un poder como nunca antes habían sentido.

Volvemos a encontrarnos, Maertise −la voz de la reencarnación de Loric era tranquila, fuerte y serena−. Es una pena que tu señor no esté hoy aquí para salvarte. Aún estás a tiempo. Arrepentíos de vuestros crímenes y volved a la luz de Heggon. La penitencia será muy larga y dolorosa, pero es mejor que el tormento eterno que os aguarda.

Imposible, ¡IMPOSIBLE! −por primera vez, la voz de Maertise dejó de traslucir alguna emoción. Una rabia instintiva y primigenia emergía de lo más profundo de su ser− ¡Os desintegrasteis junto a Kaos! ¿¡CÓMO HABÉIS CONSEGUIDO VOLVER!?

Es la fe de Cayo Lor la que me ha traído de vuelta. Un hombre bueno que intentó como mejor pudo cumplir con su deber. Pero era una carga demasiado pesada para los hombros de un mortal. Ahora yo terminaré el trabajo que él no pudo completar.

El más horrible de los gritos resonó entre las bóvedas de Lumina. Dos extraños vórtices se abrieron a izquierda y derecha de Maertise, con rayos y oscuridad emergiendo de los mismos. La conexión entre el plano terrenal y el espejado estaba ahora rota, y Terrores de este último plano empezaron a materializarse. Maertise extendió sus brazos y e hizo brotar dos espinas de sombras, del negro más oscuro que podían imaginarse; que asió con fuerza. En respuesta, Loric y los Ancestros avanzaron.

Las palabras son inútiles, llegados a este punto −Loric desenfundó su arma, una espada tejida con la luz más pura cuya visión no se podía soportar−. ¡Adelante!

Maertise y Loric cargaron, encabezando a los suyos. Sus armas fueron las primeras en chocar, y cuando lo hicieron, todo Lumina se estremeció.


Año 888 desde la coronación de Cyndaral el Yleo. Templo de Loric en Alba Julia, en Fiskeyja.

El día era claro y sereno, y una multitud de fiska habían acudido a la llamada que los seguidores de la Llama del Gran Poder habían diseminado por la zona. Un templo a Loric se había levantado en Alba Julia, era un monumento sencillo de planta rectangular, rodeado por zonas ajardinadas. Pequeños altares para depositar urnas se habían alzado alrededor, para seguir la tradición de honrar las cenizas de los héroes de guerra que habían perecido luchando por Loric. Con disciplina, los legionarios de la Legio IX mantenían el orden y cuidaban que no hubiera estampidas humanas ni desórdenes.

En la entrada del templo, Quinto Maxentio, líder de los clérigos seguidores de la Llama del Gran Poder lideraba la prédica y la ceremonia. Todas las autoridades lorelanas de cierto prestigio le rodeaban y escuchaban, en silencio a lo que tenía que decir. Los loritais, llevando antorchas encendidas, formaban un círculo alrededor de los citados.

El día de hoy es una ocasión solemne. Hoy, más allá de honrar el mito fundacional de mi orden, rememoramos la segunda venida de Loric al mundo. Rememoramos el sacrificio de Cayo Lor y de muchos otros que dieron su vida para que Loric pudiera regresar y vencer a los impíos servidores de Kaos. En su segunda venida, Loric dictó nuevas leyes. Entre otras cosas, selló las Reliquias para siempre para evitar que pudieran ser mal empleadas. Pero lo más importante, volvió a llenar de esperanza nuestros corazones, y nos reafirmó en su fe, en la validez y en la virtud de sus creencias.

» Es por eso que hoy prendemos esta llama, siguiendo el ejemplo del emperador Cayo Lor. Invocamos la bendición del dios Loric para que nos dé su fuerza para luchar contra los impíos, e invocamos también su protección. Este humilde servidor de Loric la pide, no sólo para proteger Alba Julia y a los que estamos aquí reunidos, sino para toda Fiskeyja. Pues todos somos hombres, y como hombres, somos Hijos de Loric.

Quinto Maxentio tomó la antorcha que Cassandra, comandante de los loritais, le prestaba. La alzó con solemnidad frente a la multitud que lo miraba, y la tiró sobre el recipiente destinado a tener la llama eterna.

Este fuego ha de arder por siempre −proclamó Maxentio−. Mi orden velará por ello. Mientras arda la llama, habrá esperanza para Fiskeyja. Si llama perece, Fiskeyja terminará pereciendo con ella.