La llegada a Desembarco del Rey

Me comenta @Rafael que ya ha llegado Connington a Desembarco (falta dilucidar un par de cosas de qué sucede con los hombres de la Tormenta, pero para efectos de roleo estamos ya los 3 en la ciudad). Corregidme si roleo algo que no os parezca adecuado.


La llegada de los ejércitos de la Mano revolucionó la capital. La visión de los elefantes de guerra de la Compañía Dorada atrajo a miles de hombres hacia la Puerta Vieja, frente a la cual miles de hombres acampaban, fuera de los muros de la misma.

Señores y capitanes desfilaron por la ciudad, rumbo a la Fortaleza Roja con Lord Jon Connington a la cabeza. Vitoreados y alabados los hombres lucían orgullosos y, a su llegada al salón del trono fueron recibidos por la corte al completo y, al fondo, sobre el trono de hierro, el rey Aerys con sus hijos Rhaegar y Viserys a su diestra, y la reina Rhaella, visiblemente embarazada a su siniestra.

¡Ah, mis queridos generales!— el rey se levantó y avanzó hacia la comitiva flanqueado por Ser Jonothor Darry —¿Qué buenas nuevas me traéis? Lord Velaryon trajo noticias de la batalla hace varios días. ¿Qué es de Cuerno de la Puerca y de Hayford? ¿Vuelven a lucir el estandarte de sus señores? ¿Qué es de los prisioneros?

OT: no ha habido más deserciones en el ejército de la Tormenta, así que luego posteo la lista definitiva de mis hombres. Pero el ejército de Robert parece estar diluyéndose cual azucarillo.


Jon casi había llorado.

A su alrededor, los pendones con el grifo revoloteando, el dragón rojo sobre fondo negro ondeando orgulloso sobre los muros de Desembarco del Rey y el pueblo aclamando su nombre, el de Aerys y el de Rhaegar. Una visión de unidad como no se había producido en aquella zona del Reino desde el inicio de la Rebelión de Lannister. La victoria había sido balsámica, y las mieles eran tan dulces…todo aquello con lo que siempre había soñado se mostraba ahora ante sus ojos.

Las mujeres lanzaban flores al paso de la comitiva, y alegres muchachitos de carnes prietas reían y cantaban mientras los caballos piafaban a medida que se acercaban a la Fortaleza Roja. Cuando cruzaron las puertas, hubo una ronda de aplausos de los nobles del reino que allí se habían reunido mientras desmontaba y tendía las riendas de su montura a Alistair. Se quitó los guantes y ajustó el cinturón antes de subir por las escaleras, sonriendo a los que le saludaban, henchido de gloria.

“El reposo del héroe” pensó para sí. Y le gustaba.

Entonces las puertas se abrieron y…

Allí estaba, Rhaegar. Su amigo. Su príncipe. Su amor. El hombre por el que habría encarado la hoguera de Aerys. No lo veía desde hace más de un año, no en persona, al menos, y aunque sus emisarios se habían enviado cartas, probablemente siguiera pensando que lo había traicionado para irse con el Rey.

Ojalá pudiera decirle que siempre estaría con él, fuera donde fuera, pero no podía. No en ese momento. No con Aerys en el trono.

-Su Majestad. Mi reina. - Jon hizo una genuflexión y bajó la cabeza. - Mis príncipes, es un honor verlos a todos. Celebro ser portador de buenas noticias. Los ejércitos de los Ríos y el Norte están en desbandada y parece que prestos a pedir la paz. - Observó a Aerys. - Robert Baratheon incumplió el acuerdo y partió sin ayudarnos. Por las noticias que escucho, los señores de la Tormenta están descontentos con sus viles actuaciones y abandonan su ejército. Pero Lannister es el principal problema ahora mismo. Debemos acabar con la víbora que pretende hacerse con el Reino.

Cambió la mirada a Rhaegar, lágrimas de alegría apenas reprimidas en sus ojos.

-Cuerno de la Puerca y Hayford son nuestros. Mi primo, Lord Roland, las recuperó con el bravo concurso de vuestros hombres de la Corona. Si me lo permitís, mi rey, iremos a dar muerte a Tywin Lannister y someter la Roca a vuestra voluntad de nuevo.

Buenas noticias, mi querida mano, buenas noticias. Más no os excedáis en vuestras funciones, no os puse a mi servicio para buscar la paz, sino para ganar una guerra— un murmullo se extendió por el salón ante la inesperada reprimenda del Rey —Dad mi enhorabuena personal a vuestro hermano, su labor no quedará olvidada. Y sobre el estado de la guerra, más tarde podremos discutirlo en consejo privado. Mas … ¿qué es de los prisioneros y los cambiacapas? Traed a Lady Catelyn a mi presencia, y a los hombres de Frey y Whent.

Jon tragó saliva. Aquello no presagiaba nada bueno. Lo que había parecido del color de las rosas hace poco se tornaba ahora en el negro de los buitres sobrevolando el lugar en el que se va a producir la batalla. Apartó la mirada de Rhaegar y la fijó en el rey.

-Vuestra enhorabuena será dada, Majestad. - Jon inclinó la cabeza. - Respecto a aquellos que reclamáis, varios son los motivos por los que no están aquí. Frey y Whent se negaron a salir de Harrenhal, pues las tropas Tully parecían estar reorganizándose para asaltar el castillo. El Tridente amenaza con colapsarse en una guerra intestina que aprovechará Lannister. Ser Duncan Whent, por cierto, se mantuvo siempre a nuestro lado, aunque no sea yo quien defenderá la mancha que pesa sobre muchos en su familia.

Inspiró hondo antes de soltar lo siguiente. Las palabras de las que podía pender su vida. A su alrededor, los murmullos en el salón del trono se apagaban.

-Lady Catelyn no está aquí. Me encargasteis ganar la guerra y en ello trabajo, pero no puede vencerse sin pacificar a los enemigos. - Sostuvo la mirada de Aerys. ¿Qué escondían los ojos violeta? - También mandé los huesos de Lord Rickard al norte. El honor es importante, mi señor. Hice un juramento a Lord Hoster Tully, y, ante todo, soy un caballero. Vos me perdonasteis la vida y me nombrasteis Mano. He honrado el juramento de la caballería y el que os presté a vos, y os he traído, con ayuda de vuestros nobles generales, una victoria. Pero el título que me otorgasteis se puede revocar con la misma facilidad. Si no os he servido bien, disponed de él.

¿Lo haría?, ¿o subiría la apuesta? Jon Connington, el vencedor en Poza de la Doncella, Aerys Targaryen, el Rey de los Siete Reinos, y Rhaegar, el heredero y antaño conspirador contra la locura de su padre. Los tres formaban un triángulo en el centro del salón del trono. El reino observaba…y esperaba la respuesta del Rey.

¡Dejadnos todos!— el fuego llenó los ojos del rey que pasó de la calma a la tempestad en tan solo segundos —¡Todo el mundo fuera! ¡guardias!, ¡echadlos a todos!— la multitud comenzó a abandonar el salón del trono mientras el rey desataba su ira sobre los que estaban a su alcance. —Tú no, Lord Toyne, esto te atañerá.


Tras unos instantes tan solo el rey, el príncipe Rhaegar, Myles Toyne, Lord Jon Connington y los tres Guardias Reales se encontraban frente al trono de hierro.

¡Arrodíllate!— Ser Jonothor Darry no dio tiempo al joven Grifo a tomar acción y de un golpe seco le hizo doblar la rodilla —Mide tus próximas palabras, Conningon, ¿Dónde está Catelyn Tully?

Jon no se esperaba aquello. El golpe de Darry, la sala vacía. Myles Toyne con cara de sorpresa cerca de él…y los gritos de Aerys.

Jonothor lo miraba, ¿sonriente?, desde arriba. Aquel bastardo. No se le había olvidado el combate a orillas del Aguasnegras. Aún lo veía como un traidor y estaba disfrutando de aquel momento. Pero no le daría el placer de llorar. Era un caballero. Era la Mano del Rey y el héroe de Desembarco del Rey y las tierras de la Corona, no un infeliz Capa Blanca que sobrevivía mendigando del puño de hierro de un rey.

-Juré a Lord Hoster, cuando lo rescaté, que le devolvería a su hija. Lysa aún está con vos, y nunca le he puesto un dedo encima. - Miró a Aerys. - Pero ese juramento me impedía traer como rehén a Catelyn Tully. Ella era la llave para pacificar el Tridente, y así lo he hecho. Los Tully vuelven a la paz del Rey y nosotros nos acercamos a la victoria en esta guerra. Lannister se queda sin aliados. - Miró ahora a Rhaegar. ¿Qué haría su príncipe?

Una y otra vez otorgo mi confianza y me pagan con deslealtad— la voz del rey se calmó inmediatamente, estaba planeando algo, seguro, ¿pero el qué? —Mi querido hijo … ¿Qué debiéramos hacer con Lord Jon?

«Necio idealista», pensó Rhaegar con una amargura no exenta de compasión. Había pasado más de un año desde la última vez que había visto al joven y arrojado señor del grifo y no había cambiado ni en su apariencia ni en su carácter. No podía decirse lo mismo del príncipe. Su aura melancólica se había desvanecido bajo una capa de fría decisión, su mirada, antaño soñadora, se había tornado dura y distante. En su larga odisea, Rhaegar había tenido que atravesar un desierto en solitario para ver como se desmoronaba la visión del mundo que había creído tener. Entretanto, Connington se había distinguido en el campo de batalla y había realizado grandes hazañas que bordeaban la línea entre la gallardía y la locura, al nivel de los más grandes héroes de los cantares de gesta.

Hubo un tiempo en que el príncipe Rhaegar habría defendido y aplaudido tales acciones de buena gana, pero cuando contemplaba al hombre que había sido solo podía sentir lástima. Lástima y furia de haber sido tan inocente, tan necio. Afortunadamente no era aún demasiado tarde para deshacer el daño causado y encauzar la situación, o al menos, para morir con la conciencia tranquila. Quizá aún hubiera futuro para él. Eso, sin duda, le agradaría a Lyanna. Ah, Lyanna… tenía tanto que decirle. Y tenía tan poco tiempo…

Dejó a un lado sus pensamientos ante el reclamo de su padre. Tenía que improvisar algo para salvar a su amigo, que imprudentemente se había vuelto a meter en las fauces del dragón, tal vez, para no salir.

No es la primera vez que Lord Connington desacata un mandato real, padre —comenzó el príncipe con voz grave y serena—. No podéis confiar en un hombre que socava vuestra autoridad cuando esta choca con sus principios. Muy rectos, sin duda, pero el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. La ley dicta la cárcel para la desobediencia de la autoridad, y la pena capital para los casos más graves. Lo sustancial, en todo caso, es que no podéis tener a un hombre como él a vuestro lado. No os aporta la seguridad que ahora necesitáis en esta hora tan aciaga.

Hizo una breve pausa antes de continuar. Veía confusión en los ojos de la Mano, y tal vez incredulidad por lo que acababa de escuchar. No le hacía falta girarse para saber que su padre estaba devorando la escena con sus ojos, con un placer casi obsceno.

En cualquier caso… creo que sería una insensatez matarlo —por el rabillo del ojo observó como Jonothor Darry entornaba la vista, decepcionado—. Os ha traído una gran victoria y se ha abierto paso donde muchos otros habrían fracasado. Habría que ser un necio para poner en duda su valía u honor. Sus faltas deben achacarse a su excesivo idealismo y no a un afán de traicionaros. No obstante, debe ser castigado. Despojadle de su cargo y enviadlo lejos de la capital, donde no pueda perturbaros.

Rhaegar Targaryen podía imaginarse la lista de posibles candidatos a ocupar el puesto, a cual más zalamero e incapaz. En todo caso, un títere era un precio bajo a pagar por salvar una vida que apreciaba. Pero aún no había terminado. Miró primero a su padre, que empezaba a revolverse en el trono, ansioso por intervenir; y después a Lord Connington, que contenía el aliento, expectante.

Creo que Lord Jon necesita un tiempo para reflexionar sobre sus acciones y para cambiar su extraña visión del mundo. Estoy seguro de que, al igual que yo, será capaz de ver lo desafortunado de su proceder.

Lanzó una última mirada a su amigo, llena de compasión y tristeza, antes de volver a enfrentar al rey.

Envíe a Ser Willem Darry al exilio por incapacidad y os tomé a mi lado porque sabía sabrías ejecutar mi voluntad. La única duda era si querríais hacerla. Os di una oportunidad de redimiros y la habéis descartado por un trastocado sentido del honor. Me habéis traído una victoria pero falta de sabor, ¿decís que los Tully vuelven a la paz del rey? Cuando lo veo lo creeré, pero aunque así fuera habéis actuado en mi contra y, como tal, debéis ser castigado. Mas mi hijo tiene razón, el precio final sería demasiado alto, levantaos Ser Jon Connington como un simple caballero, Nido del Grifo pasará a vuestro primo, quien pondrá sus hombres al servicio del príncipe Rhaegar que de seguro hará con mayor capacidad y lealtad lo que vos no habéis querido hacer— Ser Jonothor frunció el ceño, llevaba meses esperando que algo así sucediera y ahora el rey decidía abandonar la presa cuando la tenía al alcance de su mano.

Marchad de Desembarco del Rey y no volváis a hollar la misma tierra que yo o ninguno de mis hijos hasta que cumpláis con vuestra penitencia. Una dama por una dama, lo que es justo es justo, traed a la princesa y a mis nietos a mi presencia y os redimiréis lo suficiente para tomar vuestra posición como protector del príncipe, mas volved a la presencia del dragón sin pagar el precio, y os quemaréis.— Una sonrisa llenó la boca del rey.

Rhaegar— Aerys clavó sus ojos violáceos en los de su hijo —tuya es la tarea de que estas palabras se cumplan, si Ser Jon osa volver a desafiar las palabras del Trono de Hierro será por tu espada que perecerá, pues tuya es la responsabilidad de llevar este reino a buen puerto, como príncipe, como heredero y como Mano del Rey

Jon Connington no habló mientras Darry lo agarraba y le propinaba un golpe en la espalda para hacerlo andar. Tampoco mientras Aerys firmaba su sentencia de exilio. Ya no era Lord Jon Connington. El título había pasado a manos de Roland. Ahora era simplemente Ser Jon. Jon, el exiliado. Jon, caballero de ninguna parte.

-¿Por qué sonríes, imbécil? - Darry lo miraba, una mueca de asco en la cara. - Sin tierras, sin título, sin nada. Eres escoria ahora, Connington - Lo esperaba un caballo. Marcharía ahora mismo, en soledad. - Quizás pueda matarte yo mismo un día.

Jon se subió al caballo. La multitud que esperaba en la puerta de la Fortaleza Roja esperaba, silenciosa. ¿Qué había ocurrido?, ¿por qué salía la Mano sin sus pendones?

-Puede que así sea, Darry. Nos veremos pronto. - Y partió.

Esto es demasiado bonito, la verdad. Posteadlo en público hasta la parte que Aerys los echa a todos y así le dais tensión y jugo a la partida. Lo demás lo dejamos para más adelante, la misión encomendada a Lord Jon es algo que debería mantenerse en secreto.

Por otro lado, podíais ir comprobando que roleos publicos tenéis puestos y recopilar de las misiones alguno para ampliar la historia de vuestro personaje (estaba pensando en las andaduras de Lord Hoster y Jon Connington por ejemplo, su pelea con los Guardias Reales y todo eso, que creo que no está en público).