-¡Aguantad! ¡Aguantad! ¡La victoria está cada vez más cerca! ¡Ya se huele, ya se huele en el aire! ¡Aguantad! -chillaba Ser Otto, embutido en una armadura más bonita que funcional, a los hombres de Desembarco del Rey.
Estos no le respondían. Estaban ocupados siendo masacrados por las tropas Velaryon, que ya se habían encaramado al muro, y siendo incinerados por sus dragones. Con su prodigiosa capacidad de observación, Otto concluyó que la batalla, por el momento, no parecía estar decantándose a su favor; pero tenía esperanzas de que los hombres de la Puerta del Hierro rechazaran a los asaltantes y acudieran en su ayuda.
-¡Ser Otto, vengo de la Puerta del Hierro! -le dijo un soldado ensangrentado encaramándose al muro.
-¡Al fin! ¡Las tropas de refresco! ¡Han llegado, han llegado!
-¡No, Ser Otto, solo quedo yo! ¡Están todos muertos! La turba descontrolada tomó los muros y los apuñaló por la espalda.
El semblante de Otto se endureció.
-Bien, pues que así sea -murmuró para sí mismo-. El único camino hacia la victoria ahora es matar a la furcia voladora. Como siempre, lo tendré que hacer yo todo. ¡RHAENYRA! -gritó a todo lo que daban sus pulmones, abriéndose paso hasta las almenas- ¡TÚ Y YO! ¡MANO A MANO! ¡POR EL REINO! -gritó al cielo, en dirección a Syrax.
Pareció oírlo, pues giró en el aire y se dirigió directamente hacia él. Los hombres a su alrededor huyeron, pero Otto se mantuvo firme y sujetó con fuerza su espada, esa que no había desenvainado desde que tenía 20 años.
-¡RHAENYRA! -le gritó. El dragón, que a Otto le parecía intimidado por su porte y presencia, abrió la boca. El aire comenzó a reverberar conforme la temperatura aumentaba- ¡FURCIAAAAAAAAAAAAAAAAA…!
-…AAAAAAAAAAAAAARGH! -gritó, incorporándose de súbito. Miró alrededor; estaba en el suelo de una estancia amplia y luminosa, como un gran septo, pero aún mucho más grande que el Septo Estrellado de Antigua. La luz de las estrellas se colaba por las ventanas, y por dentro, grandes candelabros que colgaban del techo proporcionaban una iluminación prodigiosa-. ¡¿Eh?! ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
-Tranquilo, mi buen Otto. Ya todo ha acabado -le dijo tras de sí una voz amable pero cargada de autoridad que reconoció al instante.
-¡REY JAEHAERYS! -dijo. Se giró y lo vio allí, con su larga barba blanca y su expresión beatífica-. ¡Oh, cuánto he echado de menos vuestro talante, vuestra sabiduría! ¡Eso sí que era capacidad de conciliación, y no como mi nieto, el maldito Aemond el Consensos, que me desautoriza a cada paso! Pero… ¿cómo puede ser esto? ¡Lleváis años muerto!
Jaehaerys asintió gravemente.
-Estoy seguro de que podrás responderte tú mismo a esa pregunta, Ser Otto. Siempre fuiste el hombre más brillante de este reino.
Otto abrió la boca como para decir algo, miró alrededor y la volvió a cerrar.
-Ah. Ya… entiendo -comentó al fin-. Bueno. Qué se le va a hacer. ¿Al menos ganaremos la guerra, no?
-Sí… bueno, más o menos. ¿Qué es ganar, qué es perder?, después de todo, lo importante es que el reino perdurará -esquivó la pregunta. Conocía bien a Otto; solo oía lo que quería oír, así que le valdría con eso.
-¿Y mi casa? ¿Los Hightower seguiremos controlando Antigua, por los siglos de los siglos, no?
-Bueno -dijo otra voz, más viril y dominante-, sí, durante un tiempo al menos. Hasta todo aquello de Lord Leyton y las elecciones a alcalde y… en fin, eso no importa ahora.
Se giró y vio frente a sí a una presencia imponente, un hombre severo y terrible con talla de guerrero.
-¡¿Rey Aegon?! ¡Aegon el Conquistador! ¡El Padre de Poniente! -dijo arrodillándose atribulado.
-Levanta, levanta. Aquí todos somos iguales. Ven, te presentaré al resto -le dijo dándole la mano para que se incorporara.
Empezaron a andar por la sala, que parecía no tener fin. Aquí y allá, diversas figuras estaban enzarzadas en conversaciones sobre temas que parecían altamente intelectuales, participando en juegos de ingenio, escribiendo sesudos tratados, o degustando vino de exquisitas añadas sureñas.
-Mira, ese de allí es Lann el Listo -dijo señalando a un tipo que, sentado frente a un tablero de cyvasse, se reía a carcajadas mientras su rival le gritaba que estaba haciendo trampas-. Allí están Florian y Jonquil -continuó, señalando a un hombre de vestimentas coloridas que recitaba poesía a una bella dama-. Ese de allí es Garth Manoverde, que ya ha recogido la cosecha y está disfrutándola -se le distinguía apenas entre una densa neblina; parecía tener una pequeña antorcha en la mano-. Brandon El Constructor debe de estar fuera, creo que estaba haciendo un vivero. Y en el patio de armas están entrenando Symeon Ojos de Estrella, la Reina Nymeria y Artos el Fuerte -se oían, en efecto, el entrechocar de las armas y gritos de fondo.
-Pero… pero… ¡Todo el que hay aquí es notabilísimo! ¡Personajes de leyenda, del primero al último! -observó Otto, impresionado.
-Claro, aquí es donde vamos las leyendas al morir -le confirmó Aegon-. Los más sabios… los más valientes… los que construyeron lo imposible… los que conquistamos el mundo entero… y tú, Otto, y tú. La mejor Mano del Rey de la historia de Poniente -le dijo poniéndole una mano en el hombro.
A Otto, emocionado, se le saltaron las lágrimas.
-No imagináis… lo que significa para mí… estar al fin entre gente de mi categoría -observó secándose las lágrimas con la manga-. Mi rey, no os imagináis lo que he sufrido con los inútiles del Consejo Privado… el cojo odioso ese que abandonó Desembarco del Rey… el tonto este de las Tormentas que me mató a la guardia y se fue… y de Lannister, mira, no me tires de la lengua con Lannister porque lo de Lannister ya…
-Ya está, Otto, ya está. Ya todo pasó. No tendrás que soportar a imbéciles más tiempo.
En algún punto de las murallas de Desembarco, un montoncito de ceniza, con una mano de oro medio derretida, sonrió.