La muerte de la inocencia

Baela estaba ilusionada. A lomos de Bailarina Lunar volaba junto a la flota de las casas Velaryon, Celtigar, Massey y Bar Emmon. Iban al Valle. Un viaje seguro con el objetivo de poner bajo asedio marítimo la ciudad de Puerto Gaviota. Así se lo había explicado su abuelo, Lord Corlys Velaryon, que le había ordenado que acompañase a la flota y una vez en el campamento Arryn le informase de todo lo que sucedía.

La pequeña Targaryen había accedido, por supuesto. No sólo por sus ganas de vivir aventuras, sino por reencontrarse con Jacaerys; con su prometido. Rhaena ya había desposado a Lucerys, y que ella no hubiera contraído nupcias con el Príncipe de Rocadragón sólo se debía a lo ocupado que había estado Jace viajando a lo largo de Poniente. Lo envidiaba. Pese a las constantes cartas que le había escrito desde los castillos que había visitado, quería escuchar sus aventuras de su propia voz. Jamás lo reconocería, pero lo había echado de menos.

Pero ya quedaba menos para el reencuentro. Lord Corlys había enviado un cuervo a Daemon informándole del envío de las naves, indicando a su vez la partida de Baela y pidiendo, por exigencia de la pequeña, que no le dijeran nada al Príncipe para que pudiera darle una sorpresa.

Pequeña ilusa.

La chiquilla alternaba momentos volando sobre Bailarina Lunar para otear el horizonte y pretender que era útil en aquel viaje en el que no corría la suerte de polizona simplemente porque su abuelo había permitido su embarque. O eso creía ella, pues cuando soñaba con gritar “tierra a la vista” su gesto mutó al presenciar una flota de doscientas naves se interponía entre la costa del Valle y la flota de la Reina.

Baela descendió, aterrizando en la galera de Lord Bartimos Celtigar, quien había asumido el mando de la flota ante la ausencia de un almirante Velaryon, para informarle de lo avistado. Pudo ver cómo el gesto del Señor de Isla Zarpa se endurecía. Los marinos de sus galeras tenían probada valía, pero habían pasado el último año defendiendo Valleoscuro, y dudaba que estuvieran mentalizados para una inminente batalla. Aún así, no se amilanó, sino que comenzó a vociferar las órdenes y a trasladar mensajes al resto de la flota, antes de dirigirse a Baela y ordenarle que se alejara de la batalla, que permaneciera en los cielos.

Quiso protestar, pero no pudo hacerlo. Conocía a su padre, y sabía cuándo una orden no admitía derecho a réplica. Y el gesto de Lord Bartimos era muy similar al del Rey Consorte. Irguiéndose en su pequeña altura, la muchacha se llevó la diestra a la frente ya aceptó las órdenes, dispuesta a no alejarse demasiado de los barcos, pues la pequeña dragona tampoco tenía resistencia suficiente como para mantener el vuelo de forma ininterrumpida durante largos periodos de tiempo.

Desde la altura, un pequeño atisbo de emoción inundó el pecho de Baela, pues podría ver la batalla en un lugar privilegiado y aprender en un ejercicio práctico lo que los libros no podían enseñar.

Pequeña ilusa.

Pronto las naves chocaron, y lo que parecía una batalla naval al uso no tardó en volverse una cacería. Las flotas de los traidores del Valle obviaron a sus pares, centrando todos sus esfuerzos en abatir a la pequeña dragona que no suponía peligro alguno. Las flechas volaron y Danzarina Lunar, rápida y ágil, evitaba los envites, pero no estos no cesaban.

Durante minutos u horas, la pareja evitó los constantes ataques, pero el cansancio no tardó en hacer mella en la bestia verde. Sus pasos ágiles lo fueron más pesados, y pronto las flechas comenzaron a hincarse en las escamas de la dragona. Agudos chillidos quebraron la quietud del silencio. Y según una flecha hendía la piel del reptil, la velocidad de la pareja se resentía.

Aún así resistieron heroicamente hasta que Danzarina Lunar dijo basta, y agotada y sangrando se precipitó al mar, llevándose consigo a su jinete.

En agua salada tampoco les fue mejor a los partidarios de la Reina. Tan audaces como la pequeña, hicieron frente a los hombres de las Tres Hermanas, pero el precio a pagar fue elevado, pues tanto Lord Bartimos Celtigar como Lord Gormon Massey perecieron tratando de salvar a la hija del hombre que los había salvado en el Valle Oscuro.


El resto, como suele decirse, es historia.

Al día siguiente, las naves volvieron a chocar en un duelo tan igualado que se saldó con la victoria del Dios Ahogado, a quien honraron con miles de guerreros que se unieron a sus acuosas estancias.

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