La profecía

"Cuando el monte escupa fuego y la sal bese la tierra,
Un hombre marcado por el destino despertará la guerra.
Ni de cuervo negro ni de lobo blanco será su estrella,
Mas por su mano, Fiskeya hallará gloria o ruina eterna."

La senda a seguir está tejida de hilos quebrados,
Tres caminos se alzan: de oro, de hierro y de madera.
Nacerá de sangre y fuego, por su juramento atado,
El que atravesó las puertas, conquistador de la hoguera.

Freydis Frostbjorn se incorporó de golpe, respirando agitadamente y con los versos aún dándole vueltas en la cabeza. En lugar de una bóveda de piedra vio el cielo estrellado sobre su cabeza, y bajo sus manos sudorosas la nieve tomaba el lugar de las sábanas de seda.

-Pero qué…

Se incorporó, descalza y cubierta solo por un fino camisón. La noche era gélida, pero no parecía importarle. Echó un vistazo alrededor, desorientada. Localizó a lo lejos las luces de Bjornfestning; suspiró aliviada, al menos su involuntaria aventura nocturna no la había llevado muy lejos. Debía de estar en la ladera del Skollfjell. Echó un última vistazo alrededor, y entonces la volvió a ver, perdiéndose tras un recodo. La figura blanca. La mujer que parecía hecha de luna.

-¡Eh! ¡Espera! -le gritó.

Corrió hacia ella, tropezándose en piedras y raíces, sin importarle los golpes y arañazos. Pero cuando llegó, como tantas otras veces, ya no había ni rastro de nadie. Ni siquiera pisadas en la nieve.

-¿Quién eres? -gritó frustrada- ¿Por qué me evitas? ¿Eres… -bajó la voz, como avergonzada- ¿Eres mi…?

Cayó de rodillas al suelo, negando con la cabeza y con lágrimas de frustración brotando de sus ojos.

-No sé que me estás queriendo decir. No sé por qué me sacas del lecho, ni cómo, ni para qué. ¡No sé por qué no me dejas en paz de una vez! ¡Déjame en paz! ¿Me oyes? ¡Déjame en paz ya! ¡No quiero volver a verte! -le gritó a la nada entre sollozos.

Se dejó caer en la nieve, se secó las lágrimas e intentó tranquilizarse, y entonces, en el cielo, la vio. La aurora boreal, como un fuego verde serpenteante, formó vívidamente la imagen de una mujer alta y delgada que parecía esculpida en hielo, de facciones bellas pero terribles; facciones que guardaban un parecido significativo con las de Freydis.

-¿…madre? -musitó.

Tal y como vino, la imagen se fue, y fue sustituida por la de un hombre de rostro severo pero sereno. Un guerrero. No, no solo un guerrero; un conquistador, embutido en una armadura ornamentada. Los versos volvieron a sonar en su cabeza.

"Cuando el monte escupa fuego y la sal bese la tierra,
Un hombre marcado por el destino despertará la guerra.
Ni de cuervo negro ni de lobo blanco será su estrella,
Mas por su mano, Fiskeya hallará gloria o ruina eterna."

La senda a seguir está tejida de hilos quebrados,
Tres caminos se alzan: de oro, de hierro y de madera.
Nacerá de sangre y fuego, por su juramento atado,
El que atravesó las puertas, conquistador de la hoguera.