La recepción del príncipe dragón

Tras casi dos meses de largo viaje, Rhaegar Targaryen había llegado a Altojardín con una comitiva esplendorosa formada por varios cientos de hombres de Dayne, la mayoría de ellos, a caballo. Quería presentar ante sus nobles anfitriones apariencia de poder y grandeza. «Un poder del que carezco por completo», pensó con amargura cuando atravesaba el portón de Altojardín, a lomos de un corcel que el príncipe Doran en persona le había obsequiado para la travesía del desierto. Sus invitados, por supuesto, eran plenamente conscientes de su precaria situación.

Lord Mace Tyrell recibió a Rhaegar siguiendo a rajatabla lo que dictaba el protocolo, y junto a el se alzaba su madre, ya entrada en años, pequeña y achaparrada pero con una mirada extrañamente astuta y vivaz. El príncipe notó la lengua y sus modales algo entumecidos pero cumplió aceptablemente con las cortesías de rigor, tras separarse de su amigo Arthur Dayne días atrás escasa había sido la conversación que había tenido. Y tras lo que el compromiso les obligaba a hacer, madre, hijo e príncipe se sentaron en una mesa en los aposentos privados del señor de Altojardín, y comenzaron las negociaciones.

— Altojardín sin duda hace honor a su fama de generosidad legendaria —comenzó el príncipe al tiempo que se llenaba un vaso de agua—. Debo daros las gracias por recibirme, mi señor, mi señora. El viaje hasta aquí ha sido largo y agotador. Y debo daros las gracias también por manteneros leales al juramento de vasallaje hacia mi Casa en estos turbulentos días que atraviesa el reino. La Casa Targaryen se enorgullece de tener a la Casa Tyrell entre sus más leales aliados.

» Aunque la generosidad de mi padre es voluble, la mía no. Para recompensar vuestra fidelidad me gustaría ofreceros algo duradero y estable, una unión entre nuestras Casas. Para mí sería un honor daros la mano de mi hija a vuestro joven heredero, Wyllas. Son aún los dos muy pequeños para casarse, pero cuando sean más mayores, podría mi hija acudir de doncella a Altojardín, o vuestro hijo a la corte, en Desembarco, como escudero mío. Así los jóvenes se conocerían y harían relación antes del matrimonio formal. No quisiera parecer arrogante, pero creo que vuestro heredero no va a poder encontrar un mejor partido en todo el reino.

» Por otra parte, me gustaría haceros una petición. No voy a pediros que toméis partido públicamente por mi causa, pues a fin de cuentas, la disputa que tenemos mi padre y yo es de menor importancia frente a las numerosas insurrecciones a las que el reino se enfrenta; que son las que debemos de sofocar. Me gustaría pediros hombres para luchar contra los rebeldes. Los dornienses están reuniendo a sus hombres para combatir, pero la travesía por el desierto será larga y tendrán que pasar meses hasta que lleguen al frente. Meses decisivos que nuestros enemigos pueden aprovechar para tomar una ventaja decisiva en esta guerra. Necesito un ejército operativo cuanto antes, y eso sólo puede proporcionármelo el Dominio. Soy consciente de que habéis enviado un ejército al Tridente, a colaborar con el esfuerzo de guerra de mi padre, pero estoy convencido de que dado vuestro poderío no sería difícil levantar uno nuevo.

» Sé que el reino está pasando tiempos difíciles y que la disputa que me separa con mi padre es amarga, pero me gustaría que opinaseis con franqueza de este asunto, mis señores. Vuestro punto de vista me interesa y sin duda me servirá para encontrar con más facilidad el correcto proceder.

Rhaegar cruzó sus manos tras su parlamento y esperó con seriedad una respuesta de los dos Tyrell. Con pocas florituras había expuesto claramente lo que pensaba y sus necesidades.

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Mace iba a comenzar a hablar pero su madre le miró fugazmente y éste se detuvo. Olenna se acercó a la boca una taza con el té helado que alguno de sus sirvientes había preparado con las mejores hojas de Ladera y nieve traída de las altas cumbres y conservada en los pétreos aljibes de Altojardín. Un sabor suave, pero inaccesible para casi todo Poniente, un brebaje lleno de opulencia e intención.

Antes de hablar, miró al Príncipe a los ojos. ¿Qué había el ellos? No vio orgullo, no vio valentía, ni determinación, ni siquiera tristeza. Simplemente vio aceptación, aceptación de un destino no deseado.

El Dominio sangra, sin duda. Y parece que seguirá sangrando. Fuisteis advertidos de la compañía que debería venir con vos y en cambio habéis optado por venir con fieles a la casa Martell. ¿Qué ha ocurrido en Lanza del Sol? ¿Buscáis a un traidor que secuestró a vuestra esposa en un infantil arrebato y os encontráis a un aliado? ¿Cómo puede ser eso posible? Habláis de apoyar a vuestro padre para enfrentaros a él, junto a vos nos llega una amenaza de la casa Dorne. Atacáis la Tormenta cuando los rebeldes están en Roca Casterly, Aguasuldes o Invernalia. – Hizo una pausa y volvió a dar otro sorbo a su té, pensativa y dejando que las palabras calasen en el Príncipe.-- Invernalia, el Norte y el más preciado de sus tesoros…Pobre chica Lyanna…

Rhaegar no esperó a que Lady Olenna terminase para comenzar a hablar, no quería que la conversación fuese por derroteros distintos a los buscados.

Señora…

Príncipe, ¿qué es lo que de verdad deseáis?

Al príncipe Rhaegar no le sorprendió que Lady Olenna fuera tan directa, estaba claro que se había ganado su apodo a pulso. Hablaba de Lyanna, pero se veía a las claras que no compartía en absoluto la pena de la muchacha a pesar de sus emotivas palabras. ¿Acaso quería la anciana ver como reaccionaba? Había faltado poco para que se derrumbase ante su mención, pero no quería darle esa satisfacción. Tampoco iba a hablarle de ella, ¿qué podía decirle? Como casi todo el mundo, eran incapaces de ver más allá de lo que se avecinaba. Hablarle de profecías y de la lucha que el mundo de los Hombres tendría que hacer frente era tan inútil como peligroso. En el reino ya había un loco, no hacía falta que dijeran que su hijo estaba tocado por la misma lacra.

– Deseo la paz. Y la única forma de conseguir una paz duradera es apartando del poder a mi padre. También creo que es la única forma de curar su locura, pues el peso de la corona lo ha consumido.

A pesar de todo lo que había hecho y todo lo que le había hecho sufrir, el príncipe seguía queriendo a Aerys. Si estaba en su mano, quería asegurar que pasase sus últimos años tranquilo, alejado de cualquier engranaje del poder. ¿Lo aceptaría Poniente? Empezaba a dudarlo seriamente. «Muchos quieren su sangre para lavar su honor». Y Rhaegar no los culpaba.

– Llegados a este punto es inútil mantener el secreto, aunque me imagino que vos, señora, sagaz como sois, habéis sido capaz de leer entre líneas. El torneo de Harrenhal fue la mayor y la más cara de las tapaderas que este reino ha conocido. Mi intención era hacer partícipe a los grandes señores del reino de la incapacidad de mi padre para gobernar y encontrar una solución al respecto. Pensaba que mi padre no iba a abandonar la seguridad de la Fortaleza Roja, pero Lord Varys le persuadió de lo contrario. Estando el rey presente junto a sus eficientes informadores mi plan se vino abajo. Aún con todo abordé la cuestión directamente a Lord Tywin, que se lavó sus regias manos –para los dos Tyrell fue palpable el desprecio con el que Rhaegar hablaba de la antigua Mano del Rey–, mientras que Lord Connington tanteaba a los señores de la Tormenta con idéntico resultado. Al tiempo Lord Arryn me escribió preocupado sobre el comportamiento errático de mi padre, insinuando que contaba con su apoyo si decidía actuar –Rhaegar no pudo evitar suspirar. El apoyo de Jon Arryn sería ahora determinante–. Creo que nuestro señor del halcón está esperando a que mi causa sea lo suficientemente sólida para tomar la iniciativa. Entiendo que nadie quiere formar parte de una causa perdida.

» Os preguntaréis por qué no tanteé a vuestro hijo en el torneo. Sencillamente no confiaba en él. No me malentendáis, mi señora, pero no sabía qué clase de hombre era. Podía haber dado el soplo a mi padre y haber echado todo por tierra. Muchos son los señores del reino que aprovechándose de la generosidad de mi padre lo complacen y adulan hasta la naúsea. Creen que es la manera más sencilla de hacerse un nombre, pero muchos son los necios que se olvidan de lo peligroso que es cabalgar a un dragón. La mayoría acabarán mal para cuando todo esto acabe, de eso estoy seguro.

Rhaegar se detuvo un momento para volver a llenar su vaso de agua. La charla estaba siendo larga y necesitaba tener clara su garganta. Tenía que responder aún a muchas acusaciones y reproches que le habían lanzado.

– Si voy acompañado de servidores del príncipe Doran es por una razón muy simple: son los únicos que apoyan mi reclamo. No por creer mi causa o en un ideal mayor, en absoluto. El príncipe Doran quiere ver a su hermana como reina a cualquier precio y ello pasa por mantenerme con vida. No obstante, creo que su posición de gran ascendencia le ha hecho crecer en arrogancia, y cree que por ser mi único apoyo estoy obligado a consentir cualquiera de sus acciones. Es lo único que explica esta misiva que me habéis enseñado, más propia de una pataleta infantil que de un hombre de su categoría. Pero el príncipe Doran ha olvidado una cosa: yo no he nacido para ser una simple pieza en sus tableros. Sabed que no voy a darle legitimidad en su absurda empresa, más también me debéis de asegurar que todo este malentendido ha sido obra de la mano de mi padre.

» En cualquier caso, tenéis que tomar su pataleta como lo que es. Dorne carece de flota, y por tanto para que sus ejércitos pongan pie en el Dominio debe de cruzar el Paso del Príncipe, que lo custodia Lord Caron. Caron plantará batalla, el asedio será largo. Tenéis tiempo sobrado para reunir un ejército y aplastar la amenaza, si Doran Martell decide seguir adelante con esta locura. Aunque hay una forma más segura de acabar con este embrollo. Si mi cuñado viera que Altojardín está conmigo estoy seguro de que replantearía su posición. Y eso, desde luego, haría que no tuviera que depender de él para muchas cosas. Pero como ya os he dicho, no voy a obligaros ahora a tomar partido abiertamente en la disputa que nos separa a mí y a mi padre.

» Permitid que os diga menospreciáis a Lord Robert, mi señora. Además de ser un rebelde, es el más peligroso de todos. Gracias a su abuela, por sus venas corre la sangre real. Si consigue hacer matar a todos los Targaryen, será el soberano legítimo de Poniente de acuerdo a la estricta observancia de la ley. Por otra parte está guiado por su orgullo herido, a diferencia de lord Hoster y de lord Tywin, empujados a la rebelión por su ambición. Los hombres más pasionales son los más difíciles de tratar. Por eso Ser Richard está haciendo lo posible por contenerlo en la Tormenta.

Rhaegar inspiró hondo. En su mente ya había asumido la posibilidad de una negativa de los Tyrell a apoyar su reclamo, y tal parecía ser como iban a precipitarse los hechos. No los culpaba. No era una opción segura, no era una opción ganadora que inspirase plena confianza. A pesar de todo, les quería hacer partícipe de sus futuras intenciones. Quería demostrarles que era un hombre en quién se podía confiar.

– Podéis creer lo que os cuento o no. Pero lo que sí debéis saber es que si no cuento con vuestro apoyo intentaré, a pesar de todo, tratar de evitaros el conflicto con Dorne que tanto teméis. Este reino ya ha visto demasiada sangre y no merece ver más. Si fracaso en ello, renunciaré a mi Regencia para no debilitar más el poder de mi Casa y asumiré la dura realidad: que a pesar de sus palabras e intenciones de demandar un cambio, la mayoría de señores en el fondo anhelaban este momento, porque a pesar de ser una empresa peligrosa es en la guerra donde más riquezas y gloria se puede amasar.

Lord Mace, que había salido un momento de la sala para recibir a los señores sureños que habían llegado recientemente al castillo volvió a entrar. Rhaegar percibió que el semblante del señor del Dominio era distinto, menos sosegado y con los ojos menos perdidos que antes. No medió palabra y susurró algo al oído de su madre, que detuvo la charla con el Príncipe Dragón para escuchar lo que su hijo tenía que decirle.

Algo se quebró, si es que eso era posible, en los pensamiento de Olena y una sombra desconocida para Rhaegar cubrió su mirada. Duro un instante, pero fue lo suficiente como para que el joven Targaryen diese buena cuenta de que algo estaba mal y que la situación parecía haberse torcido en su contra.

– Mi buen Príncipe, hemos escuchado lo que habías tenido a bien decirnos. Me temo que la casa Tyrell debe rechazar vuestra propuesta. Ahora es momento de que os marchéis, unos hechos terribles han acudido y temo que no podamos ofrecer la hospitalidad que necesitáis y que a nosotros nos gustaría dar. Sois libres de cabalgar de vuelta a Dorne sin mirar atrás.