Cuando Larys fue conducido ante Rhaenyra, la reina estaba sentada en el Trono de Hierro y su rostro mostraba una expresión dura y peligrosa. El Strong era capaz de reconocer todo lo que estaba pasando por la cabeza de la mujer, todo lo que había hecho y que ahora le pesaba: las muertes, las intrigas, los sacrificios, la sangre derramada, los hijos perdidos. Tener frente a ella a un hombre que, según Daemon y Steffon, era un hombre que había luchado por su causa le resultaba aún extraño pero los hechos eran los que eran: Larys Strong había hecho por Rhaenyra tanto, o más, que algunos de sus proclamados aliados.
– Lord Larys, me alegra saber que estáis bien. Ser Steffon me contó que luchasteis para defender la Fortaleza Roja. --dijo la reina mientras Larys inclinaba la cabeza en señal de asentimiento. – Si bien no me habíais dicho que estaríais aquí así que debo admitir que todo ha sido muy conveniente.
– Sin embargo, Su Majestad, sí sabíais que vendría pues os lo anuncié --replicó Larys con toda la humildad de la que era capaz de hacer gala. – Espero que comprendáis que no podía arriesgarme a ser recibido por Lord Corlys Velaryon sin que estuvierais presente.
– Oh, sí, Lord Corlys --respondió en un tono que no dejaba lugar a dudas lo que opinaba del Señor de Marcaderiva. – Una pérdida irreparable.
Entre los presentes: Ser Steffon Darklyn, Jacaerys Velaryon - que sujetaba una espada entregada por el propio Larys - y el Gran Maestre Orwyle se hizo un silencio incómodo. Quizás no estuvieran al tanto de las acusaciones que había vertido Larys Strong sobre la lealtad última de Lord Corlys en el oído de Rhaenyra.
– Sea como sea, me alegra teneros aquí. Hay mucho que debéis contarme y, cuando lo hagáis, quiero que sea con mi Consejera de Rumores como testigo.
Tras aquellas palabras, Mysaria, el Gusano Blanco de Lecho de Pulgas, entró desde un lateral hasta situarse bajo el Trono de Hierro. Larys la saludó como quien saluda a un viejo conocido si bien nunca llegaron a encontrarse cara a cara.
– Lord Larys, sé por Ser Steffon que debo agradeceros el poder ceñirme esta corona sobre mi cabeza; también que defendierais en persona la defensa de la Fortaleza Roja. Pero, --dijo mirando por un segundo a Mysaria. – ¿Debo agradeceros también el ataque de los fanáticos del Padre Gamliel?
Mysaria sonrió satisfecha. Ella había seguido de cerca al culto de los fanáticos y supo que alguien había tomado el control de este hacía poco. Estando Cassandra Baratheon fuera de juego y no teniendo la propia Mysaria nada que ver, solo podía ser cosa de un hombre.
– El culto del Padre Gamliel de Monte Pov ha sido erradicado --dijo como toda respuesta Larys. – Queda en el juicio de Su Majestad si el coste ha sido alto o no.
Rhaenyra sopesó las palabras del Señor de Harrenhal y el silencio se convirtió en una carga para todos en la Sala del Trono. Sin embargo, este fue roto por el propio Larys quien irrumpió en una tos incontrolada.
A una señal del Gran Maestre se avisó a un copero real que llevó una jarra con vino y ofreció una copa a Larys, quien bebió.
– Habéis pasado mucho tiempo en las sombras y las Celdas Negras, Lord Larys --dijo la reina. – Sería un castigo devolveros allí.
El Lord Confesor se apoyó en su bastón y trató de recomponer su compostura tras el ataque de tos.
– Estoy a vuestra disposición, Su Majestad --respondió Larys levantando su copa.
La Targaryen hizo un ademán al copero y pidió que le sirvieran a ella.
– Lord Larys Strong, creo que os merecéis algo más que servir como Lord Confesor. Discutiremos ese y otros asuntos una vez logremos la rendición definitiva de los partidarios del difunto Aegon --comentó Rhaenyra mientras levantaba su copa y bebía a la par que Larys.
– ¿Hay algo en lo que os pueda servir ahora? --dijo Larys.
– Podéis retiraros y descansar, pronto os requeriré.
Larys terminó su copa y pidió al copero que se acercara para dejarla de nuevo en la bandeja; este después se acercó a la reina para que ella también dejara su copa y Rhaenyra la apuró antes de devolverla. Mientras la reina bebía, el antiguo Consejero de Rumores miró a quien ahora ocupaba tal lugar en el reinado de Rhaenyra y le dedico una sonrisa tan sutil y tan cargada de significado que Mysaria se estremeció; al instante supo qué había pasado pero no era capaz de reaccionar. Así, el Gusano Blanco se convirtió en testigo privilegiado del Juego de Tronos llevado a sus últimas consecuencias sin que pudiera hacer nada para evitar los acontecimientos.
– Sin embargo --retomó la palabra Larys. – Antes de decir adiós quisiera poder confesar algo.
Mysaria se revolvió incómoda en su lugar y hasta el propio Ser Steffon puso su mano instintivamente en el pomo de la espada debido al tono que empleó Larys. De repente el Señor de Harrenhal parecía más cansado y se aferraba a su bastón con más fuerza que antes.
– ¿Qué tenéis que decir, Lord Larys?
– Siempre he temido a los dragones --confesó sin pudor. – No hablo del sentido común que avisa a cualquier hombre que no debería enfurecer a un dragón, hablo de verdadero terror. Estar presente ante una de esas bestias me provocaba una sensación tal que mi juicio se nublaba y lo único que quería era salir corriendo. Imaginadlo, Rhaenyra, imaginadme a mí corriendo.
Larys acompañó sus palabras con un golpe de su bastón al pie. La reina frunció el ceño con severidad, de repente el Strong se había dirigido a ella por su nombre, obviando la deferencia que se le debía. Antes de poder recriminarle nada, Larys volvió a toser, pero a diferencia de la otra tos, esta vez era más un gorgojeo. Y el copero no estaba presente para acercarle vino.
– Por eso, a nadie debiera extrañarle que por las noches soñara con un Poniente libre de dragones, con un reino en el que se pudiera mirara al cielo sin temor a ver bestias aladas sobrevolando, con una vida en el que la llegada de un Targaryen a la Fortaleza Roja no estuviera anunciada con el aleteo infernal de su montura.
– ¡Cómo te atreves! --exclamó Jacaerys ante las palabras de Larys.
– Oh, mi buen Jacaerys. Eres un recordatorio de lo que sentí cuando supe que mi hermano aspiraba a montar un dragón. En sentido literal y figurado.
– ¡Basta!¡Lord Larys Strong, una palabra más y ordenaré vuestra muerte ahora mismo! --gritó Rhaenyra alzándose en el Trono de Hierro.
– Por eso mandé asesinar a mi hermano, Rhaenyra. Porque era un esclavo de los dragones. – Ser Steffon desenvainó su espada y esperó una orden de la reina que no llegó debido a la estupefacción en que se encontraba esta. – Y, si fui capaz de hacer eso, ¿qué más no fui capaz de hacer?
Dicho aquello, Larys comenzó a toser y se llevó la mano a la boca. Cuando la retiró estaba cubierta de sangre; el Señor de Harrenhal levantó la mirada y la cruzó directamente con la de Rhaenyra. Después sus piernas flaquearon y tuvo que arrodillarse para evitar caer a plomo.
– ¿Hasta dónde sería capaz de llegar yo, un maldito cojo ignorado tan a menudo que nadie reparaba en mí salvo contadas ocasiones, para erradicar a los dragones de Poniente? Bien, Rhaenyra, la respuesta la tenéis ante vos.
La reina quiso gritar pero en vez de eso solo pudo toser y, entonces, un gran esputo de sangre cayó a sus pies, no tan preciosos como los de Alicent, pero pies de Targaryen al fin y al cabo. El Gran Maestre corrió a asistir a la Rhaenyra mientras que Jacaerys miraba a su madre y a Steffon alternativamente. El Lord Comandante de la Guardia Real maldijo entre dientes y masculló un asesino sin creer que pudiera estar pasando aquello y sabiéndose impotente.
Larys terminó por vomitar sangre y se desplomó bocarriba, sonriendo mientras escuchaba a Rhaenyra hacer lo propio. Lo último que vio el Señor de Harrenhal fue a Jacaerys levantar a Fuegoscuro por encima de su cabeza para descargarla contra él.
El círculo se cierra.