La Unión en Los Ríos

Finalizada la primera jornada del Torneo de Aguasdulces, tuvo lugar la ceremonia de casamiento entre Ser Duncan Whent y Moyra Frey. Ambos jóvenes relucían en sus ropajes de gala, y los nervios eran palpables de un simple vistazo. Era difícil saber si dicho nerviosismo era por el gozo que sentían los contrayentes o todo lo contrario.
El septo de Aguasdulces estaba prácticamente lleno, pues a la boda habían acudido más invitados de los quizá esperados, cosa que llenaba de orgullo al Señor de los Ríos, que sonreía consciente del éxito de su convocatoria al torneo.

Frente a los prometidos, el Septón de Aguasdulces se disponía a oficiar la ceremonia . Tras la formulación de los siete votos, la invocación de las siete bendiciones y el intercambio de las siete promesas todos entonaron y disfrutaron de la canción nupcial, no habiendo nadie que se opusiese a dicha unión se procedió al intercambio de capas y el intercambio de palabras rituales:

con este beso te entrego en prenda mi amor y te acepto como señor y como esposo – dijo una nerviosa Morya Frey casi sin levantar la vista, a lo que Ser Duncan Whent respondió;
Yo te acepto como mi señora y esposa–La beso en los labios tomandola de las manos.

Aquí, ante los ojos de los dioses y los hombres, proclamo solemnemente a Ser Duncan de la Casa Whent y a Lady Moyra de la Casa Frey, marido y mujer, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, ahora y por siempre, y maldito sea quien se interponga entre ellos–Concluyó el Septón la ceremonia.

Lord Hoster Tully se levantó de su asiento e invitó a todos los asistentes a disfrutar de la cena venidera y de la ceremonia de encamamiento posterior, y sobretodo a vibrar con la próxima jornada del Torneo.

Ser Oswell Whent lucía radiante, pocos habían visto al caballero sonreír pero ver a su sobrino casarse había borrado la habitual sombra de su semblante.

Por los siete que ganaré la corona para honrar la unión

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Mientras caminaba entre los nobles reunidos en el Septo de Aguasdulces, Lady Shella Whent miraba a su alrededor, con los ojos inyectados en el color de su cabellera, visiblemente incómoda bajo la mirada de los Siete pintados sobre el mármol de las paredes y su irisada luz que iluminaba intensamente el templo. Se sentía desprotegida bajo la intensa luz de los dioses, desprovista de sus sombras, y en aquel castillo significantemente más pequeño que Harrenhal, donde no podía perderse por sus corredores que acabaran inexorablemente en su Torre Aullante, donde las sombras la protegían. De uno en otro recorría todos los rostros de los presentes, buscando alguno quizás más oscuro, traslúcido, fantasmagórico. Pero todo estaba maravillosamente iluminado por esa fastidiosa e irisada luz de los Siete, y Lady Shella se sentía vulnerable al mundo. Finalmente abandonó a su vástago a los pies del altar, inclinándose ante el Septón, y observó los anchos hombros que enfundaban galantes vestimentas bajo la capa de hilo de oro con el blasón de los nueve murciélagos de la Casa Whent.

Poco después se volvieron a abrir las puertas, y Lady Shella, colocada ya entre el público, vio entrar a su menuda nuera. Morya Frey temblaba bajo su capa en su bello vestido de lana blanca. Con sus cabellos castaños recogidos en formas florales, resaltaban en su faz unos grandes ojos oscuros y expresivos que delataban un temor atroz. Su piel ligeramente bronceada brillaba virginal bajo la luz irisada de los Siete. Al lado de su padre vulgar y encorvado, que caminaba a su derecha con toscas maneras, casi podría decirse que era una belleza. Podría haber sido peor, pensó Lady Whent. Miró los grandes ojos de Morya y se vio reflejada en su miedo a través de los años. Pensó que podría ser una buena esposa para su hijo, antes de que un escalofrío recorriera su espalda supersticiosa. Su esposo la miró con su habitual gran sonrisa mientras Morya se acercaba a su hijo, a su primogénito. Necio, pensó Lady Shella con una mezcla de cariño y desesperación. El matrimonio significa para la madre la muerte del hijo, que ya no volverá a apoyar la cabeza en su regazo. Lady Shella lo sabía y le reconfortaba que Duncan fuese a parecerse a una de sus sombras.

La ceremonia se llevó a cabo con la habitual quietud y el sepulcral silencio que Lady Shella no soportaba. Mientras ella no cejaba en su empeño de buscar aullidos de fantasmas a su alrededor, Lord Walder (Whent) dedicaba su habitual gran sonrisa alternativamente a su querida esposa y a su querido hijo. En el momento de los votos, Lady Whent volvió a perderse en los ojos grandes y oscuros de Morya, que temblaban, casi saltando fuera de sus cuencas, ante la figura enorme de Ser Duncan, que a su vez la miraba (aunque esto no lo notara su madre, perdida como estaba en los ojos de su nuera) con un brillo triste en la mirada. Pronunciaron las temblorosas palabras e intercambiaron un tembloroso beso.

Cuando terminó la ceremonia y todos se dispusieron a abandonar el Septo para la suntuosa cena, Lord Walder Whent avanzó entre la multitud para abrazar a su hijo y a Morya con gran afecto paternal, ante la mirada, inyectada en el color de su cabellera, de Lady Whent, que temblaba.

Hoster permanecía en la posición que debía, la de honor, pero dando el protagonismo a quienes debían. Una boda siempre era una celebración, aunque todo aquello le recordaba mucho a Minisa, su esposa fallecida al dar a luz al que iba a ser su segundo hijo varón. El primero de ellos, Edmure, su heredero, participaba en la boda y había conocido a muchos banderizos que, más tarde, serían aquellos que le jurarían vasallajes. Había estado nervioso unos días atrás, pero ahora parecía comportarse de buena manera.

Hoster esperó a que la boda terminase para acercarse a la familia. Primero a Lady Shella, la hermana de Minisa. Su cuñada siempre había sido mística, tan distinta a su esposa…pero él siempre la había tenido como una familia, y se había preocupado de ayudarle a encontrar su lugar en Harrenhall. Ahora, quizás se había perdido de más por sus pasillos. Luego se dirigió a la comitiva Frey, y felicitó a Walder Frey por aquella fiesta que todos vivían, por aquella celebración que unía a dos casas de los Ríos.

Él siempre se había preocupado por la seguridad del Tridente y aquello parecía significar un bien a su tierra. Y por eso Hoster era feliz, y hasta lo parecía en aquellos momentos. La fiesta seguiría fuera de las murallas de Aguasdulces con los hombres y mujeres, pero los nobles entraron en el castillo, donde se llevaría a cabo el banquete.