La luna llena iluminaba el campamento con su luz pálida, proyectando sombras alargadas y distorsionadas sobre el terreno marcado por la reciente batalla. Aegon Targaryen y sus aliados habían salido victoriosos, pero el precio había sido alto. Las bajas habían sido numerosas y la atmósfera en el campamento era una mezcla de alivio y tristeza.
Aegon, exhausto por el combate y la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, se retiró temprano a su tienda. Sus guardias personales aseguraron el perímetro, y el silencio se apoderó del lugar mientras los soldados y caballeros caían en un sueño inquieto.
Ser Rolly Campodepatos, un caballero leal y experimentado, se encontraba en su puesto cerca de la tienda de Aegon. Mientras la noche avanzaba, Rolly no podía evitar sentirse incómodo. Algo en el aire parecía diferente, como si una presencia invisible acechara entre las sombras.
A medianoche, una brisa fría recorrió el campamento. Las llamas de las antorchas parpadearon y Rolly, con su espada siempre a mano, redobló su vigilancia. Estaba cansado después de un duro día de batalla, pero era uno de los Guardias Reales y su empeño y dedicación eran mayores que su fatiga.
En algún lugar cercano los perros de uno de los cazadores de la Compañía Dorada empezaron a ladrar pero poco después el campamento quedó nuevamente en silencio. Rolly permaneció en su puesto y volvió a asegurar el perímetro de la tienda de Aegon, incluso se permitió echar un vistazo en su interior para comprobar que todo seguía bien. Hasta que el primer rayo de sol asomó en el horizonte.
A la mañana siguiente, el campamento despertó con el grito de alarma de uno de los guardias. Aegon Targaryen yacía en su cama, inmóvil, con la garganta degollada. No había signos de lucha, solo el rostro de incertidumbre y terror del desdichado rey. Nadie había entrado en la tienda durante la noche, o al menos, nadie que los guardias hubieran visto.
Los aliados de Aegon se reunieron alrededor de su cuerpo, intentando comprender lo que había ocurrido. Ser Rolly Campodepatos fue llamado para dar su testimonio. Con el rostro pálido y las manos temblorosas, relató su guardia durante la noche.
Sin respuestas claras y con el peso de la incertidumbre sobre ellos, los aliados de Aegon se prepararon para continuar su lucha. La muerte de su líder era un misterio que podría no resolverse nunca, no sin que nadie admitiera ser el asesino o la mano tras este.
Y así, bajo la luz del sol que apenas disipaba las tinieblas de la noche anterior, marcharon hacia su próximo destino, con una nueva sombra de miedo en sus corazones.