Las lecciones de Olenna

— ¡Wyllas! ¡Ven aquí ahora mismo!

Lady Olenna había gritado desde uno de los cenadores que salpicaban los amplios jardines de la fortaleza sin levantar demasiado la voz, lo justo para que el niño, camino de convertirse ya en adolescente, le pudiese oír y acudiese rápidamente a la llamada. Wyllas, sobresaltado, dejó plantada a su recién adquirida amiga, miró a su abuela y comenzó a correr por la escalinata de acceso al cenador.

Al llegar arriba un pequeño golpe en la cabeza fue la bienvenida que le dio Olenna, que comenzaba a perder parte del brío de antaño pero ganaba en mal carácter.

— Querido nieto, cualquier día me vas a traer un disgusto, ¿con quién crees que hablabas?

— Con Beony.

Otro golpe fue la réplica que obtuvo el niño ante su, por otro lado, acertada respuesta.

— ¿Es que acaso no te he enseñado nada?

— Perdona abuelo, Beony Beesbury, tres colmenas en palos de sable y oro.

Olenna suspiró. Wyllas era un buen chico, tremendamente inteligente, honesto y de buen corazón. Sería un buen señor del Dominio cuando le llegase el momento. Pero tenía que perder la inocencia que caracterizaba a los niños para aprender las normas que lo convertirían en hombre, las cadenas que le acompañarían a lo largo de toda su vida.

— ¿Recuedas cómo se llama el segundo hijo de los Buwler?

— Sí, Gilbert Buwler, toro en hueso sobre campo de sangre.

— Muy bien, Wyllas, exacto.— Una sonrisa de satisfacción se dibujó en la cara de Lady Olenna. — Tendrás que aprendar que existen ciertas normas no escritas, protocolos propios del vasallaje, entre las casas. Esa niña con la que estabas jugando está a punto de ser comprometida con ese segundo hijo de los Buwler, con Gilbert. Aunque todavía no lo comprendas, el matrimonio, el amor y las negociaciones entre casas son 3 hebras del mismo hilo. Casi siempre entrelazadas y muy pocas veces juntas. Wyllas, comienzas a ser mayor, no debes jugar con quien no te corresponde. El bien de tu casa y del Dominio dependen de que todos tus vasallos te tengan en alta estima desde el primer día en el que te observan.

Primera lección: No harás uso de aquello que no te corresponde.