Las sombras de Desembarco del Rey

Rhaenyra estaba sentada en el Trono de Hierro. No era la primera vez, ya lo había hecho en su juventud cuando su padre la educaba para reinar, algo que no había hecho con ninguno de sus otros hijos. Viserys le había querido enseñar una valiosa lección, cómo Aegon había buscado que uno no pudiera acostumbrarse al poder, que debiera estar siempre concentrado cuando actuaba como Rey.

Erguida, con la corona de su padre sobre sus sienes, supo al fin que lo había conseguido. Habían logrado honrar la memoria de su padre. Elevando la vista a los cielos, no pudo evitar pensar en él, en lo orgulloso que debía sentirse. Habían sido muchos los sacrificios, pero finalmente habían merecido la pena.

La estancia estaba vacía. La Fortaleza Roja era muy diferente a lo que recordaba. La Ciudad también lo era. Se sabía vulnerable. Durante meses aquellas gentes habían padecido los males de la guerra. Inocentes que habían sufrido en sus carnes las decisiones de los Verdes, pero que la veían a ella como la causante. Entendía su dolor, y remediaría el daño causado, pero necesitaba tiempo… y paz.

La voz de Lord Steffon Darklyn llamó su atención, despertándola de todo aquello que debía hacer para devolverla al presente. Frente a ella, una figura envuelta por una capa negra y una capucha bajo la que se intuía terciopelo rojo era escoltada a su presencia. A su lado, Lord Luthor Largent, el Comandante de la Guardia de la Ciudad al que había nombrado horas antes la acompañaba. El veterano soldado no dijo nada, se limitó a asentir antes de llevar su diestra al pecho en señal de respeto; había cumplido su función: traer a su presencia a la persona detrás de todo aquello.

Frunció el ceño. Le disgustaba que no hubieran hecho que se mostrase, mas no debió esperar mucho para ver su curiosidad satisfecha. La figura se arrodilló frente a ella, retirando la capucha y desvelando un rostro conocido: Mysaria de Lys, una de las antiguas amantes de su esposo. — Vos —.

— ¿Quién si no? — repuso el Gusano Blanco, con una maliciosa sonrisa en sus labios. Hacía años que Mysaria no se arrodillaba, pero bien sabía que en aquel momento debía mostrarse sumisa, pues estaba a punto de recuperar su inversión en tiempo y esfuerzo.

Rhaenyra tomó el papel que llevaba en sus manos, la carta que habían enviado a Daemon días antes para señalar que el momento de tomar Desembarco del Rey había llegado. No había dudado. Al contrario que Lord Corlys, quien había llegado a valorar regresar al ver los hombres Hightower en las murallas, la Reina había aceptado las palabras del enlace de Daemon. Una sonrisa desdeñosa curvó sus labios al pensar en su Consejo Privado en general y en su Mano en particular. — Habéis demostrado ser más valiosa que el resto de mis Consejeros — repuso, pues de entre ellos había quienes ni tan siquiera se habían presentado en Rocadragón. Qué decir de Lady Jeyne Arryn, a quien justificaba por sus problemas en el Valle, pero ni los Glover ni los Connington habían resultado ser útiles.

Mysaria calló, limitándose a aceptar el cumplido con un leve asentimiento de cabeza, antes de escuchar la pregunta que tanto anhelaba. — ¿Cómo lo has hecho? — inquirió la reina, alzando entonces la mirada Mysaria para encontrar los iris violáceos de la valyria.

— No quisiera aburriros, Majestad — comenzó, en lo que era un discurso perfectamente estudiado — lo más importante fue mantener el control de la Guardia de la Ciudad, son hombres leales a vuestro esposo — expresó, sin que le pasase desapercibido el dolor que se intuyó en un leve instante en las facciones de la Reina — y que han velado por vuestro bien. No fue fácil, Otto Hightower y Larys Strong jugaban también sus cartas, pero todo cambió con los actos de la guerra. Vuestro sobrino era querido en la Capital, y su Consejo os mostró como aquella que les privaba del alimento. Fue difícil cambiar aquello… y cuando lo logramos, sucedió lo de Grajal, que arruinó la imagen de concordia que habíais mostrado — recordó, en lo que había sido un contratiempo que había truncado sus planes.

— Nos hemos limitado a utilizar aquello que se nos brindaba. Los éxitos de vuestro esposo, los fracasos de vuestros enemigos… y hemos jugado con fuego, como habéis podido comprobar. Alteza, meses atrás un grupo de radicales, guiados por aquel que se hacía llamar Pastor, iniciaron una cruzada contra los Targaryen. Lord Larys consiguió acabar con la vida de su líder, al que sucedió el Padre Gamliel. Por mi parte, yo tuve que valerme de ellos — resumió, sin querer entrar en más detalles.

Por su parte, Rhaenyra la miraba con una mezcla de curiosidad y preocupación.

***— Sin embargo, no fui la única que utilizó a los antidragones. Cassandra Baratheon, una vez llegó a la ciudad, intentó abarcar más de lo que podía aspirar. Se trata de una joven ambiciosa, que codicia la corona y dispuesta a todo para conseguirla. Se acercó al Padre Gamliel, y fue ella quien condujo a la turba a atacar a Alicent, Helaena y sus hijos. Fallecieron Jaehaera y Maelor, con lo que no tuvo éxito. Cuando intentaba abandonar la ciudad, mis hombres la detuvieron ***expuso, sin querer entrar en detalles. Sabía que la muchacha se veía con el Padre Gamliel, pero había errado al subestimar lo que estaba dispuesta a hacer.

La Reina había abierto los ojos. Siempre había creído que aquella había sido una maniobra de los hombres de su esposo. Atónita, no pudo evitar recordar que había ordenado meses atrás que se tuviera clemencia con aquella muchacha visto lo útil que había resultado su hermana…

— Cassandra ha sido muy útil. Al principio, creyéndome su colaboradora, me ayudó para encontrar al Padre Gamliel y utilizarlo. También lo hicieron sus hombres, aunque ellos lo hicieron sin saberlo. Mientras movilizábamos al Padre Gamliel para que atacase Pozo Dragón, los hombres de las Tormentas llegaron a la ciudad, entraron por la Puerta del Río espada en mano a la búsqueda de la cervatilla, y acabaron con la Guardia de la Ciudad a la que culparon del secuestro de la joven. Los Capas Doradas se disolvieron como un azucarillo en agua caliente, dejando la ciudad a merced de los delincuentes… y facilitándome mucho el trabajo — añadió, antes de tomar aire y tragar saliva. — Poco después abandonaron la ciudad, en dirección a Harrenhal, justo cuando la turba que el Padre Gamliel había organizado tomó Pozo Dragón. Horas antes, vuestros hermanos habían abandonado la ciudad a lomos de sus dragones. Si nuestro plan hubiera tenido éxito, allí hubieran perecido Fuegosol y Fuegosueño — añadió, sin tratar de ocultar su decepción. — Pese al fracaso, la oportunidad de tomar Desembarco del Rey estaba sobre la mesa: sin dragones y sin ejércitos, os escribí para que no dejaseis pasar la oportunidad… Si hubierais dudado, las tropas del Dominio hubieran cruzado la bahía del Aguasnegras y vos hubierais perdido la guerra —.

Rhaenyra trataba de asimilar todo lo que había escuchado. De no ser por aquella mujer, si se hubiera dejado guiar por sus Consejeros, no estaría sentada en el Trono de Hierro. — Habéis demostrado ser más capaz y más leal que todos mis consejeros. Por ello, os nombro mi Consejera de Rumores — terció, en el que era su primer edicto desde el Trono de Hierro.

Mysaria no sonrió. Aquello era lo que esperaba, lo que tanto había esperado. Sus ambiciones finalmente cumplidas. Se inclinó, sabedora de que, desde ese momento, sólo tendría que reverenciar a los Reyes.

— Ahora dime, ¿dónde está Cassandra Baratheon? —.

Mysaria mantuvo la mirada de su Reina, antes de exhalar un breve suspiro. — Alteza, hay cosas que es mejor que desconozcáis, por vuestro bien. Conociendo a vuestro esposo, podréis imaginar a qué me refiero —.

El gesto de Rhaenyra se torció. Mysaria contaba con ello. Los rumores acerca del exilio de Daemon eran ya conocidos en la capital, como que había dejado el Valle en dirección a los Ríos. — Mi esposo hace mucho que me traicionó — repuso la reina, sin tratar de ocultar su dolor.

— Alteza, si me permitís la osadía, os recordaré la fábula de la rana y el escorpión — dijo, en tono amable, antes de relatar el cuento. — Daemon es el escorpión, es su naturaleza el truncar sus aspiraciones y anhelos, buscando la forma de destruirse a sí mismo. Lo ha hecho a lo largo de toda su vida. Y pese a que vos podíais ofrecerle aquello que creía haber anhelado, cuando lo ha tenido al alcance de su mano, ha buscado la forma de perderlo. Porque ese es Daemon Targaryen — continuó, sin ocultar el cariño que aún sentía por el hombre del que había estado enamorada y que la había abandonado durante años hasta que la había necesitado. — Pero no dudéis de que os quiere, y que siempre ha estado de vuestra parte, pues esta imagen es la culminación de su obra — concluyó, mientras miraba a Rhaenyra sentada en el Trono de Hierro.

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