El sol ya brillaba en lo alto de los cielos. Tras la batalla los legionarios habían montado un improvisado campamento para descansar y festejar que seguían con vida. Los tauros arrasaban con la cerveza fiska de Nathul. Por un rato el procónsul se había unido con ellos pero después se había retirado a descansar un poco. Apenas había conseguido dormir tres horas, su cabeza estaba llena de preocupaciones y sin terminar de asimilar la inmensa victoria que habían logrado. No podía permitirse, sin embargo, el lujo de descansar lo que le habría gustado. Llamó con urgencia a su estado mayor y procedió a requerir un informe actualizado de sus fuerzas, necesitaba saber cuáles habían sido las bajas para empezar a pensar qué hacer. Porsenna aún seguía algo abstraido, considerando el milagro que Loric había bien tenido obrar mientras escuchaba el reporte de uno de los miembros de su estado mayor.
–…de la IV cohorte, contamos 67 muertos, 33 heridos y 6 desaparecidos –informaba el centurión Cayo Polión, un hombre grueso y calvo como un huevo al procónsul, pero veterano de los pies a la cabeza. Una raja que le atravesaba toda la mejilla en el rostro, recuerdo de otra batalla, así lo atestiguaba–. Pero de los que están vivos, al menos, confirmo las impresiones que hasta ahora han presentado los otros centuriones: aunque la moral está elevada, están exhaustos. Es imperativo descansar…
Una honda, gutural y animal carcajada hizo tambalearse la tienda en la que estaban los presentes.
– Hablaréis por vosotros, hombrecitos. Para mis muchachos esto no es más que el comienzo –aquella mole de tauro con peto y espaldar parecía haber salido de bañarse en sangre concienzudamente. Su hedor y su presencia asfixiaban a los presentes. Porsenna ni dudaba que había devorado algunos de los corceles de los pobres jinetes que habían tenido la desgraciada suerte de toparse en su camino… si no había devorado a los mismos, aprovechando la oscuridad de la noche. El procónsul le había prohibido esto último de manera tajante, ¿pero quién sabe que horrores habían perpetrado aquellas bestias al abrigo de las sombras? Bastante ocupado estaba en dirigir a sus hombres–. La Caza debe de seguir, los Señores del Bosque así lo han dispuesto. Hemos de seguir honrándoles con nuevas ofrendas…
– Aquí nos regimos por las leyes y usos de Lorelan –replicó Polión, cortante–, no por las de los bárbaros tribales de Kellek. No os déis tantos aires, Camos, incluso matar de manera indiscriminada es una actividad que cansa.
– No diríais eso si no estuviera el general delante, hombrecillo –el tauro bufó, amenazante, pero el veterano Polión no se arredró–. ¡Vamos, salid fuera y repetid esas palabras!
– ¡SILENCIO! –la voz del procónsul golpeó como una bofetada a todos los presentes– No voy a consentir más estupideces ni interrupciones absurdas –le lanzó una mirada peligrosa al tauro y a Polión–. Si no tenéis nada más útil que aportar, callaos. Marco Tulio, reporte sobre el estado de la V cohorte. Podéis pro…
El general de la Legio IX fue interrumpido por un loritais de blanca armadura que entró con paso marcial en la tienda. Con zancadas rápidas y ágiles alcanzó muy rápido al procónsul, se cuadró frente a él y procedió a informar.
– Disculpad la interrupción mi general, pero el capitán de una de las patrullas de exploradores acaba de volver. Está cansado y algo alterado, solicita veros con extraordinaria urgencia, o eso dice al menos uno de sus hombres que chapurrea algo el loriciano… porque yo, de las lenguas de la Sargassia, no entiendo ni una palabra, mi general.
– Que pase –concedió sin pensar Porsenna– El príncipe Adin Salah está presente con nosotros, él nos hará de intérprete.
Adin Salah había sido un hombre atractivo en su juventud, con sus ojos verdes, su voz grave y profunda, su porte regio y gallardo y sus cabellos morenos sedosos, ahora teñidos de plateado por la edad. Era el príncipe de la ciudad de Qadim, hermano del actual dirigente, una muy prospera ciudad que había nacido al abrigo de un gran oasis situado en el desierto de Mahala, en las tierras de Sargassia, en el lejano y sur Kellek. Se había unido a la expedición como pueblo amigo de Lorelan, con sus ágiles jinetes del desierto.
Se impuso entonces en la tienda un silencio expectante. Todos suponían que nuevas urgentes traería aquel explorador, pero nadie se atrevía a expresarlas en alto. Acaban de salvar la vida en circunstancias muy adversas y pareciase ahora que volvían a meterse en la boca del lobo. «Esta maldita isla es una tierra de pesadilla», reflexionó Porsenna. No quería pasar ni un día más del estrictamente necesario para volverse a su querida Aricia, pero el deber que el Emperador Lycaon y el Senado de Lorelan le habían impuesto era demasiado pesado, y él descendía de Mars Porsenna, uno de los Doce Ancestros Fundadores; los doce sirvientes más fieles al primer emperador y de los que decía descender todo el patriciado. El honor le exigía cumplir con creces lo encomendado,
El loritais entró acompañado del hombre del desierto, que vestía con las ropas tradicionales de su pueblo, de tonos claros y con turbante. Adin Salah dirigió unas palabras en la lengua de Sargassia al explorador y el hombre empezó a hablar rápido y apresuradamente. Cuando terminó, el príncipe de Qadim tradujo con su voz grave y profunda.
– Este hombre que tiene a bien serviros, de nombre Sarhim y del clan de los Al-Benás os informa de que un nuevo ejército de fiska se aproxima hacia nuestra dirección. Estima que son unas siete mil almas…
– Pregúntale a que distancia están de nuestra posición –inquirió el procónsul–. Es una información fundamental.
– Unas cuantas horas de marcha, dice. Hacia el noroeste –tradujo el príncipe una vez que su compatriota hubo terminado–. Un día, dos, a lo sumo. Dice que está seguro de que saben donde estamos, así que probablemente sea un día.
– Sea. Habrá batalla, entonces –sentenció Porsenna, decidido–.No voy a privar del merecido descanso a mi ejército, que bien sabe Loric que nos lo hemos ganado. No nos vamos a retirar.
– Juntos vienen y juntos los derrotaremos –Cassandra Asina, la comandante de los loritais, su guardia personal, la flor y nata de la infantería de Lorelan seguía aún mascando el hecho de no haber participado en tal victoria, a pesar de haber hecho un trabajo previo fundamental a la misma. Su fiera melena de cabello plateado mostraba ahora todo su esplendor, sin recoger–. Ahora tenemos la colina y la ventaja del terreno para compensar nuestro escaso número.
– ¡Ataquemos, digo yo! –propuso con entusiasmo Cayo Polión– Nuestro éxito reciente radicó fundamentalmente en la sorpresa. ¡Vos mismo lo dijisteis, mi general! ¡Les hemos presentado a los fiska algo que no habían visto nunca, y vaya que si ha funcionado! Los hombres están ansiosos por combatir: propongo explotar su ardor guerrero.
– Polión tiene razón –el centurión de la VII cohorte, Marco Lindilio, asintió con convencimiento–. ¿Qué mejor defensa que la que un buen ataque otorga? Vendrán confiados a nosotros, frescos, pensando en acabar con nosotros… no se esperarán nuestro ataque.
– ¡Al fin! –bramó Camos– Unos centuriones de Lorelan aguerridos. Mañana cenaré más corceles de fiska –la bestia empezó a relamerse ante la perspectiva. Algunos centuriones lo apoyaban, embriagados de éxito, otros preconizaban posturas más sensatas. Adin Salah escuchaba en su reflexivo y característico silencio. Porsenna encontró la visión obscena y apartó la vista. Miró hacia el fiel Voreno, aquel veterano que le había acompañado durante media vida, un hombre duro, un aricio de los pies a la cabeza, valor seguro en cualquier empresa a acometer. Sus miradas se encontraron y se entendieron sin necesidad de palabras. El primus pilus de la legión, el centurión de la I cohorte alzó su voz sobre la algarabía y la detuvo en seco.
– ¡Mi general! ¡Mi general! –el centurión Paulo Voreno puso el puño cerrado sobre su pecho al dirigirse a Porsenna, con disciplina marcial– Sabed que la primera cohorte agradece la confianza que tenéis depositada en nosotros: os seguirá hacia donde dictéis y acatará las ordenéis que tengáis a bien darnos sin rechistar, sean de avance, asegurar la posición o retirarnos al lugar que consideréis. Con usted al mando, no dudamos de la victoria.
Años después, el escritor Eumenes, en sus Comentarios sobre la campaña de Fiskeya relataría de tal modo:
…y regresando el procónsul a la tienda del improvisado campamento que tras la gran victoria se había montado, comentó a uno de sus loritais que durante toda su vida había luchado para conseguir la victoria, pero que hoy, por primera vez, había luchado por su vida.