Los dados que fueron lanzados

Bajo los techos de las estancias privadas de los señores de Ingridsdottir Flavio Porsenna recibía el informe que Ma’at le estaba relatando oralmente. Aquella sala le gustaba a Porsenna, estaba en el segundo piso de la casa del jarl y tenía una gran ventana de madera que la iluminaba. Había establecido allí su estudio, lleno de mapas y de detallados informes e inventarios. Sentados, cara a cara, el procónsul escuchaba con atención lo que la hechicera le relataba. A pesar de su relativo éxito, Ma’at y sus Ninaz habían sido descubiertos, y su huida se había complicado mucho. «Hasta los Ninaz están fallando». El desastroso desembarco, la indisciplina en territorios de los Astridsson y ahora esto. «¿Acaso hemos perdido el favor de Loric? ¿Estaba esta expedición condenada desde el principio?», reflexionó con amargura. Sin duda, algunos hombres en el campamento ya se planteaban estas cuestiones, y algunas «malas cabezas» de la I Cohorte no hacían más que agravar el problema.

Así que están en marcha ya, decís –comentó el procónsul con un suspiro. Las últimas jornadas habían sido agotadoras, pero sobre todo, le abrumaba lo mal que todo estaba yendo.–. Era esperable, pero contaba con disponer de algún día más. Quizá sea lo mejor, eso significa que no ha reunido a todas las fuerzas que podría haber concentrado. Aún así… dos tribus… Ya sabemos como terminó la historia la última vez que una legión se enfrentó a fuerzas similares.

A diferencia de Calosio, sabéis lo que se viene encima –razonó la hechicera–. Tenéis aún margen de decisión. ¿Se sabe algo del cónsul Serenus? ¿Vendrá?

Oh, sí –la mirada que le dedicó Porsenna habría petrificado a una gorgona–. Nuestro mensajero regresó hoy, aunque debo pensar si revelar la información que me dio a los capitanes y oficiales. Serenus le despachó de vuelta, está frente a los muros de Logenson. Dice que cuando lo tome decidirá que hacer. Parecía bien guarecido así que será una carnicería… Pero lo peor es que ha dividido a su ejército en territorio hostil, sin tener ninguna clase de informe sobre las fuerzas y posición del enemigo. Solo Loric sabe como puede acabar eso. El Senado ha enviado a un nuevo Calosio a la isla. Así que respondiendo a tu pregunta: no, no podemos contar con él. Estamos solos.

Se instaló entre ambos un largo silencio. Se escuchaba a lo lejos algún aullido de un lobo, la noche ya había caído.

¿Qué vais a hacer? –Ma’at fue directa y al grano. Le pareció ver al cónsul que sus ojos ambarinos brillaban más de lo normal. ¿Era la noche, que era especialmente cerrada?–. En circunstancias normales estaría reorganizando a los Ninaz. No es normal que hayan fracasado de esta manera. Si he vuelto es para daros la posibilidad de elegir.

Debo de pensarlo. La campaña ha sido desastrosa hasta el día de hoy. Apenas hemos conseguido cumplir los objetivos que habíamos previsto –el procónsul cabeceó su cabeza de un lado para otro, con cierta inquietud–. Tampoco es un escenario que no se hubiera pasado por mi cabeza. Al final, la guerra es como abrir la puerta de una habitación cerrada: nunca sabes qué vas a encontrar.

De nuevo, otro silencio, esta vez, más breve que el anterior.

Acataré la decisión que toméis, pero si aceptáis mi consejo, os ruego que penséis en todos los sacrificios que hemos hecho para llegar hasta aquí. Las piezas están ya dispuestas, y los dados fueron lanzados. En ocasiones no hay más remedio que aceptar con entereza el curso de acción que otros nos han dispuesto –para la hechicera, estaba todo dicho. Se irguió en toda su altura de su asiento y se despidió–. Si me necesitáis, estaré abajo.

Porsenna hizo un breve asentimiento con la cabeza dando a entender que estaba conforme y volvió a mirar un mapa de las tierras y campiñas de los Rivendall. No sabía aún que iba a hacer para poder salir vivo y entero de allí.

Otro ejército habría abandonado la marcha hace mucho, pero laa legión novena era veterana de las campañas de Kellek y con el procónsul abriendo la marcha no cejó en su avance. En lo alto de la colina, los hombres de Rivendall mantenían fierme su muro de escudos, protegidos por algunas barricadas y listos para el encontronazo.

El zorro coronado de la legión brillaba a la luz de las antorchas mientras los tambores marcaban el ritmo de la ascensión. Pronto, un toque de bucina rompió la tranquilidad de la noche y el ritmo de las legiones se aceleró. Venables y jabalinas comenzaron a caer sobre los hombres de Lorelan que no cejaron en su avance aunque las líneas comenzaron a flaquear, incapaces de mantener el orden. El flanco derecho, liderado por la cuarta cohorte tomó la delantera y la batalla estalló, en segundos se vieron rodeados por la masa de fiska y sus líneas comenzaron a fallar. Pronto, un segundo toque de bucina trató de recomponer las líneas lorelanas mientras los centuriones gritaban como poseídos, pero todo fue en vano y las cohortes comenzaron, una a una, a retroceder sobre sus pasos.

Sabiendo que era su oportinudad los jinetes de Sigurdsson y Astidsson comenzaron a envolver a las legiones tratando de cortar su retirada cuando, salidos de la negrura de la noche los tauros cargaron sobre ellos. Los fiska habían oído rumores de estas criaturas, pero nunca las habían encontrado en el campo de batalla. Camos lideró la carga, casi 3 metros de puro músculo coronados por una bovina cabeza con largos cuernos engrasados que prendió segundos antes de emprender la carga.

En la cima de la colina, Einar trató de mantener las líneas en vano, viendo a los lorelanos retroceder uno tras otros los hombres del clan se lanzaron a su persecución cuando, al tercer toque de bucina, los lorelanos reformaron a velocidad pasmosa y, con toda contundencia, las líneas chocaron.

Desde la retaguardia Runa Ingridsdottir pudo ver como los jinetes de Sigurdsson fueron diezmados por la carga de los tauros mientras que los de Astridsson rompieron la formación y emprendieron la huida. Temiendo que lo peor sucediera si los tauros reinaban libres por el campo de batalla reunió a todos los jinetes y los envió a mantener a raya a las bestias mientras esperaba que las líneas aguantaran, era todo lo que se necesitaba, que aguantaran.

Las cohortes lorelanas comenzaron a hacer gala de lo que mejor sabían hacer, luchar, a cada toque de bucina empujaban las lineas fiska colina arriba, trastabillando y, en segundos, reemplazaban a la primera línea por hombres frescos mientras los hombres de Rivendall se amontonaban tratando de alcanzar la línea de batalla. Metro a metro la batalla fue avanzando colina arriba y cuando los lorelanos alcanzaron la cima de lo colina y el primero de los fiska dio la vuelta y echó a correr la suerte quedó echada, uno tras otro los hombres de Rivendall comenzaron a romper la formación y ni si quiera los cánticos de Signe Rivendall pudieron recomponerlas.

Un último toque de bucina empujó a las cohortes a avanzar colina abajo acabando con ls rezagados mientras los tauros se regocijaban ante la carniceria y los cientos de hombres y caballos que agonizaban a sus pies.

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El sol ya brillaba en lo alto de los cielos. Tras la batalla los legionarios habían montado un improvisado campamento para descansar y festejar que seguían con vida. Los tauros arrasaban con la cerveza fiska de Nathul. Por un rato el procónsul se había unido con ellos pero después se había retirado a descansar un poco. Apenas había conseguido dormir tres horas, su cabeza estaba llena de preocupaciones y sin terminar de asimilar la inmensa victoria que habían logrado. No podía permitirse, sin embargo, el lujo de descansar lo que le habría gustado. Llamó con urgencia a su estado mayor y procedió a requerir un informe actualizado de sus fuerzas, necesitaba saber cuáles habían sido las bajas para empezar a pensar qué hacer. Porsenna aún seguía algo abstraido, considerando el milagro que Loric había bien tenido obrar mientras escuchaba el reporte de uno de los miembros de su estado mayor.

…de la IV cohorte, contamos 67 muertos, 33 heridos y 6 desaparecidos –informaba el centurión Cayo Polión, un hombre grueso y calvo como un huevo al procónsul, pero veterano de los pies a la cabeza. Una raja que le atravesaba toda la mejilla en el rostro, recuerdo de otra batalla, así lo atestiguaba–. Pero de los que están vivos, al menos, confirmo las impresiones que hasta ahora han presentado los otros centuriones: aunque la moral está elevada, están exhaustos. Es imperativo descansar…

Una honda, gutural y animal carcajada hizo tambalearse la tienda en la que estaban los presentes.

Hablaréis por vosotros, hombrecitos. Para mis muchachos esto no es más que el comienzo –aquella mole de tauro con peto y espaldar parecía haber salido de bañarse en sangre concienzudamente. Su hedor y su presencia asfixiaban a los presentes. Porsenna ni dudaba que había devorado algunos de los corceles de los pobres jinetes que habían tenido la desgraciada suerte de toparse en su camino… si no había devorado a los mismos, aprovechando la oscuridad de la noche. El procónsul le había prohibido esto último de manera tajante, ¿pero quién sabe que horrores habían perpetrado aquellas bestias al abrigo de las sombras? Bastante ocupado estaba en dirigir a sus hombres–. La Caza debe de seguir, los Señores del Bosque así lo han dispuesto. Hemos de seguir honrándoles con nuevas ofrendas…

Aquí nos regimos por las leyes y usos de Lorelan –replicó Polión, cortante–, no por las de los bárbaros tribales de Kellek. No os déis tantos aires, Camos, incluso matar de manera indiscriminada es una actividad que cansa.

No diríais eso si no estuviera el general delante, hombrecillo –el tauro bufó, amenazante, pero el veterano Polión no se arredró–. ¡Vamos, salid fuera y repetid esas palabras!

¡SILENCIO! –la voz del procónsul golpeó como una bofetada a todos los presentes– No voy a consentir más estupideces ni interrupciones absurdas –le lanzó una mirada peligrosa al tauro y a Polión–. Si no tenéis nada más útil que aportar, callaos. Marco Tulio, reporte sobre el estado de la V cohorte. Podéis pro…

El general de la Legio IX fue interrumpido por un loritais de blanca armadura que entró con paso marcial en la tienda. Con zancadas rápidas y ágiles alcanzó muy rápido al procónsul, se cuadró frente a él y procedió a informar.

Disculpad la interrupción mi general, pero el capitán de una de las patrullas de exploradores acaba de volver. Está cansado y algo alterado, solicita veros con extraordinaria urgencia, o eso dice al menos uno de sus hombres que chapurrea algo el loriciano… porque yo, de las lenguas de la Sargassia, no entiendo ni una palabra, mi general.

Que pase –concedió sin pensar Porsenna– El príncipe Adin Salah está presente con nosotros, él nos hará de intérprete.

Adin Salah había sido un hombre atractivo en su juventud, con sus ojos verdes, su voz grave y profunda, su porte regio y gallardo y sus cabellos morenos sedosos, ahora teñidos de plateado por la edad. Era el príncipe de la ciudad de Qadim, hermano del actual dirigente, una muy prospera ciudad que había nacido al abrigo de un gran oasis situado en el desierto de Mahala, en las tierras de Sargassia, en el lejano y sur Kellek. Se había unido a la expedición como pueblo amigo de Lorelan, con sus ágiles jinetes del desierto.

Se impuso entonces en la tienda un silencio expectante. Todos suponían que nuevas urgentes traería aquel explorador, pero nadie se atrevía a expresarlas en alto. Acaban de salvar la vida en circunstancias muy adversas y pareciase ahora que volvían a meterse en la boca del lobo. «Esta maldita isla es una tierra de pesadilla», reflexionó Porsenna. No quería pasar ni un día más del estrictamente necesario para volverse a su querida Aricia, pero el deber que el Emperador Lycaon y el Senado de Lorelan le habían impuesto era demasiado pesado, y él descendía de Mars Porsenna, uno de los Doce Ancestros Fundadores; los doce sirvientes más fieles al primer emperador y de los que decía descender todo el patriciado. El honor le exigía cumplir con creces lo encomendado,

El loritais entró acompañado del hombre del desierto, que vestía con las ropas tradicionales de su pueblo, de tonos claros y con turbante. Adin Salah dirigió unas palabras en la lengua de Sargassia al explorador y el hombre empezó a hablar rápido y apresuradamente. Cuando terminó, el príncipe de Qadim tradujo con su voz grave y profunda.

Este hombre que tiene a bien serviros, de nombre Sarhim y del clan de los Al-Benás os informa de que un nuevo ejército de fiska se aproxima hacia nuestra dirección. Estima que son unas siete mil almas…

Pregúntale a que distancia están de nuestra posición –inquirió el procónsul–. Es una información fundamental.

Unas cuantas horas de marcha, dice. Hacia el noroeste –tradujo el príncipe una vez que su compatriota hubo terminado–. Un día, dos, a lo sumo. Dice que está seguro de que saben donde estamos, así que probablemente sea un día.

Sea. Habrá batalla, entonces –sentenció Porsenna, decidido–.No voy a privar del merecido descanso a mi ejército, que bien sabe Loric que nos lo hemos ganado. No nos vamos a retirar.

Juntos vienen y juntos los derrotaremos –Cassandra Asina, la comandante de los loritais, su guardia personal, la flor y nata de la infantería de Lorelan seguía aún mascando el hecho de no haber participado en tal victoria, a pesar de haber hecho un trabajo previo fundamental a la misma. Su fiera melena de cabello plateado mostraba ahora todo su esplendor, sin recoger–. Ahora tenemos la colina y la ventaja del terreno para compensar nuestro escaso número.

¡Ataquemos, digo yo! –propuso con entusiasmo Cayo Polión– Nuestro éxito reciente radicó fundamentalmente en la sorpresa. ¡Vos mismo lo dijisteis, mi general! ¡Les hemos presentado a los fiska algo que no habían visto nunca, y vaya que si ha funcionado! Los hombres están ansiosos por combatir: propongo explotar su ardor guerrero.

Polión tiene razón –el centurión de la VII cohorte, Marco Lindilio, asintió con convencimiento–. ¿Qué mejor defensa que la que un buen ataque otorga? Vendrán confiados a nosotros, frescos, pensando en acabar con nosotros… no se esperarán nuestro ataque.

¡Al fin! –bramó Camos– Unos centuriones de Lorelan aguerridos. Mañana cenaré más corceles de fiska –la bestia empezó a relamerse ante la perspectiva. Algunos centuriones lo apoyaban, embriagados de éxito, otros preconizaban posturas más sensatas. Adin Salah escuchaba en su reflexivo y característico silencio. Porsenna encontró la visión obscena y apartó la vista. Miró hacia el fiel Voreno, aquel veterano que le había acompañado durante media vida, un hombre duro, un aricio de los pies a la cabeza, valor seguro en cualquier empresa a acometer. Sus miradas se encontraron y se entendieron sin necesidad de palabras. El primus pilus de la legión, el centurión de la I cohorte alzó su voz sobre la algarabía y la detuvo en seco.

¡Mi general! ¡Mi general! –el centurión Paulo Voreno puso el puño cerrado sobre su pecho al dirigirse a Porsenna, con disciplina marcial– Sabed que la primera cohorte agradece la confianza que tenéis depositada en nosotros: os seguirá hacia donde dictéis y acatará las ordenéis que tengáis a bien darnos sin rechistar, sean de avance, asegurar la posición o retirarnos al lugar que consideréis. Con usted al mando, no dudamos de la victoria.


Años después, el escritor Eumenes, en sus Comentarios sobre la campaña de Fiskeya relataría de tal modo:

…y regresando el procónsul a la tienda del improvisado campamento que tras la gran victoria se había montado, comentó a uno de sus loritais que durante toda su vida había luchado para conseguir la victoria, pero que hoy, por primera vez, había luchado por su vida.