Desde tiempo inmemorial, habitantes de la isla del pez habían adorado al dios sol en sus hogares, en secreto en algunos casos. Los hijos de Mari no eran ni amigos ni enemigos de los demás habitantes de la isla. Su lengua era propia, no eran grandes en número, aunque conocidos por su valor temerario en combate y su compromiso con la palabra dada. No seguían a un caudillo sino a su fe, se congregaban en los solsticios para contar historias y acordar matrimonios, pero no eran una trib independiente.
Mari la diosa sol, que calentaba a sus hijos durante el día y combatía a la luna durante la noche.
Cuando los Lorelanos llegaron a las costas de la Isla del Pez, los hijos de Mari acudieron a unirse a sus estandartes, los creian una especie de hermanos en la fe y estaban artos de guardar su fe en secreto.
Los lorelanos los aceptaron como quien acepta un cachorro de perro lobo que se encuentra en el bosque, los lavaron, les enseñaron el idioma y les dieron armas más resistentes.
No todos estaban contentos con los lorelanos, algunas voces se alzaron profetizando el desastre. Los jóvenes, ávidos de conquista y aventuras, lucharon junto a los estandartes lorelanos. Las voces decían, esto no es robar ganado y grano, esta es guerra de sangre. Si los lorelanos son derrotados, nosotros seremos odiados más que antes, mejor seguir en las sombras que aunque oscuras, son obra de la diosa sol.
Pocos escucharon las voces proféticas, cuando los barcos lorelanos dejaron las costas de la isla del pez, ningún hijo de Mari fue invitado a acompañarlos. Muchos cayeron defendiendo sus muros, otros cubriendo su retirada en la creencia de que servian a la diosa madre, aunque los lorelanos creyesen que era varón.La voz que más fuerte habló era la de la vieja bruja. Una anciana de años incontables que habitaba en uno de los lugares de culto acestrales.
Los hijos de Mari no la escucharon cuando todo iba bien, pero ella siguió sirviendo a su tribu. Cuando el enemigo llegó, el último reducto del pueblo predilecto de la madre tierra cayó. Ella sacrificó su vida, derramo su sangre con su propia mano, maldiciendo los ojos del enemigo para que su pueblo pudiera escapar. ¿Pero quién quedaba? Perseguidos, acosados y diezmados, se retiraron a la sombras, a lo profundo del más tenebroso y sombrío pantano.
Durante 5 años, los niños hombre y los ancianos cadavéricos han protegido las lindes de los pantanos.
Ocultos a la vista, alimentándose de lo que podían extraer del pantano, evitando el uso del fuego y comiendo cruda incluso la carne que podían conseguir, resguardándose del frio durmiendo arracimados como una manda de animales salvajes.
Ahora los exploradores dicen que los lorelanos han vuelto. Quizás ha llegado la hora de la venganza, contra todos, los enemigos de siempre y los amigos de ayer. Los niños hombre, con sus flechas envenenadas y sus ropas andrajosas, con la piel embarrada para y los cuerpos enjutos. Su líder hoy no es un guerrero aunque vaya a luchar, es una madre, es una hermana y una hija.
Porque, aquellos que se acercan suficiente a estos hijos de la diosa sol, observan con sorpresa, que no se enfrentan a niños escuálidos, si no a mujeres sobre todo. La guerra se llevó a la mayoría de los jóvenes, ahora son sus madres, sus hermanas y sus hijas las que claman venganza. No para ganar, no para recuperar sus tierras por mucho que lo anhelen. Su objetivo es verter la sangre de cuantos enemigos puedan y usando las armas que estén a su alcance. Los hombres se quedarán en casa guardando el fuego, para que la tribu pueda persistir.