Mientras tanto, en Invernalia

Robb dio un último trago a la copa cuando el murmullo de los vasallos, o el rugido en el caso de los Umber, bajó de intensidad y las miradas empezaron a clavarse en él. No había comido mucho, aparentemente porque la gravedad de la situación no invitaba a festejos. En realidad, porque tenía el estómago cerrado por los nervios. Cruzó una última mirada con Roose Bolton, al otro lado del Gran Salón de Invernalia, que asintió levemente y se cruzó de brazos. Su madre le estrechó la mano, pero él rehuyó el contacto. Se incorporó y dio unos golpes en la mesa para reclamar la atención de la ruidosa multitud. Viento Gris, a sus pies, se irguió alerta, como si sintiera la importancia de la situación.

-¡Señores del Norte! ¡Señores de Cabo Kraken, de Los Riachuelos, de Los Túmulos! -comenzó, dejando que los mencionados alzaran sus jarras y brindaran- ¡Señores del Mordisco, del Rama Rota, del Bosque de los Lobos! ¡Señores de las colinas, y de más allá del Río Último, y de la Isla del Oso, y de Skagos! -una algarabía de voces guturales acompañó la última mención; debía de hacer años que no se pronunciaba esa palabra entre los muros de Invernalia, y los Skagosi que habían hecho el largo camino hasta aquí no cabían en sí de júbilo-. ¡Y tantos otros de los que me olvido! ¡Señores del Norte, todos fieros, valerososos y leales! -un ruidoso asentimiento generalizado y un brindis le impidió seguir hablando durante un rato.

-Así están las cosas en Poniente, y así os lo digo: el Rey Robert está muerto. Su progenie no es legítima: se ha revelado como fruto del incesto entre Cersei, la Reina Fulana, y Jaime el Matarreyes -la noticia, que no era ni mucho menos de conocimiento público aún, causó una algarabía en el salón-. El viejo Jon Arryn lo descubrió, y por eso lo mataron. Mi padre, a quien el Rey nombró su regente con su último aliento, descubrió el complot y ahora está preso en la Fortaleza Roja. Mis hermanas, Sansa y Arya, son rehenes del león. Tywin Lannister ha desafiado la ley del reino y la ley natural, y se ha hecho con el reino por la fuerza. Y espera que todos los señores nos callemos y nos quedemos en nuestros castillos. Tywin cree que somos unos cobardes y unos pusilánimes y que le dejaremos instalar a su monstruito incestuoso en el trono y hacer con nosotros lo que le plazca. El Tridente ya sufre los abusos y saqueos de sus perros de la guerra.

Los gritos de “guerra”, “muerte” y “justicia” atronaron en el salón. Robb hizo un gesto para que le dejaran seguir hablando, y tras un tiempo lo consiguió.

-Señores del Norte, mi padre, Lord Eddard, no está aquí para guiarnos, pero yo sé lo que habría hecho. ¡Marcharemos al Sur y llevaremos la guerra a sus puertas! ¡Si es necesario, cabalgaremos hasta el mismísimo Desembarco del Rey a liberar a mi padre y mis hermanas, ajusticiar al monstruito, restablecer el orden en el reino y exigir reparación por el honor mancillado del Norte!

Muchos de los señores se pusieron de pie, y gritos y puñetazos en la mesa se sucedieron, pero de entre la algarabía, una voz discordante se alzó.

-Pero, por mucho que la justicia esté de nuestro lado, el Norte no puede hacer frente a los Siete Reinos solo -observó Roose Bolton.

Varios señores murmuraron su asentimiento y amagaron con un aplauso. El Gran Jon Umber se dirigió a Lord Roose con los ojos llameando de rabia, pero antes de que hablara, Robb retomó la palabra.

-Lo haríamos si fuera preciso, pero no estaremos solos; los hermanos del rey se alzan también en armas contra Tywin, y tienen a medio reino de su lado; Lannister apenas cuenta con apoyos más allá de sus propios banderizos.

Lord Roose asintió y esbozó una tenue sonrisa. Un murmullo de asentimiento se extendió por el salón, y el Gran Jon Umber, ufano, se sentó de nuevo.

-Eso es otra cosa. ¿Marcharemos bajo la bandera de Stannis, entonces? Si obviamos a la progenie de Robert y Cersei, Stannis es el legitimo rey, ¿no es así?

Robb negó con la cabeza.

-Quien comparta nuestro objetivo es libre de unirse a nuestra marcha y combatir a nuestro lado. Pero no vamos a jurar lealtad a nadie por el mero hecho de aspirar a un trono. El Norte es libre y orgulloso: no vamos a ser meros peones en las maquinaciones de ningún príncipe. Tenemos nuestros propios objetivos, y no son morir por la gloria de un Baratheon.

Más golpes en la mesa y gritos de “¡eso, eso!” y “'¡así se habla!”.

-Señores del Norte -declamó solemne-. Partimos a la guerra. Exigimos justicia, y la obtendremos por las armas. ¡Derrotaremos a sus ejércitos, asaltaremos sus bastiones, saquearemos sus tierras! ¡Exigimos pago a las afrentas, y si nos lo niegan, nos lo cobraremos en sangre y muerte!

-¡INVERNALIA! ¡INVERNALIA! -aulló el Gran Jon Umber. Sin poder contenerse más, desenvainó su mandoble y partió la mesa en dos. El sombrío Lord Karstark, que se sentaba frente a él, se apartó justo a tiempo para evitar ser hendido por la mitad, tirándole la copa y gritándole improperios.

Por el resto del salón, ajenos al breve y descompensado conato de duelo, las armas se desenfundaron y se entrechocaron, las copas se estrellaron contra el suelo, y los señores del norte, como una jauría infernal, gritaron, con una sola voz puntuada por los aullidos de Viento Gris.

-¡INVERNALIA!

-¡EDDARD!

-¡ROBB!

-¡ROBB!

-¡ROBB!

Robb, que también había alzado su espada hacia el techo del Gran Salón, sentía el pulso de la sangre en la sien como nunca lo había sentido, y la respiración se le había acelerado hasta convertirse casi en un jadeo. Su mirada se cruzó una última vez con la de Lord Roose, que le asintió y alzó la mano con la palma extendida. “Suficiente, Joven Lobo”, parecía decir. “La presa ha sido abatida, pero ahora, que la furia roja no te ciegue, o te acabarás haciendo daño”. Robb respiró hondo, enfundó su arma y, por difícil que fuera, intentó recordar que él ni siquiera era el Señor de Invernalia. Miró al sitial de madera a su izquierda, más alto y regio que aquel que él estaba usando, y conspicuamente vacío, y alzó su copa. El resto de señores empezó a la vez a envainar sus armas.

-Brindemos, señores. Por mi padre, Lord Eddard Stark, y por una victoria que le traiga de vuelta.

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