Misión 29: Vuelta al redil (Bruma)

PoV

Rhaenys Targaryen

Ella será quien toma la posición de liderazgo en busca de Bruma, guiando a Addam, el bastardo de su hijo.

Tokens

Rhaenys Targaryen y Meleys

Descripción del token

Fuego y Sangre

Rhaenys es una Targaryen y el vínculo entre los dragones y los Targaryen es fuerte, tanto como para respetarse entre ellos.

Bastardos de Marcaderiva

Addam se encargará de ir junto a Rhaenys para buscar a Bruma.

Objetivo

Conseguir el token de Bruma nuevamente.

Misión

Junto a los Guardianes de los dragones, Rhaenys y Addam buscarán a Bruma, lo llamarán y tratarán de alimentarlo. Entiendo que Bruma debe estar aunque sea mínimamente vinculado a Rhaenys, pues es un dragón que creció junto a Laenor, y por tanto junto a Rhaenys.

Debido a que el dragón tiene que tener miedo por la batalla, acojonado y jodido, se buscará la manera de hacerle entrar en razón, de darle cariño para con su jinete. Los Guardianes de los dragones saben de todos los recovecos de Montedragón y junto con ellos y, si es necesario, Meleys, se tratará de encontrarlo

Roleo

La bruma envolvía Rocadragón, espesándose en un manto gris que parecía un eco de los pensamientos de Addam Velaryon, quien, aún marcado por las heridas de la reciente batalla en Valleoscuro, miraba hacia la imponente figura del Montedragón. En los días posteriores a su regreso, Bruma se había apartado de todos, ocultándose en las entrañas del monte, herido y asustado, rechazando cualquier intento de acercamiento. Addam, con el alma inquieta por la conexión rota con su compañero, no había encontrado paz. Así fue que acudió a Rhaenys Targaryen, quien escuchó su relato y comprendió lo que debía hacerse.

Rhaenys, con su porte noble y sus ojos de fuego, reunió a Addam y a los Guardianes de los Dragones en la explanada de Rocadragón. Entre ellos destacaba Meleys, la Reina Roja, cuya figura parecía relucir incluso en la penumbra. La sabia dragona miraba el Montedragón con una inquietud calculada, como si comprendiera lo que la llamaba desde el interior de esas profundidades.

—Bruma está roto por lo que ha visto, por las sombras que la batalla dejó en él —dijo Rhaenys, posando una mano en el hombro de Addam—. Pero no lo abandonaremos. Tú, yo, y Meleys lo traeremos de vuelta. Iremos a los túneles y haremos que sienta que no está solo.

Addam asintió, aunque el temor apretaba su pecho. Sabía de los túneles que serpenteaban bajo el Montedragón, un laberinto antiguo y oscuro en el que hasta los dragones podían perderse. Sin embargo, la voluntad de recuperar a Bruma, de devolverle la paz y el vínculo que compartían, era más fuerte que cualquier duda.

Guiados por Rhaenys y por el suave brillo de las antorchas, el grupo de dragones y guardianes se internó en el Montedragón. Las paredes, húmedas y frías, estaban marcadas por vetas rojizas y azufre que chisporroteaban bajo la luz de las llamas. Rhaenys susurraba palabras en alto valyrio, llamando a Bruma con suavidad mientras Meleys, imponente y majestuosa, avanzaba tras ellos, su cabeza baja y sus ojos centelleantes, en estado de alerta.

A medida que se adentraban en las profundidades, la temperatura comenzó a subir, y el aire se llenaba del olor acre de minerales ardientes. Los sonidos del mundo exterior se desvanecían, reemplazados por el eco de sus pasos y el ocasional rugido lejano que reverberaba en los túneles. El Montedragón parecía respirar, su misma esencia despertada por la presencia de los dragones.

De pronto, un rugido profundo, de un tono inconfundiblemente angustiado, resonó desde lo más oscuro del túnel. Addam reconoció el llamado; era Bruma. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el sonido, seguido de Rhaenys y los Guardianes. La luz de las antorchas apenas alcanzaba a iluminar el camino cuando un rugido feroz y cercano los sorprendió: una grieta profunda se abrió frente a ellos, un obstáculo natural, casi como si el Montedragón tratara de impedirles el paso. Addam y los Guardianes lograron saltar, pero la Reina Roja se quedó atrás, observando con mirada calculadora.

Rhaenys, comprendiendo la necesidad de Meleys de un espacio abierto para maniobrar, extendió una mano hacia su dragona.

—Meleys, ¡encuentra un camino! —ordenó.

Con un poderoso rugido, Meleys extendió sus alas y avanzó hacia un túnel lateral, sabiendo que su conexión con Rhaenys la guiaría hasta ellos. Addam y los Guardianes continuaron corriendo, persiguiendo los ecos del lamento de Bruma, hasta que alcanzaron una vasta caverna donde el gran dragón plateado yacía, encogido, en un rincón oscuro.

Al ver a Addam, Bruma se tensó, lanzando un gruñido bajo de advertencia, sus ojos dorados reflejando el temor y el dolor que lo habían atormentado desde la batalla. Addam, con el corazón acelerado, extendió ambas manos, manteniendo una distancia respetuosa.

—Bruma… soy yo. Estoy aquí, y no voy a dejarte solo —dijo con voz baja, tratando de calmar a su dragón.

Rhaenys, detrás de él, comenzó a murmurar en alto valyrio, un canto suave y cadencioso, mientras, en la distancia, un rugido familiar respondía a su llamada. Meleys, guiada por la conexión que la unía a Rhaenys, llegó volando a la caverna, su imponente figura brillando en tonos rojos. La Reina Roja lanzó un suave rugido, una especie de lamento profundo y antiguo, que resonó como un consuelo en el oscuro refugio de Bruma.

Naejot īlva, zaldrīzes, ēngos hen perzys.
(Ven a nosotros, dragón, corazón de fuego.)

Kessa īlva, se yne skoriot gaomagon ziry.
(Vuélvete hacia nosotros, pues juntos haremos frente al miedo.)

Sȳndorys hen drīve glaesagon, kepī aōhos.
(Canciones de alas ardientes, tu familia te llama.)

Lirta ēngos, laes iā iāksio bē.
(Calma el corazón, la herida será solo cenizas.)

Aōhas sikagon, se kesrio gōvī kesan hēdrȳ.
(Bajo tu sombra, nosotros también seremos fuertes.)

Se iderenka ñuhys zaldrīzoti, hāedus.
(Y así, querido dragón mío, descansa.)

Hae nāryr gaomagon, sȳrī jāhor henujagon.
(Como el viento fuerte, juntos volaremos sin miedo.)

Naejot īlva, ēngos hen perzys, ēza iā drīven jagon.
(Ven a nosotros, corazón de fuego, y arde en la libertad.)

Bruma, aún cauteloso, miró a Meleys con algo de confusión, como si la presencia de otro dragón le devolviera a una realidad menos dolorosa. Addam avanzó unos pasos más, y con voz suave, comenzó a hablarle, narrándole historias de sus vuelos juntos y de las travesías que aún les quedaban. La voz de Addam, acompañada del canto de Rhaenys y el eco de Meleys, fue como un bálsamo para el espíritu herido de Bruma.

Finalmente, con un gruñido bajo y una lenta inclinación de cabeza, Bruma permitió que Addam se acercara. Addam posó una mano en su cuello, sintiendo la tensión y el dolor que recorrían su musculatura.

Meleys, acercándose un poco más, extendió una de sus alas hacia Bruma, una muestra de aceptación y solidaridad que el dragón negro miró en silencio antes de emitir un gruñido, esta vez, en un tono mucho más relajado. Los Guardianes de los Dragones mantuvieron el silencio, observando la reconciliación entre el jinete y su montura, un lazo restaurado y fortalecido por la paciencia y el poder compartido de los dragones.

La Reina Roja, alzando la cabeza, lanzó un último rugido que llenó la caverna, un canto de triunfo y esperanza que resonó en el corazón de todos los presentes. Bajo aquella luz, el Montedragón fue testigo de un pacto renovado, no solo entre Addam y Bruma, sino entre todos aquellos que, desde las sombras, habían surgido unidos.

Dais vueltas y revueltas por las cavernas del Montedragón y finalmente encontráis a Bruma, que está malherida y recelosa.

Addam, Rhaenys y Meleys pasan días atendiendo al dragón. Trayendo comida y curando sus heridas. Y poco a poco Bruma vuelve a aceptar a Addam, y a recuperar sus fuerzas.

Bruma vuelve a ser token, está agotado, sus heridas aún no han sanado completamente, pero vuelve a aceptar a Addam y puede ser usado normalmente.