Misión 37: Tan bajo es el honor

PoV

Larys Strong

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Escribe a Puerto Gaviota señalando el curso de acción.

Tokens

Isembard Arryn

El Halcón Dorado es el líder de la Casa Arryn de Puerto Gaviota y un aspirante a ser Señor del Valle con el apoyo de su patrón: Larys Strong.

Escribe el guión

Maestre Pelaio

El Maestre de los Grafton pertenece a la Conspiración de la Ciudadela y aunque su amor para la Casa Grafton no debe ser puesto en duda, trabajará para la caída de los Targaryen.

Escribe el guión

Ejércitos

No

Objetivo

Bajar la reputación de Arryn.

Misión

Los Arryn están haciendo cosas que lo mismo pueden ser mal vistas por el resto de Casas del Valle, sobre todo si se exagera y se desinforma, a saber:

  • Aniquilar a los hombres de Soto Gris. Una fuerza tan superior podría haber rendido la plaza y no convertir su conquista en una masacre. Hay que hablar de ejecuciones, de no permitir rendición. Se tiene que mostrar a los Arryn y los que iban con ellos como sanguinarios ajenos a las normas de caballería.
    Además, contaron con un dragón, eso fue de cobardes, pidieron al dragón que quemara a los soldados para poder después rematarlos y hacer barbaridades en Soto Gris.
  • Se niegan a entregar al heredero de Royce aunque se le ha ofrecido un alto rescate. Posiblemente lo hayan ejecutado y estén mintiendo a los Royce para poder mantenerlos al margen y después aniquilarlos.
  • Permiten que los Belmore secuestren a la hija de los Hunter y los defienden. Ninguna hija de noble o campesino puede esperar ayuda de Nido de Águilas.
  • Los Arryn han asesinado a su propia familia, Arnold Arryn.

Se esparce mierda con el boca a boca en Puerto Gaviota para que rule por Valle. Se envía cartas a las Casas del Valle, que alguna puede que crea todo lo que se dice. Las cartas, eso sí, irán firmadas con el sello Grafton, no por Isembard.

Localización

El Valle

Roleo

En una taberna a las afueras de Puerto Gaviota, dos mercaderes se acomodaban junto a una mesa de madera astillada, intercambiando historias y rumores mientras compartían una jarra de vino aguado. Uno de ellos, un buhonero itinerante de ropas raídas y gorro remendado, inclinó la cabeza hacia su compañero, un comerciante local de mediana edad que vendía telas y especias en el puerto. Su tono era bajo, como si temiera que las paredes mismas pudieran oír.

Dicen que los Arryn no tienen ni pizca de honor, amigo. —El buhonero bebió un sorbo del vino y lo escupió con asco, pero continuó—. He oído historias de cómo, en el último combate en los Valles, hicieron que sus propios hombres se disfrazaran de soldados enemigos, los soltaron en las filas de sus rivales y comenzaron a atacar desde dentro. ¡Una matanza, dicen! Y cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde para defenderse. A eso llaman estrategia, pero yo lo llamo traición.

El mercader de Puerto Gaviota asintió con una expresión sombría, sus ojos fijos en la superficie de la mesa. —Esas historias han llegado hasta aquí también —contestó, con voz seria—. Aunque sea solo rumor, siempre hay algo de verdad en lo que se cuenta. He escuchado que los Arryn no solo se ensucian las manos en el campo de batalla, sino también en la corte. Dicen que se pasean como águilas resplandecientes, pero en realidad sus garras están manchadas de sangre y oro. Compran a sus aliados con promesas vacías, y, si eso no funciona, se deshacen de ellos envenenándolos con copas “generosamente” ofrecidas. Todo bajo la mirada de los Siete, como si fuera la cosa más normal del mundo.

El buhonero asintió, dejando escapar una risa amarga. —Ah, pero no solo envenenan copas, sino también reputaciones. Dicen que si un lord o lady se niega a seguir sus órdenes, le extienden rumores hasta que queda tan marcado como un traidor. Y si eso no basta, envían a sus “espías” a arruinar cosechas o a incendiar aldeas enteras. Todo para culpar a sus rivales y quedar como “héroes” que llegan a salvar el día. Qué ironía, ¿eh? Se visten como aves de rapiña, y rapiña es lo único que practican.

El comerciante local bufó, meneando la cabeza. —El Valle tiene que despertar pero el miedo a los dragones ha enraizado fuerte. Nadie se atreve a enfrentarlos de frente, y ellos lo saben. —Bajó la voz aún más, como si fuera un secreto prohibido—. Pero también he oído que la semilla del descontento ha empezado a crecer. Algunos dicen que, si los dragones vuelven a Puerto Gaviota, quizá entonces… —Dejó la frase en el aire, la esperanza de que los Arryn pudieran recibir al fin el pago por su falta de honor.

Ambos mercaderes callaron por un momento, cada uno absorto en sus pensamientos, mientras el rumor de sus propias palabras llenaba el silencio. Dudaban de la veracidad de algunos detalles, pero ambos sabían que había demasiada oscuridad en esas historias como para ser completamente falsas.

Ah, y que Daemon nunca soportó el Valle y asesinó a Lady Royce para poder casarse con Rhaenyra. Que los Arryn sean aliados suyos y les permita seguir matando a hombres del Valle es una afrenta por la que deberá pagar.
Daemon, que atacó Puerto Gaviota con su dragón para poder matar a su sobrino.

Los Negros, que hundieron el barco de Lord Grafton y lo asesinaron sin tan siquiera intentar capturarlo para pedir un rescate, que es lo que hacen los hombres de honor.

En rápido, que voy mal hoy.

Lo consigues, idealmente un roleito al respecto, pero si prefieres que lo cuelgue yo ponmelo por aquí y lo posteo.

Pelaio sufre un punto de daño, sus tentáculos son frágiles y ha tenido que tirar de mucha influencia para lograr esto.

El reflote es para que me acuerde yo mañana de poner cosas en la CNN

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Prefiero que lo cuelgues tú. GRacias.


El fuego del hogar crepitaba en la pequeña cabaña, iluminando los rostros de los dos hombres que conversaban en voz baja. El mercader, con una capa raída que había visto demasiados inviernos, se inclinaba hacia su primo, un granjero del norte del Valle, mientras tomaba un sorbo de la copa de vino aguado que le habían ofrecido.

—No creerías lo que he visto en este viaje, Elric. —Su voz tenía un tono sombrío, marcado por el cansancio—. Bajé al sur, a Puerto Gaviota, y allí conocí a algunos de los pobres diablos que lograron escapar de Soto Gris. Hombres y mujeres con los ojos perdidos, como si hubieran visto a los mismísimos Otros caminando entre ellos. Las historias que contaron… ni los cuervos se alimentaron bien de aquello, primo. Los cuerpos estaban mutilados, las casas quemadas. Dicen que todo lo hicieron en nombre de la guerra, pero, ¿quién puede justificar tanta crueldad?

Elric dejó su cuchara en el cuenco de estofado y frunció el ceño.

—¿Y esos desgraciados quiénes eran? ¿Gente de Soto Gris? —preguntó, tratando de procesar la gravedad de las palabras de su primo.

—Sí, pero apenas unos cuantos. El resto, todos muertos o desaparecidos. Sobrevivieron porque huyeron antes de que los hombres de Daemon y su jodido dragón llegaran. —El mercader hizo una pausa y tragó saliva—. Lo que no entiendo es cómo Lady Arryn puede apoyar a ese hombre. Es el responsable de esto, Elric. Y no solo de Soto Gris, ¿te acuerdas de cómo trató a Rhea Royce? Esa mujer tenía más honor que la mitad del Valle junto, y él la arrojó de su caballo como si fuera un saco de harina. ¡Y ahora abren las puertas del Valle para él!

Elric se recostó en su silla, cruzando los brazos.

—Siempre he dicho que esos señores del Valle solo se cuidan a sí mismos. Pero lo de Lady Arryn no tiene nombre. ¿Acaso ha olvidado que fue Daemon quien deshonró a los Royce? Si no tuvo reparos en matar a su propia esposa, ¿qué puede esperar del resto de nosotros? Quizás solo está jugando al juego de los tronos, pero, te lo digo, primo, esas alianzas con dragones nos traerán más desgracias. No se puede confiar en los Targaryen. Sus bestias escupen fuego, pero ellos mismos son aún más peligrosos.

El mercader asintió, suspirando profundamente.

—Eso mismo pienso. Por eso sigo viajando, primo. Quiero ver qué dicen en otros lugares, pero aquí, en el Valle, más vale que estemos preparados. Porque tarde o temprano, los dragones volverán a pasar por aquí. Y dudo mucho que Lady Arryn nos proteja como debería.

Los dos hombres callaron, dejando que el viento frío que soplaba fuera se llevara el eco de sus palabras. El fuego seguía ardiendo, pero entre ambos, la inquietud era más fuerte que el calor del hogar.

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