Misión 42: Cuervos de la Reina

PoV

Corlys Velaryon

Actuará como Mano de la Reina.

Tokens

Corlys Velaryon

De puño y letra saldrán las palabras enviadas a los aliados de Rhaenyra Targaryen.

Objetivo

Dar a conocer las palabras de la Reina a todos sus vasallos y banderizos.

Misión

Se mandarán cartas por cuervo a los aliados de la Reina Rhaenyra, primera de su nombre, dando a conocer las palabras de ella sobre Daenys Mares y el Rey Consorte Daemon Targaryen.

Roleo

El viento soplaba furioso sobre los mares del Norte, haciendo bailar las velas del Dromon mientras Corlys Velaryon, Señor de las Mareas, se encontraba de pie sobre la cubierta del navío, observando el horizonte grisáceo. Su rostro, curtido por las inclemencias del mar, reflejaba la gravedad de la misión que tenía entre manos. Con una mirada fija y decidida, ajustó su capa de terciopelo y se dirigió hacia la cámara de su esposa, la noble Rhaenys, que lo esperaba en su camarote.

En el interior, la reina consorte de los Velaryon estaba rodeada de papeles y pergaminos, organizando la correspondencia que debía ser enviada a las casas más cercanas de los reinos. Corlys entró sin decir palabra, levantando una mano para silenciar la breve pregunta de su esposa. En su rostro no había rastro de duda ni vacilación.

—Aquí está el mensaje —dijo, sacando un rollo de pergamino cuidadosamente sellado con la cera de la Casa Targaryen—. Rhaenyra ha hablado. El destino de Daenys Mares y Daemon Targaryen está sellado.

Rhaenys lo observó con ojos penetrantes, reconociendo la gravedad de la orden. Corlys rompió el sello y leyó en voz baja el mensaje que la Reina Rhaenyra había enviado:

Daenys Mares está exiliada de Rocadragón hasta que traiga la cabeza del príncipe Aemond. Ninguno de los súbditos de la Reina puede prestar ayuda, ni cobijo, al rey consorte Daemon Targaryen ni a Daenys Mares. Cualquier infracción será considerada traición.

El silencio llenó la habitación por un momento. El viento que golpeaba las ventanas parecía susurrar promesas de tormenta.

—Es un ultimátum —comentó Rhaenys finalmente, su voz fría y distante, como si hablara de un asunto de poca importancia. Pero sus ojos, fijos en el rostro de Corlys, traicionaban la preocupación que sentía por la familia Targaryen.

—Es lo que la reina ha decidido —respondió Corlys con firmeza, doblando el pergamino y guardándolo en su bolsillo. Los Velaryon no eran ajenos a los giros del destino, pero en este caso, el deseo de Rhaenyra era inquebrantable. Su mensaje debía ser entregado con precisión, sin lugar a malentendidos.

—¿Y qué haremos con Daemon? —preguntó Rhaenys, la voz de la preocupación apoderándose de su tono.

Corlys suspiró, mirando las aguas turbulentas fuera del barco.

—No hay nada que podamos hacer por él. La reina ha hablado con claridad. Debemos cumplir su voluntad. Las casas de los Siete Reinos deben ver que no hay espacio para la disensión. A pesar de todo lo que Daemon y yo compartimos, debo ser leal a Rhaenyra. Somos Mano de la Reina, y debemos ser ejemplo de autoridad.

Rhaenys asintió en silencio. Aunque los Velaryon siempre habían sido leales a la Casa Targaryen, el lazo con Daemon, su antiguo cuñado, era algo que no se rompería fácilmente, sobretodo por sus nietas. Pero el deber estaba claro, y no había vuelta atrás.

Corlys convocó a sus mensajeros, quienes a esa hora ya estaban listos para partir hacia los dominios más cercanos. Cartas serían enviadas a cada rincón del reino, llevando consigo el mensaje de Rhaenyra: Daenys Mares no podría vovler a Rocadragón hasta cumplir con la orden de traer la cabeza de Aemond Targaryen, o enfrentaría la condena del exilio para siempre. Y más aún, cualquiera que osara ayudar a Daemon o Daenys, incluso con la mínima muestra de hospitalidad, sufriría las consecuencias.

Una vez que los mensajeros se marcharon, Corlys se volvió hacia su esposa y la miró profundamente, como si buscase alguna respuesta no verbal. La sabía preocupada, tanto por la familia Targaryen como por el impacto de este acto. Tras su lucha con Aemond, Rhaenys había dado mucho más que nadie por aquella causa.

—Es el peso de la corona —dijo finalmente Rhaenys, su voz llena de resignación.

—Sí, y debemos cargar con él —respondió Corlys. Aunque la lealtad a la reina era inquebrantable, el costo emocional de esas decisiones aún era alto. Por mucho que la política dictara la ley, el corazón de un hombre y de una mujer podía verse quebrado por los sacrificios que exigía la corona.

Los ojos de Corlys se entrecerraron mientras miraba el horizonte. Sabía que esta acción podría desencadenar más tragedias, pero en los días venideros, serían las decisiones de Rhaenyra las que definirían el futuro del reino. Y el deber de los Velaryon era estar ahí para respaldarla, sin importar cuán difícil fuera el precio a pagar.

Rhaenyra no iba a ceder. Y el mensaje estaba claro.

Las cartas son enviadas, no esperas respuesta, pero sabes que habrá consecuencias.