Misión 43 - El despertar de Maris

PoV

Maris Baratheon

Maris Baratheon

Con quemaduras por todo el cuerpo y sin apenas pelo Maris nunca volverá a ser la misma. El resentimiento hacia sus iguales y hacia el mundo de los caballeros, los señores y las princesas se ha extendido hacia el mundo en general. Ahora añora la vida que pudo tener, pero ya es tarde, perdió su cuerpo para demostrar que por su sangre también corría la sangre del dragón y ahora solo le queda su pequeño orgullo y la posibilidad de demostrar que no se equivocaba.

En persona, recién despertada y recuperándose de sus heridas.

Tokens

Maris Baratheon

La menos agraciada de las Cuatro Tormentas, recientemente incorporada a la vida adulta y tratada como tal. Desde niña nunca recibió mucha atención ni fue objeto de cortejos o adulaciones lo que le permitió centrarse en observar a los demás, memorizar sus rostros y observar sus acciones. Es sumamente desagradable al trato y es reconocida por su lengua mordaz.

Aprendió a leer con apenas tres años. El poco aprecio por las letras de su padre ha impedido que Maris desarrollara su potencial pero se las ha apañado para obtener un nuevo volumen de tanto en cuanto con el que saciar sus inquietudes. El apoyo de Cassandra fue imprescindible para ello.

Maris en persona asomándose al balcón, subiendo a la torre que pueda y poniendo una vez más su maltrecho cuerpo a disposición de la misión.

Sangre valyria diluida

Según los rumores el primer Baratheon fue un hermano bastardo de Aegon el Conquistador. La abuela de Lord Borros fue la reina Alyssa Velaryon, la bisabuela del difunto rey Viserys Targaryen; y su tía, Jocelyn Baratheon, engendró a Rhaenys Targaryen, la reina que nunca fue.

De entre las grandes casas de Poniente, ninguna está tan emparentada con los señores dragón, ni está tan próxima en la línea de sucesión.

Todo depende de la relación que consiguiera formar Maris y Robaovejas antes del ataque de Caníbal.

Objetivo

Atraer a Robaovejas y comprobar el grado de relación que hay entre los dos. Tratar de montarlo si el cuerpo de Maris ha cicatrizado lo suficiente.

Misión

Si Robaovejas está en las inmediaciones Maris saldrá a comprobarlo las noches que haga falta. Desde su balcón y desde las torres que pueda visitar.

Aprovechamos el régimen de semilibertad que tiene Maris en el castillo y la presencia de Ser Steffon Connington, que es consejero de la reina y que la acompañó a Rocadragón, para pedir subir a alguna torre a “tomar el aire”.

Si Robaovejas acude tratará de montarlo para escapar del castillo.

Localización

Balcones y torres de Rocadragón.

Roleo

Al principio pensó en Ser Steffon. Era un hombre que debía lealtad a su casa, tendría que ayudarla y podría salir de aquel lugar. Como consejero el Connington podía permitirle salir del castillo. Pero, antes si quiera de poder abrir los ojos ya supo de la muerte de su padre. La guerra favorecí a los negros y no podía confiar en nadie que no fuera ella misma, las lealtades estaban más en duda que nunca.

No sabía muy bien cómo había logrado combatir el dolor. Primero estaba muy dolorida para sentir tristeza y tras poder empezar a andar había pasado suficiente tiempo como para dejar a un lado su horrible condición y volver a obsesionarse. Fue entonces cuando le pareció verlo a través de la ventana, volando a lo lejos. Durante días había estado alimentándolo, hasta que llegó un momento donde casi pudo acariciar el rostro del reptil. Hasta que aquel monstruo cayó sobre ellos. Nunca podría volver a la vida que había tenido, pero podría reclamar aquella con la que había soñado.

Una noche, tras una larga recuperación, se asomó a la balconada, para ver volar en círculos a la bestia alada que por aquellas tierras llamaban Robaovejas. Le pareció escuchar un lamento. Sin pensarlo mucho y tratando de ocultar la emoción de su pecho trató de salir de la habitación. Tuvo suerte, uno de los hombres de los Connington custodiaba su recámara. Pidió permiso para pasear por el castillo, no podía dormir, los dolores eran terribles y necesitaba pasear para estirar la piel cicatrizada.

Consiguió salir al adarve, algún guardia reparó en su presencia, pero nadie parecía darle importancia. Era una pequeña mujer rota, demasiado débil e insignificante para resultar una amenaza para nadie. Se dirigió a uno de los torreones. Los gritos de varios guardias alertaron de la cercanía del dragón salvaje. Aprovechó el incipiente caos para subir a la torre, se encaramó a una de las almenas siguiendo con la mirada la silueta gigante que sobrevolaba alrededor del torreón. Estiró la mano, deseaba tocarlo, al menos sentir el roce de sus escamas antes de lanzarse al vacío y acabar con todo.


Lo he escrito mientras me saltaba esta de fondo y me ha parecido precioso imaginarla. Me siento muy torpe escribiendo pero salga o no prometo currarme algo bonito para conocimiento público.

¿Ha pasado algo? No sé si es un error pero por si acaso pregunto.

Maris estaba rota, más allá de lo que ningún maestre era capaz de arreglar, su anterior vida estaba trazada, un buen marido, un buen castillo, hijos y tierras, pero esa vida quedó sepultada cuando la bestia la envolvió con sus llamas. Ahora tan solo quedaba un esposo que tomar, al que llamaban Robaovejas, y una vida sintiendo el viento sobre su rostro al volar.

Nadie le hacia caso, era una mujer irrelevante y ahora que su padre había muerto lo era incluso más, no le costó mucho subir a una torre y como esperaba Robaovejas la siguió. Alcanzar al dragón sin cuerdas ni otros aperos fue una proeza digna de canciones, y sostenerse sobre su lomo mientras la bestia alzó el vuelo sin silla de montar incluso más. Pero Maris burló ambos obstáculos y pronto se alzó en los cielos.

Por unos segundos dudó, «¿hacia dónde?» se preguntó. Al sur se alzaba Bastion de Tormentas, pero … «¿podia ese lugar ser su hogar ahora?», al oeste estaba Poniente y un mundo que ya no le pertenecía, «quizás las vastas tierras del norte puedan darnos cobijo» le dijo a su montura acariciando su cuello. Pero ambos sabían solo habia una dirección, al este, a las Ciudades Libres y más allá, «a nuestro nuevo hogar».

Maris respiró profundamente y saboreo sulibertad mientras los cuernos sonaban en Rocadragón, todo daba igual, ninguno de aquelas pequeñas figuras, casi hormigas, podían tocarla. Pero con celeridad, desde la montaña dos figuras volaban hacia ella. Determinados a hacerle frente los principes Joffrey y Aegon volaron a lomos de Tyraxes y Stormcloud, de mucho menor tamaño que Robaovejas, y cortaron el paso a la joven Baratheon.

Vuelve a Rocadragón, eres prisionera de la casa Targaryen, no nos hagas obligarte― la voz de Joffrey se quebraba por momentos, el muchacho apenas tenia 13 años, y su montura no muchos más.

Maris sonrió y espoleó a Robaovejas ignorando a los muchachos, las llamas de ambos dragones la golpearon, pero habia sobrevivido al fuego del Caníbal, no iba a dejar que dos imberbes críos la pararan. Pero los jóvenes príncipes no cejaron en su empeño y aunque no eran capaces de detenerla si que la retrasaron lo suficiente hasta que, desde Marcaderiva, los alcanzó el príncipe Lucerys a lomos de Arrax. Ninguna de las tres bestias eran rivales para Robaovejas, pero los príncipes, pese a su juventud, eran jinetes más experimentados que ella y, sobre todo, las sillas de montar les permitían volar sin peligro de caer amar. Maris quizás habria podido librarse de uno, a lo menor de dos de ellos, pero la llegada de Lucerys sentenció las tornas y tratando de evitar las llamas de Arrax la muchacha perdió el equilibrio y cayó al mar.

El mar engulló a Maris como si fuera un trozo de papel arrastrado por una tormenta. La caída había sido larga, pero el impacto, brutal. El agua helada mordió su piel, arrancándole el aliento. Sintió que se hundía, que todo su esfuerzo, su audaz escape y su grito de libertad, se disolvía en la sal. Pero mientras las olas la reclamaban, un rugido profundo resonó sobre las aguas.

Robaovejas.

¡A por él, Arrax! —gritó Lucerys, inclinándose hacia adelante mientras su dragón lanzaba una bocanada de fuego directo a Robaovejas.

El impacto fue mínimo, las escamas de Robaovejas resistieron las llamas como si fueran nada. El dragón giró hacia ellos con un rugido que sacudió el aire, pero Lucerys no flaqueó. Sabía que su tarea era proteger a sus hermanos.

Tyraxes, montado por Joffrey, intentó flanquear a Robaovejas, pero la diferencia de tamaño y fuerza era abrumadora. Robaovejas giró sobre sí mismo con una velocidad sorprendente para su tamaño, atrapando al joven dragón con sus garras y lanzándolo hacia el mar. El grito de Joffrey resonó en los vientos antes de que el agua lo tragara junto a su montura.

¡No! —gritó Lucerys, tirando de las riendas para intentar distraer al monstruo.

Tempestad, con Aegon a lomos, atacó desde arriba, lanzando una furiosa ráfaga de fuego. Por un momento, pareció que podrían tener una oportunidad. Sin embargo, Robaovejas se lanzó hacia ellos con un golpe devastador de su cola que destrozó una de las alas de Tempestad. Aegon, incapaz de controlar a su dragón herido, fue lanzado al vacío, cayendo hacia el mar mientras su montura luchaba por mantenerse en el aire, solo para desplomarse finalmente en las profundidades.

Lucerys y Arrax permanecían, los últimos en pie. Sabían que estaban en desventaja, pero no podían retirarse. Con un grito de guerra, Lucerys guió a Arrax en un ataque directo contra Robaovejas. El joven dragón lanzó otra ráfaga de fuego, esta vez apuntando a los ojos de la bestia negra. Robaovejas rugió de dolor cuando las llamas lo alcanzaron, pero su furia solo creció.

Las garras del dragón alcanzaron a Arrax, rasgando su ala derecha. A pesar del daño, el joven dragón no se rindió. Con un movimiento desesperado, embistió contra Robaovejas, alejándolo momentáneamente de las aguas donde Aegon y Joffrey luchaban por sobrevivir.

El precio fue alto. Robaovejas, ahora completamente enfurecido, atrapó a Arrax con sus mandíbulas, infligiendo una herida mortal. Lucerys apenas tuvo tiempo de aferrarse mientras su montura caía en espiral hacia la playa cercana a Rocadragón. El impacto fue brutal, y el príncipe quedó inconsciente al tocar la arena.

Arrax, agonizante, reptó débilmente hacia su jinete, usando las últimas fuerzas que le quedaban para intentar protegerlo, incluso en su último aliento.

Desde las almenas de Rocadragón, los guardias observaban con horror cómo Robaovejas ascendía una vez más, su furia resonando en el aire, hasta que se perdió de la vista de los hombres.

En la playa, Lucerys yacía inmóvil, apenas respirando. El sacrificio de Arrax había sido un acto de valentía sin igual, asegurando que, al menos por ese día, la furia de Robaovejas no reclamara más vidas.

En el fondo del mar, el cuerpo de Maris Baratheon descansaba en silencio, su audaz vuelo sellado como el inicio de una cadena de tragedias que cambiaría el destino de los cielos y la tierra.