Lord Adrian Celtigar se inclinó sobre el corte del risco que ocupaban sus hombres. Con el brazo apoyado en el mango de Zarpa escupió hacia abajo. Solo deseaba vencer a aquellos hombres para saquear Bastión de Tormentas y volverse a casa colmado de riquezas, un joven señor necesita de esas cosas. Lord Maric Massey estaba a su lado, justo a su joven hijo, Ser Jon, que no hacía mucho que había sido nombrado caballero. Todos tenían ganas de demostrar la valía de los hombres de las islas del Mar Angosto, Lord Robert los había humillado en aquella playa y pese a que detestaban ser dirigidos por un imberbe, tenían que reconocer que a Ser Richard Lonmouth no le faltaban agallas, pese a no ser un dragón.
A su derecha se extendía un ejército real, más de 6.000 hombres que portaban el negro y el rojo, una mezcla de hombres sin armadura, caballeros, jinetes y hombres de armas armados hasta los dientes. Eran un ejército temible, el semblante sereno de los caballeros y soldados profesionales contrastaba con el fulgor y los gritos de aquellos que empuñaban hachas, lanzas y tridentes, los que pelearían con más rabia y con más ganas de vencer para poder volver a sus queridos buques. Lord Adrian se congratulaba de su posición, Lord Guncer Sunglass no estaría tan contento, pese a estar apoyado por tropas guerreros profesionales y curtidos su flanco era el más expuesto en la batalla. ¿Pelearía Ser Richard por ellos o se contentaría con intercambiar opiniones con el señor de Punta Aguda? El joven Lord Guncer Bar Emmon había sido herido en el ataque a la playa y ahora ocupaba la retaguardia, desde donde dirigiría a sus hombres. Lord Adrian detestaba aquel lugar, una trampa mortal, si las cosas se ponían feas siempre era más sencillo huir desde los flancos, sobre todo desde el suyo.
No tuvieron mucho más tiempo para discernir estrategias, además, su papel era únicamente defender aquel risco prácticamente inexpugnable desde las posiciones atacantes. Dio gracias a los Siete por encontrarse allí cuando de entre la bruma surgió el ejército Baratheon. Aquellos hombres peleaban sin táctica, sin estrategia. Se lanzaban a la carga siguiendo a su joven señor, un loco que se creía invencible, blandiendo aquel martillo de batalla que en su brazo parecía de papel pero que al impactar en un rostro dejaba estupefacto a cualquiera, era imposible no sorprenderse, al menos unos instantes, cuando tu rostro era reventado con tal facilidad.
Ser Richard no era solo un borracho, conocía a su rival y pronto su táctica dio resultado. Lord Robert Baratheon quedó completamente rodeado, los flancos fueron cerrándose sobre el enemigo, uno mediante el empuje de sus hombres y el otro hostigando desde las alturas y enviando refuerzos de caballería donde era necesario. La retaguardia de la Tormenta, por su parte, no pudo participar en la batalla, pronto se vio completamente paralizada al tener que enfrentarse a los mil hombres que les amenazaban desde un punto opuesto, desde donde no lo esperaban. Lord Steffon Penrose había decidido salir de su castillo, quemar el campamento enemigo y hacer honor a su juramento para con la casa Targaryen, así se lo había exlpicado a su hijo, Ser Cortnay. Los Baratheon son hombres de honor, debemos de mostrar que nosotros también.
La batalla estaba decantada, nada podía suceder y Ser Richard se acercó para poder observar el caos de la batalla desde cerca y quizá para asestar un par de mandobles. Lazó un grito. Ríndete bruto, arrodíllate y serás la Mano izquierda del regente, ¡y qué mano! Con un golpe bajo rajó el cráneo de un afortunado que había cruzado la línea de batalla. No solo te vale para alzar cerveza cabrón, maldito sea ese martillo tuyo. La confianza de Ser Richard se esfumaba conforme se acercaba ¿cómo había llegado allí ese hombre? Tras el le siguieron dos más, se deshizo de ellos sin dificultad. La desconfianza se tornó en miedo cuando tras sus palabras obtuvo como respuesta una risa, una potente carcajada salida de un pecho enorme, que se alzaba por encima de todo el caos de la batalla.
Cuando entendió lo sucedido ya era tarde. Las lineas se quebraron, decenas de hombres corrieron salvando sus vidas. Los hombres se abrieron como si fueran las puertas de un salón en las festividades primaverales y de ellas surgió la figura del señor de la Tormenta, embadurnado en sangre, empuñando un martillo rojo y con una sonrisa tan ancha como sus pectorales. El envite duró poco, ninguno de los dos quería matar al rival pero la furia de la batalla acompañaba a Lord Robert, que fácilmente destrozó el antebrazo de su rival de un golpe certero. La batalla estaba decidida. La huida desordenada pero facilitada por la ligereza de sus armaduras. Los hombres de Punta Aguda lo tuvieron más difícil, quedaban pocos para ayudar a su señor y cayeron todos, incluido Lord Guncer, acuchillado en el suelo por los hombres de los Trant, en el fulgor de la batalla el pensamiento político era inexistente.
Los hombres de los Pergaminos dejaron caer sus armas rápidamente, la batalla se había decidido y apenas habían podido cargar sobre las líneas enemigas, la retaguardia de Robbert les superaba en 2 a 1. Ser Cortnay y su padre se arrodillaron frente a aquel hombre que tras la batalla parecía un Díos, el mismo Guerrero en un cuerpo de carne. Perdonadnos mi señor, perdonadnos y nuestra espada será vuestra y de vuestros hijos y de los suyos después.
// Pierdes 3.000 hombres, matas a 2.400. La victoria estuvo cerca pero tus líneas no aguantaron. Consigues retirarte hacia las naves.
1 Bar Emmon es aniquilado
1 Celitgar pasa a Numeroso -3, Veterano +1
1 Sunglass pasa a Numeroso -1, Moral -1, Lord Guncer Sunglass es capturado.
3 Targaryen pasa a Numeroso -1
4 Targaryen pasa a Numeroso -2
5 Targaryen pierde el Numeroso +2 y Veterano +1
6 Targaryen gana Numeroso -2, Moral -2 y Veterano +1
1 Penrose (que era de Aerys, no tuyo) jura lealtad a Robert Baratheon.