Daemon la miró con cariño.
Distintas emociones se arremolinaban en su interior.
Libido y lujuria al sentirla cerca, al verse solos, evocando la primera noche de pasión en la que sus cuerpos habían danzado a la luz de la hoguera.
Algo parecido a los remordimientos, por haber yacido con Daenys mientras su esposa se hallaba a la merced del Desconocido.
¿Amaba a Rhaenyra? No estaba seguro. Como tampoco lo estaba de qué le había atraído más de su sobrina, si su personalidad o su posición. Años antes se había sentido de igual forma cuando se casó con Laena. Y pese al aprecio que había sentido por ella y lo cercanos que habían sido, tampoco había llegado a amarla.
¿Qué sentía por Daenys? ¿Un nuevo capricho pasajero? ¿Cariño? ¿Por qué arriesgaba todo aquello que ansiaba por ella? Después de tantos años, la corona estaba a su alcance. Sólo una persona se interponía en su camino. Una mujer que despertaba más simpatías que él mismo. Una mujer con la que estaba dispuesto a compartir la corona.
Una corona cuyo peso ya comenzaba a sentir. Unas responsabilidades que lo agotaban al leer las misivas que llegaban a su nombre acerca de los problemas que su hermano había enfrentado día tras día. Una labor ingrata que él despreciaba.
Quizás esa era la razón por la que buscaba a Daenys. Quizás el aire fresco que la muchacha traía consigo lo embriagaba. O quizás fuera la excusa que buscaba para alejarse de aquello que creía haber querido.
Afecto. Preocupación. Aquella mujer le importaba. Le recordaba a él mismo. Ambos habían tenido que buscar su lugar por caminos que otros habían evitado. Ambos sabían lo que era sangrar para sobrevivir.
¿Amor? Lo dudaba.
Mientras hablaba. Mientras su voz se emocionaba al mencionar a Caraxes y lo que el vínculo con los dragones implicaba, su mirada estaba fija en su mirada asombrada. En aquellos labios entreabiertos a causa de la curiosidad que anhelaban ser besados.
Caos. Daemon, pese a ser un hombre pasional, nunca se había visto superado por sus emociones. Siempre se había dejado guiar por sus instintos. Sin embargo, en ese momento, sus emociones rivalizaban en una pugna sin cuartel.
Inclinándose sobre Daenys, Daemon la besó. Sus labios se unieron presos de la lujuria. Sin embargo, el valyrio agachó la frente para quedarse mirando a su prima.
Por una vez, no sólo pensaba en sí mismo, sino también en sus responsabilidad para con otros. Con Rhaenyra. Con sus hijas y con sus hijos. Y pensaba en Daenys. En aquello que él no podía darle.
Separándose, Daemon mantuvo su mirada. — No es el momento, no ahora — le dijo, sin tratar de ocultar su frustración. — ¿Confías en mí? — preguntó, sin dejar de mirar aquellos iris desafiantes. — Conseguiremos tu dragón primero y después tu apellido —.
Resumen ejecutivo para que César no llore.
Pese a que parezca que quiero contentas a ambas partes con el roleo, Daemon está encaprichado de Daenys (quizás porque se ha dado cuenta de que realmente reinar no es algo que quiera hacer y la ve como la oportunidad de escapar), le da un beso y antepone el asegurar la posición de ella a sus deseos (si esto no es preocuparse por ella). El roleo erótico festivo queda para más adelante.
Lo digo para que quede claro que pese a que no se la haya tirado (no me cuadraba por la situación), asumo que la relación con Rhaenyra se vea afectada con la consecuencia que tuvieras pensada.