Vhagar desplegó las alas.
Desembarco del Rey comenzó a empequeñecerse bajo él. Aemond tocó suavemente el lomo de la vieja dragona mientras observaba como su madre, que lo miraba alejarse envuelta en un largo vestido verde, alzaba la mano en señal de despedida. Dos aleteos más y apenas era un punto en la lejanía, como las murallas, la Fortaleza Roja y el hedor de la capital del reino.
Dioses, como odiaba ese lugar infecto.
“Antigua. Con sus grandes murallas, su puerto gigante y la Ciudadela”. No era dado a entregarse a fantasías. No desde que la daga de aquel bastardo de mierda le había arrancado el ojo y la dignidad durante muchos años. Desde entonces su vida había sido un espadazo tras otro, persiguiendo algo que no podía detectar pero que le quemaba por dentro. “Una capital en condiciones para un reino en condiciones. No una cabeza de playa de Aegon”
Vhagar recuperaba la horizontalidad después del ascenso. Bajo ellos la capital, el Camino Real y el Gaznate. Allí, a lo lejos, estaría su media hermana, planeando cómo arrebatarle el trono a Aegon y sentar sus traidoras posaderas.
-No puedo culparla, de todas formas - ¿Por qué lo había dicho en alto? - Mi hermano es un rey nefasto. El Reino merece algo más.
Hubiera jurado que Vhagar reía en alguna lengua arcana.
“Un Rey que reine y que meta en vereda a los traidores. Un rey que sepa hacer algo más que esconderse bajo las faldas de su abuelo”
Agarró el pomo de la espada mientras hacía girar, levemente, a la dragona. Dos monstruos surcaban los cielos.