Otto, ya no eres el único Hightower con el culo roto

En la penumbra de los pasillos, Larys Strong había encontrado su refugio. Las sombras eran su aliada, y el susurro del viento a través de las viejas piedras parecía contarle secretos que solo él podía escuchar. Aquel día, sin embargo, una curiosidad insaciable lo impulsó a adentrarse en un rincón olvidado, una habitación donde la luz apenas se atrevía a entrar.

La reina madre Alicent, con su porte elegante y su aura de autoridad, había regresado momentos antes. Su figura, envuelta en ricos tejidos y colores profundos, era suficiente para dejarlo sin aliento. Fue entonces cuando vio aquellas enaguas delicadas, colgadas con descuido sobre una silla. El irresistible deseo de acercarse a ellas lo superó, y Larys, tras asegurarse de que no había nadie alrededor, se deslizó en el ambiente, como una sombra más.

Cerró los ojos y se dejó llevar por el aroma que emanaba de las enaguas. Un dulce perfume, mezclado con el sudor de la reina, lo envolvió en un estado de éxtasis que nunca antes había experimentado. Era un momento de locura, un instante en el que todo lo demás se desvaneció, y su corazón latía al ritmo de una melodía secreta.

No obstante, el destino es caprichoso. La puerta se abrió de golpe y Alicent entró, sus ojos ávidos de respuestas. Larys no tuvo tiempo de esconderse. Sus miradas se encontraron, y el sonrojo surgiendo en su rostro fue inconfundible. La sorpresa de la reina madre se tornó rápidamente en una inquietante curiosidad, sobre todo al ver el bulto en la entrepierna de Larys. Aquella situación, tan desastrosa como inesperada, le ofreció una oportunidad que ni el mismo Larys había previsto.

¿Qué haces aquí, Larys? —preguntó Alicent, su voz llena de una mezcla entre reproche y sorpresa.

Reuniendo todo su valor, Larys dio un paso de cojo adelante, dejando a un lado su vergüenza. Era el momento de ser audaz, de desafiar las convenciones que siempre lo habían mantenido en las sombras.

Alicent —comenzó, su voz temblorosa pero firme—, no vengo a excusarme. He sido un mero espectador en su corte, siempre buscando entender lo que parece inalcanzable. Pero en este instante, he visto más que solo enaguas; he visto la dignidad y la belleza que encarna. Mi amor por vos ha crecido en silencio, como una semilla que florece escondida en la oscuridad.

Alicent se quedó en silencio, sus cejas alzándose con incredulidad. El amor de Larys no era lo único que estaba creciendo en él. Los colores de su vestido parecían más intensos a medida que su corazón palpitaba con el descubrimiento de aquellos sentimientos que Larys había ocultado durante tanto tiempo.

Amor —replicó, casi en un susurro—. ¿Es amor lo que sientes? ¿O es solo deseo?

Larys sintió que su corazón se desbordaba, que cada palabra era un peso que debía ser liberado.

Es más que deseo, reina. He visto vuestra lucha, vuestra fortaleza, y en cada uno de esos momentos, mi corazón se aferró a vos. Me he perdido en vuestros ojos, en vuestra sonrisa, en lo que es y lo que representa.

Una chispa de comprensión brilló en los ojos de Alicent. En medio de la confusión de su vida, Larys representaba una verdad sencilla y pura. Ella no sabía cómo responder, sus emociones luchaban entre la razón y el instinto. Sin embargo, había algo entrañablemente sincero en el hombre que se encontraba ante ella.

Quizás —murmuró Alicent, reflexionando sobre sus propias incertidumbres. —Quizás deberíamos hablar más de esto… en otro momento.

Y con esas palabras, la reina madre dio media vuelta, dejando detrás la fragancia que Larys seguía respirando. En su corazón, plantó una semilla de esperanza. Sabía que había abierto una puerta, una que podría llevar a algo más, algo que podría resistir el paso del tiempo y las sombras del destino que los rodeaba. Y cuando se quedó a solas, se masturbó como un mono.

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