Por Dorne

Los rizos negros de Ellaria se enroscaban en sus dedos cuando acariciaba su cabello. Llevaban largo rato acostados en silencio, con la cabeza de ella recostada en su pecho, pero era inútil fingir que dormían. ¿Cómo habrían podido hacerlo, con las murallas de Desembarco perfilándose ya en la lejanía?

Las noches se estaban alargando y soplaba un viento gélido que recordaba a todos los que, como el príncipe de Dorne, movían sus fichas por el tablero de cyvasse de los Siete Reinos, que el invierno se acercaba y cualquier actividad bélica, por fuerza, habría de cesar. Oberyn quería dejarlo todo resuelto antes de que la Ciudadela mandara el cuervo blanco. Pero había muchos más interrogantes por resolver de los que le gustaría.

En cualquier caso, la decisión estaba tomada.

-Voy a entrar a la ciudad -dijo con un tono quedo pero que perforó el silencio del pabellón-. Con o sin las tropas. El dragón está en su cubil esperándome. He leído suficientes novelas de caballeros ponientis imbéciles para saber lo que viene ahora.

Notó cómo la respiración de Ellaria se entrecortaba. Se incorporó de medio lado y le miró, con sus ojos como dos faros en las tinieblas.

-Te va a matar. Te va a matar a ti también. Como a tu hermano. Y a tu tío. Oberyn. Te va a matar.

Oberyn respiró hondo y se incorporó.

-Si Rhaegar respeta su parte del trato… -comenzó.

-¡No lo va a hacer! -le interrumpió Ellaria-. No tiene nada que ganar respetándolo, Oberyn. ¿Por qué iba a elegir el exilio? ¿Por qué iba a entregarte las llaves del reino? Ya tiene lo que quería de ti. ¿Es que no le has visto los ojos? ¿Es que no has escuchado cómo habla? No es el hombre que se casó con tu hermana. Es como su padre. Oberyn, es como su padre.

-¡Ya lo sé! -gritó Oberyn frustrado-. ¿Pero qué quieres que haga, que dé la vuelta y me vaya? Ha matado a mi tío. Ha matado a mi hermano. Y está ahí. Esperándome. ¿Quieres que me vuelva a Dorne con el rabo entre las piernas, porque me dio miedo enfrentarle? ¿Porque sospechaba del príncipe? ¿Porque temía por mi vida? -tomó aire y siguió en un tono más bajo pero rebosante de determinación-. Tengo que entrar a Desembarco, Ellaria. No tengo opción. La victoria está ahí, al alcance de la mano. Ahora no puedo echar por tierra todo por lo que le he luchado.

Ellaria se lanzó contra él con el rostro desencajado.

-¡Estoy harta de tu familia! ¡Estoy harta de tu sobrino! ¡Estoy harta de ti! -le gritó golpeándole el pecho-. ¿Por qué tienes que arrojar tu vida a las llamas así, con ese abandono? ¿Por qué no mandas a la mierda el deber y piensas en mí por una vez? ¡Por una sola vez! ¡Imbécil egoísta! Me habían dicho que Oberyn era un crápula, un indolente… pero lo que eres es una mierda de caballero en armadura brillante! ¡Con tu puta lanza, y tu puto dragón!

Oberyn cerró los ojos y se dejó golpear, aunque los golpes y arañazos fueron bajando en intensidad hasta que Ellaria se llevó las manos a la cara, estremecida por el llanto. La estrechó entre sus brazos y se secó con disimulo las lágrimas.

-Lo siento, Ellaria. Lo siento -se disculpó en un susurro-. Pero lo tengo que hacer. Es por mi hermana, Ellaria. Sabes que haría cualquier cosa por Elia. Ella también lo haría por mí.

-Llevo… llevo a tu hijo en mi vientre -le dijo entre sollozos-. ¿Por qué lo quieres dejar huérfano… antes de nacer?

Oberyn tomó aire y apretó con más fuerza a Ellaria.

-Si te llegan noticias… Si te avisan de que… -comenzó a decir, pero las palabras no querían salirle de la garganta-. Vuelve a Lanza del Sol. Lleva a quienes queden de vuelta a Dorne. Ve con Elia. Sé que te he pedido mucho. Y te he dado poco. Pero… ¿lo harás? Ellaria, ¿lo harás por mí? Por favor.

Ellaria musitó, con voz casi inaudible:

-Imbécil…




Elia le apretaba la mano con fuerza, pero el dolor no era para tanto. En comparación con el cuchillo helado que tenía clavado en el corazón, este dolor apenas era nada.

-Es un niño, Ellaria -le dijo Elia dándole un beso en su rostro sudoroso-. Y es perfecto.

Cuando se lo entregaron, le miró a los ojos, él los abrió, y vio al Príncipe Oberyn Martell devolverle la mirada. El corazón se le paró, y lloró como no había hecho desde aquel día.

Cuando las lágrimas dejaron de correr, la princesa la rodeó con el brazo y se acercó a mirar arrobada al pequeño.

-Es igual que él.

Ellaria asintió.

-Oberyn. Vas a ser un gran hombre, Oberyn.