Por un puñado de dragones

La noche en Desembarco del Rey era tan silenciosa como podía serlo en una ciudad bulliciosa. En la Fortaleza Roja, las sombras se alargaban y la oscuridad envolvía los pasillos. Los guardias hacían sus rondas habituales, ajenos a lo que estaba por suceder en uno de los aposentos más vigilados de la fortaleza.

Petyr Baelish, también conocido como Meñique, dormía plácidamente en su cama, confiado en las medidas de seguridad que había establecido. Sus juegos de poder y manipulación le habían otorgado muchos enemigos, pero también había sembrado miedo y respeto en igual medida. Esta noche, sin embargo, la fortuna no estaría de su lado.

En la penumbra, un grupo de figuras encapuchadas se movía con sigilo, sus pasos amortiguados por el grosor de las alfombras. Llegaron a la puerta de los aposentos de Baelish y, con la habilidad de quien ha cometido actos oscuros en más de una ocasión, forzaron la cerradura sin hacer ruido. La puerta se abrió con un leve crujido, pero no lo suficiente como para despertar al hombre que dormía adentro.

Entraron en la habitación, deslizándose como sombras. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, iluminando tenuemente la figura dormida de Baelish. Uno de los atacantes, un hombre de complexión robusta, se adelantó, empuñando un cuchillo cuya hoja brillaba con una amenaza silenciosa.

Se acercaron a la cama, y el líder del grupo hizo una señal. En un movimiento sincronizado, los atacantes se abalanzaron sobre Petyr Baelish. La primera puñalada fue precisa y mortal, dirigida al corazón. Baelish se despertó con un jadeo ahogado, sus ojos abiertos en una mezcla de sorpresa y agonía. Trató de gritar, pero otra puñalada le atravesó la garganta, silenciándolo para siempre.

La sangre manchó las sábanas de seda mientras los atacantes continuaban, asegurándose de que no hubiera posibilidad de supervivencia. En cuestión de segundos, todo había terminado. Petyr Baelish, el maestro de las intrigas y manipulaciones, yacía inmóvil en un charco de su propia sangre.

Los asesinos retrocedieron, sus rostros ocultos en las sombras de sus capuchas. Habían cumplido su misión con una eficiencia fría y despiadada. Sin dejar rastro, se desvanecieron en la oscuridad, abandonando la habitación por la misma puerta por la que habían entrado.

Al amanecer, el grito de una sirvienta rompió el silencio cuando descubrió el cadáver de Baelish. La noticia se propagó rápidamente por la Fortaleza Roja y Desembarco del Rey. Los rumores y las teorías sobre quién podía haber ordenado el asesinato comenzaron a circular. Sin embargo, en los círculos de poder, muchos entendieron que en el juego de tronos, las piezas se mueven en silencio y las vidas se pierden en la oscuridad.

Petyr Baelish, el hombre que había tejido tantas redes de engaño, encontró su final a manos de aquellos que permanecieron en las sombras, vengándose en silencio por los incontables actos que había cometido. Y así, la Fortaleza Roja se convirtió una vez más en el escenario de un misterio sangriento, con su último maestro de intrigas convertido en una víctima más del juego que él mismo había perfeccionado.