Profecías en los fuegos

Observad las llamas —volvió a repetir una vez más Barsine. La líder del Templo Rojo de Asshai era una sacerdotisa alta, espigada y solemne, de mediana edad, en apariencia. Quaithe sabía que tras esa cascada de espesos rizos negros había muchas décadas de existencia y una sangre negra, cálida y espesa. Ella también había pagado el peaje de la sabiduría—. ¿Qué veis?

Leños ardiendo —respondió Daenerys, aburrida. Era evidente que no entendía el fin de todo aquello y que le parecía una pérdida de tiempo—. ¿Qué se supone que debería ver?

Seguid mirando. Más allá —insistió la sacerdotisa, con paciencia—. ¿Qué veis?

La joven obedeció y siguió contemplando los fuegos, aunque poco convencida. A su lado, Barsine y Quaithe aguardaban en silencio, expectantes.

Hielo. Un muro de hielo —rompió de repente el silencio Daenerys, con un hilo de voz. Quaithe vió que sus ojos ya no estaban en la habitación, si no que estaban sumergidos en las llamas—. El muro se extiende hasta el mar. Y allí donde toca sus aguas, se alza un castillo.

«El don es muy fuerte en ella», pensó Quaithe, sobrecogida. Barsine estaba ayudándola, claro, por no mentar la magia que emanaba por cada poro de la roca negra en la que Asshai estaba asentada, pero aún así resultaba sorprendente. Si conseguía dominar el don, sin duda podría obrar maravillas.

Sí. El Muro. Proseguid —asintió Barsine, invitándola a continuar—. ¿Qué más?

Hay una montaña —las llamas crepitaron con fuerza. Daenerys echó levemente la cabeza hacia atrás, sobrecogida—. Tiene forma de aguja. Una mole de piedra desnuda. Hay nieve por todos lados. Allí… los muertos marchan. Cientos. Miles de ellos. Demasiados para contarlos…

«Los muertos ya han comenzado su marcha. La arena del reloj ha empezado a caer. Nuestro tiempo se agota», pensó Quaithe, preocupada. Contaba con que tendría más tiempo para instruir a Daenerys para que cumpliera con su destino, pero no iba a ser así. La joven reina dragón tendría que encontrar algunas respuestas por su cuenta.

De repente, Daenerys dio un paso atrás, asustada, y emitió un leve grito, como si hubiera despertado de una pesadilla. A su alrededor, los dragones empezaron a gruñir y a aletear sus alas, alterados.

¿Qué ocurrió? —preguntó Quaithe, con una nota de preocupación en su voz—. ¿Qué fue lo último que vistéis?

Un rostro. Parecía tallado en madera. Tenía un solo ojo, del rojo más intenso que haya visto. Me miraba. Me veía. Susurraba mi nombre —relató Daenerys, asustada. Hablaba rápido y con la voz más aguda de lo habitual. «Sin duda, está diciendo la verdad»—. A su alrededor revoloteaban cientos de cuervos. De ojos rojos también. No entiendo… ¿es real, como lo que vi en la Casa de los Eternos? ¿Son alegorías? ¿Vi el presente, el pasado, o el futuro?

Real. Todo ello. Visteis hechos que están desarrollándose o que están por suceder. Los fuegos nunca mienten, Daenerys —le confirmó Quaithe—. Sólo quiénes los interpretamos.

Habéis visto un sirviente del Gran Otro, sin duda —proclamó Barsine con solemnidad—. Y habéis visto a sus legiones, muertas, frías y carentes de vida. Se acerca el invierno, y con él, la Larga Noche. Estamos a las puertas de una nueva época de maravillas y horrores, de héroes y leyendas. ¿Me creéis ahora, Daenerys de la Tormenta? —Barsine se aproximó a la joven. Sus ojos oscuros la miraban con la misma intensidad con la que ardían los fuegos de la hoguera del templo—. ¿Creéis ahora en la palabra de R’hllor? ¿No creéis que el Señor nos ha puesto en este mundo por una razón?

Dany agachó la cabeza, incapaz de sostener el escrutinio al que la sacerdotisa la sometía. Miró a Quaithe, confusa, sin saber qué decir.

Barsine os está hablando de la lucha por el amanecer, Daenerys.

Así es —confirmó la sacerdotisa—. Está escrito en los antiguos libros de Asshai que llegará un día tras un largo verano, un día en que las estrellas sangrarán y el aliento gélido de la oscuridad descenderá sobre el mundo. En esa hora espantosa, un guerrero sacará del fuego una espada llameante. Y esa espada será Dueña de Luz, la Espada Roja de los Héroes, y el que la esgrima será Azor Ahai renacido, y la oscuridad huirá a su paso.

» Vos sois Azor Ahai renacida, la elegida del Señor para comandar a la humanidad en esta hora. La nuestra es una lucha por la vida, y si fracasamos, el mundo entero perecerá con nosotros.

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