Que de comienzo la competición!

Las gargantas del pueblo llano estallaron al unísono junto con la de algunos señores al ver al Lord Comandante de la Guardia Real caer al suelo; el príncipe Targaryen era alguien muy respetado y querido por gran parte de sus súbditos. Hasta que no vio a su adversario levantarse por su propio pie no aprovechó para saludar a la multitud y quitarse el yelmo. Al poco tiempo acudía raudo su joven escudero, Clement Crabb [1], para liberarlo de su carga. Era el mayor de los hijos del pobre Lucifer Crabb al que había decidido honrar aceptándolo bajo su tutela, con la esperanza de ganarlo para su causa. El joven iba acompañado por un paje que llevaba con sumo cuidado una carga muy valiosa: una bellísima corona tejida con azules rosas invernales. Dictaba la tradición que el campeón del torneo tenía derecho a nombrar una Reina del Amor y la Belleza, que teóricamente debía ser la mujer más atractiva entre los presentes. Para cumplir con el protocolo, el príncipe debería haber concedido el honor a su señora esposa, más no se había erigido campeón entre los más grandes caballeros del reino para acallar los dictados de su corazón. La noche del primer banquete la había contemplado mientras arrancaba notas de su lira, y su interés creció al ver su espectacular actuación durante la carrera de caballos. Su gran sensibilidad lidiaba equilibrada con su fiera gallardía. «¿Es ella la adecuada?», llevaba preguntándose durante horas. El dragón debía tener tres cabezas para la calamidad que se avecinaba y todos los maestres le habían dejado claro que teniendo en cuenta lo dificultoso del parto de su primera hija, la princesa Elia probablemente no podría volver a parir sin poner en riesgo excesivo su vida. Rhaegar no quería poner en riesgo la vida de la mujer a la que quería, pero si la profecía no se cumplía, su vida habría sido en vano. Tomó las riendas de su caballo y lo dirigió con paso decidido hacia las gradas donde se sentaban los señores norteños.

— Mentiroso sería si negase lo evidente —comentó el príncipe cuanto estuvo frente a una asombrada Lyanna Stark que no terminaba de asimilar lo que estaba ocurriendo—, pues vos sois, sin duda, la más bella del reino.

En aquel momento dragón y loba no lo percibieron; pues solo tenían ojos para ellos mismos, pero como si de una peste se tratase, las sonrisas de los que apenas unos instantes antes jaleaban al campeón quedaron congeladas y apagadas.


[1] Estamos hablando del mismo Lord Clement Crabb que años después sirvió a Joffrey en la anterior partida. Corregid ya el árbol genealógico de los Crabb, no hay ningún Alaric Crabb según todos los registros de nacimiento observados con estricto rigor en la Diócesis de los Susurros. Gracias.

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La Princesa, que no se había perdido ninguna justa y de normal pasaba más tiempo departiendo amigablemente con todos los que se acercaban a saludarla que centrada en las justas, que para su gusto eran un poco violentas, no se perdió sin embargo ningún envite del Príncipe Rhaegar. Con el corazón en un puño, rezaba en silencio a los Siete, a la Madre Rhoynar y a quien quisiera escucharla, no porque ganara, pues a fin de cuentas no era más que un juego, sino porque no le hicieran daño.

Cuando Rhaegar ganó la final, se levantó aplaudiendo y vitoreándole. Aunque solo fuera uno de esos juegos tontos de hombres, sabía que llevaba tiempo buscando una victoria en un gran torneo, y se alegraba de corazón de que al fin la hubiera conseguido. Se preparó para recibir la corona, erguida y luciendo su mejor sonrisa, y cuando Rhaegar pasó sin detenerse frente a ella tardó unos segundos en entender lo que estaba pasando. Y cuando le oyó hablar se le heló el corazón.

Se mantuvo al frente, erguida, sonriendo. Aunque ya solo lo hacía con la boca. El tiempo pareció congelarse, y sintió todas las miradas del reino sobre ella. No podría decir si pasó un segundo, un minuto o una hora. Pero en algún momento una voz amable y una mano en su hombro la sacaron de su ensoñación.

-Vamos, Princesa -le susurró el Príncipe Lewyn llevándosela, como un muñeco sin voluntad, lejos de las miradas y de los comentarios crueles que, tras el estupefacto silencio inicial, empezaban a extenderse como fuego valyrio.

La Princesa Elia se retiró de la escena, pero una parte importante de ella, una persona que ella antes había sido, se quedaría siempre en aquella grada, erguida, sonriendo, soportando el peso de las miradas y oyendo a su príncipe de cuento romperle el corazón, una y otra vez.

“No”

Jon estaba parado, con Alistair detrás de él, los guanteletes de la justa aún en mano. Ambos quietos, muy quietos, como si el tiempo se hubiera detenido. Rhaegar Targaryen estaba hablando, mirando a los ojos oscuros de Lyanna Stark, la hija de Invernalia.

-Mentiroso sería si negase lo evidente. - Su príncipe se encontraba allí, la espalda vuelta hacia él y la tribuna, donde se encontraba Elia de Dorne, tan delicada y de rostro tan sereno, recitando con voz tranquila ante las miradas asombradas de todo un reino. - Pues vos sois, sin duda, la más bella del reino.

Silencio. Silencio sepulcral y miradas cruzadas. El príncipe Lewyn susurrándole algo al oído a Elia y marchándose con ella de la mano mientras el manto de bocas cerradas se iba levantando y los susurros se apoderaban de todo Harrenhal. Por todas las gradas, por los pabellones y por el campo de justa empezaron a escucharse quejas, llantos, risas y comentarios. Como una ola en las costas de las Tormentas, amenazando con llevarse por delante un reino entero.

“Haz algo, Jon”

¿Pero qué?, ¿qué podía hacer? Rhaegar Targaryen, el príncipe perfecto, el salvador del reino y la gran esperanza ante aquel loco que se sentaba en el trono, acababa de insultar no solo a su mujer, sino a la Casa Martell, la Casa Stark y la Casa Baratheon. Las consecuencias de ello…solo los maestres que en siglos posteriores escudriñaran al pasado las sabrían.

“Haz algo”

-¡Gloria al campeón! - Alzo la voz, intentando que no se le notara el temblor. Rhaegar parecía seguir perdido en un sueño. - ¡Gloria al Príncipe Rhaegar Targaryen, el más grande de los caballeros!

Buscó con la mirada a Robert Baratheon.

El día había sucedido mejor de lo esperado. Después de llenar de vergüenzas el día anterior tocaba vislumbrar la fase final de las lizas, en las que el mejor caballero coronaria a la Reina del Amor y a Belleza, si es que Aerys lo consideraba digno vencedor.

Lord Rickard se situaba en la grada que le había sido adjudicada, con su hijo Eddard a la derecha, Benjen a su izquierda y Lyanna a la derecha de Ned. El blasón del huargo caía y se podía identificar perfectamente quienes se sentaban allí.

Mientras los contendientes luchaban por el honor se fijó que ni Martell ni Lannister se encontraban allí, salvo Jaime y Cersei que quizá aún bailasen entre las sábanas y los pocos Martell que aún estaban ligados a la Casa Real, entre ellos Ashara Dayne, dama de compañía de la Princesa Elia y que permanecía a su lado durante el torneo y a quien Eddard no quitaba ojo de encima.

Para cuando la tarde estaba a punto de caer, Rhaegar Targaryen desmontó a Lord Gerold que había perdido dos finales en dos días, aunque había resultado vencedor en una de ellas… y cuando parecía que el día iba a tocar a su fín tomando a la Princesa Elia como Reina del Amor y la Belleza no fue así, “Un gesto que honra el Príncipe coronar a la hija de los Whent” pensó cuando se dirigía hacia ella, pues estaba ubicada antes que la grada de los Stark, al fin y al cabo aquella gran celebración había sido perpetrada en su honor.

Pero poco duró ese pensamiento cuando vió que ésta quedó atrás y viendo que su montura se dirigía directamente hacia ellos, un leve vistazo periférico hizo que Lord Rickard se preocupara más aún, Benjen casi saltaba emocionado viendo como el Príncipe se acercaba, Eddard estaba helado en su asiento, como casi toda la totalidad de la gente que contemplaba el torneo, y su hija se ruborizaba en su asiento, sus mejillas tomaban un color rosáceo en contraste a su normalmente color níveo.

Lord Rickard no podía creer lo que a apenas unos metros estaba escuchando, acaso la locura lo había tomado tan pronto? era una deshonra para su casa y una ofensa terrible para la suya y sobretodo para la Casa Baratheon aquel gesto.

La voz de Connington le hizo reaccionar, y cuando parecía que el público iba a salir de su mudez Lord Rickard se levantó súbitamente - No permitiré que ofendas a mi casa y a los dioses con este gesto - no tenía porque aguantar eso y si el Rey no estuviese allí todo sería distinto - El sur ha perdido todo el honor, el Norte es nuestro hogar y a él volvemos. - esto último no lo expuso de manera audible a todo el mundo aunque pudo sobreentenderse después de que toda la corte de los Stark abandonase la grada del torneo, con una Lyanna Stark que se aferraba con una sonrisa disimulada en el rostro a la corona de flores que su Príncipe le había otorgado.

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Esperad, Lord Rickard— el rey gritó mientras, con paso ligero, recorría la distancia que separaba su palco del de los Stark. —Habláis de deshonra pero yo no veo deshonra alguna para vos o vuestra casa, el príncipe no ha hecho más que recalcar un hecho que todo Harrenhal ha podido contemplar, habéis criado a una hija formidable que reúne en sí las mejores cualidades del Norte. — Aerys hizo una pausa, dejando que la joven Stark se ruborizara aún más, si eso era posible —Si no queríais que Poniente observara a vuestra hija deberíais haberla dejado en Invernalia, aunque por como reacciona la muchacha no creo que ella lo hubiera querido. Quizás Lord Robbert pudiera sentirse ligeramente ofendido, al fin y al cabo es su prometida, pero nada que no pueda dispensarse tras una amigable charla, y desde luego que mi hijo tendrá que responder ante su señora esposa más tarde, pero que las cosas más triviales parezcan fundamentales es prerrogativa de las mujeres

El rey ya había alcanzado el palco de los norteños y se dirigía a ellos, con Lord Gerold a la diestra y Ser Barristan a la siniestra, desde el embarrado campo de torneo, mientras el príncipe calmaba a su corcel. —Mas, si tan grande creéis el desagravio que tratáis de abandonar vuestro puesto sin el permiso real, plantead vuestro caso y exigir vuestra compensación aquí y ahora, ante todo Poniente, y la justicia del Rey resolverá.

Robert Baratheon observó como el príncipe dragón le ofrecía la Corona de la Belleza a Lyanna Stark, su prometida. La ira le hizo apretar los puños. Cuando uno de sus compañeros le preguntó que opinaba respondió estupefacto sin apenas pensar. “Es cierto que ha cumplido con la verdad, pues Lyanna es la más hermosa del reino.” Su vasallo lo miró sin acabar de creerse lo que oía. Robert estaba rojo de furia. Aquello debía terminar. Su primo Rhaegar se atrevía a galantear a su prometida delante de todo Poniente.

Cuando escuchó hablar a Lord Stark salió de su ensimismamiento y se alzó entre todos los presentes. "Lord Stark, no es a vos a quien han ofendido, ni a vuestra hija sino a mí. Mi propio primo debe rendir cuentas de esto. Es una cuestión entre él y yo. “¡Rhaegar Targaryen, si sois hombre decid que tratáis de galantear a mi esposa ante todo el público y defendedlo ante mí con las armas. Ante todos los nobles de Poniente os desafío. Si admitís que tan solo homenajeabais su belleza y que negáis tener ninguna intención con mi prometida Lyanna Stark este asunto quedará olvidado. Si incumplís lo prometido, tendremos más que palabras y recordaréis para siempre a Lord Robert Baratheon.” Apretó todavía más los puños y clavó sus ojos azules en los violetas del Príncipe.

“Y vos, Lord Jon, no mostréis tanta euforia hacia quien acaba de afrentarnos aunque puedo admitir que justó bien, no puedo admitir que galantee a mi esposa y que se le vitoree como si no hubiera pasado nada.”

Empezó a echar de menos su maza mientras observaba como crecía la atención del público.

Ya se disponía a marchar cuando una voz, una voz que todo Poniente reconocería le ordenó esperar… la única persona que le podía obligar a hacerlo sin duda.

El escenario cada vez se ponía de mejor color y ver a las posiblemente dos mejores espadas de Poniente acompañando a un Rey que estaba muy lejos de sus mejores días era algo que Lord Rickard temía, pero no por ello iba a mostrar una pizca de miedo, no lo había hecho en el pasado y no lo haría hasta el mismo momento de su muerte, quizá más cercana que distante.

Cuando estuvo a su altura hizo una reverencia, pues el juramento que había prometido cumplir no lo había obligado a permanecer sentado ante un agravio pero si a inclinarse ante quién debía rendir pleitesia.

-Nunca osaría decir que fue deshonroso el acto del Príncipe, vuestro hijo, más tratándose de una tradición con las connotaciones que tal gesto trae si me pareció una ofensa hacia mi hija, prometida de Lord Robert Baratheon y hacia mí, como su señor padre responsable de su persona hasta que sea desposada. - “Y hacia Lord Robert Baratheon, su prometido, y hacia la Princesa Elia Martell, su esposa, y hacia Dana Whent, persona a la que se había dedicado este torneo, y hacia vos mismo como Padre y Rey… y por último una ofensa a todos los dioses Nuevos y Antiguos”. Pero todo aquello último sólo lo pensó, pues sólo defendía su causa. - Jamás quise faltar ni atentar a vuestra autoridad ni hoy ni en todos los días de mi nombre, y si no he interrumpido lo que el Príncipe Rhaegar tenía que decir, lo único que podría pediros es vuestra dispensación para volver a mi hogar. -

Sus hijos permanecían quietos, de la cara de Lyanna había desaparecido la sonrisa y sus colores alegres habían tornado a una cuasi palidez, pues todo el mundo conocía la fama del Rey, y sus decisiones solían dejar huella. Lo haría todo por ellos, lo daría todo por ellos.

Y no sabía siquiera si había terminado de narrar su petición para abandonar Harrenhal al Rey cuando la voz grave de Lord Robert resonó por todos los rincones de Harrenhal, y Rickard no pudo hacer más que lanzar una mirada triste hacia aquel insensato y esperar con estupor la tormenta que se avecinaba.

Crei que mi tutela habia sido mejor, que habia conseguido inculcar alguna clase de sentido de la prudencia, la autoconservacion… Amenazar al principe, retarlo, desafiarlo. El ultimo desafio al rey acabo con la extincion del linaje completo de la casa Darklyn.

-Lord Robert. Creo que las emociones del dia os han causado mella. Yo pienso que estais entendiendo mal al principe y no deberiamos dejar que algo tan nimio como una mala interpretacion de las palabras que escuchamos, por mal que nos caigan, enturbie el estupendo acontecimiento que hemos tenido el placer de vivir estos dias. Considero que si mi hija hubiera sido honrada con la corona del amor y la belleza por el mismisimo principe de Rocadragon, deberia sentirme honrado. Mas aun, si fuera a mi prometida a quien hubieran honrado sobre todas las hermosas damas que aqui nos acompañan. Mas somos humanos, erramos. Yo comprendo la afliccion de Robert, los celos han empañado su buen juicio en este asunto. Lyanna sera su esposa y es hermosa y de buena cuna. Muchos hombres lo envidiaran y muy pocos tendran el detalle de declarar su opinion de viva voz y honraran a Robert y a la propia liana con piropos tan magnificos. Lo que hemos vivido en Harrenhal ha sido algo que se recordara cuando muchos de nosotros ya no estemos. Deberiamos festejar lo que ha ocurrido positivo aqui, si vamos a dejar que algo enturbie el acontecimiento, que sea lo justo. Que la noble y buena Lady Dustin no este aqui hoy por las acciones de unos malhechores, que los siete la guarden y nos den fuerza y lucidez para dar con ella pronto.

Como agua entre las manos. Harrenhall había pasado de ser un lugar esplendoroso en los primeros días, a un lugar donde las intenciones de unos y otros convivían y chocaban entre si. La situación provocada por Rhaegar Targaryen fue una chiquillada que provocó que la opinión sobre el Príncipe fuese peor, al menos por parte de Hoster.

Y todo lo que vino después…todo aquello hizo que Hoster tomase aire un par de veces, de manera profunda. Aquella era su tierra, aquel el lugar de su vasallo, y estaba bastante cansado de la forma de actuar de muchos allí. Se encaminó hacia el lugar donde los Stark, los Baratheon, los Arryny los Targaryen se encontraban.

  • No habrá ningún duelo, Robert Baratheon. No aquí, ni en ningún lugar de la Tierra de los Ríos. El Príncipe Rhaegar Targaryen ha hecho un cumplido a Lyanna Stark. No soy justador, pero si lo hubiese sido, y hubiese ganado, seguramente esa jovencita sería una a las que querría entregar la corona de flores.- Dirigió la mirada a la muchacha. Pobre muchacha.- Como dice Lord Jon, bien haríamos en preocuparnos por lo que debemos, conocer donde se encuentran esos hombres que vinieron del Camino Alto en busca del ataque a la comitiva de los Stark. Es lo que nos debe preocupar.- Se dirigió a Lord Jon. No había pasado por alto aquel sutil comentario acerca de lo ocurrido días antes.- Si el Rey Aerys lo ve oportuno…el Torneo de Harrenhall puede concluir.

Lord Stark había decidido retractarse de sus palabras y era lo sensato: su turbación no justificaba las graves acusaciones que había vertido. El dragón que anidaba dentro del príncipe rugía, deseaba aceptar aquel reto que le habían lanzado y coronar abiertamente ante todos a la reina que había elegido. Tras unos instantes la bestia cesó su actividad y dejó paso a la cordura. Harrenhal ya había visto demasiadas miserias y no deseaba añadir más a la larga lista.

Tan solo me he limitado a homenajear a vuestra rosa invernal, la más bella de todos los inviernos –contestó el príncipe con una tranquilidad que estaban lejos de sentir muchos de los presentes, mirando con cierta picardía al hombre que le había desafiado públicamente–. No pretendía ofenderos, Lord Robert.

Bien, pues todo aclarado, Lord Stark se retracta de su acusación ante todo Poniente, Lord Robert tiene la explicación que su corazón juvenil tanto ansiaba y el príncipe demuestra su saber estar ante tan inflamados corazones. Unámonos pues, antes de que nadie prepare la marcha para sus respectivas casas, para las festividades de cierre del torneo y regocijémonos ante tan gran ocasión

Los roces generados a lo largo de los días de torneo se plasmaban ahora en las actitudes de los diferentes señores de Poniente. Entre las diferentes chanzas que se habían ido repitiendo, peleas y espinosas tácticas de competición se había generado en el ambiente una calma tensa que había estado muy cerca de explotar con la boda Lannister, en la coronación de Lyanna Stark como Reina de la Belleza y finalmente con el reto que el orgulloso Lord Robert había lanzado al Príncipe. Este se había excusado ante un centenar de diferentes señores nobles, bien por miedo a despertar la ira de su padre o al portentoso físico del Baratheon, durante años se debatiría la actitud del Príncipe; mientras unos veían a un cobarde que prefería la lira a la espada, otros veían a la clase de gobernante prudente que los Siete Reinos necesitaban.

Cuando comenzó a extenderse el rumor sobre la huida de la Princesa Elia nadie quiso quedarse para investigar lo sucedido, todo el mundo temía la reacción del rey y pronto las diferentes comitivas se afanaron en marchar a sus respectivos territorios. Los primeros en abandonar Harrenhall fueron los Greyjoy, sin contar a los Lannister que dejaron el torneo tras la boda de Jaime y Cersei. Los dornienses, fueron los siguientes, muchos de ellos confusos y con visible miedo en los rostros, habían quedado sin nadie a quien seguir y sus tierras quedaban muy lejos de aquel lugar. Fueron los primeros entre un río de gente, en los próximos días miles más abandonaría la fortaleza y sus gentes olvidarían pronto como por unos días habían sido el centro de Poniente, y quien sabe si protagonistas del futuro de los Siete Reinos.