Recepción y ceremonia

El Nido se vestía de gala aquellos días. Hacía por lo menos una semana que los invitados iban llegando al hogar de los Arryn. El sendero que discurría desde las Puertas de la Luna hasta Cielo, la tercera de las fortalezas que guardaban el camino hacía años que no estaba tan concurrida. Por orden de Lord Arryn y por el espacio disponible en el Nido de Aguilas, la mayoría de acompañantes de los diferentes señores y nobles que acudían se quedaban en las Puertas de la Luna donde se celebraría un banquete para ellos a la par que se celebraba la boda en el Nido.

Lord Arryn había llegado escasos días antes y había dispuesto con ayuda de Lady Denyse, su madre, que hubiese de todo para los invitados durante aquellos días. Los nobles de las casas más cercanas hacía varios días que se reunían allí y poco a poco su número había ido aumentando hasta estar prácticamente todos ellos en el castillo. Sin embargo, Lord Arryn seguía esperando a la familia de su futura esposa, que hacía días que había llegado escoltada por ser Elesham, el caballero de la puerta.

Al llegar la noticia de que los hombres de los Ríos se aproximaban se colgaron al fin de los muros los pendones de ambas casas. Llegaban justo a tiempo para celebrar el evento que forjaría aquella alianza entre ambas regiones. El príncipe Duncan y la reina habían tenido a bien quedarse para la boda y Lord Arryn envió a un sirviente a avisarlos de que Lord Tully se aproximaba.

El señor del Valle por su parte se engalanó con su armadura, brillante y con el halcón grabado en relieve en su peto y bajó hasta la cámara de la Medialuna para conocer a su futuro suegro y darle así al bienvenida a su hogar.

Lord Medgard estaba de pésimo humor. Deseaba haber acabado de una maldita vez la más que molesta riña entre sus vasallos de Bracken y Blackwood antes de partir, pero la justicia real se había tomado su tiempo para llegar y Lord Medgard no podía aplazar más el compromiso de su hija sin que fuera vergonzoso para su anfitrión. Estaba sumamente decepcionado con la Corona y cada día que pasaba más se convencía de que el rey estaba asesorado por imbéciles… o que el propio monarca era un pusilánime incapaz de poner coto a sus molestos vasallos. Lord Medgard le había dado su pleno apoyo para sojuzgarlos si así lo requería, pero el monarca se mantenía en apariencia irresoluto y eso no hacía más que sacarle de quicio. «Demora, demora y demora, ¿y para qué? ¿Acaso piensa que huyendo de los problemas estos van a solucionarse solos?», se lamentaba con amargura. Las noticias que llegaban del Oeste eran cada vez más perturbadoras, y deseaba vengar la infame muerte de Lord Piper. Sus compañeros de viaje no contribuían a tranquilizarle.

Y, haciendo honor a la verdad, no eran los que habría elegido, pero tenía que dejar en buenas manos al impetuoso Jonos Bracken, y en cualquier caso el honor le exigía invitarlos a la boda de su hija. Desde que el paranoico Lord Perryn se enteró que la reina de Poniente se hallaba presente en la boda no paraba de decir que Blackwood estaba susurrando a los oídos de Arryn para deshacer el compromiso, y le urgía a darse prisa para evitar contratiempos. Ser Matthias Cox el Póstumo no desaprovechaba ninguna oportunidad para denigrar a sus vecinos los Mooton. De las veces que lo había repetido, el señor de Aguasdulces casi podía recitar su discurso de memoria. “Se han atrevido a desafiar vuestra autoridad abiertamiente no respondiendo a vuestra llamada. Pero los hombres de Salinas han hecho honor a su juramento, pues en la orilla norte del Tridente aún recordamos que es el honor”. También aprovechaba para lamentarse trágicamente del destino de sus tierras, y de lo mucho que podrían cambiar su situación… siempre y cuando se le retiraran muchos privilegios a los habitantes de Poza de la Doncella y se redactase una nueva carta de población para Salinas. “¡Ah, villa de Salinas! −comenzaba su lamento− Por un simple capricho de los viejos reyes de Piedrasviejas, no eres la más grande del Tridente. Pero lo que los hombres hacen, pueden deshacerlo, digo yo, ¿no creéis, sire?”. Eso, a lord Medgard, le importaba un pimiento, mientras los impuestos de la zona fuesen recaudados y la paz del rey fuera mantenida. Pero como era lo que su interlocutor deseaba oír, se limitaba a escuchar y a hacerle vagas promesas de que estudiaría el caso. Lord Medgard había renovado los privilegios de Poza de la Doncella tras la muerte de su padre y salvo que los Mooton no le dieran motivos no tenía intención de revocarlos.

Todas sus preocupaciones se desvanecieron cuando por fin llegó al Nido y fue recibido por su futuro yerno, que estaba acompañado por su sonriente hija. Celia se había engalanado con un atrevido vestido ajustado de sedas rojas y azules con encaje de Myr. Una oleada de orgullo y calidez le invadió al volver a verla de nuevo. «Siempre ha sido la más hermosa». El señor del Nido de Águilas era alto, joven y atractivo, vestido con su armadura y capa era la viva imagen de la caballería. Y cumpliendo con el protocolo como se esperaba de un perfecto caballero, le recibió con grandes y solemnes palabras.

Os agradecemos mucho vuestro recibimiento, mi señor −Lord Medgard inclinó levemente la cabeza con respeto−. Y agradezco mucho la paciencia que habéis tenido al esperarme. Habéis sido muy comprensivo. Espero al menos que la compañía de mi hija haya hecho vuestra espera más llevadera.


Lo he escrito de golpe, no estoy demasiado inspirado pero quería poner algo. Mis disculpas por faltas de ortografía y demás.

Lord Arryn recibió a Lord Medgard con todos los honores, solo faltó la aparición, como el quería, de la reina y su hijo el príncipe Duncan, alojados en el castillo. Los había mandado avisar con el tiempo suficiente pero por lo visto no estaban listos todavía y apartando su fastidio ofreció a su futuro suegro toda la hospitalidad del Valle. Después se apartó unos pasos para dejar que padre e hija se reencontrasen tras una temporada separados mientras ambos séquitos se saludaban.

La alegría era patente en el salón, dos grandes casas iban a unir sus linajes, cosa que no pasaba muy a menudo. - No tenéis nada que agradecer Lord Medgard. La compañía de vuestra hija ha sido más que llevadera y como señor del Valle entiendo que no siempre podemos acudir a cada lugar que deseamos cuando deseamos – dijo Lord Arryn recordando al señor de Piedra de las Runas, que había llegado el día anterior.

¿Vuestro viaje ha sido agradable? – preguntó mientras le mostraba el camino por la escalera tallada en la roca. Esta ascendía en espiral sinuosamente, separándose en diversos ramales que se adentraban en la oscuridad de la montaña. Aquello era un pequeño laberinto para quien no conociese el lugar. – Tengo entendido que habéis tenido ciertos problemas, al igual que yo – dijo Jon en el momento en que apareció ante ellos una arcada iluminada al fin por luz natural.

Era la entrada al patio del castillo, de piedra blanca y brillante, rodeado por la montaña y las siete torres del castillo. – Os alojaréis en la torre de la Doncella milord, es la que dispone de las mejores vistas y solo hay otro grupo de invitados allí, he procurado que sea lo más tranquilo posible. De todos modos, dudo que la reina y su hijo Duncan sean una compañía molesta. Espero que tras la boda, que será al atardecer si os place, podamos conversar tranquilamente todos – le ofreció sabiendo lo conveniente que podía ser para todos aquella reunión. Lord Arryn tenía aspiraciones y Lord Medgard igual, todo era cuestión de apoyarse.

El viaje ha sido… un viaje más –Medgard rió, como queriendóle quitar importancia al asunto–. Imagino que los tan temidos clanes de la montaña no han querido hacer acto de presencia, debido al tamaño de mi cortejo. Y sí, he dejado atrás algunos problemas sin resolver. Los Bracken y los Blackwood, ya sabéis, vasallos míos irreconciliables –el señor de Aguasdulces cabeceó de un lado a otro con hastío–. Han tenido otra de sus estúpidas riñas con sangre de por medio, y el reino no se lo puede permitir en estos momentos. Quizá nuestra bondadosa reina pueda ayudar a meter en la cabeza de su padre algo de sentido común, pero no creáis que tengo muchas esperanzas –Medgard puso mala cara–. El orgullo de estos Blackwood no ha hecho más que crecer estos últimos días. De mi cuñado me puedo encargar yo. Pero eso no es lo peor.

Una persona más prudente habría considerado guardarse esos problemas para sí, pero Lord Medgard era una persona extremadamente confiada y el señor de Nido de Águilas tenía algo que le decía que podía confiar en él sin problemas.

Me temo que dentro de poco veremos un conflicto a gran escala en el Oeste –le confió a su futuro yerno–. El león rojo y el león dorado. Mi vasallo, el buen Lord Piper, acudió a la boda del Colmillo Dorado y no volvió. Envenenado, ¿por quién? El rey me escribió para que preparase un ejército, en vistas de intervenir militarmente. Mala cosa, mi señor de Arryn, mala cosa. Suenan tiempos de guerra. Pero ya hablaremos con más calma de estos menesteres. No quisiera agriaros la boda, mi hija no me lo perdonaría. Y no queráis verla de morros –rió con ganas–, oh, no lo queráis. Tiene carácter.

Los dos hombres terminaron de subir las escaleras hasta llegar al patio del castillo.

Lo que a Vuestra Merced le plazca me placerá a mí. Estoy convencido de que la Torre de la Doncella será un sitio exquisito para descansar y relajar la vista.