Rhaenyra había estado de parto varios días en los que el maestre Gerardys y las matronas habían intentado hacer todo lo posible por salvar la vida de la niña. Por desgracia, los Siete reclamaron a la pequeña Visenya y su madre quedó devastada tanto por la pérdida de su hija como por la batalla librada en la guerra de las mujeres.
La vida de la Targaryen había llegado a estar en peligro, sin embargo, tras varios días recuperándose, fue recobrando el ánimo y la entereza. En ese tiempo los verdes habían podido moverse, aprovechándose de la situación en la que la legítima heredera se hallaba. Por todos era conocido que el disgusto que le habían producido las palabras llegadas de Desembarco del Rey habían anticipado un parto previsto para la siguiente luna. Y debido a ello la pequeña Visenya había nacido sin vida, demasiado joven para el mundo en que se hallaban.
En ese tiempo, Daemon Targaryen no había permanecido impasible. Se había hecho con las riendas y había convocado a los nobles que rindieron vasallaje en los Feudos a su hermano Viserys I. Mientras los Verdes habían coronado a su sobrino con prisas y sin más testigos que un pueblo que no sabía qué sucedía, a Rocadragón habían acudido representantes de casi todas las casas a las que habían invitado.
Rhaenyra permanecía en pie, frente a todos ellos. No era una celebración al uso. El luto por la princesa Visenya imperaba en el ambiente, así como el hecho de que aquello no era lo que el difunto rey hubiese querido. Viserys I hubiera querido una gran celebración en Desembarco del Rey, donde nobles venidos de todos los confines de los Siete Reinos acudieran en un día de dicha por la coronación de su única heredera. Una mujer a la que había educado desde su más tierna infancia para reinar. La única de su prole que había asistido a reuniones del Consejo Privado en su juventud… mas Otto Hightower no sólo había desdeñado las voluntades del hombre al que había jurado servir, sino que también había mancillado su memoria falsificando su testamento.
Sin embargo, en aquel lugar brillaba la esperanza. La de aquellos que no se daban por vencidos y unían sus fuerzas para hacer valer la voluntad del Rey. Aquellos que creían en el imperio de la ley por encima de la costumbre. Aquellos cuya lealtad era incuestionable y su honor inmaculado, incapaces de quebrar el juramento que se pronunció décadas atrás, cuando la primogénita del rey fue nombrada princesa de Rocadragón.
Hombres como Steffon Darklyn, que había sido nombrado Lord Comandante de la Guardia Real de la reina después de probar su valentía, arrojo y coraje al escapar de las garras de Lord Otto con la corona de su Majestad. Aquella que habían portados los garantes de la paz: Jaehaerys y Viserys Targaryen.
Daemon miraba alrededor, viendo cómo todos aquellos hombres presentaban sus respetos cuando el Heraldo anunciaba a la reina. Sin embargo, todos se preguntaban dónde se encontraba Lord Corlys Velaryon. Su heredero, Lucerys, segundo hijo de la Reina, había acudido en representación de su abuelo, ataviado de los colores Velaryon. Sin embargo, el Targaryen tuvo que ahogar un bufido cuando el muchacho le informó de aquella situación. ¿Qué era aquello tan importante que tenía que hacer la Serpiente Marina como para no acudir a la coronación de su Reina?
Llegado el momento, Daemon se aproximó a su esposa, con la corona de su hermano en sus manos. Una corona que había anhelado durante décadas. Sin embargo, no dudó. Colocó la corona sobre los cabellos plateados de Rhaenyra Targaryen la primera en su nombre, reina de los Ándalos, los Rhoynar y los Primeros Hombres, señora de los Siete Reinos y Protectora del Reino.
Tras ello, el otrora príncipe, ahora rey consorte, hincó su rodilla en tierra, acto que imitaron muchos de los allí presentes. Los menos, aquellos que simplemente habían acudido como observadores, se limitaron a inclinarse en señal de respeto.