Ricka rack! Eek! Eek! Eek! Eek!


¡Corred-corred tras las cosas-hombre, que no huya-escape ninguna!— La enorme rata negra presidía sobre las ruinas de lo que hasta hace unas horas había sido la sede del poder de Nuln, a su alrededor tan solo muerte, cenizas y podredumbre. Miles de refugiados trataban de huir mientras las ratas del clan los cazaban, sin piedad, tan solo deteniéndose para devorar su carne, pero el esfuerzo era futil, la column de humo y cenizas se eleveba hacia los cielos dando fe de lo acontecido en Nuln y por muchos que fueran cazados otros tantos conseguían huir.

Mientras tanto, cientos de hombres encadenados se acumulaban en la enorme plaza. Un infinito enjambre de ratas trabajaba laboriosamente trayendo más cautivos mientras se aseguraban de que ninguno concibiera siquiera la posibilidad de luchar contra su destino, el más mínimo atisbo de rebeldía era suprimido con violencia, garras y dientes hasta que tan solo huesos quedaban en el lugar del valiente desdichado.

La plaza era el caos más absoluto, con ratas andando unas encima de otras para llevar a cabo sus tareas, pero en medio de ese caos se alzaban patrones que solo los más astutos podían vislumbrar. Cientos de dimunutas campanas repicaban mientras la cansada rata de pelaje gris observaba todo desde la semiderruída torre del campanario.

Aquí-aquí se desvanece tu-tu secretismo— la grave voz llenó la estancia desde la oscuridad de las ruinas, tan solo su hedor indicaba que alguien más que el vidente se encontraba en la estancia. —No-no me queda mucho-nada tiempo aquí. ¡Dame-dame piedra-comida!— Exhortó la cuasi incorpórea figura.

Marcha-marcha— dijo la rata gris mientras le tendía un cristalino polvo de brillante color verdoso que la figura devoró ávidamente —Tus-tus servicios son apreciados

Screenshot 2022-01-31 at 11-32-35 Green King Horned Rat Tapestry by Aonaka

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Decenas de héroes y santos de piedra eran mudos testigos de la barbarie y el caos que los hombres-rata llevaron a Nuln, impávidas estatuas que de estar vivas habrían llorado ante la destrucción de la ciudad. Y, sin embargo, una de las figuras se movió casi imperceptiblemente, apenas unos centímetros, para poder divisar mejor la torre del campanario.

Entre las ruinas una rata de pelaje gris observaba la caída de Nuln sin saber que, a su vez, ella era objeto de escrutinio. La figura embozada de la catedral había aprendido a esconderse a plena vista y sabía que aquel ejército monstruoso, acostumbrado a viajar en túneles no ponía su vista nunca arriba, sino adelante; por eso, desde las alturas de la catedral, la observadora podía mantenerse a salvo durante un tiempo al menos.

Pero no podía marcharse aún, no hasta saber qué había pasado en la Corona que Brilla con un Centenar de Joyas. No hasta saber qué poderes ruinosos estaban detrás de la horda de Skavens, de aquella fuerza destructora que había llegado desde las tinieblas de los cuentos de viejas hasta el centro del Imperio.

Estaba muy lejos para poder oír cualquier palabra que la rata de pelaje gris pudiera pronunciar pero la vista de la observadora era muy aguda y a veces no necesitaba saber qué decía alguien para entender qué estaba pasando. Y lo que en el campanario veía lo conocía: era un pago. Un pago que se hace a quienes otorgan dones, el último paso de un trato, de un pacto.

Un pacto con demonios.

La figura en las sombras paseó su mirada por Nuln una vez la figura translucida, el demonio, devoraba lo que la rata de pelaje gris le había tendido. El paisaje desolador le daba pistas qué tipo de demonio podía ser aquel invocado por los Skavens. Tendría que asegurarse, desde luego, porque si quería destruir aquella amenaza necesitaba saber a qué se enfrentaba.

Pero, por el momento, solo podía mantenerse oculta hasta que las betias volvieran a los agujeros de los que salieron. Y debía advertir al Imperior. Ella sola no podía combatir ni a un puñado de Skavens y necesitaba a quienes le permitieran llegar hasta la rata de pelaje gris para poder atravesar su pútrido corazón con Barrakul.

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