—¡Corred-corred tras las cosas-hombre, que no huya-escape ninguna!— La enorme rata negra presidía sobre las ruinas de lo que hasta hace unas horas había sido la sede del poder de Nuln, a su alrededor tan solo muerte, cenizas y podredumbre. Miles de refugiados trataban de huir mientras las ratas del clan los cazaban, sin piedad, tan solo deteniéndose para devorar su carne, pero el esfuerzo era futil, la column de humo y cenizas se eleveba hacia los cielos dando fe de lo acontecido en Nuln y por muchos que fueran cazados otros tantos conseguían huir.
Mientras tanto, cientos de hombres encadenados se acumulaban en la enorme plaza. Un infinito enjambre de ratas trabajaba laboriosamente trayendo más cautivos mientras se aseguraban de que ninguno concibiera siquiera la posibilidad de luchar contra su destino, el más mínimo atisbo de rebeldía era suprimido con violencia, garras y dientes hasta que tan solo huesos quedaban en el lugar del valiente desdichado.
La plaza era el caos más absoluto, con ratas andando unas encima de otras para llevar a cabo sus tareas, pero en medio de ese caos se alzaban patrones que solo los más astutos podían vislumbrar. Cientos de dimunutas campanas repicaban mientras la cansada rata de pelaje gris observaba todo desde la semiderruída torre del campanario.
—Aquí-aquí se desvanece tu-tu secretismo— la grave voz llenó la estancia desde la oscuridad de las ruinas, tan solo su hedor indicaba que alguien más que el vidente se encontraba en la estancia. —No-no me queda mucho-nada tiempo aquí. ¡Dame-dame piedra-comida!— Exhortó la cuasi incorpórea figura.
—Marcha-marcha— dijo la rata gris mientras le tendía un cristalino polvo de brillante color verdoso que la figura devoró ávidamente —Tus-tus servicios son apreciados