Sea así pues

– Que has hecho que? Que vas a ser rey de donde? - Orys reía a carcajada limpia, bebía vino y volvía a reír - y que vamos a conquistar el continente? Se te va la cabeza hermano, no , no… desvaría su majestad! - Orys se levantó así como su estado de embriaguez le permitía e hizo una reverencia. Alzo la vista y vio los ojos violeta de Aegon que lo miraban fijamente, su rostro se sonreía pero aquellos ojos tenían una determinación que Orys solo había visto antes de que Aegon entrara en combate.

– Si Orys, has escuchado bien… Además, no tengo nada que temer, tengo tres dragones y aun mejor te tengo a ti hermano. Juntos nadie podrá pararnos. – Dijo Aegon ayudando a Orys a incorporarse, ahora ya sin sonrisa alguna en el rostro. – He de irme a dejarlo todo dispuesto, en cuanto termine vendré a hacerte saber cual será tu cometido en el inicio de esta campaña. Hasta entonces te recomiendo que dejes de beber, no vaya a ser que después te sientas indispuesto. – Aegon dio un par de palmadas a su hermanastro en la espalda y abandonó la estancia.

El estado de embriaguez de Orys se había reducido a nada, la realidad de las intenciones de su hermano habían caído sobre el como una losa. Se miró las manos, ambas temblaban. Se sonrió, sabía bien que ese temblor no era debido al miedo si no a la adrenalina, y la ansiedad por que todo empezara. Orys era un buen consejero para Aegon, siempre acudía a él, pero había algo en lo que era mejor, como guerrero y mano ejecutora de los planes más importantes de Aegon. Su hermano dispondría lo que considerase y si Orys no tenía reparo alguno lo ejecutaría sin vacilar.

Aquel huérfano de una de las islas de la costa de Essos sintió la necesidad de tomar aire y se dirigió a la ventana. Después de todo, quizá algo de miedo si tenía, pues no era más que un hombre y si no tuviese miedo seria un insensato. A lo lejos el rugido de un dragón llamó su atención y miró hacia el cielo. Ante el Balerion el terror negro en todo su esplendor surcaba los cielos sobre Rocadragón seguido de Meraxes y Vhagar. Quizá no había nada que temer.