Siete espadas, un rey, y un destino

Aegon Fireborn se encontraba sentado junto a la poderosa Lady Lena Wyl, la Viuda del Sendahueso, celebrando audiencia en los salones de su castillo. Un alboroto se formó en el exterior y un guardia entró raudo a avisar.

-Lady Lena, vuestro hijo Ober está aquí con un grupo de hombres armados, e insisten en entrar. Con las armas. Dicen que vienen desde los cuatro rincones de Dorne a jurar lealtad a su rey.

Aegon alzó la ceja y, tras cruzar una mirada con la lady, asintió.

-Que pasen. Con armas y todo.

El guardia volvió a paso rápido, las puertas se abrieron, y Aegon se levantó para ver mejor la comitiva. La lideraba Ser Aron Santagar, que a su mediana edad seguía siendo una de las espadas más rápidas de Dorne, y había servido hasta el final con Oberyn. Le flanqueaban Ser Ober, el hijo mediano de Lady Lena, y un hombre moreno de rostro adusto que no podía ser otro que Estrellaoscura, la oveja negra de los Dayne, cuya habilidad como duelista y naturaleza violenta había dejado un reguero de cadáveres desde Campoestrella a Lanza del Sol. Otros cuatro jóvenes a los que Aegon no identificó marchaban tras ellos. Cuando llegaron a unos pasos de él, Aron se arrodilló y los otros seis hicieron lo mismo.

-Mi señor -declaró Aron con la mirada clavada en el suelo-, serví con vuestro tío, luché por vuestra madre, y os juro que moriré por vuestra corona. Mi espada es vuestra, Rey Aegon, y así mismo la de mis compañeros.

No pudo evitar una pequeña sonrisa; le gustaba como sonaba lo de “rey Aegon”.

-Levantaos, Ser Aron. ¿Quiénes son vuestros acompañantes? He conocido ya a Ser Ober, y la fama de Ser Gerold le precede, pero ¿y el resto? ¿Quiénes sois?

-Soy Dickon Manwoody, mi rey, y será mi honor serviros -juró un joven muy moreno con un arco a la espalda.

-Archibald Yronwood, Rey Aegon, y pasara lo que pasara entre mi casa y la de vuestra madre, que nadie pueda decir que los Yronwood no estuvieron con vos desde el primer día -dijo orgulloso y desafiante un caballero fornido.

-Yo soy Daemon Arena, el hijo de Lord Allyrion, y si un Yronwood puede serviros, ¿por qué no también un bastardo? -dijo un joven bien parecido con una espada braavosi, haciendo a ser Archibald fruncir el ceño.

-Gilya Qorgyle, para serviros, Rey Aegon -se presentó por último, con su voz claramente femenina contrastando con su apariencia aguerrida y su pelo corto-. Y mi brazo no será el más fuerte, pero mi lanza es la más rápida, y alguno de estos idiotas ya lo ha comprobado por sí mismo -dijo clavando una mirada hostil en Daemon.

Aegon sonrió y asintió con la cabeza. Le gustaba la entrega y el carácter que demostraban; eso era algo que un ejército mercenario no te daba.

-Levantaos. Si vuestras hojas son la mitad de afiladas que vuestro entusiasmo, el trono está a mis pies. Acepto vuestro juramento, y os proclamo mi Guardia Dorniense. En vuestras manos pongo mi vida, y vuestra fe ponedla vosotros en las mías. Queda un largo camino, pero la gloria nos aguarda y no la haremos esperar.