Sobre reyes y hombres

Lord James Mallister, Señor de Varamar, miraba desde las almenas de su fortaleza como unos pescadores descargaban un puñado de peces desde sus barcas allá en la costa. La imagen era triste de por sí: un puñado de hombres harapientos y la piel curtida por el sol, llenos de arena y con el pelo pegado debido al agua, arrastrando una red con una captura que apenas si podría servir para alimentarlos a ellos.

Al menos han sobrevivido. – Dijo el señor de los Mallister.

¿Qué? – Contestó a su lado Duncan, su hermano.

Nada.

Los dos hombres bajaron de las almenas por las escaleras de piedra resbaladiza y pulida que los llevó hasta el patio de armas. El barro manchaba sus botas y los bajos de las raídas capas y James tuvo que esquivar un par de boñigas que algún animal había tenido a bien dejar por allí.
Cuando entraron en la edificación, Ducan echó un último vistazo atrás y sonrió torpemente al divisar a Meggan que estaba charlando con una joven; el hombre se manoseó sus partes pensando en lo que le haría a la bastarda si pudiera.

¿Quiénes son los Targaryen? - Preguntó James Mallister sin dirigirse a nadie en particular.
Duncan, que se creía el único que estaba allí, contestó con aires de saberlo todo.

Unas estirpe de Valyria. Deben de ser muy ricos ya que se trajeron gran parte del tesoro de sus tierras, arrebatándoselo a sus rivales lo cual llevó a la ruina de estos. Ahora son los últimos valyrios del mundo.

Gracias por tu inestimable ayuda, hermano. – Dijo con sarcasmo James, algo que se le pasó por alto a Duncan ya que sonrió satisfecho. – Pero preguntaba por quién es Aegon y por qué cree que puede ser el rey de todo el puto Poniente.

Ah. – Contestó por todas respuesta el menor de los hermanos dandoa entender que todo lo que sabía ya lo había dicho.

James se sentó ante el fuego en un taburete, gruñó para sí y elevó un poco más la voz.

¿Estás ahí, Wilfred? – Al no obtener respuesta, terminó por gritar. – ¡Will!

Un sonido de persona sobresaltándose se dejó oír en un rincón y una voz adormilada se escuchó.

Por supuesto, mi señor. Sí, sí. Aquí, aquí. ¿En qué puedo serviros?

Enviad cuervos a Frey, Darry y Ryger. Invitadlos a Varamar para tratar asuntos.

¿Qué asuntos, mi señor? – Preguntó inocentemente el maestre con la única intención de ser más diligente en la redacción de la carta.

No te incumben, limítate a escribir la puñetera carta.

¿Y los Goodbrook?

¿Quiénes? Ah, sí, esos. Sí, envíales también un cuervo a su castillo, sea el que sea.

Willfred se levantó y se inclinó levemente antes de desaparecer con paso vacilante debido a que se le había dormido una pierna.

Duncan, ¿los Targaryen tenían dragones?

¿Qué?

Nada.

Lord James Mallister le dio un puntapié a un perro que se le cruzó y la mísera criatura se alejó chillando. Los habitantes del castillo se quitaban de su paso ya que el humor del señor estaba peor que nunca; su ceño estaba fruncido, su cabeza hundida en los hombros y no paraba de refunfuñar y desproticar contra todo aunque, especialmente, contra Harren Hoare, su rey, el cual era su invitado y no estaba a más de cien pies de él normalmente.

Prisionero en mi propio castillo. Malditos Hoare y malditos isleños de mierda.

El señor de Varamar subió los peldaños de la escalera hacia la muralla y cuando llegó a lo alto las venas de sus sienes se hincharon ante la visión de los varios centenares de tiendas que se extendían por allá donde le alcanzaba a mirar.

Cabrones desagradecidos, hijos de mil putas, ¿disfrutáis comiéndoos mi comida y bebiéndoos mi vino, verdad? – Mallister lanzó un sonoro gargajo hacia su dirección. – Ojalá os atragantéis con todo. Si ahora viniera un dragón y os calcinara a todos, no me importaría que quemara la mitad de mis tierras si así os borra del mapa.

La jaqueca volvió como siempre. No podía estar tanto tiempo enfadado pero no podía evitarlo. ¿Por qué Varamar entre todos tuvo que ser el castillo para que Harren decidiera hacer quién sabía qué? James volvió a pensar en una nueva manera de matar al rey y a fantasear con hacerlo de forma cruel.

Lord Mallister, ¿qué hacéis ahí? ¡Bajad ahora mismo!

James se giró sin dudarlo y bajó a trompicones la escalera.

Por supuesto, Majestad. A sus órdenes.