Truenos en la distancia

Por la presente se anuncia el cese de hostilidades entre la Casa Baratheon de Bastión de Tormentas y la Casa Targaryen. Lord Robert será confirmado como señor de Bastión de Tormentas y de las tierras de la Tormenta, en honor a su condición de señor de la Casa Baratheon.

Así lo proclamo yo, en nombre del Rey Aerys Targaryen, el Segundo de su nombre.

Jon, Connington, Señor de Nido del Grifo y Mano del Rey

Lord Robert había observado cómo los hombres leales al rey huían al bosque Real ante su llegada. Stannis le había hecho ver que la guerra estaba estancada, que no habría ninguna gloria en aquellas batallas. Robert entendió que su guerra era personal y que no merecía la muerte de aquellos valientes en vano. Vio como se acercaba al cabo de unos días un hombre portando bandera de paz. Mientras se dedicaba a entrenarse y a beber con sus compañeros Stannis se reunía con Ser Ronald Connington, quien estaba en contacto con su hermano Jon, la Mano del Rey.

La negociación fue rígida al principio pero se alcanzó una tregua de mínimos que incluía el cese de hostilidades y la reunificación de la Tormenta.

Robert Baratheon se encontraba en su tienda, ebrio, como los últimos 3 días. Acariciaba su martillo y observaba de soslayo su coraza, añorando la batalla casi tanto como a los Stark. La joven, bella y frugal, Lyanna no había mostrado más que continuo desprecio por él, por el hombre al que ninguna mujer había rechazado nunca; Eddard le había abandonado, cuando más le necesitaba, aunque aquello se lo había ganado bien a pulso, quizás por esa misma razón bebía cada noche desde aquel día. Quizá por aquella última razón había escuchando a esos señoritos prudentes que evitaron que su maza cayera sobre el pecho de Tywin Lannister, aquel presuntuoso cabrón que se creía con más derecho que él a suceder a los Targaryen. Si había llegado el final de los dragones, ¿quién mejor que la familia Baratheon para ocupar su lugar? Orys Baratheon fue hermano de Aegon, él mismo tenía una abuela cuya sangre era la del mismísimo dragon. ¿Quién mejor para ser rey que él? Nadie rechazaría a un rey, Lyanna acabaría amándole, como todas y su amigo no tendría más remedio que perdonarle.

Pero entonces llegó a su mente la imagen del principito, aquel desgraciado que había mancillado a su amada, el único hombre que se podría interponer entre él y el trono, aquel rubito que debía matar. Cómo le odiaba. Su cabeza le instaba a acabar con el León, de cumplir con su palabra, de suplicar el perdón de su amigo y volver a cabalgar junto a los lobos; su corazón, ¡oh! su corazón, ese le pedía que cabalgar al encuentro de Rhaegar para aplastar cada uno de sus huesos para después reclamar su maldito trono y recuperar todo lo que había perdido.

Salió de su tienda para aclararse las ideas y despejar el ligero embotamiento de las tres últimas botas de vino. Ante él el campamento de su ejército, caótico, carente de ningún orden, envuelto en un manto de nieve y hastiado de la larga espera.

Habían pasado los días forrajeando, robando a los campesinos, cobrando impuestos como decían los más graciosos. Borrachos pendencieros y desaliñados como su señor. Saqueadores en el llano, borrachos de madrugada, cuchillos rápidos.

Robert había pensado mucho. Hacía tiempo que la situación lo había superado, pero en ese momento sabía que Rhaegar se acercaba. Su campamento seguía plantado en aquella colina donde se libró la batalla donde la compañía dorada y Lord Jon Connington, amado del pueblo, ex-Mano y actualmente desposeído de sus tierras derrotaron a los hombres de Tywin Lannister. Allí Robert a pesar de su ansia de lucha tomó una decisión que muchos no entendieron. Sus señores se habían unido al jolgorio pero recordaba que no toda la Tormenta le seguía. Algunos lucharon por el rey como Lord Buckler. Ante la decisión de traicionar a Connington o atacar a los Stark decidió ahorrar las vidas de sus hombres. También sabía que aquella victoria debilitaba el dominio de Tywin que parecía el hombre más intocable de Poniente. Sabía que posiblemente acabara arrodillándose ante él si todo Poniente se empeñaba, pero él no mataría para que Lord Tywin fuera rey si él, Lord Robert Baratheon tenía más derechos al trono de hierro. Pero aquellos que le seguían le apoyarían como rey si habían estado tanto tiempo allí esperándole. Qué mejor momento que aquel. Rhaegar moriría y Robert marcharía triunfal sobre Desembarco para acabar con el paranoico rey. Aerys estaba acabado pero había logrado reunir una muy nutrida cantidad de tropas.

Se fue a reunir a sus hombres que estaban pasándolo bien con un cordero asado.
"¡Patanes! Se acabó la holgazanería. Rhaegar está acercándose con todos los hombres de Desembarco. Connington es historia. Dicen que soy un traidor a la causa de Aerys. Jamás le serví a él porque yo soy el rey que Poniente merece. Mañana cabalgaremos. Hoy fortificaremos esta colina. ¡A cavar, holgazanes! Después de luchar con inútiles al fin pelearemos con hombres de verdad como esos mercenarios de la Compañía. Ninguno puede hacerme frente en el combate y mucho menos el principito Rhaegar. ¡Qué ganas tengo de aplastarle el pecho!

El avance del Príncipe Rhaegar era bien sabido en todos los Feudos, " el ejército de la Mano viene para terminar con la guerra", se escuchaba entre los lugareños. Robert Baratheon no compartía el gusto de muchos de sus hombres por las violaciones y las matanzas de hombres y mujeres indefensos, así que el avance de sus hombres fue pacífico. Tomaban lo que quería, eso sí, sus suministros hacía mucho que se habían acabado y solo robando podían evitar morirse de hambre.

Un mano de nieve cubría los hombres de los generales, Ser Balon Swann y Lord Robert Baratheon cabalgaban en vanguardia participando personalmente en cada enfrentamiento con los exploradores del Príncipe. Pronto tomaron la mejor posición, casi les triplicaban en número, pero esperaban caer sobre ellos sin ser detectado, el bosque del Ojo de Dioses les daba la oportunidad perfecta para ello. Así fue en un principio, cuando Rhaegar fue informado ya era demasiado tarde, formarían en aquella llanura, con el enemigo sobre ellos y oculto en su mayoría para sus tropas. El dragón era un hombre de acción, no iba a esperar a que el enemigo cargase sobre el, así que ordeno el avance sobre el bosque, una ligera ascensión que encabezaban los elefantes. Podía haber sido una carnicería, pero tal y como esperaba la nueva Mano del Rey, Robert Baratheon no pudo contener la paciencia, las tácticas defensivas eran para los cobardes así que ordenó avanzar a sus líneas y cargar con ventaja, abandonando el abrigo protector del bosque.

Desde el bosque aparecieron las líneas de infantería de la Tormenta, hombres veteranos y curtidos que ya habían mostrado su valía en batalla, hombres de las casas Baratheon, Penrose, Swann, Fell y otros. Ante cualquier otro enemigo la batalla habría terminado antes de empezar, los elefantes de la Compañía Dorada habrían quebrado cualquier línea de batalla y un ejército tres veces superior habría barrido los restos. Nada más lejos de la realidad, muchos de los paquidermos fueron devueltos, causando estragos es sus propias líneas, desde el bosque llovían flechas y salían cada vez más hombres, infantes que se fijaban al terreno como una muralla. Sufrieron lo indecible las tropas de Marea Alta, Las Astas y Piedratormenta. Únicamente la pericia de Lord Randyl Tarly y el coraje que inspiraba en las tropas los envites de Ser Barristan Sylme mantenían la moral lo suficientemente alta para seguir combatiendo.

Pronto quedó patente la estrategia del joven Baratheon. Solo debía resistir, sus hombres podrían contener el centro de la batalla mientras él y sus tropas de élite cargaban trataban de dar caza al Príncipe Rhaegar, aquella batalla no era más que una distracción, un cebo para la presa de un cazador. La caballería de Bastión arrasó las tropas de Canto Nocturno, en una venganza personal del propio Robert que destrozaba en el choque la clavícula de Lord Bryce Caron. Desde el otro lado de la batalla su hermano, Stannis, se probaba como un magnífico comandante, obligando una y otra vez a retroceder a las tropas del Nido del Grifo.

Finalmente, Lord Robert Baratheon conseguía alcanzar las posiciones de retaguardia del enemigo. Junto a Balon Swann habían combatido desde hacía días, matando exploradores y observando el avance del enemigo. Los lazos de amistad forjados entre ambos eran evidentes y en el campo de batalla las carcajadas de Robert envolvían el ambiente una vez más, deseaba volver a pelear junto a un amigo. Los supervivientes afirmaron escuchar bramar al joven señor: Vamos Ned, matemos a ese hijo de puta. El choque fue brutal, el Príncipe Rhaegar fue derribado de su caballo a golpe de martillo y el guerrero de Yelmo de Piedra observó con ávidos ojos su presa, por unos pocos segundos presagió el futuro, las canciones que se compondrían del mejor guerrero del Reino, el que se sentaría a la izquierda del Rey Robert. Su sonrisa se hacía más y más grande, a penas unos metros más y el joven dragón sería historia. Alzó su espada para asestar el golpe final, mas sería el último golpe que asestaría. Todo pasó en apenas unos instantes. Como si de un héroe se tratase, como llegado desde las mismísima Edad de los Héroes, Ser Jon Connington, el caballero exiliado, el Caballero del Pueblo, arremetía contra el más que probable verdugo de su amado, atravesando su pecho de un lanzazo. Localizado un caballo asistió a su príncipe, dándole una oportunidad más de luchar por el Reino con el que soñaba.

La furia del venado era indecible, había rozado el éxito y ahora su amigo yacía muerto a escasos metros de él. El cadáver de su querido amigo Ned, frente al hombre que había deshonrado a su amada. La ira desenfrenada desplazó a la calculada pasión con la que generalmente Lord Robert Baratheon era capaz de doblegar a cualquier enemigo en combate singular, solo había sido derrotado una vez y el hombre al que se enfrentaba no era ni la sombra de Lord Gerold Hightower. Pronto tendría el cráneo del dragón entre sus manos y el trono en su trasero, su amigo le perdonaría y la joven loba caería rendida ante sus pies, ante los pies del nuevo rey de Poniente.

La batalla se detuvo por completo ante la visión del cadáver. Los pocos hombres que quedaban vivos huyeron y fueron echos cautivos o masacrados tras ver caer, ante ellos, al guerrero al que consideraban inmortal. Lord Robert Baratheon yacía sin vida a los pies de Rhaegar Targaryen.