El avance del Príncipe Rhaegar era bien sabido en todos los Feudos, " el ejército de la Mano viene para terminar con la guerra", se escuchaba entre los lugareños. Robert Baratheon no compartía el gusto de muchos de sus hombres por las violaciones y las matanzas de hombres y mujeres indefensos, así que el avance de sus hombres fue pacífico. Tomaban lo que quería, eso sí, sus suministros hacía mucho que se habían acabado y solo robando podían evitar morirse de hambre.
Un mano de nieve cubría los hombres de los generales, Ser Balon Swann y Lord Robert Baratheon cabalgaban en vanguardia participando personalmente en cada enfrentamiento con los exploradores del Príncipe. Pronto tomaron la mejor posición, casi les triplicaban en número, pero esperaban caer sobre ellos sin ser detectado, el bosque del Ojo de Dioses les daba la oportunidad perfecta para ello. Así fue en un principio, cuando Rhaegar fue informado ya era demasiado tarde, formarían en aquella llanura, con el enemigo sobre ellos y oculto en su mayoría para sus tropas. El dragón era un hombre de acción, no iba a esperar a que el enemigo cargase sobre el, así que ordeno el avance sobre el bosque, una ligera ascensión que encabezaban los elefantes. Podía haber sido una carnicería, pero tal y como esperaba la nueva Mano del Rey, Robert Baratheon no pudo contener la paciencia, las tácticas defensivas eran para los cobardes así que ordenó avanzar a sus líneas y cargar con ventaja, abandonando el abrigo protector del bosque.
Desde el bosque aparecieron las líneas de infantería de la Tormenta, hombres veteranos y curtidos que ya habían mostrado su valía en batalla, hombres de las casas Baratheon, Penrose, Swann, Fell y otros. Ante cualquier otro enemigo la batalla habría terminado antes de empezar, los elefantes de la Compañía Dorada habrían quebrado cualquier línea de batalla y un ejército tres veces superior habría barrido los restos. Nada más lejos de la realidad, muchos de los paquidermos fueron devueltos, causando estragos es sus propias líneas, desde el bosque llovían flechas y salían cada vez más hombres, infantes que se fijaban al terreno como una muralla. Sufrieron lo indecible las tropas de Marea Alta, Las Astas y Piedratormenta. Únicamente la pericia de Lord Randyl Tarly y el coraje que inspiraba en las tropas los envites de Ser Barristan Sylme mantenían la moral lo suficientemente alta para seguir combatiendo.
Pronto quedó patente la estrategia del joven Baratheon. Solo debía resistir, sus hombres podrían contener el centro de la batalla mientras él y sus tropas de élite cargaban trataban de dar caza al Príncipe Rhaegar, aquella batalla no era más que una distracción, un cebo para la presa de un cazador. La caballería de Bastión arrasó las tropas de Canto Nocturno, en una venganza personal del propio Robert que destrozaba en el choque la clavícula de Lord Bryce Caron. Desde el otro lado de la batalla su hermano, Stannis, se probaba como un magnífico comandante, obligando una y otra vez a retroceder a las tropas del Nido del Grifo.
Finalmente, Lord Robert Baratheon conseguía alcanzar las posiciones de retaguardia del enemigo. Junto a Balon Swann habían combatido desde hacía días, matando exploradores y observando el avance del enemigo. Los lazos de amistad forjados entre ambos eran evidentes y en el campo de batalla las carcajadas de Robert envolvían el ambiente una vez más, deseaba volver a pelear junto a un amigo. Los supervivientes afirmaron escuchar bramar al joven señor: Vamos Ned, matemos a ese hijo de puta. El choque fue brutal, el Príncipe Rhaegar fue derribado de su caballo a golpe de martillo y el guerrero de Yelmo de Piedra observó con ávidos ojos su presa, por unos pocos segundos presagió el futuro, las canciones que se compondrían del mejor guerrero del Reino, el que se sentaría a la izquierda del Rey Robert. Su sonrisa se hacía más y más grande, a penas unos metros más y el joven dragón sería historia. Alzó su espada para asestar el golpe final, mas sería el último golpe que asestaría. Todo pasó en apenas unos instantes. Como si de un héroe se tratase, como llegado desde las mismísima Edad de los Héroes, Ser Jon Connington, el caballero exiliado, el Caballero del Pueblo, arremetía contra el más que probable verdugo de su amado, atravesando su pecho de un lanzazo. Localizado un caballo asistió a su príncipe, dándole una oportunidad más de luchar por el Reino con el que soñaba.
La furia del venado era indecible, había rozado el éxito y ahora su amigo yacía muerto a escasos metros de él. El cadáver de su querido amigo Ned, frente al hombre que había deshonrado a su amada. La ira desenfrenada desplazó a la calculada pasión con la que generalmente Lord Robert Baratheon era capaz de doblegar a cualquier enemigo en combate singular, solo había sido derrotado una vez y el hombre al que se enfrentaba no era ni la sombra de Lord Gerold Hightower. Pronto tendría el cráneo del dragón entre sus manos y el trono en su trasero, su amigo le perdonaría y la joven loba caería rendida ante sus pies, ante los pies del nuevo rey de Poniente.
La batalla se detuvo por completo ante la visión del cadáver. Los pocos hombres que quedaban vivos huyeron y fueron echos cautivos o masacrados tras ver caer, ante ellos, al guerrero al que consideraban inmortal. Lord Robert Baratheon yacía sin vida a los pies de Rhaegar Targaryen.