Un caballero de Poniente en Essos

¡Vamos, muchacho, el pabellón no se va a levantar solo!— Ser Willem gritó a su escudero mientras observaba como el pendón del labrador de sable se levantaba frente a las murallas de Volantis. Qohor y Norvos volvían a estar en guerra y Volantis había contratado a las Lanzas Brillantes para acudir a la batalla. Aún no estaba claro de qué lado combatirían, pero al caballero de Darry no podían importarle menos.

Hacía meses que las noticias del incendio de Desembarco del Rey y la caída del «Rey Loco» habían llegado hasta las Ciudades Libres y aunque al principio pensó en volver a Poniente finalmente descartó la idea. Nada le hacía pensar que su majestad Rhaegar fuera a tolerar a un antiguo hombre de confianza de su padre y tras la muerte de sus hermanos Jonothor y Raymun y la de su padre no era el momento de poner a su familia en peligro —¿Se habría casado el bueno de Ambrose?— pensó para sus adentros, pero en el fondo todo era irrelevante. Lo único importante era que en apenas unos meses había ascendido en las filas de las Lanzas Brillantes. Entró como un simple guerrero y ya comandaba más de cien hombres, era cuestión de tiempo que acabara liderando aquella marabunta de jinetes y caballeros, y entonces solo quedaría esperar, ganarse una reputación, seguir luchando y esperar, si las noticias que llegaban eran ciertas los dragones volverían a estar en peligro pronto, y él estaría preparado.

El joven escudero negó con la cabeza, no entendía el porqué su señor siempre se mostraba taciturno cuando acababa de levantar el pabellón, ni el porqué aquél caballero de Poniente seguía empeñándose en lucir el dragón tricéfalo sobre sus propias armas pero no era su lugar juzgarlo, aquel hombre luchaba como si no tuviera nada que perder y eso aseguraba que quien estuviera a su lado tendría mucho que ganar.