Un nuevo amanecer

Desde los altos muros de Altojardín, el panorama que se extendía ante los ojos de los defensores era verdaderamente impresionante. El amanecer pintaba el cielo con tonos de rosa y oro, iluminando la vasta llanura que se extendía hasta el horizonte. Allí, en la distancia, se vislumbraba el movimiento de un ejército en marcha, una marea de colores y formas que avanzaba con determinación hacia la fortaleza de los Tyrell.

Primero, aparecieron los estandartes, ondeando al viento como heraldos de una nueva era. En el centro, destacaba el estandarte negro con el dragón de tres cabezas en rojo, el emblema de los Targaryen, resplandeciendo bajo la luz del sol naciente. A su lado, los estandartes de la Compañía Dorada, con su lema “Bajo la estrella dorada”, lucían orgullosos. Los pendones de Dorne, con su lanza dorada atravesando un sol rojo, ondeaban vigorosamente, representando la fuerza del ejército Martell.

A medida que el ejército se acercaba, los detalles se volvían más nítidos. Los soldados de la Compañía Dorada, conocidos por su disciplina y destreza en batalla, marchaban en formaciones impecables. Sus armaduras doradas relucían como si cada hombre fuese una pieza de oro vivo. Entre ellos, un grupo de elefantes de guerra avanzaba majestuosamente, sus enormes cuerpos cubiertos de armaduras y sus colmillos adornados con puntas de acero. Estos imponentes animales, símbolo de la riqueza y el poder, pisoteaban la tierra con un ritmo que hacía temblar el suelo.

Los guerreros dornienses, con sus ropas ligeras y coloridas, contrastaban con la rigidez dorada de la Compañía. Avanzaban con la gracia y ferocidad propias de su tierra natal, listos para vengar las afrentas y proteger a su nuevo rey. Los estandartes del Sol y la Lanza brillaban a su paso, mientras los jinetes dornieses galopaban con una elegancia letal, sus lanzas listas para la batalla.

Cuando el ejército finalmente llegó a las puertas de Altojardín, la visión era abrumadora. Las trompetas sonaron, anunciando la llegada del Rey Aegon VI. Desde los muros, se podía ver a Aegon, montado en un magnífico corcel negro, su capa ondeando detrás de él. A su lado cabalgaban los capitanes de la Compañía Dorada y los líderes dornieses, una formación que emanaba autoridad y poder.

Los portones de Altojardín se abrieron lentamente, y Mace Tyrell salió acompañado de su familia y sus más leales vasallos. Avanzó hasta encontrarse cara a cara con Aegon VI. La tensión en el aire era palpable mientras los presentes contenían la respiración. Mace Tyrell, con un gesto solemne, se arrodilló ante el joven rey.

—Mi señor Aegon VI, hijo de Rhaegar Targaryen, legítimo heredero del Trono de Hierro —dijo Mace con voz firme—. Yo, Mace Tyrell, Señor de Altojardín, os juro lealtad. Que la Casa Tyrell crezca fuerte bajo vuestro mando y que juntos reconquistemos los Siete Reinos.

Aegon VI inclinó la cabeza en reconocimiento y extendió una mano hacia Mace, levantándolo.

—Con vuestra fuerza y el poder de Altojardín, recuperaremos lo que nos pertenece. Unidos, traemos un nuevo amanecer para Poniente —declaró Aegon con voz resonante.

Los soldados a su alrededor vitorearon, y el sonido se propagó como un trueno. La alianza había sido sellada, y con ella, la promesa de un futuro diferente para los Siete Reinos. La llegada de Aegon VI a Altojardín no solo marcaba el inicio de una nueva campaña, sino también el renacimiento de una antigua alianza, una que prometía cambiar el curso de la historia.

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