Daemon había regresado de Aguasdulces tras su encuentro con Ser Elmo Tully directamente a Rocadragón. Días atrás había dejado Valleoscuro para dirigirse a los Ríos para comprobar de primera mano cuáles eran los vientos dominantes en el Tridente. Y pese a los presagios que le habían hecho suponer que su viaje era precipitado, no se había amilanado. En primer lugar, el Príncipe Canalla se había encontrado en la lejanía con otro dragón. Demasiado lejos como para ubicar cuál de sus sobrinos se hallaba en las inmediaciones de Harrenhal, Daemon había acudido a su encuentro. Sabía que podía ser Vhagar, sin embargo, el Señor de Lecho de Pulgas nunca se había amilanado ante nada ni ante nadie. Sin embargo, su sobrino había marchado con viento fresco lo que le había hecho suponer que se trataba del príncipe Daeron. ¿Quién si no huiría despavorido ante su presencia? Desde luego, no podía tratarse del pérfido Aemond Targaryen, jinete de la mayor bestia del Reino.
Sin embargo, no había sido sólo aquello el primer indicativo de que se había apresurado al dejar la ciudad de los Darklyn. En su viaje se había enterado del compromiso entre una de las hijas de Lord Jason Lannister y el primogénito de Ser Elmo, y a la postre, futuro Señor de Aguasdulces. Aquello le había hecho fruncir el ceño. ¿Por qué le esperaban en Aguasdulces cuando ya estaba todo el pescado vendido? Pero ya era demasiado tarde para volver atrás. Por ello, alcanzó la fortaleza Tully y tras un provechoso encuentro con el Regente de los Ríos, Daemon regresó al Valleoscuro. Allí se enteró de que, una vez más, las tropas de los Verdes, en superioridad, habían regresado a Desembarco del Rey con el rabo entre las piernas. Una torva sonrisa curvó sus labios ante la humillación de Ser Criston Cole. Pronto se compondrían canciones acerca de aquello. Pero antes de eso, el Rey Consorte se dirigió a Rocadragón donde el Consejo de la Reina había sido convocado. Y tras poner negro sobre blanco las últimas novedades, se le informó de un hecho sumamente curioso.
El día anterior, una chalupa llegada desde Desembarco del Rey había traído a una serie de hombres de mal vivir y una familia de panaderos occidentales que venían con una muchacha. Habían sido descubiertos y conducidos a las mazmorras de Rocadragón, donde habían sido puestos bajo custodia hasta la llegada del Príncipe Canalla. La información debía ser realmente interesante, pues fue el propio Daemon quien se dirigió a las mazmorras para presenciar el interrogatorio en persona. Allí estaba la comitiva. Los occidentales, cinco hombres y una mujer, y los maleantes que los habían llevado desde la Capital del Reino.
Allí aguardó el Rey Consorte, en una pequeña sala, sentado en un taburete, con la espalda apoyada en la pared y las piernas sobre la mesa, a que sus invitados llegaran. Grim, un soldado grande, violento y de pocas luces, trajo a la comitiva al completo con grilletes y claros signos de haber sido ya golpeados. Una media sonrisa curvó los labios de Daemon al verlos. — Vaya, qué grupo tan peculiar — saludó, antes de ponerse en pie para verlos más de cerca. — Ahora me vais a decir qué habéis venido a hacer a mis dominios — terció, sin dar más explicaciones antes de tomar nuevamente asiento y sacar una daga con la que empezó a juguetear.
Los allí presentes se miraron unos a otros, y pronto empezaron a hablar, casi pisándose entre ellos. Pero aquellos que tenían mucha prisa por explicarse solían tener una mentira bien aprendida. — Así que buscando un dragón… quizás debería dejar que fuerais a encontrarlo, seguro acabaríais en sus tripas — añadió, con palabras secas que claramente indicaban que aquello era el desenlace que aquella historia tendría. Observó cómo los hombres de Desembarco del Rey daban un paso atrás, mientras los otros permanecían en sus sitios y tragaban saliva. Sin embargo, era la mujer la que llamaba su atención, pues casi parecía que se mostrase sugerente y confiada. — Pero tú parece que eres la que que está al mando — añadió, poniendo sus iris en los de ella — quizás debería dejar que te usen primero los que tan amablemente te han traído aquí y después todo aquel que esté dispuesto a pagar. ¿Cuál dirías que es tu precio? ¿Un cobre? — terció, divertido y curioso por la actitud de la mujer y la dureza de su mirada. — En cuanto a vosotros, os creéis muy valientes, pero quizá deba hacer que os corten los huevos a ver si son tan grandes como creéis — continuó, antes de encogerse de hombros.
Fue entonces cuando la mujer dio un paso al frente. No dijo nada, sino que simplemente se acicaló los cabellos para revelar que bajo el pelo teñido se hallan cabellos cenicientos. Mirándola con más curiosidad, aún, Daemon hizo un gesto a Grim, quien no dudó en comenzar a golpear a los que se decían occidentales mientras la mujer contaba su historia.
El príncipe canalla no mutó su semblante mientras la escuchaba, y cuando esta terminó de contar su historia, una media sonrisa curvó sus labios. —Lleváoslos y que sirvan de alimento de Caraxes — .