Y el ataque no llegaba

Lord Steffon Darklyn y su hijo Steffon oteaban el horizonte. Estaban solos, la ayuda no llegaba y Aegon se decidiría pronto a atacar, ya habían pasado más días de los que había concedido a Lord Darklyn para rendirse, así que o sus planes incluían matar a Lord Darklyn de impaciencia o el ataque era inminente. De pronto, el orgulloso y temerario señor de Valleoscuro alzo la mano y extendió su dedo índice.

-Mira, rata cobarde. ¡Alli!

Le dijo a su hijo. Instantes después, del mismo sitio al que señalaba Lord Darklyn, una nutrida hueste emergió de entre el oscuro follaje característico del sur de valle. El estandarte de de Los Darklyn en el centro, ondeando sobre dos hombres vestuidos con los mismos colores, un caballero y su escudero. Ser Robin Darklyn y Steffon Darklyn, hijo de Steffon, nieto de Lord Steffon.

-Míralos sabandija. Mi sobrino y tu propio hijo, mi nieto. ¿Cómo pudiste engendrar un muchacho tan soberbio siendo tu tan miserable? Me das tanto asco que solo el hecho de que quería a tu madre te mantiene aún con vida. Sabandija.

-Disculpadme padre, por decepcionaros tantas veces y tan dolorosamente.

-¡Cállate engendro! No me dejas escuchar los cuernos.

Como una ola, las huestes de Valleoscuro se abalanzaron sobre el campamento de Aegon el Pretendiente. Su disciplina y el temor reverencial que los soldados Darklyn sentían por “El Mirlo Negro” los condujo rápidamente hasta el corazón del campamento Targaryen. Al principio estaba claro que el avance no encontraba resistencia, pero la jornada parecía estar lejos de su final. “El Mirlo Negro” guiaba el avance que llevo a los hombres de los Darklyn hasta las fauces del terror negro. Ahí todo empezó a cambiar.

Los hombres caían envueltos en llamas, despedazados por sus garras y colmillos, lanzados por los aires por el batir de su cola. Aun en el suelo, el dragón causaba estragos. Pero “El Mirlo Negro” no era conocido por su inteligencia o por su prudencia, sino por su afán por demostrar que nadie tenía los huevos más gordos que el.

El guerrero debía estar con él, pues a pesar de que los hombres caían a cientos a su alrededor, el no solo sobrevivió a su encuentro con el terror negro, sino que le hizo sangrar. Claro que… ¿Quedaría algún testigo para confirmar su historia?

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Unas horas más tarde…

El Mirlo Negro abrió los ojos. Le dolía todo el cuerpo, intentó hablar, pero el dolor le invadió todo la parte superior del cuerpo.

-No habléis, ser. U os dolerá.

Dijo sus escudero mientras se palpaba con preocupacion el ensangrentado vendaje que tenia en la cabeza. El muchacho era el futuro señor de Valleoscuro, si quedaba algo de lo que ser señor. Pero habia cargado contra un dragon, era el escudero de un guerrero que pasaría a las leyendas y todo eso en su primera batalla.

-Habéis luchado como el mismisimo guerrero, todos lo dicen. Bueno, ellos dos lo dicen. Hemos sido derrotados, la mayoria muertos o desaparecidos. Pero podeis estar contento, heristeis a la bestia en varias ocasiones. Incluso os vi trepar a su lomo, pero extendió las alas y salisteis despedido. Aterrizasteis relativamente bien, incluso pensamos que no os habíais herido. Pero al parecer abristeis la boca en el último momento y os rompisteis la mandíbula. La próxima vez deberíais tratar de tener la boca cerrada… ser.

Ser Robin no podia hablar, tardaria en recuperarse de la fractura de mandibula. La rabia lo corroia. ¿Y si no se recuperaba del todo? ¿Como desafiaria a sus enemigos balbuceando ininteligiblemente? Su escudero lo saco de sus cavilaciones.

-Ser. Tenemos que volver a casa, quiza el abuelo nos necesite.

Ser Robin observo a su pariente y escudero. Una vez mas, saboreando la idea de cortarle el pescuezo, acercandose un poco mas a la herencia familiar. Pero enseguida se lo saco de la cabeza, era familia, no podia matarlo. Ademas el chico cada vez le caia mejor, lo habia seguido al combate. Solo se habia separado de el cuando alcanzaron al dragon. Bastante razonable, aunque jamas lo reconocería publicamente habia tenido mucha suerte o al guerrero de su parte, la bestia era enorme y poderosa. No deberia seguir con vida. Apunto con el dedo indice al chaval, despues al suelo. Alli escribio unas breves palabras. “Casa. Ver.”

En silencio recorrieron las excasas leguas que fueron precisas, desde un pequeño promontorio desde el que sabian se veria el castillo, otearon el horizonte. El muchacho comenzo a sollozar al ver el dragon tricéfalo ondeando sobre la mas alta torre de Fuerte Pardo. Ser Robin le dio un pescozon y nego con la cabeza. Volvio a escribir en el suelo. El muchacho lo leyo en alto.

-Venganza. Amigos. Norte.

Llevaban ya varios días frente a las murallas, los informes de su amigo habían llegado por cuenta gotas, pero confiaba en el. El desastre de Stokeworth había sido el primer movimiento en la guerra que se avecinaba, a aquellas alturas se sabría la noticia a miles de kilómetros. Un castillo, una pequeña familia obstinada, demasiado cobarde para luchar contra Harren, había comprobado en sus carnes el poder de un solo dragón. Aquello no importaba, sería una simple anécdota, pero ante el se encontraba el hogar de miles de personas y el de una familia noble, antigua y poderosa. No podía permitirse el destruir a todo el que se negase a servirle, tarde o temprano entenderían que no existe otro camino, por mucho que a él le costase.


No había dormido mucho… Había estado toda la noche pensando. Tenía la estrategia clara, pero los momentos previos a la batalla siempre eran tensos. Su hermano le había mandado un mensaje, al fin estaba todo listo y él, Aegon Targaryen, entraría en Valleoscuro, la primera de todo un continente de conquistas.
Había avisado a sus capitanes y sus hombres estarían preparados a media mañana, él prendería fuego a la puerta norte y ellos entrarían por la puerta sur, los mejores planes eran los más sencillos.

Cansado de no poder dormir y con el alba cerca, Aegon se levantó del camastro y comenzó a prepararse. Su escudero llegó presto, le colocó la armadura y le trajo la espada. Caminaría un poco por el campamento, eso levantaría la moral de los hombres.

Todavía no había salido de la tienda cuando oyó el cuerno. AUUUUUUUU
Un sudor frío le vino durante un segundo, algún imbécil se había venido arriba y había convocado a los hombres, se enteraría de quién habría sido y se lo daría de comer a Balerion.

AUUUUUUUU

Aegon se quedó helado durante un segundo.

Majestad… — dijo el joven escudero. — Nos atacan!

El campamento estaba patas arriba, muchos hombres estaban a medio vestir y corrían como pollo sin cabeza. Nadie parecía saber desde donde había venido el ataque.
Miles y miles de hombres de los Darklyn habían penetrado desde el Sur al poco de salir el sol y estaban matando a placer. El rey no se lo podía creer, tantos planes para nada, su ejército destruido en la primera batalla.
—* Balerion*— dijo para nadie en particular, — Dónde está Balerion?

Como si este lo hubiera oído, la gran bestia hizo acto de presencia. Un torbellino de muerte y destrucción. El fuego calcinaba, las patas aplastaban y la cola destruía.
Los Darklyn con el Mirlo Negro a la cabeza, lejos de amedrentarse, se lanzaron a por él. Primero fueron unos pocos, luego decenas, más tarde cientos, quizá un millar, los que fueron a por él dragón.
El rey lo llamaba a gritos, pero uno no podía llegar donde estaba el otro.
Las espadas de los Darklyn se cebaban con la bestia quien se defendía con todo y mataba hombres a cientos.
Aegon estaba cerca, Fuegoscuro chorreaba sangre de sus enemigos, y su mirada se cruzó con la del dragón. El rey pudo ver en ellos la muerte, la de sus enemigos, pero también la suya propia. No podía permitirlo.

¡Vuela! — gritó. — ¡Vuela Balerion!

Y el Terror Negro obedeció. Batiendo sus grandes alas el reptil comenzó a elevarse mientras la sangre le chorreaba desde el vientre, poco a poco fue ganando altura y, finalmente el dragón desapareció en el cielo.

Poco a poco los números se impusieron, Balerion no estaba, pero había causado un daño brutal a las líneas de los Darklyn, quienes no pudieron recomponerse. El ejército Targaryen, ahora reagrupado en torno a su rey avanzó sin contemplaciones haciendo huir a los pocos que quedaban.


Decidido y lustrosamente pertrechado Aegon avanzaba hacia el norte, comandando la avanzadilla de los curtidos hombres de Rocadragón. Las armaduras, negras y rojas, refulgían bajo la luz de casi un millar de antorchas que buscaban acabar con aquel asedio. El humor de Aegon se había turbado durante la última tarde. Decenas de caballeros habían emprendido el viaje para recuperar lo perdido, pero un amigo no valía el detener una guerra y el plan podía seguir ejecutándose, ahora a sabiendas de que la mayor fuerza del rival había perecido frente a sus murallas, eso sí, de una forma heroica. Esos hombres debían pelear por él.

El plan se probó inútil. Lord Velaron y Lord Celtigar no tuvieron ocasión de rendir la ciudad. Para cuando Orys Baratheon y sus compinches habían logrado despejar una de las puertas, la escasa o casi nula resistencia en la puerta norte había sido aplastada. Pocos hombres murieron aquella noche. Tras el espectáculo dado por el día nadie de la ciudad tenía ganas de perder sus vidas por nada. Pronto caminaron por las calles de la ciudad que habían observado durante tantos días. Muchos de los suyos habían sangrado y Aegon matenía un semblante serio, determinado, pero todos sabían lo que había perdido. Había costado mucho más de lo que todos hubieran deseado, pero habían cumplido el primer objetivo de la conquista, los hombres y mujeres de Valleoscuro no habían sufrido ningún daño e incluso la escasa guarnición apenas había sufrido bajas. Solo aquellos a los que Lord Darklyn había ordenado sacrificarse, solo esa palabra hacía honor a la carnicería de la tarde.

Los pocos efectivos no pudieron ni si quiera asegurar la fortaleza y la comitiva de Aegon pronto se encontró frente a la gran sala donde se atrincheraba el señor de Valleoscuro junto a los suyos. Llegó el momento de vernos las caras. Había quedado sellado el futuro de aquel que le había hecho sangrar, pero la Casa Darklyn tendría un gran futuro, si se imponía la sensatez que había demostrado en sus cartas el joven señor y heredero. Con su propio puño golpeó el portón por tres veces.

  • Lord Steffon, habéis sido derrotado, entregaos y asumid las consecuencias de vuestros actos. Os juro que tendréis un juicio justo, el primero de mi reinado. Salid por vuestro propio pie y observad la generosidad del dragón.

-¡Que juicio ni que ocho cuartos! Habéis invadido mis tierras, habéis exigido que os rinda pleitesía y habéis matado a los hombres que defendían su juramento para conmigo. ¿Y encima esperáis que os ria las gracias? Estoy a vuestra merced. No hay forma de que pueda volver las tornas llegado este punto. Igual que la única forma de que me arrodille ante vos, es que me obligues.

Yo no soy un hijo cualquiera de Valleoscuro. Yo soy Lord Steffon Darklyn, Señor de Valleoscuro. Mi sangre es tan regia como la de cualquiera de los siete reyes a los que pretendéis someter y más regia que la vuestra sin duda. Mi hijo se rendirá, es un cobarde. Valleoscuro es vuestra. Pero a mí, tendréis que matarme para que deje de ser vuestro enemigo. Yo no me rindo. Yo no me arrodillare ante vos voluntariamente, y menos para vivir a vuestros pies.

Voy a salir. Si tenéis redaños, Aegon, batios conmigo. O no lo hagáis, un vez se abra la puerta, caeré sobre vos como mi sobrino y mi nieto hicieron sobre vuestro dragon.

La Familia Darklyn casi al completo estaba en esa sala. Todos los presentes darian testimonio de lo que pasaria a continuacion.
  • Lord Steffon Darklyn (58); Señor de Fuerte Pardo y el Valle Oscuro.
    -Lady Gisella Darklyn (Murio de una fiebres poco despues de dar a luz)
    –Steffon Darklyn “El Cojo” (40)
    —Wilma Darklyn (39)
    —Gisella Darklyn (18)
    —Miranda Darklyn (16)
    —Johanna Darklyn (16)
    —Lucinda Daklyn (14)
    —Steffon Darklyn (12); Escudero de “El Mirlo Negro”

  • Beatrice Darklyn (55)
    -Ser Jason Hollard (58); Maestro de Armas de Fuerte Pardo
    –Ser Wendel Hollard (37)
    —Emersinda Hollard (35)
    ----Ser Maron Hollard (17)
    –Ser Phineas Hollard (34)

  • Septa Morgause (53)
    -Ser Dontos Hollard (Desaparecio en el mar)
    –Dayanira Hollard (Murió de sobreparto)
    —Roxanne Mares (18) “La pequeña Zorra”

  • Ser Davos Darklyn (51); Explorador de la guardia de la noche

  • Maestre Robert (49); Maestre en la ciudadela

  • Ser Wilfred Darklyn (Se ahogo en una acequia estando borracho)
    -Silvia Darklyn (Se suicido tras morir su esposo)
    –Ser Robin Darklyn “El Mirlo Negro” (23)

Las palabras cruzaron piedra y madera, se oyó un ruido sordo y la puerta quedó abierta. Aegon desenvainó a Fuegoscuro y no dejó tiempo a Lord Darklyn de salir, no quería que ninguno de sus hombres se le adelantara. Entró en la habitación solo y cerró la puerta tras de si. Tras unos momentos de tensión por parte de sus acompañantes, la puerta volvió a abrirse y el rey salió de allí, la espada estaba envainada, ni una palabra salió de sus labios, no era necesario. En la sala, la mayoría de los Darklyn observaban el cadáver de su otrora orgulloso señor. Unos tristes, otros no tanto.

El arrebato de Lord Darklyn le había costado la vida. Pese a ello había conseguido morir en combate y bajo el filo de Fuegoscuro. No es que su destino final hubiera sido muy diferente si hubiera depuesto las armas, no después de su resistencia tan feroz. El futuro de la casa Darklyn ahora residía en otros hombres.

Lord Steffon el Cojo fue conducido al centro de la sala del trono de Valleoscuro. Allí se reunían las grandes persobalidades de la ciudad. La batalla no había llegado a las calles y las gentes estaban expectantes por conocer a aquel que de ahora en adelante regiría sus vidas.

Si no me equivoco ahora sois Lord Steffon Darklyn, señor de Valleoscuro - Aegon, erguido a un lado del trono vacío cruzaba su mirada con el inquisitivo heredero-. ¿Elegis vivir a mi lado o morir al lado de vuestro padre? A la luz de los sucesos recientes solo esas dos opciones están sobre la mesa. Rendición incondicional o muerte.

Nada detestaría mas Aegón que quitarle la vida al hombre que, por ahora, se alzaba ante él. Deseaba tener aquella mente en su consejo. Miro a su derecha, allí se encontraba Orys, tan solemne como siempre. Tras el un chaval delgado. Podría llegar a encajar, si le servía lealmente.

En la bodega de aquel mercante que había zarpado desde Rocadragón, Orys Baratheon intentaba asimilar todo lo que estaba apunto de acontecer. Aegon había decidido lanzarse a la conquista de Poniente, sin un feudo franco en el continente, a pelo, en inferioridad numérica, aunque eso si…con tres dragones. Confiaba en el criterio de su hermanastro, pero el riesgo era elevado. Recordó entonces la última conversación que habían tenido antes de partir de Rocadragón: Eres mi mano derecha Orys, fuerte, e implacable cuando es necesario. Pero ahora no necesito fuerza, necesito precisión, calma, y eficacia. Como bien dices la empresa que hemos iniciado es arriesgada, no lo dudo, pero me conoces bien, sabes que no me lanzaré como una tormenta sobre Poniente, más bien lo erosionaremos desde dentro, actuando de forma precisa, y en el momento adecuado, en el lugar que debamos. Y aquí entras tú amigo mio,te adelantarás a mi llegada y te infiltrarás en Valleoscuro, no creo que nadie os pueda reconocer así que una vez allí, ganaos la confianza de algunos hombres y espera mi llegada.
Los gritos de los marineros, lo sacaron de sus pensamientos, habían empezado las maniobras para arrimar en el puerto. Ataviado como un simple mozo, Orys se dispuso a desembarcar.
Una vez en tierra, vió como dos enormes muchachos daban una paliza a un raterillo. No dudo en intervenir, quiza aquel pequeño podría ayudarle en su labor…

En agradecimiento, aquel raterillo ayudo a Orys a introducirse en la ciudad sin tener que pasar por la puerta principal. Tras el mensaje de Aegon, la tensión y por que no decirlo el miedo inundaba los corazones de las gentes de Poniente. Se habían doblado las guardias, y todo aquel que quisiera entrar en la ciudad era examinado concienzudamente. Había sido una buena idea evitar a los guardias.

– Señor! Tenemos que meternos por aquí - dijo el muchacho señalando a una de las salidas de la cloaca de la ciudad. El hedor que emanaba de allí era inmundo. - Son solo treinta codos en linea recta, no huele muy bien pero luego podemos lavarnos.

Orys arrugo la nariz y asintió convencido. El muchacho se lanzó riendo y el hermanastro de Aegon lo siguió. Fue una experiencia realmente nauseabunda, pero necesaria. Cuando se encontró con un murete ascendió a la superficie, tomo aire y abrió los ojos. Ante el habían una docena de muchachos entre ocho y dieciséis años que lo observaban desconfiados, algunos incluso armados con pequeños puñales. Orys se giró hacia el raterillo que le había ayudado y le susurró:

– Necesito que convenzas a tus amigos para que me ayuden, diles que si lo hacen prometo sacaros a todos de aquí y mejorar en buena medida vuestra vida. Y si conocéis a mas gente que creáis que pueda ayudarme serán bienvenidos."

El caos cundía en la ciudad, los niños y las mujeres corrían a refugiarse en sus casas, mientras que la mayor parte de la guarnición se dirigía a la puerta norte. Aegón había llegado con sus huestes y su dragón sembrando el terror.
Orys se sonrió, todo estaba en marcha. Había repasado el plan con Odón hasta la saciedad. Era inteligente aquel muchacho. Todo saldría bien, tenía que salir bien. Orys, Odón y una decena de muchachos se movían con rapidez hacia la puerta sur. Se toparon con dos guardias rezagados pero Orys con dos certeros golpes con la empuñadura de su espada dio cuenta de ellos dejándolos inconscientes. No vieron ni venir el golpe.
Quedaban escasos metros para llegar a la puerta sur. El objetivo estaba claro, tomar el control y dejarla abierta para que entrasen los hombres de Aegón. Después rendir la ciudad.