Y mientras tanto en Desembarco

Los estibadores sudaban la gota gorda a pleno sol de mediodía, las ordenes había sido repentinas y con apremio. El consejero de las naves había dado orden de embarque. ¿Pero a donde? ¿Y para que?

Grandes preguntas las dos. A Rocadragon decían algunos, incluso decían que la flota Real acudía a Rocadragon para escoltar a la Princesa de Rocadragon a visitar a si padre en el lecho de muerte. Hacia tiempo que el rey no estaba en sus mejores días.

Otros silenciaban esas voces, argumentado que los barcos irían al este, a Volantis, pues se estaba organizando un nuevo gran concilio y se tenía intención de invitar a los hijos de Saera o a sus nietos quizás, Saera, la princesa prostituta, novena hija del viejo Rey Jaehearys I Targaryen que se había fugado de las hermanas silenciosas para servir en una casa dw placer en Lys.

Al norte decían algunos, se rumoreaba que las celdas de Desembarco se habían vaciado
y la guardia de la noche recibiría nuevos reclutas. De mala calaña, pero el negro lo puede vestir cualquiera.

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La embarcación se mecía con el oleaje, las velas desplegadas ante un favorable viento. Uno de los grumetes del barco, ayudante del cocinero de la nave, que atendia al nombre de Otis. Un ganavidas de lecho de pulgas, al que unos matones habían arrinconado entre desperdicios de un pescadero portuario y el cocinero, tan bueno como gordo, había adoptado. Apuntando con un enorme cuchillo, que pareciera pequeño en sus monstruosas manazas, ladro al chico.

-Rapaz, ven aquí y ponte con los nabos. que ahí fuera no hay nada que ver.

El chico, dejo sus ensoñaciones y se dirigió a la mesa de trabajo de su maestro y dijo.

-Me pareció ver un lindo dragoncito.

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-Otis. ¡Rapaz! ¿Donde escondes tu triste esqueleto?

El monstruoso cocinero bramaba por la cubierta, hacía rato que no veía a su aprendiz/esbirro.

-No me escondo maestro. Estaba viendo el puerto. ¿Podremos bajar?

El muchacho miraba a la mole de carne que era su maestro con los ojos brillantes de ilusión. Y aunque su maestro pareciere un gigantesco horror de pesadilla hecho hombre, era todo corazón.

-Chaval… No se si el consejero de las naves dará permiso para desembarcar. Aún no hemos arribado nuestro destino. Pero tranquilo, hablaré con el. Hay una cosas que convendría comprar, creo que hay opciones. Pero cuidado, si desembarcamos habrá que estar atento, si vuelvo al barco sin ti pero con lo que deba comprar, la flota zarpará.

Y por cierto, rasura ese bigotillo, aún no e digno de llamarse tal y parece que tengas el morro sucio. No te presentarás antes el consejero naval con esas pintas, zurce esas calzas y cambia de camisola o nuestro comandante pensara que se nos ha colado un vagabundo en el barco.

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-¿Cómo dices? Por ese precio me puedo comprar un burdel en Volantis. ¡Hijo de una hiena!

El cocinero estaba iracundo, un barril de vino a ese precio… Guerras se habían librado por menos. Otis miraba a su maestro con preocupación y sorpresa. El cocinero tenía mal genio, pero ahí sin el mandil y con esa cara de indignación, parecía un dios de la guerra sumamente… Carnoso.

El tendero, sorprendido respondió al vociferante energúmeno.

-Señor, exagerais. Mucho, por ese precio en volantis solo podría pagar una puta y además poco rato. Seamos claros, yo puedo bajar el precio y vos lo podéis subir. Dejad de bramar y aflojad la gallina. O el león, si tenéis a bien entenderme.

El cocinero abrió los ojos como platos. Los Dornienses tenían el mismo desparpajo que una puta barata del pecho de pulgas.

-Voto a tal. ¡Bribón! No te daré más de un tercio de lo que pides. ¡Diantres! ¡Que te he pedido una barrica, no el viñedo entero!

El Dorniense, contento de jugar. Sonrió. Dientes perfectos, blancos, contrastando con agresividad con su tez morena y asomando bajo el mostacho.

-La mitad de que lo que te he pedido y te doy dos barricas.

El cocinero alzó los brazos con desesperación.

-¡Me robas! Pero bueno, dos barricas entonces. Aquí tienes.

El Dorniense ahora tenía más dientes que cara.

-Trato hecho, amigo. Pero he de reconocer que te hubiera aceptado el tercio por las dos barricas.

-¡Me caguen las putas de Lys! Me la has jugado. Bueno, no le diré a mi señor de Lannister que he pagado más de lo que debería por un vino la mitad de bueno de lo que debía comprar. Pero hacedme un favor y no contéis que un siervo de Lord Lannister paga demasiado con su dinero. Cualquier mercader avaro pensaría que puede ir a Lannisport a hacerse rico a costa de mi señor.

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Otis accedió al camarote del consejero de las naves con sumo cuidado. La bandeja con un escueto menu y la copa medio llena. Siempre la pedía medio llena. Su maestro le había explicado que a Ser Tyland no le gustaba comer demasiado, asi se mantenía fino y además daba ejemplo. Embarcados, racionar la comida sin exprimir al personal, era lo más prudente. Mala mar, piratas o falta de viento podía causar retrasos y el viaje tenía la ruta muy bien medida y calculada.

Otis entendía eso, a nadie le gustaba servir a un gordo que comía manjares mientras tú comías raspas. Era lógico. ¿Pero porque pedía solo media copa de vino? Sin darse cuenta dejo de pensar para el y hablo en alto. Cuando levanto la vista al cruzar el umbral y dejar que la puerta cerrará suavemente sin hacer ruido, como le habían enseñado, se encontró los ojos azules y la mirada sería del consejero de las naves.

-¿Debería llenar la copa y beberla entera?

Otis tembló. Ya la había liado. Pensó en su maestro, sus manazas presionando su cuello hará matarlo.

-Responde chico. ¿Acaso debería beber más?

El muchacho, hijo bastardo de la más puta puta de lecho de pulgas, trago saliva y enfrentó su destino.

-Mi señor. No es que crea que debáis beber más, vos estáis al mando y me causa sorpresa que no aprovechéis. Otros lo hacen.

Tyland sonrió.

-Entiendo que no lo entiendas. Muchos no entienden. Te responderé planteándote una reflexión. ¿Prefieres ser lo mejor que puedas ser y ser poco? O ¿Prefieres ser mucho pero como la mayoría? ¿A quien quieres parecerte, al que simplemente nació para ser? ¿O al que hizo por ser? Piensa en ello. Cuando tengas una respuesta digna. Ven a verme y seguiremos hablando.

Otis salió confundido, pensativo,cruzó la puerta en silencio y justo cuando está se terminaba de cerrar, escucho nuevamente a Sergio Tyland.

-Quiero mi copa medio llena chico. No medio vacía. Recuérdalo.

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-Maestro, maestro. ¡Mirad! El paisaje de la costa está cambiando. ¿Y allí veo montañas? ¿Estamos ya cerca de Volantis?

El cocinero lo miro, enarcó una ceja y le dio faena.

-Ala chico, trae ranas de la despensa y empieza a escaparrarlas.

El chico se fue a la despensa a buscarlas, pero… ¿Cómo se escaparra una rana? ¿Que diantres es escaparrar?

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Por fin habían llegado a puerto. No habían sido muchas jornadas ni tampoco habían tenido mala mar, pero el viaje se estaba haciendo muy largo.

El puerto olía a salitre, pescado y sudor de hombres. Eso debía ser culpa de los marinos de la flota real. Claro que los demás barcos anclados no aparentaban tener marineros con mejor olor corporal, ni más higiene.

Otis había recibido un encargo de su maestro. Debía comprar especias para cocinar, tenía una lista que no sabía leer. Lastima, leer parecía estar bien. Ser Tyland Solís leer en cubierta cuando hacía sol. ¿Que leería ese hombre?

Otis tenía claro que si supiera leer, le gustaría leer sobre Aegon I o Sobre Brandon el constructor, o sobre Garth Mano verde, Lannister el Astuto y esa gente guay.

Lastima que su origen plebeyo, y sobre todo pobre, la habían posibilitado una educación menguada, seguramente, había señores del hierro con más letras que el, que justo justo sabía reconocer su nombre y en un día bueno, imitarlo con un cuchillo en una tabla.

Otis no tenía mucho, lo puesto y las ganas de tener más eran abrumadoras. Nacer pobre no debía ser causa de morirse como como tal. ¿Verdad? Tenía que aprender a leer. Y a luchar, no en peleas callejeras de puntazo en la tripa, robo de cartera y pies en polvorosa. Tenía que aprender a manejar un hacha o una maza, para comprar una espada tendía que dejarse dar por culo por la mitad de la tripulación de un barco Dorniense. O eso decía Envaron.

Por otro lado, si mejoraba como cocinero quizás podría servir a un capitán como tal y ganar algo de dinero. Pero sería engañarse. Para conseguir dinero le hacía falta un barco y muchas hachas, no una cocina.

Ser pirata y robar a gordos mercaderes y desplumar a viajeros incautos. Cómo los hombres del hierro pero sin oler igual de mal necesariamente. Si algún día llegase a tener su propio barco, una norma obligatoria sería ducharse en casa puerto que atracaran.

Otra opción, casi tan interesante como ser pirata, podría ser servir a Ser Tyland, medrar. De pinche a cocinero, de cocinero a secuaz, de secuaz a secuaz predilecto para acabar siendo mayordomo. Mayordomo de esos que llevan espada y sobre este de calidad, servir a Tyland como hacia Turnberry, silenciando voces discordantes, consiguiendo cosas, fabricando otras. No pudo evitar decir en alto…

-Debo aprender a leer. ¡Joder!

Envaron, que lo escucho, le dijo.

-Chico, deja de decir bobadas y ponte a deshuesar esos jamones. Quiero ponerlos a cocer antes de que caiga el sol. Puede que después, te ayude. Ser Tyland es hombre de cultura y a lo mejor nos presta un libro y te enseño a leer.

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El vigía dio la voz de alarma. Tierra. Habían llegado.

Otis salió salto de su hamaca, tropezó con las botas del viejo Joseph y se dio contra una de la vigas bajas del camarote comunal. Renqueando y frotándose el golpe en la frente, salió a cubierta. El sol proyectaba sus primeros rayos sobre una de las islas pero a medida que fue enfocando mejor, pudo ver otras.

No pudo evitar un sentimiento de nerviosismo e instintivamente se llevó la mano al cinturón. A tientas busco el pomo de su machete de cocina.

-Hemos llegado… ¿Y ahora que?