Aegon había permanecido junto al féretro de Rhaegar desde que llegó, mirándole, como si quisiera obtener de él en la muerte las respuestas que le negó en vida. Hizo caso omiso a la mujer a quien llamaban reina, que tampoco hizo nada por acercársele, y a los niños pequeños, sus hermanos, que le miraban con suspicacia e interrogaban a su madre en voz baja sobre quién era ese hombre. Jaehaerys y Daenerys; sabía quienes eran, por supuesto, siempre se aplicó en sus estudios de heráldica. Pero lo que le importaba es que eran demasiado jóvenes para ser un problema.
Pero el otro…
Esperó a que terminara de intercambiar cortesías y abrazos con su familia, disimulando la envidia que le corroía por dentro, y se alejó unos pasos para darle unos minutos a solas con su padre, mientras lo escudriñaba con curiosidad. Finalmente se volvió a acercar al féretro y quedaron frente a frente, con el rey, el padre de ambos, separándolos
-Te esperaba más… valyrio. Los retratos que he visto te aclaran el pelo. Licencia de artista, ya sabes. Los pintores ven lo que quieren ver. ¿Y qué es eso que tienes en la cara? Hermanito, por favor, eres un Príncipe del Reino. Qué menos que afeitarse -le dijo a modo de presentación. Su tono no era burlón, ni hostil; era altivo, quizá, pero casi familiar. Después de todo, era su hermano pequeño.
Aemon escuchó las palabras de su medio hermano mientras contemplaba el cadáver de su padre, pensativo. No sabía qué pensar, su padre apenas le había contado gran cosa de su otra familia. Era un tema que siempre evitaba, y por supuesto, no conocía a nadie más aparte de Ser Arthur para contrastar información. El capa blanca tampoco parecía tener muchas respuestas, únicamente le había facilitado un retrato de la familia real durante el penúltimo año del reinado del rey Aerys y había visto a Rhaenys en brazos de su madre, la princesa Elia. Era morena, más parecida a él. Aegon Targaryen tenía, sin embargo, más en común que su padre y su hermano pequeño.
— Ciertamente —comentó con una media sonrisa— . He pasado los dos últimos años lejos de la corte y sus mascaradas. Mi hermana Daenerys tendrá que enseñarme a vestir con algo más de estilo —titubeó un momento antes de continuar— . No esperaba encontrarte aquí. No después de todo lo que pasó.
No sabía qué mas decir, y tampoco era alguien de muchas palabras. Dejó en voluntad de su interlocutor tomar la iniciativa de la conversación, o dejar el septo en un solemne silencio.
Lo cierto es que no le daban ganas de saltarle al pescuezo a Aemon. Imaginaba que sí, pero no acababa de ser el caso, al menos no por ahora. En lugar de eso, se sorprendió de sentir cierta afinidad, quizá por la sangre compartida.
-¿Te sorprendería si te digo que no le odio? -le respondió, mirando el cadáver del rey- . Mi madre sí que le odia. Y mi familia… en fin, Dorne es Dorne. Desde Palosanto a Lanza del Sol se sigue rumiando “La Traición de Rhaegar”. Pero… -el gesto duro se le suavizó- siempre pensé, desde niño, que cuando viniera aquí, a Desembarco del Rey, a verle, y contemplara el hombre en el que me he convertido, me aceptaría. Como su hijo, como su familia, como su heredero. He tenido esa conversación con mi padre… cientos, miles de veces, en mi cabeza. Estaba preparado para todo, tenía a la respuesta a cualquier pega que me fuera a poner. Y ahora… Nunca he hablado con él. Nunca he escuchado su voz. Es un padre que solo ha ejercido como tal dentro de mi cabeza. No lo odio, pero… creo que ahora que se ha ido, ahora que ya no va a haber nada más de lo que ya hubo, ahora que no hay final feliz, creo que ahora sí estoy empezando a odiarle.
Se dio la vuelta, en claro estado de turbación, cerró los ojos y tomó aire, una, dos y tres veces.
-Disculpa el arrebato -dijo ya repuesto- . Ha sido impropio. Me alegro de que tú hayas conocido la cara buena de nuestro padre, Aemon. Por cierto, ¿sabes quién lo mató? Porque no me creo ni por un momento que un día cayera muerto sin más, antes de cumplir siquiera los cuarenta. Es una de los mayores disparates que he oído, si querían encubrirlo podrían haberse inventado algo más plausible. La gente no se muere un día sin más. No con 39 años. No funciona así.
Aemon dudaba que hubiera posibilidad de que hubiera final feliz alguno. Ciertamente se ponía en el lugar de su hermano y se sentía bastante miserable. No había derecho a que él hubiera perdido una infancia precaria por una dichosa profecía, pero no solo su padre había actuado bajo su influjo, si no también su abuelo y tatarabuelo. Si era cierta, entonces las acciones de su padre y los que habían venido antes que él podían tener una explicación. De cuando en cuando, sin embargo, le asaltaba la misma angustiosa pregunta. «¿Y si estaban equivocados?» Nada le haría más feliz, él no había pedido ser el protagonista de una misión que no le iba a reportar ninguna satisfacción personal. Pero eso implicaba que su padre tenía el juicio nublado, y que quizá no habría que tener en cuenta las disposiciones que había fijado en su testamento.
Su padre insistía en sus últimas cartas, Lady Melisandre no hacía más que confirmar sus sospechas; parecía que la Mujer Roja le había dado las piezas restantes de un puzzle que llevaba mucho tiempo sin resolver, y siempre volvía sobre lo mismo, el tiempo se agotaba y la hora estaba cercana. «Tu tío Aemon está al tanto de todo en el Muro. Cuando empieces a recibir inquietantes informes de él, preocúpate, porque sabrás que la hora ha llegado». Necesitaba hablar con Lady Melisandre, pero la Mano la había despachado a Rocadragón sin muchas explicaciones. En los últimos tiempos, todo parecían ser problemas. Escuchó con educación a su hermano y le expuso con sinceridad lo que pensaba del inesperado deceso.
— No sé quién lo mató, si es que lo mataron. Y no sé si llegados a este punto importa. Mi padre tenía muchos enemigos, cierto, eso escribía en sus cartas. Lannister, Tully, Tyrell… Martell. Estaba convencido de que intentarían desquitarse, y que yo debía ser firme con ellos —cerró los ojos e inspiró profundamente— . Ser Arthur, aquí presente, me decía que debía guardarme de ellos, pero también que les diera la mano si me la tendían. Que no podía dejar que las rencillas del pasado impidieran la construcción de un futuro. Y soy de este parecer. Sí, supongo que el Consejo ordenará investigar, quizá se encuentre culpable, quizá no. Solo sé que mi padre ha muerto y seguro que ahora todo es peor.
-Nuestro padre, aunque solo le placiera ejercer como tal contigo -le corrigió- . No he visto a Arianne desde que éramos pequeños; no te sabría decir qué le pasa por la cabeza estos días, aunque no creo que sea matar al Rey. Yo miraría al Consejo. Está plagado de víboras. ¿Para qué tantos señores de tan dudosa lealtad? En Essos lo hacen mejor: usan eunucos. Sin dinastía, sin una esposa que malmeta, sin ambición más allá de enriquecerse y engordar. El Consejo debería estar compuesto de siete Varys, créeme. Todo iría mejor.
Aegon tenía sus planes para el trono; Essos le había abierto los ojos en más de una cosa, y a su vuelta a Poniente, su primera impresión había sido que era un lugar gobernado de forma bastante ineficiente. El balance de poder era tan delicado que, más que reyes, parecía tener equilibristas al mando, que se contentaban con no caer de la cuerda. Como si eso fuera suficiente.
Levantó los ojos del cuerpo de Rhaegar y los clavó en Aemon.
-¿Y qué vamos a hacer, hermanito? ¿Qué vamos a hacer con todo esto? Porque tenemos un problema entre manos. La Casa Targaryen está descabezada, tú eres el heredero que aparece en el testamento, y yo soy tu hermano mayor, fruto de un matrimonio perfectamente legítimo. Es una situación verdaderamente incómoda para todos, esta en la que nos encontramos, ¿no te parece? ¿Y si llevo yo la corona los días pares, y tú los impares? ¿La partimos en dos trozos iguales? ¿Instalamos un segundo Trono de Hierro junto al primero, o lo ampliamos y nos sentamos juntos? Oí que teníamos un dragón, quizá pueda forjar uno nuevo -bromeó, si podía llamarse así a su tono frío y seco.
La conversación siguió por curiosos cauces, mucho se alargó y la Mano hizo acto de presencia, impaciente por la ausencia del príncipe heredero. Sólo dos capas blancas y el Septón Supremo fueron testigos de todo lo que se habló y a las conclusiones que se llegaron…