Había pasado ya casi un año desde que las primeros enfrentamientos entre los Tully y los Targaryen tuvieran lugar. Muchas batallas y unos cuantos reyes después todo volvía a suceder en el mismo lugar. Los Stark, con su todo poderoso ejército habían viajado al sur para apoyar a su nueva familia y a su nuevo rey. Poco habían de temer, las huestes reales pasaban por su peor momento y solo la llegada de una fuerte y nueva Mano del Rey había frenado su declive, una Mano del Rey que había puesto pausa a la disputa en el seno de la familia Targaryen. Una Mano del Rey que había cruzado el Mar Angosto para traer un nuevo ejército que apoyase a su Rey, que había conseguido una tregua con su señor y que ayudado por el valeroso Lord Gerold Hightower habían conseguido convocarlo a la guerra que se avecinaba.
Había planeado caer sobre el lobo desde todos los frentes, pero Lord Rickard Stark no era un estúpido y había cubierto sus espaldas rindiendo unos cuantos castillos que le avisaron de la maniobra. Pusieron rumbo al sur y cuando se encontraban a apenas unas jornadas de marcha de Harrenhall comprobaron que no habían conseguido evitar a todos los ejércitos que se les venía encima. Lord Jon Connington al mando de una poderosa hueste de hombres de la Corona, del Valle y leales a la casa Connington, esperaba en el camino real, muchos de ellos deseosos de cobrarse su venganza hacia el pez negro, muy en especial el guardia real Ser Oswell Whent, al que Lord Jon tenía en gran estima y al que había dado permiso para dar rienda suelta a su rabia.
-Mis señores, soy la Mano del Rey y a la Casa Targaryen me debo. - Jon enrolló el pergamino. La votación había concluido. - Si consideráis que hemos de combatir contra Tully y Stark pese a esto - Tocó con un dedo el lacre roto del venado. - Entonces así se hará. Pero Robert Baratheon, de desleal conducta y palabra rota, deberá ser llevado ante la justicia.
-Lo será, Lord Jon. Pero después de que se le aplique la justicia del Rey a los que lo han traicionado desde hace tiempo. - Oswell Whent, capa blanca desplegada y yelmo en mano, asintió. - Hoy es la hora de la guerra. Hoy es hora de infligirle a Tywin Lannister una derrota.
-Así será, ¡así será!. - Jon alzó la voz. Los hombres lo miraban- Señores de la Tormenta, de la Corona y del Nido de Águilas. Un ejército de muchos lugares, todos fieles a…¿Aerys?, ¿a los Targaryen?, ¿a él mismo? Ni siquiera él lo sabía. - Señores, es hora de combatir. El enemigo nos supera, pero su intención no es destruirnos, sino escapar. Atravesar nuestras líneas para huir a la seguridad de sus fortalezas. El nuestro es retenerlos y que los refuerzos a los que llamé…acudan.
Miró a todos.
-Y si Lord Robert no acude, después de vencer aquí, ¡lo traeremos ante la justicia!, ¿estáis conmigo?, ¡¿estáis conmigo?!
Nunca había sido hombre de discursos, de palabras inspiradoras para ejércitos. Eran más bien para sí y para Rhaegar, para su amigo. Para los momentos de duda. Jon, el hombro en que llorar, el apoyo más fiel…del hombre que aún pensaba que lo había traicionado y al que hacía casi un año que no venía. Jon Connington, cuyas entrañas ardían con la rabia de haberse enterado de lo que pretendía hacer la serpiente de Robert Baratheon y que detestaban no haber podido dar lo que quería al Pez Negro.
-¡Hombres del Reino!, ¡de las tormentas, de la Corona, del Nido de Águilas!, ¡escuchadme! - Señaló con la espada hacia donde se acercaba el ejército enemigo. Estandartes norteño y de los Ríos avanzando en formación. - Vienen a seguir saqueando vuestras tierras, a traer destrucción. ¡No lo permitiremos! ¡Acabaremos con ellos!, ¡acabaremos con las extremidads de Tywin Lannister!.
Ondeaban los pendones. Sonaban los cuernos. Tras él, el estandarte del grifo relucía. Roland lo miraba y sonreía.
-Lord Velaryon y mi maestre, el fiel Dorian, acuden con refuerzos. Refuerzos que ayudarán a cambiar el curso de esta guerra. Creed en mí. Creed en nosotros. - Alzó la espada. - Y si Robert Baratheon deshonra su promesa. ¡Si Robert Baratheo nos abandona! Entonces, después de haber acabado con el ejército enemigo, cambiaremos al señor de las Tormentas. Porque somos un ejército que lucha por el reino. ¡Porque luchamos por lo que es justo!, ¡vosotros sois más que un ejército!, ¡sois la justicia de los Siete!, ¡sois el reino!
Los cuernos bramaban, más alto. Formaciones de combate. El caballo de Jon se acercaba, piafando.
-Luchad, ¡luchad!
Roland gritó a su lado.
-¡Por la Mano!, ¡por la Mano!, ¡por el Reino!
“¡CONNINGTON!, ¡CONNINGTON!”

Lord Rickard y Ser Brynden debatían la estrategia a seguir frente a sus señores, un Frey sin nombre, una rata cualquiera observaba sin decir nada, asintiendo a las aportaciones de Ser Duncan Whent. Pronto se estableció el plan de batalla, el que había aunado más consensos, el que les habría una vía de escape. Los ribereños y las casas más poderosas del norte abrirían un brecha en el flanco norte, junto a los Whent, para permitir una vía de escape a sus hombres. Los Frey, relegados con su pequeña hueste al sur de la batalla, observaron a los norteños antes de salir de la tienda, los rostros eran impenetrables, era evidente que condenaban a aquellos señores que menos hombres comandaban a una muerte segura y los muy imbéciles parecían contentos de poder probarse en batalla, incluso les parecía un honor. Él no moriría allí, aquellos malnacidos no le condenarían a morir viendo sus tripas salir de su pequeño cuerpo o los Siete sabían qué, raudo se encaminó a la tienda de Ser Duncan antes de que fuera demasiado tarde.
Las trompetas sonaron y los hombres formaron, pronto las huestes norteñas chocaron contra el enemigo, los disciplinados y veteranos hombres que impedían su vuelta al Norte y a los Ríos. A pesar de la furia con la que peleaban los norteños la batalla tenía únicamente un punto candente, donde realmente se peleaba a muerte. El norte de la batalla, donde se enfrentaban los Rykker, Hogg, Rosby, etc. contra las invencibles tropas ribereñas, o al menos eso parecía. El todo poderoso ejército Blackwood, los Mallister de Varamar y los Tully, apoyados por los Umber, los Kastark, los Ryswell y otros norteños menores pusieron en serios aprietos a las mermadas huestes de los Feudos. Aún cuando los Whent no habían aparecido la victoria era casi segura.
El resto de la batalla era un intercambio de tanteos, cargas repentinas repelidas sin esfuerzo por las disciplinadas tropas del Valle y del Nido de Grifo. Parecía que pronto obtendrían los vasallos del Rey Tywin una victoria táctica y conseguirían huir, pero los con la misma rapidez que estos sueños invadían la cabeza de los distintos señores un poderoso cuerno resonó en el campo de batalla. Aquel sonido no se había escuchado en Poniente desde hacía más de 20 años, pero aún así alguno de los presentes consiguió recordarlo e instantáneamente se les heló la sangre. Desde la retaguardia se escuchó un rugido al cesar las cornetas e inmediatamente después una desbandada de hombres corriendo por sus vidas, unas 5 bestias inmensas con grandes cuernos cargaban sin detenerse cuando bajo sus patas aplastaban algún miembro cuyo dueño jamás volvería a usar.
La Compañía Dorada regresaba a Poniente y por lo visto, para quedarse. Desde aquel momento la batalla fue poco más que miles de hombres corriendo por sus vidas. Solo Ser Brynden mantenía el orden entre sus tropas que avanzaban ya a través de la brecha creada entre las líneas enemigas, pero debía hacerse más grande para salvar su ejército, debía enfrentarse al que capitaneaba aquel flanco y derrotarlo para hacer huir a sus hombres. Casualmente, Ser Oswell Whent hacía lo mismo con él. Aquel combate fue lo más parecido a una batalla aquel día, sin reservas, un despliegue de técnicas y movimientos que los presentes tardarían en olvidar.
- Vuestros sobrinos han huido Vuestro hermano, un traidor que ataca por la espalda a sus compañeros de armas. Vuestro Rey, un demente.
Las palabras de Ser Brynden consiguieron su objetivo y por unos instantes Ser Oswell estuvo totalmente arrinconado. A su alrededor el flanco caía y el ejército Stark se precipitaba en su huida cuando uno a uno todos los señores fueron tocando retirada. El mismo Lord Rickard Stark tocó su corneta cuando fue imposible sostener la línea y se precipitó a marcar el camino a sus hombres, durante apenas unos segundos, los que tardó uno de aquellos elefantes en desbocarse y acabar aplastando en su caída al señor del Norte.
Muchos morían, pero el ejército no se había perdido, el buen hacer del Pez Negro mantuvo la esperanza y miles se salvaron gracias a la brecha que había abierto el hombre que mucho decían, empezó la Guerra. Su contrincante jamás le dejaría escapar de allí con vida así que ordenó a todos que marcharan, que huyeran para morir otro día y reanudó sus ataques contra el guardia real. Ser Brynden parecía imbatible y la defensa de Ser Oswell impenetrable, el combate se alargó durante un largo rato, incluso cuando la batalla cesó a su alrededor y finalmente el desconsuelo y el agotamiento hicieron mella. La gran espada del capa blanca se hundía en las entrañas de Ser Brynden Tully, acabando con su vida.
Lord Clement Piper cabalgó hasta donde marchaban los derrotados Umber.
¡Jon! - el enorme norteño pareció no escucharle- ¡Gran Jon! -por fin el hombre derrotado reaccionó al escuchar su apodo, el único orgullo que le podía quedar-. ¿Vuestro señor, donde está? Debía cuidar de mi señora.
La negación triste de aquella fiera gigante fue todo lo que necesitaron. Más tarde se contaron unos a otros lo poco que habían visto y entre todos encontraron la verdad. Los Frey jamás llegaron a combatir, en un astuto y traicionero movimiento habían convencido a Ser Duncan Whent de desertar y en mitad del caos de la batalla un grupo de jinetes había cogido a Lady Catelyn, hombres con las torres gemelas bordadas en su blasón, la confusión fue tal que los norteños pensaron que venían a rescatarla.
Lord Jon se encontraba sentado en su tienda, agotado, charlando con Ser Myles Toyne. Bebían y reían, la victoria era suya aún sin la ayuda de los Baratheon. Lord Robert no había llegado. También era verdad que Ser Myles sabía su posición de antemano pero los últimos días habían corrido durante la mayor parte del mismo para llegar a tiempo. Sus hombres habían podido aguantar aquel ritmo pero el señor de la Tormenta era más de golpear que de correr.
-Aunque quizás sea un traidor como teméis Lord Mano. En ese caso, la Casa Toyne estaría encargada de juraros lealtad como señores de la Tormenta, -la risa del mercenario podía interpretarse de muchas formas- estamos deseando volver a casa.
Fue en aquel momento cuando uno de sus guardias interrumpió la charla, la Mano del Rey debía ser informada de inmediato, no todos los días se recibía una visita como aquella. Ser Duncan Whent, flanqueado por unos pocos Frey, avanzaba sujetando con su gruesa mano la muñeca delicada de Lady Catelyn. Nadie hasta el momento se había percatado, pero Lord Jon era un hombre de sensibilidad diferente,
Dios santo mi señora, ¿en vuestro estado y participando en batallas? Traed una silla a nuestra invitada, las mujeres embarazadas no deben pasar mucho tiempo en pie.