La Guerra del Tridente

La primera sangre se derramaría en Darry, lugar de una de las casas más poderosas del Tridente. Desde hacía años habían tomado bastante importancia debido a su acercamiento al Rey Aerys. En su día Hoster había confiado muchos en ellos, como un estandarte visible de los Ríos en Desembarco del Rey. Ahora eran ellos los primeros que les habían traicionado. Brynden había parlamentado con ellos. Les había dado la oportunidad de irse de allí, con su Rey, aquel al que parecían servir más que a los Señores del Tridente. Se habían negado. Y se habían condenado.

Los hombres se decidieron a atacar, y lo hicieron por todas las opciones posibles que daba la fortaleza. Dentro no había hombres suficientes para parar el ataque, pero parecían dispuestos a morir por su Rey, por un Rey loco. Los Darry creían que aquella era la posición más correcta, el honor y el deber. Pero habían decidido abandonar antes otra palabra dada a su Señor.

El asalto no duró demasiado tiempo, pues los asaltantes eran multitud. Los hombres de Poza de la Doncella atacaron sin su señor, el cual había preferido el mismo destino que los Darry. Y aunque sufrieron bajas alcanzaron las murallas debido en gran parte de la necesidad de defensores en sus muros. Ser Brynden tomó la muralla y se dirigió con la mayor de la rapidez hacia los estandartes de fondo marrón. Deseaba encontrarse con Lord Darry, hacerle hincar la rodilla y dejar que su testarudez no diese fin a la desdicha.

Pero no fue posible. Lord William Darry yacía muerto. Ser Cox guardaba el cuerpo, junto al de un joven, Ser Raymun. Dos muertes que sirvieron para que los hombres alzasen sus brazos y se rindiesen. La primera sangre que había caído en el Tridente pertenecía a sus propios hombres. Y Brynden detestaba aquello…pero también había destestado a aquellos que habían quebrado su juramento.

- Algunos hombres no olvidan las ofensas, Ser Brynden…y William Darry lanzó muchas contra vuestro hermano.- Ser Cox no podía haber evitado que los hombres se lanzasen a por ellos, tratando de hacer caer un estandarte que se mantuvo alto por mucho tiempo, quizás demasiado.

- Eso da igual, Ser Cox…Darry ha caído. El objetivo ha sido conseguido.- Si, con buenos hombres caídos, con pesadumbre…y sobretodo, con la sangre derramada de los hombres del Tridente, algo que Aerys deseaba profundamente.

Por dos veces la compañía de Lord Triston Ryger consiguió localizar varios grupos de avanzadilla reales, infligiendo duros y certeros golpes a los informadores de Ser Willem. Ser Byrnden disponía de toda la información que podía desear, sus hombres habían hecho un magnífico trabajo. El grueso de la Casa Real avanzaba hacia el oeste tratando de cortar su retirad, mientras otra columna del ejército avanzaba hacia ellos desde el sureste. Daba gracias a los dioses por aquellos excelentes informes, una mala decisión y sus fuerzas habrían quedado rodeadas y a todas luces aniquiladas. Tras los primeros informes tocó retirada y una vez alcanzada una posición elevada frente a la Aldea de Lord Harroway barajó la opción de refugiarse y esperar refuerzos.

-Septo de Piedra resistirá durante semanas, quizá meses mi señor - Lord Clement Piper se había probado como uno de los mejores consejeros del Pez Negro, el recientemente nombrado señor de Darry era todo sangre y decisión visceral-. Somos menos pero esconderse no es una opción, nos rodearán y esperarán a que muramos de hambre o nos acribillarán si tratamos de huir.

El veterano Piper deseaba combatir más que cualquier cosa, pero aún así no le faltaba razón, todo o nada, una derrota allí acabaría con la resistencia de los Ríos ante Aerys y su extraña rebelión acabaría antes si quiera de empezar. La retirada no era una opción. Los enemigos les superaban ampliamente en número pero su posición era favorable. Situó a los hombres de Poza de la Doncella en el centro, bajo su mando directo, junto a Lord Tytos Blackwood y su caballería contendrían el centro de la batalla. En su flanco derecho Lord Jonos Bracken, recientemente recuperado de su convalecencia y bajo la atenta mirada tanto de Ser Brynden como de los hombres de Árbol de Cuervos, que no confiaban en aquellos que guardaban sus espaldas. Los hombres de Darry apoyaban este sector, desmoralizados y peleando por poco más que su propia supervivencia, únicamente esperaban no tener que enfrentarse a su joven y querido señor. Ser Quincy Cox lideraba el flanco izquierdo, junto a sus dos ejércitos, se había probado un fiel seguidor del caballero Tully.

El asalto se inició con el sol en su cenit. Las líneas realistas se estiraron como su superioridad numérica les permitía e iniciaron el asalto a las posiciones que defendían los ribereños desde ambos flancos. La posición defensiva de los Tully corría peligro de ser desbordada y una y otra vez, primero Lord Tytos y luego Ser Bryden dirigieron sendas cargas de caballería para liberar su retaguardia de una amenaza que podía haber significado el fin de la batalla en apenas unas horas.

Ser Myles Mooton lideraba a los inexpertos reclutas de Poza de la Doncella, niños y ancianos que esperaban no encontrarse con sus padres e hijos, hombres que por órdenes de Ser Brynden habían sido situados lejos de la batalla, otra cosa hubiera resultado impredecible. Junto a los hombres de Hayford Ser Myles puso en aprietos a los hombres de Salinas, infligiendo duras bajas. Ser Elbert Arryn por contra lideraba un asalto central con hombres de diversas procedencias guardando sus espaldas, junto a él el joven señor del Valleoscuro, peleando codo con codo y siempre en primera línea. Ser Aegon Whent por su lado lideraba el flanco izquierdo repleto de zarpeños de la casa Brune y otros de las tierras de la Corona como los Hogg o los Rosby, pese a la diligencia mostrada por el murciélago pronto se mostró la ineficiencia de sus hombres frente a la caballería de Seto de Piedra.

La batalla favorecía a los Tully pero su número impedía obtener la victoria. La batalla terminó tras un duelo brillante ente el joven Ser Elbert y el Pez Negro. La sonrisa del joven caballero del Valle reflejaba una estúpida falta de temor a la muerte y una falta completa de visión política, solo quería brillar en batalla, que se contarán canciones sobre él. Se infligieron sendas heridas y solo se separaron cuando el flanco derecho realista tocó retirada. Ser Myles Mooton, junto a su padre habían conseguido poner en duros aprietos a Ser Cox, que resultó gravemente herido, pero cuando observaron los blasones de sus familiares, que habían sido enviados a apoyar ese sector y por miedo a que sus hombres desertaran, padre e hijo decidieron tocar retirada, ¿por cuanto tiempo conseguiría el Pez Negro convencer a aquellos hombres de que lucharan contra su familia?

La retirada fue caótica en principio, Lord Eustace Brune recibió un fuerte golpe en la cabeza y tuvo que ser rescatado por su joven hijo, Ser Osmund, que se había probado un guerrero muy capaz en su primera batalla. Lord Jonos ansiaba probar su lealtad y persiguió a los hombres de Malacosta infligiendo importantes bajas. Ser Elbert Arryn no escuchaba la retirada y tuvo que ser su amigo, Lord Rykker el que evitase su muerte cuando Ser Brynden laceró gravemente el músculo del caballero del valle.

Ser Oswell Whent consiguió poner en fuga a los exploradores liderados por Lord Ryger tras herir a este último en el brazo. Tras alcanzanr el grueso del ejército mantuvo el orden y reorganizó las líneas, evitando deserciones o una retirada que habría supuesto una derrota, Ser Willem se había probado un general capaz pero solo la presencia del Guardia Real evitó lo que podía haber sido un desastre…

Lord Whent y los caballeros Frey observaban la batalla desde la retaguardia, ofreciendo sus consejos a Ser Willem pero poco más.

La batalla había sido dura, demasiado, el Pez Negro era un comandante curtido, conocía cada palmo de las tierras de los ríos como si fueran propias y ni siquiera Ser Oswell Whent había sabido tomarle la ventaja. Habían sabido tomar la delantera pero no todo estaba perdido, los números estaban de su parte y aunque el enemigo era algo más curtido prevalecerían, pues la razón también lo estaban.

Ser Oswell preparaba a los hombres para retomar la batalla lo antes posible. Ser Elbert, pese a sus heridas, buscaba resarcirse y parecía listo para lanzarse a la batalla una vez más, pero quedaba algo por hacer antes de que las lanzas chocaran una vez más. Ser Willem Darry avanzó junto con Ser Myles Mooton, hacia las líneas enemigas, lo suficiente como para que los hombres escucharan sus palabras.

—Hombres de los ríos— la potente voz del caballero de Darry cruzó la esplanada con rapidez —Vuestro deseo de mantener vuestro juramento a los Tully de Aguasdulces os honra, mas seguís a un hombre sin honor, seguís a un hombre que sabiendo Aguasulces era culpable del secuestro de Lady Dustin actuó contra los hombres del rey, contra señores y caballeros de los ríos pues no quería afrontar su propio destino. El Pez Negro actuó a espaldas de su hermano y mantuvo a Lady Dustin captiva y una vez ya sin honor nada le detiene, hace escasos días rompió la sagrada tradición del parlamento, tomando prisionero a un guardia real, hace escasos días obligó a los hombres de Poza de la Doncella a unirse a su ejército en contra de las órdenes de su señor, que lucha a mi lado, hace escasos días atacó mi hogar por cual crimen ¿no querer luchar en su rebelión? Tal y como hablamos los ejércitos del Valle se dirigen hacia Aguasdulces, leales a su rey, para acabar con esta locura. Todos conocéis a Lord Jon Arryn, hombre de honor y razón como pocos, él estuvo presente en el juicio a Lord Hoster Tully y decidió luchar por el rey, la nuestra es una causa justa y honorable, vosotros tan solo lucháis por la vida de un hombre traicionero y sin honor.

—Hombres de Poza de la Doncella— Ser Myles Mooton comenzó a hablar —Aún tenéis posibilidad de redención, uniros a la causa justa y salvad vuestro honor y vuestras vidas, ¡vuestro señor os lo ordena!

—¡Hombres de Salinas!— Ser Willem volvió tomar la palabra —Mientras luchéis por el Pez Negro sois culpables de traición, la flota del Valle caerá sobre vuestras tierras y todos y cada uno de los hombres aquí presentes serán desposeidos de sus haciendas y tierras, ¿y porqué? ¿por la vida de un hombre que ni siquiera respeta el parlamento? Luchad por la causa justa y salvad vuestro honor y vuestras vidas, ¡vuestro rey os lo ordena!

En lo alto de la colina se alzaban cinco figuras. Una de ellas era el caballero Quincy Cox, que parecía haberse convertido en un enorme apoyo para Brynden Tully. El señor Varion Roote había dudado ante Hoster, pero no ahora ante el Pez Negro, y allí se encontraba junto a él. Y también Jonos Bracken y Tytos Blackwood, dos hombres en los que Ser Brynden confiaba plenamente. Los cinco observaban como, a unas millas de distancia, el ejército del rey se disponía a atacar la posición defensiva que tenían para defenderse.- Son niños y ancianos… - Ser Quincy había recibido las noticias con pesar. Las tropas de la casa Mooton de Poza de la Doncella eran niños y abuelos que habían armado de mala forma. Y su señor era quien las comandaba. Brynden se habría negado a luchar contra ellos…pero no contra el resto de los hombres. Y era por eso que Clement Piper se encargaba ahora de formar la línea defensiva guiado por los informes que Trystan Ryger les había hecho llegar. Los exploradores del banderizo del Sauce habían sido esenciales para poder tomar esa colina y esperarles.

En poco tiempo tuvieron que tomar decisiones. El caballero de Salinas se encargaría de mantener el flanco este junto a todos los hombres que había reunido en Salinas. Por el contrario, sería Jonos Bracken quien tomase posición en el oeste, siempre con sus caballeros dispuestos. Y el centro lo formarían los hombres de las tierras de los Darry y de los Blackwood, guiados por Ser Brynden. Los hombres de Poza de la Doncella se concentraron a unirse a la contienda en un lugar donde nunca pudiesen encontrarse con sus iguales. Muchos hombres morirían, eso lo sabía Brynden Tully, pero estaba convencido de la victoria y de hacer retroceder a ese ejército…aún cuando observó algunos estandartes que le hicieron resoplar, como el Halcón de los Arryn, los murciélagos de los Whent o el salmón de los Mooton. Si, aquella no sería una brillante victoria…pero sería lo suficiente para hacer pensar a Aerys Targaryen acerca de la decisión tomada días atrás.

Una batalla cruenta, pero no decisiva. Y sin embargo los hombres de los Ríos habían sido lo suficientemente valientes y bravos como para contener a todos los hombres de la Corona. Había conseguido repeler al Halcón con el que había mantenido la liza. Podría decir que le recordaba a él de joven…pero mentiría. Entendía que ese Arryn tenía demasiados pájaros en su cabeza, y él siempre había sido más mundano. Quizás esos pájaros estaban hechos más para altos vuelos. Pero a más altura, más dolía la caída.

Limpiaba su espada cuando escuchó que unas voces se alzaban sobre los ruidos de la guerra. Notó como Lord Clement Piper picaba espuelas para llegar a su lado, y como lo hacía Lord Jonos Bracken le seguía, junto a Lord Tytos Blackwood. Y el estandarte de los Cox también se alzó a su lado, aunque en ese momento cuidaban de su señor. Por último Ser Brynden hizo que el estandarte de Darry se alzase junto al de los Tully, como un desafío a aquel que hablaba.

- ¡Tu Rey está loco!- Y muchos hombres del ejército de Brynden dirigieron la mirada hacia él por las palabras dichas.- Tu Rey está loco. Tu Príncipe Rhaegar Targaryen lo dice. Aerys Targaryen está loco. Y solo un loco puede seguir a otro loco. Solo alguien como tu puedes pretender seguir a alguien así por honor, alguien que poco le importa el fin, sino el poder. Siempre fuiste así Darry. Lord Tywin lo vio y huyó de Desembarco del Rey. Lord Rickard Stark lo vio y también huyo. Y por eso también lo hizo tu Príncipe. El único que se quedó fue Jon Arryn, otro igual que tu.

- Y vos, Lord Mooton, capaz de hacer llamar a vuestros niños y ancianos a tomar las armas por ser incapaz de tener sangre en las venas. Ni valor. La vergüenza caerá sobre vuestra casa por años, y se recordará este momento como aquel en el que cabalgasteis al frente de niños que tenían espadas más grandes que su altura.

- Y ahora, si queréis perecer, si queréis regar nuestros Ríos con vuestra sangre…¿No os hemos dado ya la bienvenida? Todas vuestras mentiras encontrarán el acero de los Ríos.- El Pez Negro envainó su espada y desde lo alto de la colina se alzaron los estandartes del Tridente, por sobretodos los demás de la Corona. Tal como había ocurrido minutos antes.

Las Aguas de los dos ríos chocaban con recelo en la intersección. Aquel no era un bonito día y el cielo estaba encapotado y, aunque de momento no llovía, era muy probable que lo hiciese a lo largo del día.

Lady Catelyn observaba desde la ventana de su habitación los campos del Tridente, aún fértiles allí, no tanto en el este, aunque sabía por cartas de su tío que no se habían hecho grandes destrozos, solo allí donde la guerra había llegado, que no era en todos los lugares aún. Poco podía imaginarse de que días más allá vería el humo que se alzaba desde Buenmercado, producido por los hombres del hierro. Maldijo a todos los hombres corruptos de aquel reino. Primero lo hizo con Aerys Targaryen, y luego con todos aquellos que les habían seguido, a los Darry y a los Keath. También a los Mooton. Uno de ellos ya había sido despojado de todo. Si ganaban aquella guerra los otros también lo serían pronto.

Llamaron a la puerta, el castellano de Aguasdulces, Chambers, llamaba a su señora. Era la hora de abandonar su estancia. Lo hizo con delicadeza, pero con prontitud, con pies pesados. Desde que su padre fuese llevado por los hombres del Rey Loco, todo lo había hecho de igual manera. Había actuado de manera firme, pero siempre guiada por un miedo interno a hacer algo equivocado. Catelyn Tully siempre había sido instruida como la heredera de Aguasdulces, pues la llegada de su hermano fue tardía, pero aquello le había superado. Aún así los hombres que la rodeaban parecían haber entendido aquella carga y la habían apoyado en todo momento. Incluso ahora.

La ceremonia debería de realizarse dos veces, bajo la mirada de los Nuevos y Antiguos Dioses, tanto en el Septo como en el Bosque de Dioses. Sería una ceremonia larga, y no estarían muchos de los que debieran. No sería feliz. Su padre no la entregaría. Su tío tampoco. No contaría con la presencia de Edmure, y tampoco con la de Lysa. Extrañamente, Catelyn Tully tampoco se sintió sola. Muchos hombres fieles a su padre seguían allí, así como mujeres de la fortaleza. Y se alegraban de aquella unión. Y ella también se alegraba de casarse con Brandon Stark, porque había confiado en su padre, y en su familia.

No fue un gran banquete, aunque si una bonita ceremonia en la que ella lució la capa del guargo y él la de la trucha. Comieron, pero no demasiado. Bebieron, pero solo un poco. Y bailaron, pero pocas canciones. La guerra marcaba aquella boda, aquella celebración, y no era algo baladí. Horas más tarde los novios se levantaron, y aquello significaba el fin de la fiesta, para todos. Hubo vítores por ambos, y ella sonrió a los hombres y mujeres.

Y se fue, con la mano sobra la de Brandon Stark, caminando hacia la que sería su nueva estancia.- No partiré de aquí.- Dijo, sin titubear.- Hasta que el último de los hombres del Rey esté fuera del Tridente, hasta que mi padre esté de nuevo en Aguasdulces, hasta que Aerys Targaryen muera. No me iré, Brandon.- Con miedo, pero dispuesta a enfrentarlo, y a enfrentarle a él.- Ahora eres mi esposo. Y debes saberlo.- Paró su camino, entre las secuoyas del Bosque de Dioses, observando al que ahora llamaba marido. Se acercó a él y besó sus labios.- Lucharé esta guerra de la mejor manera que pueda, junto a ti.

Brynden se movía con rapidez, seguido por las tropas del Tridente y Occidente. Hoster había actuado de manera brillante en Harrenhall. Había provocado la unión de las dos tierras con gestos hacia los señores de Occidente, y ahora ninguno de ellos se encontraba desairado porque él mismo gobernase aquella expedición. E incluso parecía existir mayor tirantez entre los Bracken y los Blackwood que entre nobles de distintas tierras.

Habían hecho llegar algunos mensajes con los Tyrell que asediaban la fortaleza de Atranta, y ante las respuestas infructuosas, Brynden había respondido con determinación. O se retiraban de tales tierras o recibirían su castigo. No le hicieron caso, y por eso la hueste se presentó en la fortaleza de los Vance. Lo cierto es que al llegar observaron un campamento destartalado provocado por la rapidez con la que los Tyrell habían mandado marchar a sus tropas. Pero también encontraron a los Vance y a los Ryger, preparados a perseguir al enemigo.

El Puente del Arco se alzaba al sur de Atranta, y era allí donde se dirigieron las tropas combinadas. Tomaron a los Tyrell dudando entre realizar el paso o no, pero ante su presencia no hubo mucho que decidir. Los escudos de los hombres del Dominio se prepararon ante un ataque que, a primera vista, no podrían defender. El número de hombres les sobrepasaba por mucho en números, y es algo que se hizo notar cuando Brynden comandó el ataque directo, en una línea amplia que, con poco esfuerzo, superaría los flancos del enemigo, que al menos contaba con el río a su espalda.

El primero en tener que alzar su espada (valyria), fue el Señor de el Anillo, en el flanco izquierdo, lugar comandado por el ahora Señor de Darry, y seguido por otros tantos occidentales. Pronto Lord Dontos Footy y Lord Desmond Caswell se vieron sobrepasados por la pericia de las tropas de los Blackwood de Árbol de Cuervos. Pero aún así los hombres del Dominio se mantuvieron altivos ante el ataque, aunque el riesgo de perder la boca al puente estaba latente y mantenía a los hombres prestos a dirigirse al punto central de la batalla. No deseaban perder el poder del único punto de retirada.

Sin embargo, fue el lance de Brynden Tully contra Quentin Tyrell el que provocó el comienzo de la caída de los hombres. El Pez Negro se enzarzó en la batalla contra el Tyrell y provocó que tuviese que defenderse casi siempre de sus ataques. Y en uno de ellos le hirió en el costado, y la flor dorada tuvo que detenerse y entregarse a Brynden Tully. Aquello fue suficiente para que los hombres tratasen de huir hacia sus tierras, apenas a unas millas de allí. Pero Jonos Bracken, inquieto en la retaguardia, lanzó a sus caballeros tras ellos. Aquel día el Puente del Arco fue el escenario de la carga de caballería del caballo rojo, y ninguna flor crecería por donde él pisó.

Apenas había llegado unas horas antes cuando tras la corta noche que le quedaba había amanecido un día en el que todo eran carreras y chanzas, apenas había hombres en Aguasdulces y los que quedaban tenían más miedo que valor, aún estando tras los muros de aquella fortaleza se respiraba el ambiente a guerra que había dejado tras de sí las decisiones de hombres ajenos al Norte pero que los habían metido en una guerra en la que debían salvar el honor de aquellos a los que iban a unirse como familia.

Los hombres norteños se vieron recibidos como los hermanos que todos hubiesen querido tener hace tiempo, pero que habían llegado tarde, y sólo el vino y la comida que fue parca como casi todo aquel día habían hecho que el ambiente se volviese de celebración, pues aquello aún con magia en el aire no dejaba de ser la unión de dos casi desconocidos y la cara de los jóvenes lo demostraban, hasta que por fín llegó la hora del encamamiento

Brandon arqueó una ceja, extrañado por la actitud de su nueva esposa mientras una carcajada brotó de su ser - Admiro tu valentía y tu determinación Catelyn, serás una buena señora del Norte. - Rebuscó en su esposa hasta dónde estaría dispuesta a llegar, pero no era demasiado bueno en aquellas lides así que fue directo - Pero eres mi esposa, y lucharé esta guerra junto a ti, y mataré hasta el último maldito intruso de estas tierras… pero partiremos al Norte cuando yo lo determine, pues yo no deshonrare a los Antiguos Dioses incumpliendo mi papel de esposo y tu no deshonrarás a los Siete incumpliendo el tuyo. -

Dos veces había sido inquilino en una barca. El Aguasnegras había sido testigo de su deambular, de como su camino le llevaba una vez al sur, y de como le llevaba otra vez al norte. Instintivamente dirigió su mirada al este, allí hacia donde iba el río. El Tridente estaba lleno de Ríos, y este precisamente era la frontera sur de sus tierras. Hoster Tully se embarcaba de vuelta al que podía llamar su hogar, y lo hacía cruzando aquello de lo que era Señor Supremo.

Se llevó la mano a su barbilla y el vello le dio la bienvenida raspándole. La barba volvía a su rostro, pero esta vez era corta. Se observaba frente a un espejo bruñido de bronce. No volvería a dejarse la barba larga. Se encontraba alguna arruga más, y las bolsas de sus ojos se habían oscurecido. Desde el día en el que presentaron a Lady Barbrey en Aguasdulces había soportado una gran presión, y aún hoy la mantenía en sus espaldas. Había cabalgado por tierras desiertas, aunque por suerte la guerra parecía no haber hecho demasiada mella en el Sur de sus tierras. Y sin embargo todo le parecía bastante frío, solitario…como si el espíritu del Desconocido se hubiese paseado por allí. Se dispuso a dormir, y entonces volvió a repetir la promesa que todas las noches se había repetido. Aerys Targaryen moriría bajo su mano.

El foso de Aguasdulces se mantenía inundado. El portón cayó y se encontró con el Maestre Scoth. Los hombres que debían cuidar las tierras se mantenían en los puestos, y Aguasdulces había servido de hogar para todos aquellos que habían recibido el golpe de los hombres del hierro. Todo le fue comentado. Ya sabía de la partida de su hija Lysa, de como Edmure había partido a la guerra, de como su hermano había hecho frente a todos los enemigos de su casa y de como Catelyn había mantenido el Honor de la Familia. Su Deber. Se preocupó de Brandon Stark, el cual había cumplido con su palabra, casi con su vida. Se lo agradeció, pero pronto decidió tomar otra vez un caballo fresco y partir.

- Es el momento de atacar sus tierras, de hacer sangrar a aquellos que siguen siendo fieles a Aerys.- Brynden entendía que era la oportunidad perfecta, y aunque comprendía que Tywin desease reunirse con los Tyrell, no entendía el porque se su marcha aún más al Sur.

- Es el momento de hacer un gesto, Ser Brynden, un gesto que haga que nuestra causa sea igual a los que siguen al Rey Targaryen.- Brynden tomó aire con fuerza. El Pez Negro, desde un primer momento, no había actuado frente a Tywin Lannister como un Rey, sino como un igual. No estaba acostumbrado a seguir el protocolo frente a un Targaryen, como para hacerlo frente a alguien que se hubiese proclamado como tal.

- Tywin, si les damos tiempo se rearmarán y volverán a mand…- Brynden no terminó la frase cuando un hombre con la librea de los Blackwood entró a todo correr en la gran estancia de los Whent.- ¡Lord Hoster! ¡Lord Hoster Tully!

Brynden dirigió la mirada sorprendido al hombre, y luego a Tywin. Catelyn, su sobrina, había permanecido un paso atrás, escuchando, silenciosa, pero en cuanto escuchó el nombre de su padre pasó entre medias, y le siguió su hermano Edmure. El joven, el cual había servido a Tywin Lannister como escudero, corrió detrás de su hermana, pero la pasó en su carrera. Corrió por los pasillos de Harrenhall, por los patios y las escaleras y subió alto, hacia el portón. La respiración se le aceleró por el ejercicio, pero llegó arriba y observó hacia abajo. Notó las manos de su hermana en sus hombros, y en unos segundos más apareció Brynden Tully. Miró abajo, y observó un rostro cansado, pero alegre, castigado, pero esperanzado. Los Lannister les alcanzaron, pero Brynden Tully ni les miró. Solo alzó la voz.

- ¡Abrid las puertas a Lord Hoster Tully, Señor de Aguasdulces, Señor Supremo del Tridente!

- Es un Lannister.- Brynde Tully hablaba sin reproche alguno, pero de manera directa, y clara.- ¿Qué derecho tiene sobre el Trono de Hierro?- Aunque bien era cierto que Brynden había luchado junto a los hombres de Occidente, aceptando el liderazgo de Tywin Lannister, ahora que llegaba el momento de que su hermano se encontrase con el Señor de Occidente, dudaba de aquel encuentro. El había comandado el ataque a Darry, y había provocado que la familia de ese castillo cayese en desgracia. Luego había provocado que el ejército real no pudiese penetrar en los Ríos. Había expulsado a los Tyrell de Atranta y había aguantado la última acometida de Lord Jon Arryn, el cual había vuelto al Valle, renegando de su vasallaje ante el Rey Aerys.

- Y el único que ha provocado que nuestras tierras se mantengan lo más segura posible.- Alzó sus dos cejas, observando a su hermano.- Los Stark tardaron mucho en llegar aquí, y bien sabes que se habrían encontrado las cenizas de todos nuestros campos, por mucho que sus intenciones siempre hayan sido buenas.- Tenía frente a si toas las bajas de los hombres de los Ríos. Muchos habían perdido la vida, y había casas como los Vance, los Bracken o los Piper que habían perdido mucho de lo que habían atesorado hacia años. Y aún así contaba con sus estandartes tras de sí. Se sintió orgulloso, pues aún sin él, habían luchado por su causa.- Todo está decidido, Brynden, y no quiero tener en contra a mi hermano. Otra vez.- Alzó la mirada hacia el menor, y éste asintió. Brynden Tully no iba a oponer resistencia. No ese día.

Las puertas de Harrenhall se abrieron y los pendones de las casas de los Ríos traspasaron su umbral. Primero iba la trucha de los Tully, y a ella le siguieron cuatro estandartes, el de los Blackwood, los Frey, los Whent y los Bracken. Las cuatro casas habían provocado la victoria en los Ríos, era algo innegable. Tras ellos los estandartes de los Cox, valientes hombres de Salinas que habían luchado como pocos, y también los Ryger, y los Vance, además de los Piper y los Grell. Nadie observó los colores de los Darry, ni de los Mooton, caídos ya en desgracia. El camino de todos ellos los llevó hasta donde se encontraban las tiendas de los hombres de Occidente. De entre todos, ellos habían luchado junto, sangrado, y algunos habían sembrado amistades fuertes, unidas por el barro y el maná.

Hoster Tully caminó hasta donde se encontraba la figura de Tywin Lannister. Los dos habían envejecido, seguramente más que ninguno de los hombres de Poniente. La barba pelirroja se había implantado en el rostro de Hoster de nuevo, pero no lo suficiente para ser tupida, como antes.- El Tridente sabe quienes son sus amigos. Aquellos que luchan junto a nosotros, aquellos que mueren en nuestra tierra por defenderla.- Inclinó el rostro ante Tywin Lannister.- El Tridente jura servir a la Casa Lannister, juramos lealtad, juramos amistad aquí, en el corazón de nuestra tierra.

- Y yo acepto ese juramento, Lord Hoster. Y juro ser un buen señor y que este sea el momento en el que la relación entre los Ríos y Occidente sea larga y beneficiosa.- Los estandartes de las casas de Occidente se levantaron, frente a los del Tridente. Pero no se enfrentaban, se saludaban.

Había pasado ya casi un año desde que las primeros enfrentamientos entre los Tully y los Targaryen tuvieran lugar. Muchas batallas y unos cuantos reyes después todo volvía a suceder en el mismo lugar. Los Stark, con su todo poderoso ejército habían viajado al sur para apoyar a su nueva familia y a su nuevo rey. Poco habían de temer, las huestes reales pasaban por su peor momento y solo la llegada de una fuerte y nueva Mano del Rey había frenado su declive, una Mano del Rey que había puesto pausa a la disputa en el seno de la familia Targaryen. Una Mano del Rey que había cruzado el Mar Angosto para traer un nuevo ejército que apoyase a su Rey, que había conseguido una tregua con su señor y que ayudado por el valeroso Lord Gerold Hightower habían conseguido convocarlo a la guerra que se avecinaba.

Había planeado caer sobre el lobo desde todos los frentes, pero Lord Rickard Stark no era un estúpido y había cubierto sus espaldas rindiendo unos cuantos castillos que le avisaron de la maniobra. Pusieron rumbo al sur y cuando se encontraban a apenas unas jornadas de marcha de Harrenhall comprobaron que no habían conseguido evitar a todos los ejércitos que se les venía encima. Lord Jon Connington al mando de una poderosa hueste de hombres de la Corona, del Valle y leales a la casa Connington, esperaba en el camino real, muchos de ellos deseosos de cobrarse su venganza hacia el pez negro, muy en especial el guardia real Ser Oswell Whent, al que Lord Jon tenía en gran estima y al que había dado permiso para dar rienda suelta a su rabia.


-Mis señores, soy la Mano del Rey y a la Casa Targaryen me debo. - Jon enrolló el pergamino. La votación había concluido. - Si consideráis que hemos de combatir contra Tully y Stark pese a esto - Tocó con un dedo el lacre roto del venado. - Entonces así se hará. Pero Robert Baratheon, de desleal conducta y palabra rota, deberá ser llevado ante la justicia.

-Lo será, Lord Jon. Pero después de que se le aplique la justicia del Rey a los que lo han traicionado desde hace tiempo. - Oswell Whent, capa blanca desplegada y yelmo en mano, asintió. - Hoy es la hora de la guerra. Hoy es hora de infligirle a Tywin Lannister una derrota.

-Así será, ¡así será!. - Jon alzó la voz. Los hombres lo miraban- Señores de la Tormenta, de la Corona y del Nido de Águilas. Un ejército de muchos lugares, todos fieles a…¿Aerys?, ¿a los Targaryen?, ¿a él mismo? Ni siquiera él lo sabía. - Señores, es hora de combatir. El enemigo nos supera, pero su intención no es destruirnos, sino escapar. Atravesar nuestras líneas para huir a la seguridad de sus fortalezas. El nuestro es retenerlos y que los refuerzos a los que llamé…acudan.

Miró a todos.

-Y si Lord Robert no acude, después de vencer aquí, ¡lo traeremos ante la justicia!, ¿estáis conmigo?, ¡¿estáis conmigo?!

Nunca había sido hombre de discursos, de palabras inspiradoras para ejércitos. Eran más bien para sí y para Rhaegar, para su amigo. Para los momentos de duda. Jon, el hombro en que llorar, el apoyo más fiel…del hombre que aún pensaba que lo había traicionado y al que hacía casi un año que no venía. Jon Connington, cuyas entrañas ardían con la rabia de haberse enterado de lo que pretendía hacer la serpiente de Robert Baratheon y que detestaban no haber podido dar lo que quería al Pez Negro.

-¡Hombres del Reino!, ¡de las tormentas, de la Corona, del Nido de Águilas!, ¡escuchadme! - Señaló con la espada hacia donde se acercaba el ejército enemigo. Estandartes norteño y de los Ríos avanzando en formación. - Vienen a seguir saqueando vuestras tierras, a traer destrucción. ¡No lo permitiremos! ¡Acabaremos con ellos!, ¡acabaremos con las extremidads de Tywin Lannister!.

Ondeaban los pendones. Sonaban los cuernos. Tras él, el estandarte del grifo relucía. Roland lo miraba y sonreía.

-Lord Velaryon y mi maestre, el fiel Dorian, acuden con refuerzos. Refuerzos que ayudarán a cambiar el curso de esta guerra. Creed en mí. Creed en nosotros. - Alzó la espada. - Y si Robert Baratheon deshonra su promesa. ¡Si Robert Baratheo nos abandona! Entonces, después de haber acabado con el ejército enemigo, cambiaremos al señor de las Tormentas. Porque somos un ejército que lucha por el reino. ¡Porque luchamos por lo que es justo!, ¡vosotros sois más que un ejército!, ¡sois la justicia de los Siete!, ¡sois el reino!

Los cuernos bramaban, más alto. Formaciones de combate. El caballo de Jon se acercaba, piafando.

-Luchad, ¡luchad!

Roland gritó a su lado.

-¡Por la Mano!, ¡por la Mano!, ¡por el Reino!

“¡CONNINGTON!, ¡CONNINGTON!”


Lord Rickard y Ser Brynden debatían la estrategia a seguir frente a sus señores, un Frey sin nombre, una rata cualquiera observaba sin decir nada, asintiendo a las aportaciones de Ser Duncan Whent. Pronto se estableció el plan de batalla, el que había aunado más consensos, el que les habría una vía de escape. Los ribereños y las casas más poderosas del norte abrirían un brecha en el flanco norte, junto a los Whent, para permitir una vía de escape a sus hombres. Los Frey, relegados con su pequeña hueste al sur de la batalla, observaron a los norteños antes de salir de la tienda, los rostros eran impenetrables, era evidente que condenaban a aquellos señores que menos hombres comandaban a una muerte segura y los muy imbéciles parecían contentos de poder probarse en batalla, incluso les parecía un honor. Él no moriría allí, aquellos malnacidos no le condenarían a morir viendo sus tripas salir de su pequeño cuerpo o los Siete sabían qué, raudo se encaminó a la tienda de Ser Duncan antes de que fuera demasiado tarde.


Las trompetas sonaron y los hombres formaron, pronto las huestes norteñas chocaron contra el enemigo, los disciplinados y veteranos hombres que impedían su vuelta al Norte y a los Ríos. A pesar de la furia con la que peleaban los norteños la batalla tenía únicamente un punto candente, donde realmente se peleaba a muerte. El norte de la batalla, donde se enfrentaban los Rykker, Hogg, Rosby, etc. contra las invencibles tropas ribereñas, o al menos eso parecía. El todo poderoso ejército Blackwood, los Mallister de Varamar y los Tully, apoyados por los Umber, los Kastark, los Ryswell y otros norteños menores pusieron en serios aprietos a las mermadas huestes de los Feudos. Aún cuando los Whent no habían aparecido la victoria era casi segura.

El resto de la batalla era un intercambio de tanteos, cargas repentinas repelidas sin esfuerzo por las disciplinadas tropas del Valle y del Nido de Grifo. Parecía que pronto obtendrían los vasallos del Rey Tywin una victoria táctica y conseguirían huir, pero los con la misma rapidez que estos sueños invadían la cabeza de los distintos señores un poderoso cuerno resonó en el campo de batalla. Aquel sonido no se había escuchado en Poniente desde hacía más de 20 años, pero aún así alguno de los presentes consiguió recordarlo e instantáneamente se les heló la sangre. Desde la retaguardia se escuchó un rugido al cesar las cornetas e inmediatamente después una desbandada de hombres corriendo por sus vidas, unas 5 bestias inmensas con grandes cuernos cargaban sin detenerse cuando bajo sus patas aplastaban algún miembro cuyo dueño jamás volvería a usar.

La Compañía Dorada regresaba a Poniente y por lo visto, para quedarse. Desde aquel momento la batalla fue poco más que miles de hombres corriendo por sus vidas. Solo Ser Brynden mantenía el orden entre sus tropas que avanzaban ya a través de la brecha creada entre las líneas enemigas, pero debía hacerse más grande para salvar su ejército, debía enfrentarse al que capitaneaba aquel flanco y derrotarlo para hacer huir a sus hombres. Casualmente, Ser Oswell Whent hacía lo mismo con él. Aquel combate fue lo más parecido a una batalla aquel día, sin reservas, un despliegue de técnicas y movimientos que los presentes tardarían en olvidar.

  • Vuestros sobrinos han huido Vuestro hermano, un traidor que ataca por la espalda a sus compañeros de armas. Vuestro Rey, un demente.

Las palabras de Ser Brynden consiguieron su objetivo y por unos instantes Ser Oswell estuvo totalmente arrinconado. A su alrededor el flanco caía y el ejército Stark se precipitaba en su huida cuando uno a uno todos los señores fueron tocando retirada. El mismo Lord Rickard Stark tocó su corneta cuando fue imposible sostener la línea y se precipitó a marcar el camino a sus hombres, durante apenas unos segundos, los que tardó uno de aquellos elefantes en desbocarse y acabar aplastando en su caída al señor del Norte.

Muchos morían, pero el ejército no se había perdido, el buen hacer del Pez Negro mantuvo la esperanza y miles se salvaron gracias a la brecha que había abierto el hombre que mucho decían, empezó la Guerra. Su contrincante jamás le dejaría escapar de allí con vida así que ordenó a todos que marcharan, que huyeran para morir otro día y reanudó sus ataques contra el guardia real. Ser Brynden parecía imbatible y la defensa de Ser Oswell impenetrable, el combate se alargó durante un largo rato, incluso cuando la batalla cesó a su alrededor y finalmente el desconsuelo y el agotamiento hicieron mella. La gran espada del capa blanca se hundía en las entrañas de Ser Brynden Tully, acabando con su vida.


Lord Clement Piper cabalgó hasta donde marchaban los derrotados Umber.

¡Jon! - el enorme norteño pareció no escucharle- ¡Gran Jon! -por fin el hombre derrotado reaccionó al escuchar su apodo, el único orgullo que le podía quedar-. ¿Vuestro señor, donde está? Debía cuidar de mi señora.

La negación triste de aquella fiera gigante fue todo lo que necesitaron. Más tarde se contaron unos a otros lo poco que habían visto y entre todos encontraron la verdad. Los Frey jamás llegaron a combatir, en un astuto y traicionero movimiento habían convencido a Ser Duncan Whent de desertar y en mitad del caos de la batalla un grupo de jinetes había cogido a Lady Catelyn, hombres con las torres gemelas bordadas en su blasón, la confusión fue tal que los norteños pensaron que venían a rescatarla.


Lord Jon se encontraba sentado en su tienda, agotado, charlando con Ser Myles Toyne. Bebían y reían, la victoria era suya aún sin la ayuda de los Baratheon. Lord Robert no había llegado. También era verdad que Ser Myles sabía su posición de antemano pero los últimos días habían corrido durante la mayor parte del mismo para llegar a tiempo. Sus hombres habían podido aguantar aquel ritmo pero el señor de la Tormenta era más de golpear que de correr.

-Aunque quizás sea un traidor como teméis Lord Mano. En ese caso, la Casa Toyne estaría encargada de juraros lealtad como señores de la Tormenta, -la risa del mercenario podía interpretarse de muchas formas- estamos deseando volver a casa.

Fue en aquel momento cuando uno de sus guardias interrumpió la charla, la Mano del Rey debía ser informada de inmediato, no todos los días se recibía una visita como aquella. Ser Duncan Whent, flanqueado por unos pocos Frey, avanzaba sujetando con su gruesa mano la muñeca delicada de Lady Catelyn. Nadie hasta el momento se había percatado, pero Lord Jon era un hombre de sensibilidad diferente,

Dios santo mi señora, ¿en vuestro estado y participando en batallas? Traed una silla a nuestra invitada, las mujeres embarazadas no deben pasar mucho tiempo en pie.

Los festejos se habían apagado la noche anterior. Entre las hogueras había corrido la cerveza, el vino y los corderos cazados en las cercanías. Alrededor del campamento se había formado un nido de prostitutas, trovadores y campesinos curiosos que habían corrido a agasajar a los vencedores. Curioso. El signo de una guerra. Hace pocos días habrían aclamado a los soldados con el emblema de la trucha y el huargo que marchaban hacia Poza de la Doncella.

¿Cuántos habría entre ellos que les odiaran?, ¿cuántos los verían como una abigarrada colección de despojos que venían a prender fuego a los Ríos? Normalmente hubiera intentado mantener la disciplina, pero los hombres lo merecían. Había dispuesto guardias durante toda la noche y preparado unas defensas, por si Robert decidía finiquitar su traición, pero nada había sucedido en aquella velada. Los hombres de la Compañía Dorada habían sido los primeros en unirse al festejo, atemorizando a los soldados con aquellas prodigiosas bestias enormes, que tanto comían, y contando historias sobre sus batallas. Sin ellos, no habría habido victoria.

Ahora que el sol ya estaba levantado, veía, desde lo alto de aquella colina, como sus hombres se estaban encargando de enterrar los cadáveres. Había dado orden de que lo hicieran con todos los que pudieran, antes de que los cuervos se cernieran sobre ellos. Todos habían acudido, como caballeros del verano que eran, a la masacre, creyéndose invencibles. Pero aquella alfombra de muerte tardaría en desvanecerse. En los lugares donde había demasiados, vio como se levantaban grandes hogueras y se entonaban plegarias. En el coro del jolgorio formado alrededor del campamento también había septones, cantando por las almas de los muertos.

“Adiós, valeroso Lord Buckler. Ojalá hubiera mil más como vos en este mundo”. Escribiría a su hijo y colmaría de honores a los bravos de Puertabronce. Era lo menos que merecía.

Se giró para ver cómo varios de sus soldados trabajaban. Había escogido a varios de su guardia personal y a Dorian para que trataran a Lord Rickard. Habían limpiado las heridas, puesto la armadura y recogido sus armas. Haría falta que las Hermanas Silenciosas trataran el cadáver, para poder devolverlo a los Stark. La guerra no debía faltar a las reglas del honor.

Se dirigió a su tienda, allí estaba Lady Catelyn Stark, atendida por hombres y mujeres de su confianza. Por fuerte que fuera, una mujer no debía ver aquel macabro espectáculo.

Lord Robert Baratheon,

Solicito parlamento con vos y el resto de señores de la Tormenta para discutir acerca de los siguientes pasos a seguir. Hagámoslo aquí antes de movernos para acabar esta guerra.

Cordialmente,

Lord Jon Connington, Señor de Nido del Grifos y Mano del Rey

Saludos, sed bienvenidos a mi campamento. La batalla ha sido un éxito para las armas de Aerys. ¿Y ahora que? Seguiremos sirviendo a un tirano o restauraremos al rey que Poniente merece? Tywin es ya historia. ¿Qué queréis de mí y de mis hombres? Hemos acudido aquí y la batalla ya estaba decidida cuando llegamos.

Lord Robert Baratheon

-Mi señor de Baratheon. Sabéis que eso no es cierto. Mis exploradores sabían de vuestra columna, y marchabais a la par que mis hombres de la Compañía Dorada. - Jon miró a los ojos al que seguía siendo su señor feudal. Una estatura imponente, unos brazos que podrían destrozarlo al darle un abrazo. - Permanecisteis al margen, sin intervenir. Y eso os deshonra.

Miró al resto de señores de la Tormenta.

-Fuisteis testigo de cómo Gerold Hightower derrotó a Lord Robert en combate singular, y él prometió venir aquí a ayudar. Ha incumplido su palabra. - Jon volvió a centrarse en Robert. - Mi lealtad es a la Casa Targaryen, y quiero un Poniente en paz. Lord Tywin aún no está muerto del todo. Tropas de los Stark se han retirado, los Ríos aún no han sido tomados y mantiene hombres en el Dominio.

Suspiró, cansado, y volvió a mirar a todos los allí reunidos.

-Os necesitamos para pacificar el reino. ¿Vendréis con nosotros?, ¿acabaremos con Tywin Lannister? . -Trató de sonreír, pero era incapaz. - Y luego hablaremos acerca del rey. Pero para hablar de monarquías, debe haber un reino que proteger.

“Connington, esta no es mi guerra. No lucharé ni por Aerys ni por Tywin. Ninguno de los dos merece gobernar. Hombres de las Tormentas os siguen. Yo no os seguiré, pero si alguno de los que está aquí quiere hacerlo no se lo impediré. Yo cabalgaré con mis hombres y no obedeceré a ningún rey hasta que termine esta guerra. No creo que el rey Aerys sea tan digno como vos creéis, pero entiendo como pensáis. Quizá penséis que soy un perjuro pero sólo aposté venir aquí. Esta batalla no merecía que ninguno de mis hombres muriera. Vos habéis visto a algún rey en este campo de batalla. Yo he visto a los mercenarios matar al padre del hombre que fue mi amigo. No he luchado contra vos ni contra vuestros hombres aunque estuve tentado de hacerlo. Preservé mi juramento pero ya se ha terminado. Ahora si queréis venir aquí y matarme por Aerys hacedlo, nos dobláis en número.”

Jon miró al que aún era su señor. Se había dejado crecer la barba, una selva negra que enmarcaba las facciones, duras pero hermosas, del dueño de Bastión de Tormentas. Del doble traidor al que había combatido y que había rehusado honrar sus juramentos. Desafío aquellos ojos azules clavados en él.

-El juramento os conminaba a participar en la batalla, mi señor. Y no lo hicisteis. - Jon observó al resto de Señores de la Tormenta. ¿Qué pensarían? En aquella baza se lo jugaba todo. - No lucho solo por un rey. Peleo por el futuro del reino. Tywin Lannister huyó de la capital, traicionó la confianza de todos y ahora busca derribar aquello de lo que fue arquitecto y nunca tuvo tiempo para arreglar. - Cerró el puño, la voz aumentando el tono. - Hay esperanza en la Casa Targaryen, hay un futuro unidos. Poniente no debe partirse en guerras intestinas. Él ha sido el que ha traído la desgracia a este continente.

En efecto, doblaban en número a los hombres de la Tormenta. Y, muy cerca de allí, en su campamento, estaban los soldados de la Compañía Dorada. Aquella fuerza de élite había deshecho a Stark y Tully en combate, y no dudaba de que Toyne querría recuperar su castillo en las Tormentas.

-No quiero daros muerte, ni que caiga más gente de mis tierras, que también son las vuestras. La sangre de Orys Baratheon es fuerte, su arraigo poderoso. Sois un buen guerrero, mi señor. - Jon volvió a centrarse en Robert. Sabía que no tendría oportunidad en un combate contra él, pero tampoco deseaba verlo morir como a un puercoespín, asaeteado por todos sus arqueros. - Si queréis marcharos y luchar como mercenario, hacedlo. ¿Pero y vosotros, hombres de la Tormenta?, ¿os mantendréis leales a vuestro juramento?, ¿lucharéis por la Casa Targaryen o abandonaréis tierras, hogares y familias a la voluntad de Tywin Lannister? Todo aquel que combata por nosotros será perdonado. Los hombres de honor lo son, hayan cometido los errores que hayan cometido.

Se giró para mirar su campamento. Esperaba una respuesta.

-Los que quieran marchar lejos de aquí, que lo hagan, junto con Robert Baratheon. Los que quieran quedarse, serán aceptados. - El estandarte del grifo seguía flameando a su espalda. Era uno de ellos, pero también algo más. - Los que deseen presentar batalla, la tendrán. Pensadlo bien. Al alba nos encontraremos, en la forma que deseéis.

“¿Entonces por qué salvasteis a Lord Hoster? Vos, que sois un hombres de honor, como lo era Buckler también traicionasteis el juramento que os unía a mí. Los hombres de Tywin también luchan por un Poniente mejor. Jamás olvidaré Harrenhal. Y no pienso morir aquí por ningún rey, pero yo no soy la Mano de nadie. Entiendo que vos peleéis por lo que jurasteis,pero yo me abstengo de luchar por nada, de morir por nadie. Sabéis que cabalgaría contra vos con gusto si fuéramos enemigos y a pesar de ser un vasallo rebelde no lo voy a hacer, porque seguís vuestra convicciones, dejadme buscar a mí las mías. Yo marcharé mañana al amanecer con los que me sigan. Los que se queden podrán ir con vos. Imagino que nos volveremos a ver algún día.”

-Espero que ese día no nos encuentre en lados contrarios de la batalla. Os lo digo con total sinceridad, Robert. - Jon suspiró. - A aquellos que quieran seguirlo, que lo hagan. El resto, mis señores de la Tormenta, confío en vuestra palabra y vuestro honor para que nos acompañéis en este combate y devolvamos la paz al reino. Aquellos que gusten, que vengan a nuestro campamento al alba. Los que permanezcan en esta zona de nadie, habré de entender que se declaran rebeldes y habrán de enfrentarse a la justicia del Rey. - Extendió la mano a Robert. - Suerte."

Después se alejó. La noche estaba a punto de caer. No había tenido el valor para atacar. ¿Puede un hombre acabar con los que habían sido sus familiares de batalla?

Tywin Lannister ha perdido. Ya no hay Rey al que seguir.- El salón de aquella taberna estaba engalanado con todos los emblemas de los Ríos. Al menos todos los emblemas de aquellos que seguían a su señor. Eran todos menos los Whent de Harrenhall, los Frey de Los Gemelos, los Mooton de Poza de la Doncella y los Erenford de Pantano de la Bruja. Primero la figura de Brynden Tully, después la de Catelyn Tully y por último la de Hoster Tully, habían provocado que los banderizos del Tridente, aún después de toda aquella guerra que les había desgastado, siguiesen estando junto a su señor. E incluso desde hacía un tiempo hasta ahora, algunos territorios se habían recuperado lo suficiente para ver campos dar cosechas por última vez y quedar guardadas en los almacenes. Aún así, la situación era tensa, con la retirada de Jon Arryn y los ejércitos del Valle.

Aún hay uno. Aerys, pero no pienso plegarme a ese loco. Causó la pérdida de Brynden y la de Catelyn. La Casa Tully fue la primera en ver la locura de ese Viejo. Solo ha traído desgracia, ha tratado de empozoñar la confianza entre nosotros, como con Lord Jonos, y lo ha conseguido con los Whent, aquellos a los que consideraba familia.- Hoster, como siempre, un hombre cansado, hablaba con determinación, aquella que le daba el conseguir que sus dos hijos sobreviviesen a esta guerra maldita comenzada por, quien creía, el propio Walder Frey. Los hombres que tenían frente a si quedaron en silencio. Lo cierto es que no podían seguir guerreando contra Aerys ellos solos, por mucho que los Stark les apoyase. Occidente seguramente cedería, y el Dominio ya se encontraba dividido en dos. Hoster sabía de aquella incomodidad, y por eso no dejó que el silencio se hiciese dueño por mucho tiempo.- Por eso actuaremos.- Y aquellas palabras provocaron miradas de duda, pero también de determinación. Al fin y al cabo no se sentarían a ver como la marea subía mientras esperaban en sus castillos de arena. El Tridente, en Invierno, siempre aumentaba su caudal. Y su fuerza.

– ¡Las puertas se abren! – La voz se hizo más y más fuerte a medida que los hombres la recreaban. El momento había llegado y los hombres del interior se habían decidido por salir de Harrenhall a enfrentar su destino. Cuando Hoster se enteró pudo echar de menos a las tropas de los Arryn, pero de quien en verdad sintió la necesidad de tener a su lado fue del norteño, Brandon Stark. No sabía del liderazgo que los norteños tendrían allí, al sur del Cuello, sin su líder. Aún así no era momento de perder la confianza y si de llevar a cabo el plan sellado por Hoster desde que se impuso el sitio.

El primero en tocar batalla fue Clemen Piper. El hombre de Princesa Rosada había perdido gran parte de sus hombres hacía mucho, pero se había destacado como un comandante holgado tras las numerosas batallas en el Tridente. Y su espada chocó con Lord Whent, el cual comandaba las tropas de la familia de Harrenhall. Tras él, los hombres del Tridente, veteranos reconocidos ya, una fuerza muy superior a su número, avanzaban disciplinadamente, aunque antaño hubiesen sido muchos más.

Hoster observó en la lejanía como los hombres del Norte se disponían en la defensa del ataque. Bramó a Desmond Grell cual era su cometido, dirigirse hacia ellos e insuflar valor. Era crucial que mantuviesen el envite, lo sabía, y por eso prefería no contar con el hombre que tan bien le había servido desde un comienzo. No pudo mirar como partía hacia el sur, sino que Hoster se dispuso a la batalla, seguido por todos los tabardos de sus banderizos.

Mientras tanto los cuervos de los Blackwood se prepararon. Tytos Blackwood había demostrado ser la mejor espada del Tridente, al menos de aquellos que servían para los Tully. Y por eso se le encomendó dirigir a los hombres a caballo que aún quedaban con montura en las tierras. Desde allí, a una mayor distancia de la batalla, Tytos decidió que aquello era un error, la sangre de los hombres de la misma tierra cayendo sin impunidad. Aquella tierra quedaría marcada, lo sabía, pero eso no evitaba lo que tenía que hacer. El casco con las plumas negras tomó el viento de cara y con la espada en alza dio la orden.

Clement Piper había provocado la muerte de Walter Whent, pero quien en verdad comandaba a aquellos hombres era Duncan Whent, su primogénito, o ahora Señor de la fortaleza, el cual se dirigió a la lucha contra él. Lo cierto es que no se daría cuenta de que sus hombres morían, en gran número. Quizás, seguramente, el odio carcomía al hombre que ahora ostentaba uno de los mayores señoríos de Poniente. Hoster llegó y alzó la voz hacia el hombre, le instó a parar su ataque, a que volviese a la cordura, pero aquello era una empresa que no podía tener buen fin. Recordó vagamente el día de su boda, cuando había tomado la capa de aquella casa y se la había puesto en su espalda, el rostro de Minisa, sus días junto a ella, en el Forca mientras dejaban que el agua les hiciese bajar en la barcaza. Recordó a sus hijas, y a Cat. Dio una última voz, y Duncan Whent se volteó cegado por el odio. Hoster no tuvo concesión alguna. Su espada, ya manchada de sangre, terminó con un traidor. Y eso se diría cuando muchas veces, en el futuro, le asaltasen las dudas de la guerra.

Con ello el estandarte de los Whent cayó. Tytos Blackwood había llevado a cabo la carga necesaria para provocar la espantada, y con él se había hecho dueño de muchas vidas de los hombres que defendían la fortaleza. Tan resolutiva fue su carga que consiguió llegar hasta el otro extremo de las fuerzas de defensa. Allí los hombres del Norte habían decidido replegarse. Y allí fue donde Desmond Grell, rodeado de unos pocos hombres de los Manderly, caballeros del sur en el norte, se hicieron fuerte, guardando la retirada, hasta su muerte, luchando junto a hombres que habían venido de lejos, con los que él, particularmente, había trabado amistad mientras los guiaba en su camino, aquel que había sido sus ojos, y que finalmente había sido su escudo. Lord Tytos lo encontró, y dispuso que llevasen su cuerpo al observar como los enemigos restantes dudaban, para finalmente retirarse ordenadamente.

Aquel día solo había servido para notificar la caída de la Casa Whent. Y seguramente alguien lloraba desde la muralla de Harrenhall, una figura enjuta a la que los pesares de Harrenhall no dejarían en paz.

Hacía mucho que había abandonado aquella ciudad, guiado por Jon Connington, el cual había encontrado la muerte entre aquellas calles. Hoster creía que aquella era una de las mayores penas en la guerra, pero también lo era la muerte de Brynden, y de Catelyn, y de otros muchos hombres anónimos. Pero, ¡ay!, la de Jon Connington le había supuesto una pena igual a la de su hermano y su hija.

La comitiva del Tridente la formaba Lord Hoster Tully, y junto a él todos los tabardos del Tridente. Solo faltaba la bandera de los Frey, de los Mooton, de los Erenford y los Darry. De los Whent ya no había existencia, y ahora Harrenhall estaba solitaria. No hubo ningún tipo de pomposidad y los señores de los Ríos fueron regios a su encuentro con el que ahora gobernaba un Salón del Trono retorcido. Muchos habían sobrevivido y se habían convertido en hombres de guerra que habían luchado contra los hombres de Aerys, contra los del Dominio y contra los de sus propias tierras. Tanta sangre tenían, como tanta o más habían derramado.

El Tridente entró de igual forma en el Salón del Trono, todos tras el hombre que era Hoster Tully, aquel que había sobrevivido hasta el día de hoy, dirigiendo su camino a Bastión de Tormentas, a Antigua y a Desembarco del Rey, y también Altojardín. Ahora volvía al Salón donde había sido enjuiciado. Y allí encontró a Rhaegar Targaryen. Aerys estaba loco, algo que sabía desde hacía tiempo…pero Rhaegar…de Rhaegar no sabía que esperar.

– El Tridente se presenta ante Rhaegar Targaryen, Rey en el Trono de Hierro, Señor de Poniente.-- Los tabardos, antes altos, se inclinaron como los juncos de las riberas. Los hombres, también.

Las palabras se intercambiaron entre Hoster Tully y Rhaegar Targaryen, y la corte permaneció completamente atenta a lo que allí ocurría. El ribereño, con los tabardos a su espalda, se sentía con predisposición a hablar, pero con cuidado. Y fue entonces cuando dijo en alto que todos habían sido traidores, incluyendo al Rey, al cual le pareció doler las imple mención de Jon Connington, aquel que sería considerado en el Tridente como la verdadera figura del Caballero. Y aunque inclinado, como los juncos, Hoster parecía saber cuando alzarse, hasta que escuchó el nombre de sus hijas. Familia. Deber. Honor. La primera de las palabras superaba a todas las demás. Y en ese momento el junco decidió cual era la posición que debía de tomar.

Hoster Tully abandonó la Fortaleza Roja con dos tabardos menos tras de si. Lord Cox y Lord Roote, aún así, prefirieron salir con él antes que con los hombres de las torres gemelas. Aquello había sido el comienzo de lo que, él creía, sería un polvorín. Y se repitió las palabras que habría dicho a Rhaegar Targaryen, si acaso sus banderizos no se encontrasen allí. El ahora Rey acababa de sembrar la semilla de la guerra. Y lo peor era que se congratulaba por ello.