La Guerra del Tridente

En lo alto de la colina se alzaban cinco figuras. Una de ellas era el caballero Quincy Cox, que parecía haberse convertido en un enorme apoyo para Brynden Tully. El señor Varion Roote había dudado ante Hoster, pero no ahora ante el Pez Negro, y allí se encontraba junto a él. Y también Jonos Bracken y Tytos Blackwood, dos hombres en los que Ser Brynden confiaba plenamente. Los cinco observaban como, a unas millas de distancia, el ejército del rey se disponía a atacar la posición defensiva que tenían para defenderse.- Son niños y ancianos… - Ser Quincy había recibido las noticias con pesar. Las tropas de la casa Mooton de Poza de la Doncella eran niños y abuelos que habían armado de mala forma. Y su señor era quien las comandaba. Brynden se habría negado a luchar contra ellos…pero no contra el resto de los hombres. Y era por eso que Clement Piper se encargaba ahora de formar la línea defensiva guiado por los informes que Trystan Ryger les había hecho llegar. Los exploradores del banderizo del Sauce habían sido esenciales para poder tomar esa colina y esperarles.

En poco tiempo tuvieron que tomar decisiones. El caballero de Salinas se encargaría de mantener el flanco este junto a todos los hombres que había reunido en Salinas. Por el contrario, sería Jonos Bracken quien tomase posición en el oeste, siempre con sus caballeros dispuestos. Y el centro lo formarían los hombres de las tierras de los Darry y de los Blackwood, guiados por Ser Brynden. Los hombres de Poza de la Doncella se concentraron a unirse a la contienda en un lugar donde nunca pudiesen encontrarse con sus iguales. Muchos hombres morirían, eso lo sabía Brynden Tully, pero estaba convencido de la victoria y de hacer retroceder a ese ejército…aún cuando observó algunos estandartes que le hicieron resoplar, como el Halcón de los Arryn, los murciélagos de los Whent o el salmón de los Mooton. Si, aquella no sería una brillante victoria…pero sería lo suficiente para hacer pensar a Aerys Targaryen acerca de la decisión tomada días atrás.

Una batalla cruenta, pero no decisiva. Y sin embargo los hombres de los Ríos habían sido lo suficientemente valientes y bravos como para contener a todos los hombres de la Corona. Había conseguido repeler al Halcón con el que había mantenido la liza. Podría decir que le recordaba a él de joven…pero mentiría. Entendía que ese Arryn tenía demasiados pájaros en su cabeza, y él siempre había sido más mundano. Quizás esos pájaros estaban hechos más para altos vuelos. Pero a más altura, más dolía la caída.

Limpiaba su espada cuando escuchó que unas voces se alzaban sobre los ruidos de la guerra. Notó como Lord Clement Piper picaba espuelas para llegar a su lado, y como lo hacía Lord Jonos Bracken le seguía, junto a Lord Tytos Blackwood. Y el estandarte de los Cox también se alzó a su lado, aunque en ese momento cuidaban de su señor. Por último Ser Brynden hizo que el estandarte de Darry se alzase junto al de los Tully, como un desafío a aquel que hablaba.

- ¡Tu Rey está loco!- Y muchos hombres del ejército de Brynden dirigieron la mirada hacia él por las palabras dichas.- Tu Rey está loco. Tu Príncipe Rhaegar Targaryen lo dice. Aerys Targaryen está loco. Y solo un loco puede seguir a otro loco. Solo alguien como tu puedes pretender seguir a alguien así por honor, alguien que poco le importa el fin, sino el poder. Siempre fuiste así Darry. Lord Tywin lo vio y huyó de Desembarco del Rey. Lord Rickard Stark lo vio y también huyo. Y por eso también lo hizo tu Príncipe. El único que se quedó fue Jon Arryn, otro igual que tu.

- Y vos, Lord Mooton, capaz de hacer llamar a vuestros niños y ancianos a tomar las armas por ser incapaz de tener sangre en las venas. Ni valor. La vergüenza caerá sobre vuestra casa por años, y se recordará este momento como aquel en el que cabalgasteis al frente de niños que tenían espadas más grandes que su altura.

- Y ahora, si queréis perecer, si queréis regar nuestros Ríos con vuestra sangre…¿No os hemos dado ya la bienvenida? Todas vuestras mentiras encontrarán el acero de los Ríos.- El Pez Negro envainó su espada y desde lo alto de la colina se alzaron los estandartes del Tridente, por sobretodos los demás de la Corona. Tal como había ocurrido minutos antes.