El viaje fue triste. Después de meses viajando con camaradas de armas y dentro de una gran hueste. Viajar solo era doloroso incluso. Pero su propósito era justo. Su destino era correcto. Primero vio la torre del homenaje de Nuevestrellas. Distinguió el estandarte a media asta ondeando sobre su torre. Se sacudió el polvo de sus ropas y bebió de su pellejo. Tenia explicaciones que dar y no serian fáciles. Al llegar a la puerta, la encontró cerrada. Un mujer de aspecto severo, un maestre anciano y una doncella hermosa lo observaban. El guardián de la puerta le dio el alto.
— ¿Quién va? Declarad vuestro propósito o idos.
— Vengo a dar fe de la valentía de Henry Templeton, mi amigo. Vengo a transmitiros mis condolencias. Cabalgamos juntos dos veces contra los leones y las truchas. La segunda fue su última vez. Murió rápido y con una espada en la mano. Como un caballero. Como un héroe. Pero lo cierto es que ya no esta. No puedo devolvéroslo, mis señoras. Pero si puedo ofreceros mi espada y mi espíritu para ayudaros a preservar la heredad de vuestro esposo y padre respectivamente.
» Lady Wylla, renuncio al apellido de mi casa, renuncio a mi apellido y si aceptáis desposaros conmigo, os juro servir a esta casa con tanta devoción como se que vuestros difuntos y queridos parientes sentían. Tomare vuestra mano y vuestro apellido. Marchare al frente de vuestras tropas y defenderé lo que ahora es vuestro con mi espada y mi vida. Permitidme serviros. Permitidme ser vuestro caballero de Nuevestrellas. Concededme vuestra mano y seré para vos y el mundo, El caballero de Nuevestrellas. Para serviros a vos, Lady Wylla. En lo que mandéis y donde digáis.
La boda fue sencilla, pero inesperadamente feliz. La doliente madre de Lady Wylla había encontrado cierto solaz en la historia de como había muerto su hijo querido. Y la fuerza de carácter, el empuje y alegría de vivir que transmitía el jovencísimo caballero la consolaron aun mas. Acepto al muchacho para su hija sin mucho pensarlo, a pesar de que no era ella mujer irreflexiva. Accedieron ambas mujeres a lo que proponía el joven caballero, lo conocían, sabían de su sangre y valor, así que se pusieron manos a la obra. Sellaron el compromiso en su pequeño septo y los dos jóvenes cónyuges pasaron una semana juntos, siete días con sus siete noches como marido y mujer. Después se despidieron, pues el caballero tenia compromisos que cumplir.
— Esposo. Ve con los hombres de Nuevestrellas. Condúcelos a la victoria y trae de vuelta a cuantos puedas, pues mi señora madre y yo ya sentimos pena suficiente, no queremos que el dolor de la perdida llegue a mas hogares de esta nuestra tierra.
— Mi señora. Haré como pedís esposa mía. Suegra, espero estar a la altura de vuestro difunto esposo y se digno de sus colores.
La madre de su esposa también quiso despedirse.
— Ve y lucha. Pero vuelve con mi hija, no la hagas viuda tan joven. Teneis muchos años para disfrutar de la vida uno junto a otro. Se leal, se valiente, pero no mueras inútilmente por alcanzar gloria o la fama.
El barco amenazaba con hundirse en el río, pero cuando llego a la desembocadura del forca, la amenaza ya parecía toda una promesa de muerte. Y aun quedaban muchas leguas de agua embravecida hasta Rocadragón. Contra lo que el muchacho temía, arribo Rocadragón sin mas contratiempo que el hambre causado por el vomitado sistemático de cuanto intento comer.
Arribo en Rocadragón al atardecer, desde el este venia su barco y al oeste, tras la fortaleza, se ponía el sol. La majestuosa fortaleza los reyes dragón iluminada con los últimos rayos solares del día estaban ante el. Bajo del barco en el puerto, con Sonrisas sujeto por el ronzal. Sonrisas no era un caballo que sonriera, pero era tan nervioso que al mínimo indicio de amenaza, sacaba los dientes y después mordía. No necesito indicaciones para arribar a la puerta del castillo, pues el camino era obvio. Dos guardias con la librea del dragón tricéfalo le cerraron el paso. Uno de los guardias, vista su edad y a pesar de la calidad de sus armas y corcel, lo increpó.
— Date la vuelta chico. No se te ha perdido nada aquí y tampoco te espera nadie. Ve con tu madre.
A lo que el joven respondió llevando la mano al pomo de la espada.
— Soy joven y es comprensible que me consideres un muchacho. Pero aquí mi espada es un tanto susceptible y no se aviene a razones cuando me tratan tan descortésmente. Haced el favor de hablarme con un poco mas de respeto para que Adiós quede tranquila. Pues no quisiera tener que ser yo el responsable de manchar tan hermosas baldosas con vuestra sangre y vísceras. Ni por supuesto, privar al señor de Rocadragón de quien es a todas luces uno de sus mas avispados guardias.
Un muchacho joven amenazando con el cuajo de un veterano. Algo en su postura y su mirada sugerían que no era solo una bravata o al menos, que no se arredraría ante la necesidad de cumplir sus amenazas. Con la mano acariciando el pomo de la espada, parecía desear que el guardia perdiera los papeles del todo. El otro guardia, más joven, intervino entonces.
— Pues entonces qué cojones quieres. Ve al grano, no tenemos todo el día.
— Quiero poner mi espada al servicio del príncipe Rhaegar. Ofrecerle mis servicios y mi consejo cuando lo precise, tomar el mando de sus hombres si así lo dicta y luchar y morir por él, si el honor lo exige.
— ¿Lleváis metido dentro de una cueva los últimos meses, o qué? El príncipe Rhaegar partió a Dorne a principios de este año y aún no ha vuelto. Está haciendo la guerra en el sur.
Después de su largo viaje, no iba a darse por vencido tan pronto.
— Pues entonces, que venga el castellano de Rocadragón.
— Quédate ahí y no hagas nada raro.
El guardia más veterano desapareció y el más joven se quedó con él. Ignoró su mal disimulada hostilidad y esperó en silencio. Al tiempo el guardia volvió acompañado de un hombre que lucía una brillante armadura y una capa blanca y nívea. El pomo del mandoble que llevaba a su espalda sobresalía por su hombro izquierdo.
— Saludos, joven señor. Si Harry no me ha informado mal, decís que queréis poneros al servicio del príncipe Rhaegar. Lamentablemente no está presente, y me ha encargado que en su ausencia gobierne el castillo en su nombre. Soy Ser Arthur Dayne. Acompañadme, por favor. Todo hombre que quiera luchar por la causa del príncipe tiene un lugar y una comida bajo estos techos.