La lealtad del Valle

-Ser Arthur, quisiera pediros un favor. ¿Tendriais la bondad de entrenar conmigo un rato? Todo el mundo dice que sois el mejor espadachin vivo sobre la faz de poniente. Me vendria muy bien mejorar tanto como pueda si quiero hacerme un nombre y honrar mi nombre y mi casa tambien. ¿Esta tarde seria posible? Por la mañana tengo pensado hacer otra cosa, quiero dar un largo paseo por la isla, explorarla un poco. ¡Aqui vivieron muchos dragones! A lo mejor encuentro algun recuerdo.

El entrenamiento fue intenso, pero la diferencia entre el arte como espadachin y la del caballero de la guardia real se parecian lo que un huevo a una castaña. Si sus proximos planes no daban fin a su corta vida, quizas tendria oportunidad de aprender mas de la mano de Ser Arthur. Los siete decidirian.

Habia acordado encontrarse con la dama de gris en el prado junto al acantilado. Ella vino con algunos hombres que Ser Arthur habia escogido para su proteccion y no la dejaban jamas cuando salia de su alcoba. Estaban pendientes de ella como si fuera el prisionero mas peligroso del mundo.

Los cuatro ayudantes reclutados por el muchacho soltaban cuerda a medida que la dama se lo ordenaba, querian que la bajada fuera progresiva y que el muchacho pudiera bajar sin percances. pero las rocas estaban afiladas y en numerosas ocasines rasgaron sus vestiduras. Pero el muchacho estaba tan emocionado que casi queria gritar, a pocos metros de el, habia un saliente que le impedia ver lo que habia debajo, y unos diez metros mas abajo de ese saliente, podia apreciar el contorno rocoso de la cornisa que desde el mar le sugeria la presencia de una cueva en esta ubicacion. En unos pocos instantes, llegaria a una cueva desconocida o a una pared rocosa que daria al traste con su ilusion y esfuerzos. Aun asi, a pesar de que las probabilidades de acabar decepcionado eran enormes, seguia euforico. Se repetia la misma letania una y otra vez, para sus adentros.

Un joven caballero de fama instrascendente, Ser Elys Templeton, subio acantilado arriba trepando mientras cuatro hombres tiraban de una soga a la que estaba atado. Arriba esperandolo, estaban la dama de gris y Ser Arthur Dayne, que habia llegado mientras el muchacho estaba en plena escalada. Con el rostro compungido para que los ayudantes no contaran nada, el muchacho mintio vilmente. Era una mentira necesaria, imprescindible. No podia saberse quien era la mujer ni su relacion con el principe. No podia ser el quien levantara la liebre.

-Ahi abajo he encontrado una cueva, un dragon vivio en ella con total seguridad… pero… solo habia escamas, cascaras y algunos huesos. Algunas de las escamas se han conservado bien, mirad, son color rojo sangre, creo que tengo suficientes como para coserlas a una capa, seria un bonito regalo para nuestro señor.

Un rato despues, ya en el castillo y estando presentes solamente la dama y ser Arthur. Miro a ambos lados para asegurarse de que nadie lo viera y se arrodillo mientras extraia de su zurron un huevo de dragon de color rojizo, frio y petrificado. Puede que nunca saliera un dragon de alli, pero el joven caballero habia cumplido su parte.

-Mi señora, para vuestro hijo.