VALYS II
Desembarco bullía con la actividad habitual de una capital industrial: el silbido lejano de los trenes, el gemido de los raíles tensos, el zumbido constante de grúas y engranajes, el retumbar de los zepelines que cruzaban los cielos rumbo al oeste. Lady Valys Belaerys caminaba con paso medido, sus tacones repiqueteando sobre las losas negras del puerto, flanqueada por dos ayudantes y observada, discretamente, por tres agentes de la Cancillería Lannister.
—Recuerda, no más de veinte minutos —le susurró uno de sus asistentes. Ella no respondió. No necesitaba recordatorios.
El laboratorio era un edificio de hierro y cristal, sin adornos, sin banderas. Solo el escudo minimalista de la Casa Vikary, patronos técnicos de la infraestructura, decoraba la entrada. Dentro, el caos. Cables, mapas, servomecanismos, placas de éter-silicio, generadores rúnicos, libros abiertos por páginas a medio arrancar. Y, entre todo ello, una figura delgada, alta, despeinada, con la túnica manchada de aceite y los ojos fijos en un cristal iluminado por una pálida luz azulada.
—Maestre Tesla —anunció Valys, sin necesidad de que nadie hiciera presentaciones.
El hombre no se volvió al oírla. Continuó garabateando fórmulas en el cristal con un polvo fosforescente. La embajadora aguardó. Cuando terminó, se giró y la miró como si fuera la primera vez que veía a un ser humano ese día.
—Señora… ¿Targaryen?
—Belaerys —corrigió ella, sonriendo con diplomacia—. Represento los intereses de los Estados Unidos de Essos en Poniente. Nos han hablado mucho de su trabajo.
Tesla parpadeó como si volviera a situarse en la conversación.
—¿Intereses? Sí, claro. Energía. Propulsión autónoma. Magia reciclada. Conversión térmica. Pero todavía no estabilizo el núcleo de runa cruzada. Y el sistema de giro del mecha clase Aurum es… insuficiente. No comprende vectores. Le falta instinto.
Valys parpadeó. Su dracónica compostura no se quebró, pero tardó en procesar las palabras. Tesla hablaba como si hablara consigo mismo, como si su mente funcionara en planos paralelos al resto del mundo.
—¿Y cree que lo tendrá listo para la Feria? —preguntó, tanteando.
—¿La Feria? ¿Qué feria?
Ella arqueó una ceja, aunque ya intuía la respuesta.
—La Feria de la Ciencia de Desembarco. Usted fue invitado.
—Ah. Sí. Me mandaron algo. No lo abrí.
Valys se obligó a sonreír. Estaban a apenas una decena de metros del lugar donde se celebraría aquella feria y aún así Tesla parecía ajeno a todo.
—Sería un honor para todos los reinos ver sus avances.
Tesla parecía ya no estar presente. Tomaba notas en una hoja que le ofrecía un joven ayudante. Al otro lado del cristal, un autómata inmóvil del tamaño de una carreta aguardaba cubierto por una lona negra.
Valys comprendió en ese instante lo que temía: Tesla era un genio de proporciones épicas… y completamente inútil para la política. No mentía. No conspiraba. No entendía las palabras “lealtad estratégica” ni “alianza”. Si Occidente lo controlaba, no era por convicción ideológica, sino porque lo alimentaban, lo financiaban y le permitían hacer lo que quisiera. Era, a ojos de la embajadora, un peón inmenso. Un activo colosal. Una variable impredecible.
Los ojos de Tesla brillaron un instante.
—¿Le interesan las conversiones rúnicas en motores de vacío?
—Me interesa todo lo que altere el equilibrio militar —respondió ella con sinceridad fría.
Antes de que él pudiera contestar, dos hombres con brazaletes dorados de la Seguridad Técnica del Oeste cruzaron la puerta y se apostaron cerca. Valys los notó inmediatamente. Estaban ahí para recordarle que el genio tenía dueño. Y que el acceso tenía un límite.
Ella entendió la señal. Se despidió con una inclinación leve, que Tesla apenas notó, y abandonó el laboratorio. Al salir al aire contaminado del puerto interior de Lannisport, se quitó los guantes negros con un gesto delicado.
—Prepáralo todo —le dijo a su secretario, que la esperaba junto al coche de vapor—. Esta noche quiero ver al Septón Thamarys.
En su embajada en Desembarco, decorada con sobriedad valyria —piedra negra, esculturas sin rostro, tapices con dragones geométricos—, Valys se sentó frente al fuego, ahora ataviada con un vestido rojo oscuro sin símbolos. Thamarys llegó con una comitiva de dos devotos y sin armas, como era costumbre entre los altos siervos de los Siete.
El septón era joven aún, de barba breve y ojos astutos. Se inclinó, saludó y se sentó cuando ella lo indicó.
—Lady Valys —dijo con voz suave—, siempre es un placer ver a los emisarios de Essos en Desembarco.
—Y a mí recibir a hombres de fe razonables —replicó ella, sirviéndose una copa de vino del Rejo.
Hablaron unos minutos de banalidades. De la primavera húmeda que llegaba. De las últimas reformas en el Barrio del Martillo. Del ascenso de un nuevo coro litúrgico en el Septo de la Conciliación. Luego, como todo diplomático astuto, Thamarys fue directo al punto.
—He oído que Gregori Dustin predica con creciente fervor. Incluso entre los obreros del Dominio. La señora Stark debería contenerlo, o las ciudades comenzarán a arder por su culpa.
Valys asintió con un suspiro estudiado.
—Yo también creo que la señora Stark debería contenerlo. Pero no soy yo quien le aconseja. ¿O acaso cree usted que nuestras intenciones están alineadas con las del monje del Norte?
—Archimaestre Elwyn no piensa así. Ni Maestre Caloran, a juzgar por sus escritos.
Valys enarcó las cejas. Su copa se mantuvo en el aire.
—Esos escritos son conjeturas. Caloran nunca ha hablado oficialmente por los Estados Unidos de Essos.
—Lo entiendo. Pero la sospecha crece. Y cuando la sospecha crece, la fe tambalea.
Valys sonrió con diplomacia pura.
—La fe debe ser firme para resistir al viento de las dudas. Y usted, buen Thamarys, es un pilar admirable.
El septón inclinó la cabeza, y la reunión se disolvió en silencios civilizados. Cuando se fue, Valys se quedó a solas con su secretario, revisando una lista de próximos eventos.
—¿Cree que Thamarys será un problema? —preguntó el joven escriba.
Valys negó con la cabeza.
—No todavía. Pero su choque con Gregori es inevitable. Solo espero que lo entendamos antes que los demás. Y que estemos listos para elegir bando… o crear uno nuevo.
Se sirvió otra copa. Afuera, en las calles de Desembarco, la noche encendía los motores de un mundo a punto de estallar.